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martes, 5 de agosto de 2008

LA NOTA DE HOY


CARMEN DE PATAGONES


UNA CIUDAD DE NOVELA

por Jorge E. VIVES*

Hay ciudades de novela y novelas de ciudades. Dublín y “Ulises”, Buenos Aires y “Adán Buenosayres”, Alejandría y “El cuarteto de Alejandría”. ¿Qué está primero? ¿La urbe o la creación literaria? Sin pretender resolver el proverbial dilema del huevo y la gallina, es lógico suponer que por más que el artista al hiperbolizar las cualidades de un prosaico centro urbano logre darle características de leyenda, debe preexistir un mínimo sustento para su obra literaria.

En tal sentido, nuestra patagónica Carmen de Patagones es la ciudad ideal para ser escenario de una novela. Dueña de una rara belleza que amalgama las casas coloniales del casco histórico con las calles que desandando las barrancas ribereñas se hunden en el cauce del río Negro, paisaje que de por sí daría motivo suficiente a la creación literaria, tiene además a cuestas una larga historia en la que abundan, a la par de las repetidas muestras de heroicidad y sacrificio de sus habitantes, un sinnúmero de detalles pintorescos plenos de colorido local.

La ciudad de los maragatos muestra una “patagoneidad” (perdóneseme el neologismo) presente en cada momento de su extensa historia; desde que el 22 de abril de 1779 fuera fundada por don Francisco de Viedma y Narváez en el marco de un plan de ocupación de los territorios del sur del Virreynato por parte de la Corona de España. El plan español comprendía además la fundación del fuerte de San José en la Península Valdez, y el de Floridablanca en la ría del Deseado. De todos los asentamientos el único que prosperó fue “El Carmen”; que se transformó en el centro de referencia de la región.

Presente en todas las circunstancias históricas de la región, fue escenario del combate del Cerro de la Caballada en 1827. Hacia 1833 vio nacer a quien sería el comandante Luis Piedrabuena, que hizo en las aguas del río sus primeras letras como navegante. Desde aquí salió en 1865 el Teniente Coronel Julián Murga para representar al gobierno nacional en la fundación de la capital del Chubut.

Esta historia se respira al caminar por las calles de su casco viejo, en las que sorprende encontrar cada tanto una casa colonial más propia de las ciudades del noroeste del país que de la Patagonia, con sus paredes blancas y su techo de tejas rojas. Se respira en la iglesia frente a la plaza, albergue de variados testimonios de valor histórico; en las calles empinadas y llenas de vericuetos; al pie de los muchos monumentos que recuerdan otros tantos hechos y personajes. Y se respira cotidianamente, porque no parece existir solución de continuidad entre el pasado y el presente: al paseante no le sorprendería demasiado ver aparecer sobre las aguas del río un bergantín con las velas desplegadas o por las calles empedradas un jinete arreando su tropilla de reyunos hacia el cerro cercano.

Pero no sólo el pasado pone una cuota de magia; también el presente aporta lo suyo. La realidad cotidiana de los habitantes de ambas costas está atada a esa corriente ancha y rumorosa que los vio nacer y crecer. Omnipresente, el río une la localidad con el océano dándole esa característica de peculiar exotismo de los pueblos marcados por la cercanía al mar; mientras las lanchas que siguen la tradición de los primeros boteros, a modo de recordatorio permanente de la vocación portuaria, se alternan uniendo en un acuático trenzado sinfín las dos riberas.

Ciudad fundadora de ciudades, ciudad evocadora de fantasmas, ciudad de navegantes... Carmen de Patagones, perla engastada en la orilla del río que fluye manso, imagen especular de su hermana gemela Viedma, espera paciente al escritor que pueda sublimar en palabras su esencia vital. Seguramente alguien responderá a su reclamo.

* Escritor chubutense.

NOTA: El autor del artículo quiere agradecer una vez más a la Sra Rosa Libertad Spampinato, presidenta de la Asociación de Amigos del Museo Histórico Regional “Emma Nozzi”, los valiosos datos aportados sobre la historia de Carmen de Patagones.

2 comentarios:

Carlos Dante Ferrari dijo...

Jorge, hace unos años leí una crónica sobre Patagones que me impulsó a viajar ese mismo verano para conocer la ciudad. Fue una visita memorable. Recorriendo el casco viejo tuve por momentos la sensación de estar en Colonia. Más tarde, sentado frente a la ribera, los boteros trajinando sus cruces de una a otra orilla me hicieron pensar en una exótica Venecia patagónica. El cronista que, como vos, le había descubierto la veta literaria a la antigua villa era ni más ni menos que Roberto Arlt, que en uno de sus pasajes arriesgaba: "En Patagones se puede escribir una novela de amor tan amoroso, que después de leerla, los amantes no escojan sino entre el suicidio o la felicidad." Como buen escritor de raza, veo que no sólo has sentido el mismo impulso, sino que también has sabido decirlo con esa maestría que caracteriza todos tus textos. Gracias por refrescarme aquellas vivencias. Un abrazo.

gerardo robert dijo...

¡Caramba si me gustó su nota, amigo Vives! En una de esas "calles que desandan la barranca antes de hundirse en el río" todavía está la casa de dos plantas que hizo construir mi abuelo Fernando, antes de encarar con más esperanzas que ovejas su aporte al poblamiento de estos pagos. Me dijeron que fue la primera de tal característica. Allí, el último año del siglo XIX, nació mi padre y allí anduve, rastreando, tratando de encontrar por qué él, que dejó ese lugar apenas nacido, llevó hasta su muerte un manifiesto orgullo de saberse maragato.

Y lo encontré. Me lo contaron esos recovecos y como Ud. bien dice, lo respiré. Por si hasta ahora no me había dado cuenta del todo, su percepción y el magnífico dominio con que lo expresa, me lo evidenciaron. ¡Caramba si me gustó su nota! Estoy seguro que mi padre maragato diría lo mismo. Y tal vez agregara un: Gracias.