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lunes, 28 de diciembre de 2009

LA NOTA DE HOY



SERRAT


Es un enorme vestíbulo. Figuras y sombras lo caminan con prisa. Aprieta el frío. Es extraño, estamos en noviembre. Noviembre ventoso, y eso sí es normal.

La noche llega sin timonel ni brújulas. Tal vez los aceitunados ojos del níspero puedan indicarle una ruta.

Tierra, arenilla, polvo, lluvia… tierra, arenilla, polvo, granizo… tierra, y otra vez arenilla. A pesar de todo, los párpados aterciopelados bailan alocados y se dejan robar el perfume.

La gente extrañada se pregunta dónde está la primavera, qué la demora, que acaso no se da cuenta que es un desaire? Todos la estamos esperando ilusionados.

Se cuelan entre los estornudos alérgicos y las voces acatarradas, preocupantes argumentos: el cambio climático, el efecto invernadero… Será entonces que el verano llegará allá por marzo? Y las vacaciones? Y los chicos? Esto es injusto! – Reprochan.

Mi sitio es pequeño, un privilegiado portal en tan amplio salón. Así lo he construido, así me esfuerzo por mantenerlo. Hasta aquí el aire parece llegar más limpio: el jardín, las bardas, la avenida, la remozada laguna Cacique Chiquichano, en ciertas oportunidades el valle y el océano, el canal y la vieja estación, el campo acordonando la extensísima ruta, me llevan de paseo.

Los perfiles humanos transportan su propia perspectiva. Soy una más. Disfruto de mi unidad y los observo.

Sobre el amplio salón un derrumbe de penumbras. Objetos, personas, han desaparecido, tal vez definitivamente, tal vez nadan en pos de una luz que no diviso. Yo juego a permanecer, pero…

Entonces, una idea o para mejor decirlo, una representación cuasi infantil se aparece en mi cabeza:

Nuestra tierra, sin elefantes superpoderosos que la sostengan o seguros alfileres que la sujeten al paño del espacio, está sufriendo el empuje de nuestra fuerza. Imagina a cientos, a millones de personas moviéndose presas del vértigo por llegar, por lograr, por tener, por mostrar…

A esta fuerza que llamaremos mayúscula (Fm) y que se desplaza sobre la superficie de nuestro hogar azul de manera constante desde hace unos cuantos años, le corresponde una reacción equivalente pero contraria.

Por el afán de ganar hemos perdido. Los días son demasiado cortos, las semanas más se parecen a estrellas fugaces, las estaciones se han desbordado, el calendario llega al final de su vida útil cargando todavía los adornos de la navidad pasada. Y nos sorprendemos!

Hay más. No quiero pensar en ello.

Ronca el viento. Frío, arenisca, algo de lluvia…

Los faroles profanan la oscuridad que también viaja con prisa.

El vestíbulo deja colgado su ropaje reciclable de lunes.

Prefiero acurrucarme en mi rincón y acomodar lentamente las piezas imaginarias de un larguísimo puente que me lleva desde el Atlántico océano hasta el Mediterráneo de Serrat.


OLGA E. CUENCA


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jueves, 24 de diciembre de 2009

HOY: UN POEMA NAVIDEÑO




AL HOMBRE DE TODAS LAS EDADES




Esta noche he golpeado
la aldaba de tu puerta.
No te asombre,
señor de esta morada,
el cansancio de mis ropas
ni la triste expresión
de mi mirada.
Perdona la osadía de mis manos
al tocar, para llamarte,
los lujos de estos muros
que atesoran tus afanes
y el brillo de las copas
que levantas
para libar en cristales
la fineza
de tus bebidas caras.
Yo soy la parte de esas cosas
que no ves
porque las cubre
el inconsciente oropel de tus falacias.
Te traigo, sin gritarlos,
los gritos desgarrantes de los hombres
que en la guerra
empuñan las armas de tus fábricas
y el rostro seco de esos niños
adultos de terror
por tus granadas...

Y te traigo,
sin que lo huelas,
el hedor insoportable
de los campos de batalla,
a los que encierras en el frío concepto
de la estrategia guerrera
y cubres con las regias alfombras
que adivino,
más allá de tu puerta...

Mírame bien,
porque soy al mismo tiempo
la imagen del hombre que eres tú
sin que lo sepas
y porque estas pobres sandalias que visto
y el costoso ropaje en que deambulas
van por el camino
que conduce al mismo dueño.

No me cierres esta noche
las dos hojas labradas de tu acceso
y permite por hoy que mis andrajos
se acerquen hasta el lecho
de sedas imperiales de tus hijos.
Déjame que, sobre el sueño de ellos,
cuando las dos agujas del tiempo
se claven en las doce horas inmortales
de este veinticinco navideño,
me sienta un poco Cristo
y pueda mirarte
como Él lo hizo con Lázaro...

Yo luego me iré sin molestarte
con mis sueños de paz
y esta ternura
que no puede contener
mi pobre pecho.

No te exijo que preguntes quién soy
ni por qué vine
sobre el filo del minuto que señala
el instante del Gran Alumbramiento.
Recuérdame tan sólo
cuando el dulce champagne
bese tus labios.
Porque allí estaré
desde ahora
para siempre,
sin que puedas apartarme de tus brindis
ni del fútil sentido que le asignas
a la cristiana fecha...

Mírame,
pobre y triste,
porque soy la imagen de tus yerros
y en las noches sin sueños
de tus sueños
seguirás sintiendo el tímido llamado
de mi mano
en la aldaba de tu puerta.



Rubén Héctor FERRARI
*


*Rubén H. Ferrari Doyle (Gaiman - Chubut) es Profesor en Letras (UNPSJB) y miembro del Gorsedd del Chubut.





