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jueves, 28 de enero de 2010

EL CUENTO DE HOY



EL VIENTO…EL MALDITO VIENTO

de Enrique J. Martínez Llenas





Primavera tras primavera… viento.
Verano tras verano… también viento. Pero peor, con tierra; tierra que se pega al cuerpo y forma una capa áspera sobre la piel, y hace que los dientes chirríen al mascar la impotencia de detenerlo a él, a ese maldito viento que sopla y sopla tanto de día como de noche, haciendo salir de sus guaridas a las tímidas flautas que viven ocultas en las rendijas de las puertas y las ventanas, para entonar sus disonantes melodías y no permitirme dormir en paz.

Viento. Compañero inseparable de mi castigado cuerpo de enganchador de boca de pozo desde hace…¿cuántos años? Hoy ya ni lo recuerdo, no tengo por qué ni para qué. Estoy solo, viejo, jubilado; todavía no muerto, pero casi. Perduro, porque otra cosa no me atrevo a hacer. Soy cobarde.
Llegué al sur buscando hacerme un futuro, espoleado por la fuerza arrolladora de mis hormonas juveniles y dispuesto a hacer lo que fuera para ganar dinero. —Allá está la oportunidad de ser alguien —me dijeron las habituales voces comedidas y bienintencionadas de siempre, esas que nunca faltan en ninguna familia, ni en ningún bar.
Me recibió Comodoro, la capital del petróleo, la ciudad de las oportunidades para los que nada tienen salvo sus manos y su fuerza. Me dio un trabajo en YPF, una casa, amigos y dinero…pero también me dio el viento, el maldito viento. Prosperé, aunque no mucho, como cualquier persona decente; a mi lado tuve otros que, vaya a saber por qué, subieron mucho más rápido en la estructura de la empresa. Yo siempre trabajé en la boca del pozo como enganchador, un trabajo peligroso, pero que era un desafío para mi irresponsabilidad juvenil ante la vida. Me convertí en uno de los mejores; quizás en el mejor de todos ellos. Mi nombre, y los de mi cuadrilla, sonaban en las oficinas de YPF como si de ángeles se tratara; no había pozo, por difícil que fuera, que se nos resistiera. Tuvimos algún accidente, es cierto; pero siempre menos que otros equipos. Y fue por culpa de ese maldito viento, que soplaba ese día como un demonio en la Pampa del Castillo, entorpeciendo al manejo de los fierros, haciendo que los ojos buscaran la seguridad de los párpados para ocultarse, y cubriendo todo con una fina y resbalosa capa de polvo. Así fue que pasó lo que pasó: el pobre Aníbal tropezó y se dio de lleno contra un tubo que se soltó y se le fue de frente, justo al medio de la cara. No debíamos haber trabajado ese día, es cierto. Pero éramos los mejores, éramos ambiciosos y, además, inmortales. Porque éramos jóvenes.
A partir de entonces cambiamos. Nos volvimos más respetuosos del frío, del hielo, del agua…y del viento. ¿Maduramos, quizás? ¿Aprendimos la lección a costa de perder a uno de los nuestros? Puede ser, al menos en lo que a mi respecta. Pero entonces algo nuevo, que hasta ese momento había estado oculto, me comenzó a picar con insistencia: el bichito del amor. Me sentía solo, aislado, a veces hasta me ponía huraño y taciturno ¡justamente yo, que siempre era el que tenía lista la broma fácil y el dicho oportuno; el que siempre era el alma de la fiesta! Ahora erraba por las calles, melancólico. No quería ir de putas, ni al Bagatelle. ¿Para qué, si ya conocía a todas las chicas? Ninguna me llenaba el ojo, ni era lo que yo quería para mi casa, para madre de mis hijos.
Pero otra vez el viento se hizo presente, aunque ésta vez me trajo algo bueno ¡Qué digo bueno! ¡Lo mejor que me sucedió en toda mi vida! Me trajo a Yolanda, que apareció por la proveeduría del kilómetro 3 en el día más ventoso del enero de ese bendito año, el año en que me casé con ella. Era una tucumana trigueña, vivaracha, con una lengua filosa y atrevida, y muy bien rellenita allá donde debía estarlo. Había venido como mucama de limpieza, y estaba recién llegada, haciendo las primeras compras para instalarse. Yo también había ido por algunas cosas. Ambos nos sentimos atraídos en el mismo instante de vernos, y fue cosa solamente de hablar lo indispensable, y citarnos para ir al cine el primer día libre en el que coincidiéramos. No guardo el recuerdo de cuál fue la película que pasaron ese día en el Teatro Español, ni me importó jamás. Mi mente y mis manos estuvieron más que ocupadas recorriendo los vericuetos físicos y emocionales de Yolanda, hurgando en todos sus secretos, sus temores más inconfesables, sus deseos más profundos, sus esperanzas más alocadas. También yo abrí las puertas de mi corazón, que llevaban cerradas demasiados años, a su inagotable curiosidad. Fue una entrega total y absoluta, que produjo un cambio demoledor en la vida que llevaba hasta ese momento. Me convertí en un ser más prudente todavía: no me arriesgué tanto como antes, evité asumir compromisos innecesarios, no forcé mi cuerpo más allá del límite del cansancio. Además deseaba sólo poder terminar con los infinitos días que duraba el turno en el campo para poder estar con Yolanda todo el tiempo, disfrutando de su cuerpo, su risa… y sus empanadas tucumanas.
