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sábado, 24 de noviembre de 2007

UN MOMENTO CON LOS GRANDES PENSADORES


LOS RIESGOS DE OBLIGAR A OTRO A DARSE CUENTA

SÖREN KIERKEGAARD*



“Se puede tener la buena suerte de poder hacer mucho por otro; se puede tener la buena suerte de conducir a otro donde uno desea (...) Pero este resultado (...) depende de muchas cosas, y, sobre todo, depende de si él quiere o no. (...) Es imposible que yo obligue a una persona a aceptar una opinión, una convicción o una creencia. Pero sí puedo hacer una cosa: puedo obligarle a darse cuenta. En cierto sentido esta es la primera cosa; porque es la condición antecedente a la próxima, es decir, a la aceptación de una opinión , de una convicción o de una creencia. (...) No se puede discutir que es un acto de caridad, pero tampoco hay que olvidar que es un acto temerario. Al obligar a un hombre a darse cuenta, logro también el propósito de obligarle a juzgar. Ahora está a punto de juzgar; pero lo que ahora juzga no está bajo mi control. Tal vez juzga en sentido totalmente opuesto de aquel que yo deseo. Además, el hecho de que se ha visto obligado a juzgar puede tal vez haberle amargado furiosamente contra la causa y contra mí. Y acaso yo soy la víctima de mi acto temerario. Obligar a la gente a darse cuenta y a juzgar es la característica del auténtico martirio. Un mártir genuino nunca usa su fuerza, sino que lucha con ayuda de la impotencia. Obliga a la gente a darse cuenta (...)”.

Fragmento de “Mi punto de vista”

Sören Kierkegaard

(1813-1855)

1 comentario:

Mía Sanz dijo...

Martirio..., dolor, miedo, angustia y desesperación han sido temas recurrentes en la corta vida de Sören Kierkegaard. Sus obran están enmarcadas de melancolía. Quiso desprenderse de ella, lo intentó en repetidas oportunidades... mas no lo consiguió. Tras la muerte de su madre y cinco de sus seis hermanos, sucedidas en un corto período de tiempo, Sören luchó por encontrarle un sentido a la existencia. Recurrió a la teología, a la literatura, a la reconciliación con su padre después de profundas desavenencias... cedió por un tiempo al poder del amor. Ni siquiera su encuentro con Regina, la mujer de su vida, a la que amó por siempre pero renunció a ella por temor a no merecerla, lograron disipar las culpas que heredaba, y lo condenaban al martirio; a aquél sentir suyo que su familia, víctima de una maldición, estaba sentenciada a desaparecer. Pese a eso, en fragmentos como el que a continuación se transcribe, puede observarse la esperanza que también alguna vez lo abrazó: "Si no existiera una conciencia eterna en el hombre, si como fundamento de todas las cosas se encontrase sólo una fuerza salvaje y desenfrenada que retorciéndose en oscuras pasiones generase todo, tanto lo grandioso como lo insignificante, si un abismo sin fondo, imposible de colmar, se ocultase detrás de todo, ¿qué otra cosa podría ser la existencia sino desesperación? Y si así fuera, si no existiera un vínculo sagrado que mantuviera la unión de la humanidad, si las generaciones se sucediesen unas a otras del mismo modo que renueva el bosque sus hojas, si una generación continuase a la otra del mismo modo que de árbol a árbol continúa un pájaro el canto de otro, si las generaciones pasaran por este mundo como las naves pasan por el mar, como el huracán atraviesa el desierto: actos inconscientes y estériles; si un eterno olvido siempre voraz hiciese presa en todo y no existiese un poder capaz de arrancarle el botín, ¡cuán vacía y desconsolada no sería la existencia! (de “Temor y Temblor”).
Mía Sanz