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martes, 22 de diciembre de 2009

PREMIOS LITERARIOS RECIENTES



Décimo “Concurso Literario del Milenium” (Año 2009)


Fue organizado por la Asociación De Jubilados y Pensionados de la Caja de Seguridad Social para Odontólogos de la Provincia de Buenos Aires. El Jurado integrado por Lucía Quiroga, Ana María Bello y Luis Edgardo Soulé, reunido el 13 de noviembre de 2009 otorgó las siguientes distinciones:

POESÍA

1er PREMIO: Hilda N. Vale, de Ituzaingó (Bs As) por “Díptico de amor resucitado”.
2do PREMIO: Marta Julia Ravizzi, de Turdera (Bs As) por “Ficciones”
3er PREMIO: María Elena Mazzei, de Santa Fe (Sa Fe) por “Esa casa…”

CUENTOS:

1er PREMIO: Jorge Eduardo Lenard Vives, de Trelew, (Chubut) por “Sospechas”
2do PREMIO: María Luisa Gisbert, de Valle Hermoso (Córdoba) por “La hechicera”
3er PREMIO: Raúl Campos Dalman, de Ushuaia (Tierra del Fuego) por “Soy inocente”

El Jurado hizo notar el buen nivel del centenar de trabajos recibidos destacando que se recibieron trabajos desde el Uruguay, México, Brasil y España.



Concurso Literario " Crónicas de Campo y Pueblo”

El 21 de noviembre de 2009, en el Museo de Iriarte, Pcia de Bs As, se llevó a cabo la apertura de sobres y premiación del Concurso Literario “Crónicas de Campo y Pueblo”.En primer lugar, Oscar Marzol, propietario del Museo de Iriarte, dio unas palabras de bienvenida a los presentes. Luego María Gabriela Cohere introdujo a los miembros del Jurado: Carmen Verlichak, Luz Spaín y Fernando Sánchez Zinny.

A continuación, el Jurado explicó que se recibieron más de noventa cuentos desde todos los puntos del país, de Italia y de Uruguay. Además el Jurado agregó que la calidad era “de muy buenos a excelentes”; por lo que debieron trabajar duro para seleccionar sólo algunos. Se premiaron cinco obras y otras tantas tuvieron Menciones de Honor. Hubo una sección de “Fragmentos”. Los premios fueron:

1er Premio: “Cuento de verano”. VIVES, Jorge Eduardo Lenard. Trelew, Chubut
2do Premio: “El Cirilo Caigua”. DEL FABRO, Armando. Rosario, Sta Fe
3er Premio: “El Legado” ARGAÑARAZ, María Eugenia. Capital.
4to Premio: “Arreo con problemas” BIGLIERI, Ricardo Raúl Pergamino, Bs As
5to Premio: “El yerro”. KEILIS, Gabriel Andrés. Ramos Mejía Bs As.


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domingo, 20 de diciembre de 2009

EL POEMA DE HOY




MONUMENTO AL AGRICULTOR

Obra del escultor Sergio Owen, junto al puente Tom Bach (Valle del Chubut)


Son las cinco de la tarde
y rescato ternuras de otoño
de este veranito de julio

…los duendes pululan
en torno a la nívea escultura

e intuyo esa rítmica sensibilidad
que de las manos del artista
debió fluir en llamaradas…

“Boleros de Ravel”
en los alados pies de Julio Boca

aura de los amores inmortales
de Will Hopkins y Ann Thomas
de Romeo y de Julieta.


A un palmo – el puente
y esa sutil brisa que me retrotrae
a un siglo y medio en el tiempo…

al “L´Angelus” que en esas lunas
Millet plasmara
en un atardecer como éste
allá…
en los campos de Francia.


Owen Tydur Jones


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viernes, 18 de diciembre de 2009

NUEVA OBRA INCORPORADA A LA BIBLIOTECA PATAGÓNICA


Postales bárbaras

Una nueva obra de Marcelo Eckhardt



Marcelo Eckhardt nació en Salta. Hace más de 35 años que vive en Trelew. Tiene, por tanto, una historia patagónica que se aprecia apenas una lo conoce: hay en su voz un tono manso, en sus gestos lo apacible, en su andar el paso de quien va sin apuro, pero sabiendo adónde se dirige el camino.

Este fecundo escritor, licenciado en Letras, ha editado a lo largo de su vida diferentes producciones literarias que, ensambladas, atestiguan una mirada frontal de la realidad, una cadencia de reflexiones que sustentan sus ideales, un lenguaje que lo caracteriza y un estilo para admirar. Eckhardt es, a la luz de nuestra literatura, un artista que sabe traducir en palabras justas, a veces dolorosas pero siempre directas, su propio sentir sobre la sociedad, la política, las creencias, los valores… la vida toda.


Postales bárbaras, escrito a fines de la década del ´90, es una compilación de relatos sobre el pueblo que, devenido en ciudad, el autor hizo suyo. Ese Trelew parte de la Patagonia, pero también de la Argentina; y sus interminables crisis.


En la contratapa de esta obra que integra la colección de Patagonia Contemporánea de Editorial Jornada se sintetiza así la esencia del libro:


“Estas postales, anacrónicas, en el umbral del último cambio tecnológico, cuando irrumpe Internet y la telefonía celular, entre un siglo y otro, en Trelew, son relatos, crónicas mínimas, retazos de una época de crisis. La amistad, la soledad, el cambio, la barbarie civilizatoria. La solidaridad, el viaje, la guerra, son algunos de los temas que Marcelo Eckhardt aborda con un estilo sobrio y preciso. Y logra captar esa turbulencia que caracteriza a todo cambio en ciernes, para peor y para mejor. La vida continúa y la literatura también. La narración acompaña a los acontecimientos, entrelazando postales hacia el futuro, hacia los lectores, los testigos de la historia en el viejo pueblo del sur.”