Inevitablemente nos casamos, y pudimos acceder, gracias a ciertas amistades bien cultivadas desde muchos años atrás, a una de las casitas de YPF en el kilómetro 3 que se había desocupado recientemente. Nacieron luego los deseados hijos, un varón y una deliciosa mujercita, los dos iguales a su madre; parecía que sus genes eran más fuertes que los míos. Estaba bien así: yo podía ver la cara de mi querida Yolanda repetida muchas veces a lo largo del día, estuviera con o sin ella, y eso me llenaba de paz y satisfacción. Compramos un auto: un Dodge Polara usado, grande, bueno para meter los hijos y un millón de cosas dentro, y después mandarse a mudar por esos interminables caminos patagónicos hacia Esquel, El Bolsón, Trelew, Madryn, parando a tomar unos mates en el camino, a la sombra de algún árbol o a la vera de algún riacho. El día a día se hizo grato, amable, y comenzó a discurrir como agua entre los dedos, que se escapa sin percibirla, dejando detrás una sensación de frescor y limpieza. ¡Tonto de mí! Como todos cuando nos sonríe la fortuna, creí que así sería siempre, que la vida es inmutable y eterna, y no me previne para soportar el golpe que me esperaba a la vuelta de la esquina.
Volvíamos hacia el 3 después de hacer unas compras en el centro de Comodoro; unos vaqueros para mí, unas zapatillas para los chicos, y alguna otra cosa que se me pierde en el olvido. El día era ventoso, muy ventoso. Últimamente le había perdido el respeto al viento, ya que no me había traído más que cosas buenas con sus soplos. No recordé lo traicionero que es cuando se lo quiere encorsetar entre los cerros, ni su ansia desmedida de libertad, como tampoco su implacable fuerza cuando escapa sin freno de su continente.
Yolanda iba acurrucada contra mi brazo y los chicos detrás, peleándose como siempre por alguna tontería. Llegando al Infiernillo lo vi. Era un camión con remolque que venía en dirección contraria, más rápido de lo conveniente para esa zona de la ruta. Fue en ese momento cuando recordé a mi viejo enemigo, el maldito viento. Encajonado en la quebrada que forma el cerro Chenque cuando llega al mar, soplaba hacia el lado del mar con una fuerza demencial, arrastrando tierra, bolsas de plástico, bidones, y cualquier cosa que encontrase en su camino. Mi auto era pesado y bajo, con buen agarre, pero el camión era alto y venía rápido. No teníamos adónde girar, ni podíamos ya frenar. El cruce era inevitable. El colosal camión comenzó a escorarse hacia el centro del camino, como un patético dinosaurio herido de muerte que fuera cayendo de lado, precisamente cruzando la trayectoria de mi auto. Y cayó, Dios mío; cayó y se atravesó unos pocos metros por delante. No sé ni sabré nunca qué maniobra intenté hacer en ese infinitesimal momento, y por eso vivo con una culpa perpetua, por no saber si fue acertada o no. No pasa día sin que trate de recordar cada uno de mis movimientos, para poder absolverme y vivir en paz con mi conciencia.
Sólo yo sobreviví al accidente. Perdí todo lo que más quería en la vida, lo único que jamás podría recuperar. Quedé inválido, y me retiraron de mi trabajo por incapacidad. Logré conservar mi casita en el 3, donde vivo, o duro hoy, sin ánimos ni fuerzas para emprender nada, soportando los desplantes de mi viejo enemigo, el maldito viento, que no deja nunca de incordiarme ni de recordarme lo poco que somos los humanos ante las fuerzas naturales. En mis meditaciones, amargas por cierto, pero que cada día me dejan ver algo desde una nueva óptica, he descubierto recientemente, y con no poca sorpresa, que en realidad poco o nada he perdido. ¿Cómo se puede perder lo que nunca jamás se tuvo? Todo fue un espejismo: él, el viento, me trajo la dicha, y él también se la llevó, dejándome como siempre, en el fondo, estuve: solo ante mí mismo, como uno más del montón; como todos y cada uno de nosotros, pobres infelices soñadores.
El viento, el maldito viento…


