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lunes, 16 de febrero de 2009

LA NOTA DE HOY



PATORUZU

Por Jorge E. VIVES


Hace un tiempo Carlos Ferrari publicó en estas páginas un artículo que presentaba a la historieta como un particular género literario; que requiere no sólo un buen escritor capaz de redactar un guión ameno, sino también un fino dibujante que sepa reflejarlo en certeras viñetas, obligadamente sintéticas. En la Argentina existieron, y existen, muy buenos “historietistas”; a veces se trata del binomio formado por un escritor y un dibujante; otras veces ambos papeles se combinan en una sola persona. Tal es el caso del autor de la historieta que motiva este trabajo.

En el año 1928, Dante Quinterno presentó en su tira “Aventuras de Don Gil Contento”, que publicaba el diario Crítica, a Curugua–Curiguagüigua, “el último gigante tehuelche”. Por motivos desconocidos duró muy poco: un episodio, el 20 de octubre. En su primer cuadro, “para evitar descoyuntarse las mandíbulas”, Don Gil rebautiza al inopinado ahijado con su nombre definitivo, derivado de las - en ese momento – populares pastillas de Orozú. Pero Quinterno algo colegía del éxito al que estaba predestinado Patoruzú, porque lo resucitó el 27 de septiembre de 1930 en otra historieta, publicada por el diario La Razón: “Don Julián de Montepío”. Y en esa oportunidad el legendario tehuelche vino para quedarse.

El cacique Patoruzú es oriundo del Chubut. De allí provenía la carta que el tío de Gil Contento le envía encomendando a su protegido. Varias veces en su primera y fugaz aparición, incluso por boca del protagonista, se reafirma este origen; sin precisar una localidad exacta. Aunque de acuerdo a una versión digna de confianza, en un episodio posterior se ubicaba la estancia de Patoruzú en Tamel Ayke; en ese caso el cacique sería santacruceño, no chubutense. Pero si queremos rastrear más su prosapia sureña deberíamos indagar en sus años de infancia; reflejados en la historieta “Patoruzito” que transcurre, naturalmente, en la Patagonia.

Es evidente que más allá del desconocimiento del sur del país imperante a principios del siglo XX en Buenos Aires, Quinterno buscó reflejar en algunos detalles la pertenencia de su héroe a esta región. Las proverbiales boleadoras, el ñandú mascota que lo acompañó en los primeros tiempos, eran datos que el escritor y dibujante habría conocido al indagar sobre la zona donde había hecho nacer al cacique; y que ponía en juego para hacer que su personaje la representase. Patora, la casadera hermana de Patoruzú, llega a la Capital por primera vez proveniente de Punta Arenas; donde había estado pupila en un colegio religioso (posible referencia a los institutos salesianos). El nombre del capataz, Ñancul, tiene a todas luces un sabor patagónico. Muchos de los dibujos del paisaje de la estancia, con su peculiar mezcla de llanura y montaña, mentan un establecimiento de la precordillera austral.

La misma descendencia “egipcia” de Patoruzú, que parece una fantasía desbocada del autor, puede tener una explicación: a principios del siglo XX estaban muy en boga las teorías que hablaban de un moderno poblamiento exógeno de América; y algunas de esas hipótesis relacionaban ciertas culturas aborígenes con la civilización egipcia. Estas ideas habrán influido en Quinterno para hacer más llamativa su creación y darle una excusa para muchas andanzas.

Como sea, las características del personaje dieron lugar a lecturas muy enrevesadas. Lecturas profundas, meta lecturas, análisis de texto, que le buscan – dicho en criollo, como lo haría el mismo protagonista - la “quinta pata al gato”. Incluso algunas de estas lecturas acusan a Patoruzú –es decir, a Dante Quinterno– de intenciones ocultas, segundas intenciones, intenciones disimuladas. Pero una interpretación directa de Patoruzú, tal vez daría la verdadera clave del sentido del “último tehuelche gigante” irrumpiendo en Buenos Aires. Al describir el perfil de su personaje para instruir a los guionistas auxiliares, dice Quinterno:

“"Patoruzú es el hombre perfecto, dentro de la imperfección humana, o sea que configura el ser ideal que todos quisiéramos ser... (...) ... sale invariablemente en defensa del débil y por una causa noble se juega íntegro, sin retaceos. Impulsivo y arrollador, no mide los riesgos que pueda correr su integridad física, como tampoco repara en las trampas que puedan tenderle la serie de truhanes que le salen al paso... (...) ... es un hombre puro, simple y sencillo; sobrio, estoico, buen creyente y, aunque seguro de sí mismo, sumamente modesto...(...) ... En el fondo, su condición de imbatible no es más que un símbolo, si se quiere, esotérico y mítico. Patoruzú traspone las fronteras de lo humano para transformarse en un símbolo del bien”,

La explicación más simple es esa: Patoruzú intenta constituirse en un arquetipo del bien. Por eso, no parece nada mal que gracias a la historieta de Quinterno se identificase en el ámbito nacional a los habitantes de la Patagonia con las características patoruzescas de la bondad, la humildad, la sobriedad, la caridad y el valor físico y moral.





2 comentarios:

Diego Martín Antón dijo...

Excelente información nos han brindado! Gracias por compartir datos del Gran Tehuelche "Paturuzu" con nosotros.

Diego Martín Antón
http://antondiego.blogspot.es/

Escribidor dijo...

Estimado Eber:
Alguien, no recuerdo ahora quién, dijo que "Los pueblos tienen la fuerza de sus prejuicios", o algo parecido.
En algún momento los argentinos nos sentimos fuertes y tuvimos nuestros prejuicios, tal como los tuvieron a su debido tiempo los romanos, los griegos, y ahora los USAmericanos.
Pero nos los arrancaron a fuerza de esquilmarnos y someternos por medio del terror, fuera éste militar o económico, o ambos al unísono.
Patoruzú representó en parte esos prejuicios, ya que era (y nos hizo sentir por extensión) grande, bueno, desinteresado, ingenuo, campechano, recto, íntegro, etc.
Son épocas pasadas, que ya no volverán; no sabemos hoy quienes somos, dudamos de nuestra alicaída identidad.
Por las dudas, cuando emigré, acepté que mis hijas se trajeran a España la colección casi completa de las aventuras del querido indio y su no menos querido padrino, amén de todos los Anteojitos que cupieran en los pocos bártulos que nos acompañaron.
Un abrazo enorme.