Y es así. Después de leer Postales ningún trelewense –y lo digo sin temor a equivocarme- puede dejar de reconocer entre las páginas (con todas las palabras a veces y entre líneas otras) sus calles, la gente, sus costumbres… Los aromas y aquellos sonidos, la luna y las maras, la tierra fértil y la otra, la plaza y sus magnolias.


Su propia historia.



Olga Starzak
Diciembre de 2009

Marcelo Eckhardt nació en Salta en septiembre de 1965; desde 1972 vive en Trelew, Chubut. Publicó cinco novelas: El desertor (1993), Latex (1994), Nítida esa Euforia (1998), Cero (2008) y La nueva rabia (2008); dos libros de cuentos: Radio La Lengua (1995) y Ya fue (1998) y un libro de ensayos literarios: Trelew (1997). Enseña Literatura Argentina en la Universidad Nacional de la Patagonia y es coordinador del proyecto cultural Tela de Rayón.


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martes, 15 de diciembre de 2009

LA NOTA DE HOY


Carmen de Patagones (circa 1885)


ELSEGOOD, EL MARINO


Por Jorge Eduardo Lenard VIVES



Una calle de la ciudad de Trelew es denominada “Edmundo Elsegood”. Según la página web de la Municipalidad se trata de quien "intentó fundar una colonia en 1856 en el mismo lugar donde Jones hizo el fuerte en 1854, fracasando". Referencias igualmente breves figuran en la “Historia del Chubut”, de Clemente Dumrauf; y en “Crónica de la Patagonia y Tierras Australes” de Antonio Álvarez. La aventura colonizadora de Elsegood y su azarosa vida, que incluyó un romance de novela, pasó en el Valle discretamente al olvido. Pero no fue así en Carmen de Patagones, cuna de navegantes sureños, ciudad madre de ciudades australes, que supo conservar la memoria de este marino radicado allí a principios del siglo XIX.

Marino del cual se decía que era galés. Pero en su biografía “En la estela del Corsario Elsegood” (“corsario” porque el protagonista de este relato participó en la guerra de corso contra el Brasil), Luciano Becerra informa que nació el 27 febrero de 1802 en Morpeth, Northumberland; región al noreste de Inglaterra, muy lejos del sureño Gales. Tampoco su apellido tiene reminiscencias galesas; de hecho sería de origen escandinavo. Como sea, el futuro marino llegó a las Provincias Unidas del Río de la Plata siendo niño, y en 1826 ya está asentado en Carmen de Patagones.


Morpeth Bridge, Northumberland (© Laing Art Gallery). Thomas Girtin (1775 - 1802)

Son dos los puntos principales que atraen la atención sobre Elsegood, al tenor de este blog. Por un lado, su casi desconocido intento colonizador en el Chubut; por otro, la romántica relación que lo unió a Mariquita León, amorío que devino en fuente de inspiración literaria.

Del primer tema no existen muchos datos; y los pocos que hay son acicate para que algún historiador profundice el tema. Al hablar en su libro del asunto, Becerra cita a Antonio Alvarez: “En 1856 llega (al Chubut) el Capitán Elsegood con algunas familias galesas; también fracasa en el intento y al cabo de dos años se marchan”. La similitud de esta descripción con la de la página web municipal mentaría una fuente común. Pero luego Becerra agrega otros datos, provenientes de varias biografías redactadas por los numerosos descendientes del marino.

Una de esas citas dice que el navegante, con su grupo de galeses, desembarca en la costa, al parecer, del golfo de San José. Desde allí trata de alcanzar el río Chubut a pie; y es en este intento que fracasa. Sin embargo esa descripción del hecho es improbable. Elsegood conocía el litoral patagónico; y es ilógico que emprendiera tal marcha. Más cierta parece otra referencia biográfica, que afirma que el marino funda su colonia en la desembocadura del río Chubut; y que al cabo de dos años debe abandonar la empresa. Algunas de las familias galesas regresan a Inglaterra, en tanto otras se asientan en diversos puntos de nuestro país. Ambas citas coinciden en fijar la fecha de la empresa entre 1856 y 1858; a mitad del ensayo de Libanus Jones en 1854 y la colonización definitiva en 1865.

De su romance con María Josefa “Mariquita” León, se destaca que desposó a su mujer cuando ella era muy joven. El matrimonio tuvo varios hijos y su vida se movió entre Patagones y Buenos Aires. El marino dio a lo largo de los años permanentes muestras del amor hacia su mujer. Por su parte, Mariquita se acostumbró a las muchas ausencias de su marido; y a las angustiosas esperas.

Elsegood murió en alta mar el 19 de enero de 1870, como un marino de ley. Poco consuelo fue esa circunstancia para Mariquita quien, desde el balcón de su casa en el barrio porteño de Montserrat, ve entrar al puerto de Buenos Aires el buque de su marido, el “Patagones”, con crespón negro y bandera a media asta. María Cristina Casadei recuerda esta escena en su bello romance “De Mariquita y Edmundo”, con justas palabras que son digno colofón para esta nota:

Y un día el presentimiento,
Mariquita despojada
con ojos de sueños rotos
contempla llegar la barca.

Sobre el crespón de las olas
la muerte, erguida, cabalga,
Edmundo es sólo un recuerdo
diluido en la nostalgia.

Sobre la espuma del río
el sol se vuelve mortaja.