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sábado, 23 de enero de 2010






LOS ÚLTIMOS VENDEDORES AMBULANTES

Por Jorge Gabriel Robert



Desde que Literasur me abrió las puertas de su cultura, he tratado de exprimir mi experiencia como único pasaporte para incorporarme como “literato”, bien puesto entre comillas.
Con mi experiencia, como digo, rescato de entre las brumas del olvido a personas o personajes que, por la marcha del tiempo ingrato, han ido perdiendo su lugar en el mundo. Anteriormente lo hice con “el último guarda hilos”. Esta vez quiero referirme al “último vendedor ambulante.” Mis recuerdos rondan el año 1936, por varios motivos que no son el propósito de estas líneas. Al primer vendedor ambulante que logro introducir en mi memoria lo denominaban “el ruso gordo“; se llamaba David, un hombre muy simpático y bondadoso. Había miseria ya en ese tiempo en los campos recién arrendados y el pobre ruso observaba las zapatillas rotas de los niños, a veces harapos que al no estar al alcance de ellos renovarlos, lo hacían sufrir. Anotaba en silencio algo en su libreta y a la siguiente visita, regalaba lo que podía o había conseguido sabe Dios dónde. Además hacía preguntas a su perrito blanco que este respondía moviendo la cola, según el carácter de las mismas, motivo de risas para chicos y grandes.
Un invierno la nieve lo sorprendió, su automóvil se descompuso y en una noche de 20 grados bajo cero, el ruso gordo sucumbió a su triste destino. Cuando lo encontraron tuvieron que matar al perrito blanco para rescatar su cadáver.
En su último viaje, David, el ruso gordo, había vendido las primeras radios a quien se las pudiera comprar, por supuesto. Se trataba de un aparato de buena madera, de grandes dimensiones, y un cajón con pilas o baterías tan grandes como la radio misma.
En el campo, mi padre ideó una antena entre dos sierras muy altas, un alambre de acero muy largo y dos aisladores de telégrafo en desuso, hasta conseguir una audición perfecta en onda corta. Con ella, desde mi tierna infancia, en edad escolar, escuché la segunda guerra mundial, la masacre que Italia infringió a Etiopía y los últimos estertores de los vencidos por Franco en España. Mi padre, como buen francés, sufrió la invasión de Alemania haciendo planes militares desde su humilde rancho, desplegando mapas sobre la mesa de la cocina. Alternaba también alguna música y radioteatro.
Poco tiempo después apareció un camioncito descangallado tapado con una lona a cuadros muy bonita. Era el turco Jaime que se sumaba a la sociedad de los rurales, puestos de estancias con muchas familias que lo esperaban con cariño, agradeciendo siempre sus visitas alegres y juguetonas, a veces con regalos de los Reyes Magos; una magia que aún persiste. Anduvo también don José Barbara repartiendo verduras, frutas y por último aparecieron los hermanos Graña, un apellido conocido en Rawson, donde viven aún sus descendientes.
Eugenio y José Antonio (el Pelado) Graña continuaron el derrotero de su padre don Manuel, un inmigrante español afincado en esa ciudad desde 1910, nativo de la ría de Vigo, playa de Loira, Pontevedra, España, casado en Rawson con Rosa Williams.
Los hermanos dieron por extinguido el oficio, sin siquiera darse cuenta que habían creado un impulso progresista a la colonización y calidad de vida en una amplia zona de influencia, incluyendo Camarones y Cabo Raso; este último un pueblo en formación, liderado por Victorina Lacoste, con escuela, internado y albergue para niños pobres de la región, que también recibió el aporte de los vendedores ambulantes y sucumbió luego a la desidia de los gobiernos provinciales de turno. En la foto, los Graña, como los llamaban, Eugenio de frente y el Pelado junto a su esposa que les ha preparado una merienda, se alistan para el “último viaje”.


