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domingo, 11 de enero de 2009

LA NOTA DE HOY





GERMÁN SOPEÑA


Por Jorge E. VIVES




Los visitantes del Museo Egidio Feruglio de la ciudad de Trelew pueden observar que su sala de conferencias recibe el nombre de “Germán Sopeña”, justo homenaje para un escritor que, habiendo conocido la Patagonia en la plenitud de su carrera profesional, quedó subyugado por el misterio y el encanto de la región. Transformándola casi en su tierra adoptiva, volvía a ella cada vez que sus obligaciones se lo permitían. Fue así como en una de esas oportunidades halla la muerte en un accidente de aviación junto con sus compañeros de viaje, cuando se dirigían a izar una bandera nacional en el mismo lugar de la costa del lago Argentino donde lo hiciera el Perito Moreno en 1877.

La predilección del escritor por la Patagonia se reflejó en sus obras. Le dedicó muchos artículos periodísticos, originalmente publicados en el diario La Nación y en la revista del Automóvil Club Argentino; y a su muerte reunidos, junto con un trabajo más extenso editado previamente por el Boletín Informativo Techint, en el volumen “Memorias de la Patagonia”. También son frutos de su amor por el sur otros tres libros: “Patagonia Blanca”, “El otro Moreno” y “Monseñor Patagonia”.

No fueron las únicas obras del autor: de su inspiración y de sus experiencias recorriendo el mundo como periodista surgieron “La libertad es un tren”, “Testimonios de nuestra época”; y una infinidad de artículos editados en diversos medios de comunicación social.
Volviendo a sus libros “patagónicos”, de dos de ellos puede decirse que son crónicas de viaje; de los otros dos, que son biografías de viajeros. No es extraño que sea este punto en común donde se entrecruza la temática de los textos; porque Sopeña mismo era un impenitente amante de los viajes. Los protagonistas de “La Patagonia Blanca” son los Hielos Continentales. Esta región despierta un profundo interés en Sopeña, quien la describe desde distintos puntos de vista: geográfico, paleontológico, geológico, histórico, político. Hilvanando los testimonios de sus varios recorridos por la zona, el autor logra entusiasmar al lector con las acertadas descripciones de la magnificencia del lugar.

El nombre de su libro queda explicado en un párrafo de la introducción que tiene un cierto sabor poético: “En una época casi toda la Patagonia debió ser blanca. Hoy es alternativamente ocre, tímidamente verde en algunos valles, rojiza, acerada, según las horas y la conformación del terreno. Sólo queda una faja estrecha, encerrada entre cumbres, donde el terreno es inmaculadamente blanco, como refugio eterno de una época pasada”.


“El otro Moreno”, en tanto, es un libro editado por la academia Nacional de Periodismo que contiene la disertación pronunciada por el escritor con motivo de su incorporación como miembro de esa institución. Versa sobre la figura de Francisco Pascasio Moreno; el “otro” Moreno a que se refiere el título, para diferenciarlo de Mariano Moreno. El perito Moreno y el padre Alberto De Agostini eran para Sopeña los dos principales próceres de la Patagonia. En sus palabras, Moreno había sido indiscutiblemente el gran explorador de la región sureña del siglo XIX; así como De Agostini era el del siglo XX.

Tal vez para completar el homenaje a esos dos hombres que admiraba comienza a escribir “Monseñor Patagonia”, sobre la vida y los viajes del sacerdote salesiano; obra lamentablemente inconclusa. Sin embargo, aun sin haberlo terminado, Sopeña dejó un libro cautivante desde todo punto de vista. No sólo está escrito en una forma atractiva y ágil; sino que revela la dedicación del autor para reunir el material que le permitió indagar en las hazañas del cura explorador que, al tiempo de cumplir su tarea pastoral, recorrió lugares de la Patagonia hasta entonces desconocidos y conquistó por primera vez la cumbre de varios cerros. Las entrevistas a testigos que conocieron personalmente a De Agostini, entre los que se cuenta Ana Madsen, hija del pionero Andreas Madsen, brindan una imagen acabada de la personalidad del sacerdote que combinaba una voluntad hercúlea para enfrentar arriesgados desafíos con su predisposición para acercarse humildemente al prójimo. El libro tiene un atractivo especial al mostrar el marcado contraste que existía entre los dos mundos en los que se movía el padre De Agostini: la fiereza del paisaje patagónico, con su frío, sus glaciares, sus vientos; y la calma material y espiritual que imperaba en la sede central de la orden salesiana, en una arbolada calle del barrio porteño de Almagro, donde volvía al final de sus expediciones.

Finalmente, “Memorias de la Patagonia” reúne sesenta y dos artículos escritos entre 1994 y 2001, en los cuales, como verdaderos cuadros de una exposición, Sopeña presenta las escenas que desde su óptica jalonan la identidad patagónica. No faltan las referencias a las figuras que el escritor admiraba, el padre Agostini y el perito Moreno; como tampoco varias menciones a otra de sus aficiones: los trenes. Y, sobre todo, en esas notas se habla del paisaje sureño; del mar, de la meseta y especialmente de la cordillera. Desfilan los lugares a los que fue afecto: el pueblo de Chaltén, Lago de Desierto, los Hielos Continentales, la estancia “La Julia”; pero también sus habitantes, los que lucharon y los que diariamente luchan para vivir en esos parajes a veces inhóspitos.

Para aquel conspicuo lector que fue siguiendo sus crónicas a lo largo de los años a medida que eran publicadas por la prensa, encontrarlas juntas adquiere otra dimensión; muestran toda la coherencia y la fuerza del pensamiento de Sopeña y revelan su hilo conductor: la profunda atracción que sentía por la región austral. Indudablemente la vida y obra de este escritor, de quien el periodista Héctor D´Amico en su trabajo “La Patagonia de Sopeña” sostiene que “fue sensible a la poderosa atracción de la aventura en los paisajes majestuosos, vacíos, silenciosos, de una tierra sin límites”, ameritan que se lo recuerde. Por eso, cada vez que un turista o un lugareño aficionado a la paleontología, recorriendo el Museo Feruglio acierte a pasar frente a la sala “Germán Sopeña” y lea su nombre rendirá, a lo mejor sin saberlo, un sencillo tributo a la memoria de un hombre multifacético que hizo mucho por difundir el conocimiento de la zona en el ámbito nacional e incluso más allá de sus fronteras. Y que, por sobre todo, amó esta tierra y dejó a través de sus obras un emotivo y profundo testimonio de su pasión.


Nota: el autor agradece la colaboración de la Sra. Esther A. Delvenne, secretaria administrativa de la Academia Nacional de Periodismo, por la valiosa información brindada.




1 comentario:

Chubutense dijo...

Me alegra muchísimo que se recuerde la figura de Sopeña. Un merecido homenaje a un hombre apasionado por la Patagonia que se fue de este mundo tempranamente, cuando todavía tenía muchas cosas para brindar, fruto de sus investigaciones serias y minuciosas. Gracias por la recordación, Jorge.