Nota: Los textos empleados en este artículo pertenecen a documentos del Museo Regional “Emma Nozzi”, de Carmen de Patagones. El autor agradece a la Sra Rosa Spampinato, de la Asociación de Amigos de dicho Museo, la información que tan gentilmente le hiciera llegar; y también agradece al Profesor Clemente Dumrauf los datos aportados en una amable charla.


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domingo, 13 de diciembre de 2009

LA NOTA DE HOY




RECUERDOS DE MI ESCUELA
Un diploma, cabras y el alumno Santiaguito

Por Jorge Gabriel ROBERT





Cuando el maestro platense, don Enrique della Croce, me entregó un diploma con bordes negros y azules que decía en letras doradas: Promovido a Cuarto Grado, entre la algarabía de alumnos en aquella escuelita casi rancho de Camarones, empecé a comprender que había pasado de grado. Mis condiscípulos entre niños y niñas, seríamos unos veinte o treinta. Era noviembre de fin de curso en el año 1936. Entre ese aletear de palomas blancas, llenábamos un amplio zaguán correteando cada uno con su diploma, premio quizás a la dedicación, al estudio y a la disciplina de entonces.

Don Enrique el maestro, había llegado desde La Plata con su esposa Enriqueta, experta en labores manuales, telares, que enseñaba a todos y cada uno de los alumnos, así fuera varón o mujer, sin retribución pecuniaria. La sonrisa de un niño, era su paga. Con ellos, sus dos hijas adolescentes de 17 y 15 años. Alba y Nilda a quienes la vida dura de aquellos años, hizo perder lo mejor de su futuro, el estudio secundario.

Así fue que ese día olvidé mis condiscípulos que correteaban aprovechando la confusión para jugar a la mancha. Me preocupaba el espacio necesario para acomodar mi diploma. Cuántas veces con mi madre, en algún consultorio médico en que la acompañaba, le decía: Mira mamita cuántos diplomas. No los envidiaba. Por ahora tenía el mío y me parecía el más hermoso del mundo. Mi tío Bernardo, que se había sumado al esfuerzo de un pueblo nuevo con su oficio de mecánico desde Bahía Blanca su ciudad, sumó también su altruismo y su bondad confeccionando el marco, cortando el vidrio para que pudiera colgar mi diploma adorado. Hombre de oficios múltiples, prodigio para las amas de casa que estaban armando su vivienda mientras sus esposos, trabajaban en el campo procurando el sustento de cada día, mi tío siguió construyendo marcos, cortando vidrios y otros enseres para las viviendas que él construía con madera y chapas de cinc, retrasando así la entrega de automotores a sus dueños, que comprendían las urgencias. La paciencia de entonces ayudaba a vivir y a crecer.

Mi maestro della Croce, venía a reemplazar a Justo Chumbita, el anterior docente. Éste había sido despedido con aplausos desde el puerto natural donde la “chata” de un buque mercante descargaba mercancías de campo propias de un impulso colonizador y víveres para algún comercio que los había pedido por telégrafo a su consignatario en Bs. As, desde el incipiente pueblo Camarones, en la provincia de Chubut. Pero el maestro Chumbita, que me había ayudado a soñar con un diploma desde los primeros “palotes” sentado en su falda desde mi más tierna infancia, no se iba de paseo. Una cruel enfermedad lo postró de tal manera que fue cargado como un objeto y en su trayecto a Buenos Aires, arrojado al mar porque a las primeras millas náuticas, murió. Sus alumnos, que habían acompañado al maestro hasta el embarque, quedaron mirando al infinito donde parece que se juntan el cielo con el mar, agitando un pañuelo blanco mojado con lágrimas; otros no alcanzaron ni a enterarse y buscaban afanosamente al maestro que esa tarde les había prometido enseñarles a ordeñar las chivitas, “profesión” que traía acumulada desde su San Luis natal. Como buen puntano, de cabras sabía mucho. La clase anterior se había referido a la leche en la alimentación de los niños y a su crecimiento. La foto muestra una madre con sus críos, producto del empuje que le dieron entonces a las cabras que trajeron los Boers, una inmigración de Sud África que al igual que los Galeses, bregaban por el progreso en el lugar que eligieron para vivir y el afán de siempre, competir para crecer. Sus cabríos blancos con la cabeza marrón, eran el orgullo de la región y ganaban en los concursos y exposiciones.



Volviendo al diploma, que nunca pudo ser reemplazado, a mi lado esperaba el suyo el alumno Santiaguito. Había ingresado en la mitad del año, obligado por un destino muy cruel. Refugiado en el último pupitre del aula, observaba la clase con mirada adusta y rencorosa; prefiere que el maestro no se dirija a él; su ceño fruncido aleja a sus compañeros, no quiere a nadie a su alrededor; contaría 11 o 12 años aunque parecía menor, rubio con ojos grises, en un descuido, sin proponérselo, podía esbozar una sonrisa tímida, encantadora; reflejos de tiempos más felices. Los demás alumnos se reunían para hablar de él, algunas chicas ya le insinuaban su amistad y los varones más audaces, intentaban dirimir cuestiones con él a las trompadas, cosa que respondía de inmediato, como agradeciendo la oportunidad de pelear sin importarle el número ni la calidad del adversario. Criado hasta esa edad con su padres y hermanos, en un rancho hogar, entre malezas de la rústica estepa patagónica, ayudando a cruzar el Río Chico, manejando una balsa, su padre llegó a ser su único socio y amigo; así lo amaba. Pero un día, en un problema de vecinos, por cuestiones de ovejas, marcas y señales, el retumbo de un balazo que aún suena en sus oídos, le llevó para siempre a su padre. Con esos recuerdos entró a la escuela de Camarones. Sus condiscípulos, igual que él eran de escasos recursos, hijos de pioneros, colonizadores, gente que se abría paso en la vida a fuerza y honra de su trabajo, de manera que Santiaguito tenía allanado el camino para su recuperación; siendo un gran amigo de su extinto padre, quien lo trajo al pueblo, con toda su familia y lo alojó en su casa. Sin embargo, costó mucho volver a Santiaguito a su natural personalidad; en su mente aún infantil, quedó grabada la imagen de un chileno, quien fue el asesino y desde entonces, hacerle comprender que la nacionalidad de su enemigo era puramente circunstancial. La sola mención de ese país hermano lo ponía fuera de sí y sólo el llanto lo calmaba. Pero el tiempo pasó, y Santiaguito se sumó a la lucha por Camarones, las chivitas de raza, y junto con su diploma de primer grado aprobado, recibió un premio al mejor compañero.