Sus cabellos blancos son indicativos de que ese propósito está justificado. El camión está cargado frente al negocio en Rawson, su punto de partida. ¿Cargaste los instrumentos? –pregunta Eugenio–. El pelado, por ser el menor, asume y acepta sonriendo su rol. Los instrumentos a que se refiere Eugenio, son: un bandoneón que él ejecuta y una guitarra donde el Pelado dice que lleva su alma templada en seis cuerdas. El seudónimo, (pelado) le viene desde la cuna y al igual que su guitarra, no lo abandona.
En el campo, cerca del puerto Santa Elena, hay una estancia que está de fiesta. Se va apagando la tarde. El sol va pintando de rojo algunas nubes y un chingolo lanza su silbido como augurio de viento y calor. En el horizonte, una polvareda es motivo de atención entre los vecinos que se han reunido para el evento. Desde temprano algunos gauchos de a caballo han concurrido luciendo sus mejores galas, bombacha, bota y corralera bordada. La tierra levantada en el camino llega antes que el camión.
Los Graña, para muchos, son parte de la civilización en cuatro ruedas; vestidos floreados podrán adquirir las jovencitas para el baile de esta noche, alpargatas nuevas y ropas de campo, alguna prenda del apero que el gaucho esperaba permutar por pieles de animales silvestres o plumas.
El vecindario, ya enterado del último viaje de Los Graña, se agrupa para la despedida y contribuye con la familia anfitriona, los Balladares. Por un lado viene Amandi con su prole, de apelativo español. Viene Robert el francés, Samuel Walker, de apellido inglés; Finn Olsen el noruego y algunos aborígenes, de manera que el crisol de razas y culturas, está asegurado.
Eugenio ensaya los primeros acordes con su bandoneón mientras en el galpón el Pelado bordonea su guitarra formando rueda de cuentos y aparecidos, entre la jarana de los concurrentes, antesala de asado y baile que durará hasta la madrugada.


Los hermanos Graña no han concluido su vuelta a casa; de pasada deberán tomar pala, pico y otras herramientas que llevan porque han prometido ayudar a Garramuño, un anciano aborigen, conocido de siempre, a reparar el techo de su vivienda. Así se completa la misión emprendida de los Graña. El abuelo indio tendrá su casa arreglada porque pasaron por última vez, los últimos “vendedores ambulantes.”