Enrique della Croce, con sus alumnos en un acto patriótico
(25 de Mayo de 1936)





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viernes, 11 de diciembre de 2009

EL POEMA DE HOY




Soneto a la luz de la luna


por Jorge Alberto Baudés



Desciende sobre el mar cinta de plata
en festones de espuma transformada,
caracolas de nácar impregnadas
cautivan al marino, al contemplarla

Es lámpara votiva que deshace
hasta el negro abismal que la circunda
y al sembrar con su luz , mano fecunda
es preludio del día que ya nace

Cuando falta, la soledad nos avasalla
y la fría y negra noche nos envuelve.
Despojada de palabras, muda calla.

El alma acostumbrada a estar con ella
debe apenas beber de las estrellas
la luz que de la Luna, les devuelven.


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martes, 8 de diciembre de 2009

LA NOTA DE HOY


EL CONSCRIPTO


Por Olga Starzak




Nos reunieron en el regimiento 8 de Infantería de la ciudad de Comodoro Rivadavia; éramos más de cien. La voz tan fuerte como firme del sargento pidió cinco voluntarios para cumplir con el Servicio Militar en la Base Aérea Militar de “El Palomar”. No se escuchaba ni un murmullo entre los conscriptos, sólo -si alguien se lo hubiese propuesto- el acelerado latir del corazón de jóvenes de todas partes de país con destino incierto, acorralados por la duda y el temor de ser sometidos diariamente al alto grado de entrenamiento físico que ya se había exigido.

Miré alrededor sin mover la cabeza; parecía que nadie hubiese acusado recibo de la petición realizada. En mi mente aparecieron los rostros de los seres queridos, ya lejos de este lugar; y un dejo de esperanza iluminó mi desazón. Si tenía que estar por más de un año lejos de ellos qué mejor hacerlo en un lugar que, para mí y hasta entonces, había sido casi utópico.

Levanté, sin titubear, mi brazo derecho. Todas las miradas recayeron sobre él. En escasos segundos otras manos se elevaron, algunas seguras, otras temblorosas; y sentí que mis posibilidades comenzaban a desgranarse.

Se nos había adelantado que eran sólo cinco los cupos para ese lugar. Los superiores estarían obligados a realizar un sorteo que determinara, sin arbitrariedad, quiénes accederían a ese destino.

El azar quiso que fuera uno de los cinco muchachos que cumpliría con la obligación del Servicio Militar en Buenos Aires.

Dos días más tarde, con el fulgor en el alma y la emoción en la piel, partí a esa ciudad que me cautivaba desde las imágenes periodísticas, las pocas revistas que llegaban a mis manos y los libros de geografía que arrobaban mi espíritu de joven pueblerino con ansias de descubrir nuevos horizontes.

El período de instrucción fue breve, o al menos así lo sentí en ese momento. Pronto me designaron como asistente y chofer del 2º jefe de Instrucción. Su nombre tendría en toda mi vida un significado particular y definitorio. Lo recordaré por siempre por su hombría de bien, su calidad profesional y su calidez humana. El teniente Coronel Emilio Cardalda marcó, sin saberlo, mi futuro: la integración de la familia en el lugar que me viera nacer y la posibilidad de un trabajo seguro y reconocido en el que permanecí hasta el momento de la jubilación.

Conocí a través de este hombre de actitud sencilla y el poder usado a partir de la honestidad y la justicia un mundo desconocido, que ni siquiera imaginaba.

El 5º piso de la calle Alvear y Libertador pasó a ser mi lugar de residencia, en las comodidades de un departamento tan luminoso como decorado, con un gusto rayano en la más sutil delicadeza.

Mis compañeros eran el chofer de la familia, la cocinera, la mucama y un mucamo: me integraron rápidamente a ese grupo humano al servicio del teniente, su esposa y la madre de esta.

Éramos tratados con absoluta amabilidad y respeto; y allí aprendí que las diferencias individuales sólo surgen del sentimiento de quienes quieran hacerlas notorias.


Conocí, en Buenos Aires, a las únicas tres tías que vivían también en Argentina y que avisadas por mi madre del lugar donde residía, me visitaban con frecuencia. Angela, Tecla y Elena eran físicamente muy parecidas a su hermana. Esta última tenía una hija sordomuda. Yo pasaba muchos fines de semana en su casa de Turdera y nos habíamos hecho grandes amigos. Sus dificultades para comunicarse pronto fueron resueltas por su tenaz deseo de manifestarse y fui habituándome a ese lenguaje gestual que, acompañado por el lento movimiento de mis labios, hacían posible interesantes conversaciones.

La casualidad o quien sabe qué quiso que un día sucediera un hecho singular, que me enternece cada vez que lo recuerdo. Estaba yo mirando por la ventana de ese 5º piso de Libertador cuando observo, como lo hacía habitualmente a los estudiantes secundarios en el patio de la escuela que en la planta baja se enfrentaba al living del departamento. Y allí, haciendo comentarios a sus amigas, con la cabeza elevada e inmensa alegría, mi prima señalaba con su dedo al primo sureño que acababa de descubrir. Hasta que el timbre del recreo debió haberlas vuelto a sus obligaciones permanecieron allí, saludando, agitando sus brazos, asombradas por la coincidencia y hasta quizás eufóricas por la presencia del joven que desde lo alto no dejaba de mover sus manos en un intento por corresponderles.


Aprendí, en la gran ciudad, el trato cortés que había que dispensarle a los jerárquicos del servicio. Pero también aprendí de trenes y subtes, de colectivos y anchas avenidas, de teatros y cines, de un lugar que –aunque lejano en mi realidad- existía para tantos.

Añoré, muchas veces, mi Trelew natal. También supe que el mundo citadino estaba escondido en mi sangre, en las entrañas de ese joven que era y del adulto que anhelaba ser; en la posibilidad del acceso a una cultura que me cautivaba, de un destino que aunque negaba por múltiples razones, hubiese deseado para mí, para los míos y para las posibilidades que se agotaban en un abrir y cerrar de ojos en la vida pueblerina.


Cuando concluí con mis obligaciones y aún tentado a permanecer allí, con trabajo y un futuro promisorio, regresé. Me agobiaban las presiones que sentía por ser el mayor de los hijos varones de una familia numerosa. Me alentaba un amor que esperaba.

Con ayuda del Teniente Caldalda me radiqué, con trabajo, en Comodoro Rivadavia. Por actitudes del mismo hombre y los lazos de afecto creados a partir del mutuo respeto y la desestimación a las diferencias sociales, poco más de un año más tarde volví trasladado al correo de mi pueblo, el entonces Encotel que me albergó hasta que, a los sesenta y cinco años, accediera a la jubilación.


Siempre volví a Buenos Aires. Muchas razones, todas de tipo afectivo, me llevaban a retornar a esa gran ciudad; visitar a la familia de mi madre, a la de mi esposa, a amigos allí dejados.

Siempre mantenía el contacto con aquel hombre que había depositado en mí su confianza. Supe que, a su retiro, se había radicado en una quinta de San Isidro.

La vida, las rutinas o quién sabe qué hicieron que perdiéramos durante algunos años nuestra comunicación. Cuando fui a su encuentro un jardín abandonado, paredes tapadas de yuyos y las persianas bajas y desaseadas de la casa, hablaron por el destino de aquel hombre que hoy, más de sesenta y cinco años después, evoco con emoción.




"El conscripto" es producto de uno de los tantos relatos que mi padre, Eduardo Starzak, me contara a lo largo de su vida. Siempre con profunda emoción y reconocimiento hacia los suyos.
Olga Starzak


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viernes, 4 de diciembre de 2009

LA NOTA DE HOY





ROBERT GURNEY - EL CUARTO OSCURO - POEMAS A LA PATAGONIA

Por JULIA CHAKTOURA



He recibido de regalo dos preciosos libros. Se trata de Poemas a la Patagonia y El Cuarto Oscuro de Robert Gurney, mi amigo británico-patagónico. Él escribe una magnífica poesía en castellano... ¿qué digo? ¿en castellano? no, verdaderamente escribe en argentino. Y esto es así porque proviene de una historia que me resultó entrañable y familiar. Una historia que nace en Gales en 1865, se traslada a Gaiman, Chubut, en la Patagonia a principios del siglo pasado y regresa a Inglaterra perfumado de nostalgias sureñas.

La historia comienza en 1865 con la llegada de los colonos galeses a la Patagonia argentina, precisamente a orillas del río Chubut (Camwy en galés). Años más tarde, abre sus ojos al mundo Enyr Jones, en Gaiman, en 1901.
Descendiente de aquellos primeros colonos, Enyr Jones se crió en una chacra del valle. Nacido en medio de cinco hermanos más, su madre decidió que este hijo, cuando cumpliera 18 años, iría a estudiar a Gales. No estaba dispuesta a que hiciera la milicia en la Argentina.
Y se cumplió el designio con puntualidad inglesa. También acudió a la cita el dolor del desarraigo que mordía las horas del pupilo desgajado de sus raíces.
Y cuando terminó los estudios se había convertido en desertor del ejército argentino, con lo cual no pudo regresar a su Gaiman amado. Su añoranza lo condujo a enseñar lengua castellana, pero con el inconfundible acento argentino. En entrañables charlas, sus alumnos —testigos privilegiados de aquel fervoroso patagónico—, abrevaron de la fuente poética rioplatense y se hundieron en la mirada nostálgica que reflejaba otras playas, otro valle.

Dice Robert Gurney de su profesor, Mr Enyr Jones: “Cuando yo era su alumno, él tuvo una gran importancia en mi vida, aunque yo no lo reconocí entonces. Sus clases eran un oasis de paz, amistad e inspiración, para un grupo pequeño en la biblioteca, sentado en círculo alrededor de una elegante mesa de madera, con los diccionarios a la mano. Él era un hombre melancólico. Había como una nube oscura distante por encima de Mr. Jones, lo cual me fascinaba. Me preguntaba cuál era su problema. Era mal visto en el ambiente de entonces, mostrar un lado débil o, digamos, un aspecto no positivo. Jones era una persona con la melancolía romántica. Su mente estaba en otra parte, su alma ausente, sus ojos en el horizonte, en un sueño; un personaje un poco misterioso… su cara humana, triste, un poco perdido, como diciendo ‘¿qué hago yo acá’? Por supuesto, sus pensamientos estaban puestos permanentemente en Gaiman.”