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miércoles, 20 de enero de 2010

EL CUENTO DE HOY




RIZOS NEGROS
*


Por Olga Starzak


Vi a los más viejos de la aldea sentados junto al fuego que estaba a punto de extinguirse. Frente a ellos, una anciana conocida como la más sabia, hablaba pausadamente. Escuché mi nombre entre algunos otros y no imaginé, hasta varios días después, por qué me nombraba. Con un gesto invitó a los presentes a una plegaria y, desde entonces, un murmullo invadió la reunión.

Mi madre había asumido una actitud silenciosa y la tristeza se evidenciaba en sus grandes ojos negros. Sólo ahora comprendo que aquellos días debieron ser interminables para ella y que, tal vez, sus propias vivencias infantiles habían acudido a su mente llenándola de dolor y odio.

Mis cabellos largos y rizados fueron tratados de manera especial. Durante toda una noche, un baño preparado con la savia aceitosa de un arbusto y mezclada con hierbas machacadas, cubrió mi cabeza. Envolvieron mis rulos en las hojas húmedas de aquella misma planta y al día siguiente los lavaron. Me asombró el brillo y la suavidad que ahora tenían. En una gran tinaja, con agua aromatizada con pétalos de flores silvestres, también lavaron cada una de las partes de mi cuerpo. Nadie hablaba; sabía que algo raro estaba pasando, pero desconocía aún que esto era ya parte de un ritual.

Un par de mujeres me vistieron con las mejores prendas y al finalizar tocaron con sus labios mi frente. Mi madre me tomó del brazo y salimos de la choza. Noté sus manos ateridas y sus ojos nublados. En la puerta me esperaba la misma anciana que había liderado a los congregados aquel día. Antes de dejarme sola con ella, mi madre -conmocionada- acariciando mi cabeza y con voz casi imperceptible, me dijo:

-Sé fuerte. Te prometo que muy pronto todo pasará.

Caminamos juntas por un sendero que atravesaba la montaña y dejaba muy lejos la aldea. Nos detuvimos para tomar agua de un arroyo y la vieja aprovechó para llenar un botellón de vidrio que traía en un bolso, colgado de su cuello. Cuando lo sacó pude ver un cuchillo de hoja muy fina y algunos trapos.

Llegamos a un pasadizo entre dos lomadas y, sin emitir una sola palabra, me hizo comprender que ese era nuestro destino.

No me animaba a hablar. Los niños no teníamos oportunidad de hacerlo y mucho menos frente a los aldeanos de edad avanzada. Era considerado una falta de respeto. De pronto ordenó:

-Acuéstate ahí.

Y mostró un lugar protegido por plantaciones.

-Tengo la obligación de preservar tu vida y procurar que, cuando debas casarte, tu hombre sienta orgullo por ti –comenzó a explicar. - Todas las niñas de nuestra raza pasarán por esta experiencia; así adquirirán buen juicio y se diferenciarán por siempre del sexo masculino. El Dios que nos ampara así lo exige. Sólo te dolerá un poco. Si superas la prueba con valentía habrás honrado a tus padres.

Enlazó mis manos, amordazó la boca, me despojó de la ropa interior y separó -sin delicadeza- mis piernas temblorosas. Recién ahí intuí lo que pasaría. En algún rincón de mi mente había quedado guardada una conversación entre jóvenes del lugar. Lo que jamás podía suponer, con nueve años apenas cumplidos, era que el acto sublime del que ella hablaba se convertiría en la experiencia más atroz que me tocaría soportar.

Antes de atar mi cuerpo sacó el botellón y con el agua enjuagó el cuchillo.

Lloré, grité en silencio y odié con fuerza desmedida hasta que me desvanecí. Cuando desperté, un sudor helado envolvía mi piel; mi espalda estaba mojada con sangre fría y los cabellos pegajosos, apretados al cuero cabelludo.

Ya no estaba amarrada.