Y en su poema titulado “Jonás”, Robert Gurney concluye en sus últimas estrofas:

[...] “Jonah” era el apodo de Mr Jones nuestro profesor nacido en Gaiman, de la clase de español. Fue arrojado en una playa galesa. [...] No cabe duda que nos rescató de la cadena de ensamblado.


El resultado de esta historia es que hoy podemos gozar de la maravillosa poesía de mi amigo Bob Gurney que es un perfecto anglosajón, pero que piensa en argentino (¿o en gaimense?) y cuando deseamos que aclare esta rara condición, nos dice lo siguiente:


Tengo que explicarte algo,
querido lector.
Es cierto que cultivo
el español argentino.
Mi primer profesor de Español
en el liceo de Luton
era el Sr. Enyr Jones
de Gaiman, Chubut.
Hablaba inglés
con acento galés.
Su español tenía
el mismo acento cantarín.
Sin duda en esa época,
hace dos vidas,
los galeses de Gaiman
hablaban español
con un acento galés.

Cantaban al hablar,
hablaban cantando.
Nosotros los alumnos
desarrollábamos
voces cantarinas
al recitar los verbos
como un coro de los valles.
No sólo eso.
Mr. Jones poseía
los vocablos argentinos.
Dudaba mucho
cuando nos enseñaba una palabra.
“A ver lo que dicen

en el diccionario”,

pronunciaba,
a pesar de que hablaba con fluidez
el español.


Recuerdo sus luchas
con una novela mejicana,
Pensativa.


Era principalmente profesor de alemán.
Creo que lo invitaron después
a enseñar el español.

Por eso usaba
su español natural
de Gaiman,
sin reflexionar mucho
en lo que decía.

¡No sé cómo aprobamos!
Las autoridades querían
el español de Castilla
pero aprobamos todos.

Teníamos la gramática patagónica
y el léxico chubuteño.
Sentí recién
una especie de nostalgia
por mi español
chubuteño galés.
Como sabés
oigo a menudo
la voz anglo-galesa de Dylan Thomas
cuando escribo mis versos.
Dylan me ayuda mucho
cuando busco una frase.

Mi esposa es galesa.
Mis hijos están ahora
en La Cabeza del Dragón.
Nunca pierdes la lengua
que aprendes de niño.
Más tarde intentaron eliminarlo,
como borraron en el colegio
mi acento lutonense
que a veces retorna.

El gaimense
fue mi primer amor.

Total:
adquirí un español chubuteño.


El jardín de Mr. Jones / El jardín de Mr. Jones

In those days / En aquellos tiempos
just after the war / justo después de la guerra
many of our teachers / muchos de nuestros profesores

had secret gardens. / tenían jardines secretos.

We were often / No era normal
not allowed / que nos permitiesen
into them. / entrar.

But there was one, / Pero había uno,

Mr Enyr Jones, / el Sr. Enyr Jones,

from Gaiman, / de Gaiman,

in Patagonia, / en la Patagonia,

who had such a place / que tenía tal sitio

and who would let us in. / y que nos dejaba entrar.


He would take us / Nos paseaba

for walks around it, / por ahí,

absentmindedly, / distraídamente

showing us the lawn / señalando el césped

and flowers / y las flores

that had different names / que en España

from those in Spain. / tenían nombres diferentes.


Perhaps / Quizás

the other gardens / los otros jardines

did not really exist / no existían de verdad,

but his did. / pero el suyo sí.




Foto de Enyr Jones (de pie)



Elite


Éramos una elite
en la clase de Español.

Eramos pocos,


más Mr Jones,


de Gaiman.


El colegio no nos daba


una sala.

Las lecciones tenían lugar

en la biblioteca

alrededor de una mesa de roble.


De vez en cuando
la puerta se abría

y estudiantes de Inglés, Francés,


Alemán o Latín


hacían ruidos surrealistas.


Pero nada podía molestarnos


sentados en un círculo


soñando con los ríos de México


la costa euskera


y los espacios abiertos


de la Patagonia.


Era un oasis de calma.


Oí más tarde


que transfirieron la clase


a la sala de los monitores


y que los estudiantes de Biología

bajaban ratas

para quemar

en el fuego eléctrico

antes de las clases.

Éramos una elite


dentro de una elite,


perseguida,


y nos encantaba.



El sueño de los galeses



“¿The dream is over,

El sueño ha terminado,


para los galeses?”


le pregunté
al barman.

“¿Quién puede saberlo, amigo?”


me contestó.


“Los sueños,

como todo lo que existe


no se pierden:


se transforman.


Los sueños


son energía.


A veces


dan calor


a veces luz


a veces
matan.”


Su libro Poemas a la Patagonia, fue recientemente editado en soporte papel y también en la web (ver www.poéticas.com.ar “sección Inglaterra”), y en breve será editado en Madrid (España). Tiene un extraordinario prólogo del poeta argentino Andrés Bohoslavsky quien, desde Cipolletti (Río Negro), se ocupó también de la selección. Y ese prólogo, dividido en dos partes, dice así:


Robert Gurney, el hombre.

Para ser sincero, escribo estas líneas para un amigo.
Y suena fuerte al escribirlo. Casi tanto como al pronunciarlo. Entonces, prefiero, hablar primero de él. Y contarte algunas cosas. Fue Bob, entre unos pocos, quien me rescata de una etapa oscura en lo relativo a la poesía. Abandonado y descreído de los “salones”, las “capillas” y finalmente hasta del valor de lo literario, soy extraído de ese territorio tenebroso, por eso que diría Chejov, mejor que yo. Un alma generosa. Y escribir sobre Bob, es hacerlo sobre esas almas que no piden nada, no quieren nada, sobre una persona que no “mercadea” con la vida ni con la poesía. Y esto no es poco. Creo, al fin, que estamos frente a un soñador, un utopista. Alguien que usa las palabras como herramientas, para transformar el mundo: el visible y el otro el que podemos aprehender y el que no el que se palpa y el que soñamos. O deberíamos hacerlo. Bob, significa para mí, la mano extendida. Una “travesura” del Señor. Si es que Él existe. Entonces, creo que el poeta toma otra forma, otras formas. El punto donde las palabras ceden a las imágenes. Ahí es donde puedo ubicarlo: en las imágenes oníricas de Chagall en la inversión de lo real de Dalí entre los mineros de Van Gogh en la otra orilla del Río Negro. Claro, estas visiones destiladas en mi cabeza, tal vez se tornen confusas, estimado lector. Mejor hacé una cosa: leé sus poemas viajá con él luego cerrá los ojos.

Robert Gurney, el poeta


La voz de Robert Gurney en Poemas a la Patagonia es un viaje.
Mejor dicho, varios viajes, varias voces. Gurney te llevará de viaje por la Patagonia, a un viaje por los ríos, valles, montañas, desiertos, bosques, parajes… una voz toma la forma de la naturaleza, utilizada para referirse al estado permanente de las cosas. Sin aditamentos. Pero Gurney no se limita a ser lo que es. El espíritu (otra voz) del poeta construye un desafío: el riesgo de escaparse de uno mismo. Y nos propone un enigma, nada sencillo: Si la naturaleza es lo real, lo contrario a espíritu, ¿de qué hablamos cuando decimos?: “La naturaleza del espíritu” y “el espíritu de la naturaleza”. ¿O son lo mismo? y dobla la apuesta cuando observa. Pero no observa sólo con los ojos. Eso está claro. Mirar, no da poesía a quien no la tiene. Gurney, idealista al fin, nos dice que la realidad es el mundo de las ideas, y no la realidad perceptible. Luego, algo hace que nos preguntemos ciertas cosas. ¿Cómo sé, de pronto, lo que sabía? ¿Contemplaba hace tiempo cosas eternas? Al poeta, los sentidos no le molestan al observar. Él no filosofa, ni lo quiere hacer. Gurney eligió la poesía. Y está bien que así sea. Lo que necesita el mundo no son filósofos, ni hombres de ciencia ni contadores. Ya hay suficientes. Su territorio es el poema. El poema que vive en el río, en las hormigas, en los indígenas, en los mitos, en su universo imaginario. Su poesía, al igual que la naturaleza, no se excede. No pone más plantas que las que están, ni más ríos que el que corre. Y creo, debo ser yo también mínimo. Los poetas como Gurney no se explican. Se leen.



COMENTARIO SOBRE LA OBRA POR LEO ZELADA



La Poesía de Robert Gurney se desliza en la mejor tradición anglosajona, con una precisión en la palabra y un manejo diestro del lenguaje colloquial. Empero se nota el desborde de la poética de la intensidad, propios de la mejor poesía latinoamericana. Tradición y modernidad atraviesan armónicamente este poemario. Cuarto oscuro es un libro logrado, que en estos tiempos de globalización cultural y de los límites de las fronteras nacionales, nos brinda un autor que siendo inglés, nos sorprende con un brillante sincretismo literario de la literatura inglesa y la tradición poética de América Latina.
Leo Zelada

The Poetry of Robert Gurney belongs to the best English tradition, with its verbal clarity and skilled handling of colloquial language. Nonetheless one notes the outpouring of a poetics of intensity, peculiar to the best Latin American poetry. Tradition and modernity intermingle to harmonious effect in this volume of poetry. The Dark Room is a successful book, where, in these times of globalisation of culture and waning national frontiers, we recognise an author who, though English, astonishes us with his striking syncretic fusion of English and Latin American poetic traditions.

Leo Zelada



DATOS DEL AUTOR: Robert Gurney cursó el bachillerato en el Luton College. Continúa en la Universidad de St Andrew donde estudia Literatura Castellana y se interesa particularmente por Huidobro, Larrea, Diego, Vallejo. Más tarde, prepara su tesis doctoral sobre Juan Larrea (The Poetry of Juan Larrea, Universidad de Londres, 1975), poeta al que entrevista en treinta y seis oportunidades en 1972, en Córdoba, Argentina. Busca crear una poesía minimalista y, a menudo, gráfica; busca las pequeñas verdades de la vida. Expresa: “Quiero encontrar un hueco, un sitio para mí y, creo, para mis amigos.” Publica Poemas de la Patagonia, (Inglaterra, 2004); La Poesía de Juan Larrea (Ensayo, Bilbao, 1985); tradujo El río y otros poemas, de Andrés Bohoslavsky (Ed. Verulamium Press, St. albans, 2004) y otros libros del mismo autor. Ha publicado diversos artículos sobre poesía de vanguardia; tiene un capítulo sobre Buñuel y Larrea en A Companion to Spanish Surrealism, Tamesis, Londres, 2004 y en Buñuel Siglo XXI, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2004. Prepara un libro sobre Juan Larrea basado en las entrevistas; tiene una novela “anglo-argentina” (inédita). Ha dictado cursos en la Universidad de Middlesex sobre poesía latinoamericana del siglo veinte y sobre la generación del 27. Es Honorary Lecturer, en la Universidad de Gales, Swansea.



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