Habían matado mis más preciosas fantasías, la dignidad de niña queriendo convertirse en mujer. Ya no me sentía viva. Cuando me animé a llevar la mirada hasta mi sexo, lo vi cubierto de una cataplasma verde y pastosa. La vieja dijo:

-Eso va a contener la hemorragia y ayudará a que pronto cicatrice la herida.

El dolor no me dejaba respirar. El ardor quemaba las entrañas.

Permanecimos allí, a la intemperie, durante dos o tres noches. Cuando pude pararme y caminar por mis propios medios, volvimos a la aldea. Allí esperaban nuestro regreso. Me expusieron como un trofeo y elevaron oraciones interminables.

El rencor y la desolación se instalaron en mi ser. La incomprensión fue convirtiéndose poco a poco en rebeldía.

Con el cuerpo mutilado y vacío de sensaciones escapé una noche de impenetrable cielo negro. Había cumplido quince años y acababan de presentarme al hombre que me desposaría. Peregriné por pueblos desconocidos, navegué mares cálidos y conocí a personas de todos los colores. Descubrí un mundo al que no pertenecía y me propuse apropiarme de él.

Hoy, veinte años después, luchando aún con las secuelas de la escisión a la que fui sometida, recuerdo los ojos negros de mi madre; me apiado de ella y de todas las niñas que en Somalia y muchos otros países de la tierra, sufren el cruel calvario. Mientras aparece este recuerdo, mi mano aprieta la de una niña que acaban de traer al hospital donde ejerzo mi profesión. Fue rescatada de los escombros de una choza deshabitada. Pese a los intentos médicos, no pudo controlarse la infección. Hace sólo unos minutos, mientras le acariciaba sus apretados y brillantes rizos negros, sentí cómo iba apagándose su vida.

No sé cuánto tiempo ha pasado. Alguien me ayuda a levantar mi cuerpo recostado sobre la cama de la niña. Con esfuerzo separan su mano de la mía.

Ya no hay más lágrimas en mis ojos. Un renovado odio las secó para siempre.



* "Rizos negros" es uno de los trece cuentos que la autora reunió en su obra Estigmas, cuentos no tan cuentos (Editorial Vinciguerra, Buenos Aires, 2004)


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domingo, 17 de enero de 2010

LA NOTA DE HOY


Puente sobre el río Chubut (Gaiman)



LA MEMORIA AFECTIVA: UN PROCESO DE RECREACIÓN LITERARIA


por Carlos Dante FERRARI


El amor a las letras suele comenzar en la más temprana juventud, al calor de las primeras lecturas. La mayoría de los grandes escritores de todos los tiempos comenzaron por ser lectores fervientes, sensibles al impacto emocional que se dispara cuando un texto cobra vida en la mente del que lo descifra a través de cada renglón, descubriendo una infinidad de sensaciones, imágenes, acciones, paisajes e historias ambientadas en los escenarios más diversos. No hay cine ni teatro -bien lo sabemos- con escenario o pantalla más dúctiles ni maravillosos que la propia imaginación, excitada a través de la palabra. Y esto bien lo saben los niños, siempre tan prontos a que les contemos o leamos un cuento.
Otra influencia poderosa para la vocación literaria suele ser la figura del profesor de lengua, casi siempre responsable de nuestras primeras lecturas estudiantiles. Los aciertos o desaciertos del docente de literatura en la guía y elección del material, en su manera de presentarlo y hasta sus propias condiciones personales, pueden ser factores decisivos para esta vocación, en una etapa en la que la lectura tiene posibilidades de convertirse en amante duradera o, por el contrario, en una obligación transitoria; para algunos, casi deleznable.
Tiempo atrás publicamos en Literasur una interesante nota de Julia Chaktoura en la que nos introdujo al escritor Robert Gurney; este último, a través de su pluma, nos ilustraba acerca de un chubutense de ascendencia galesa -Enyr Jones- quien fuera su profesor de español en Luton (Inglaterra).
Las evocaciones de Robert Gurney son deliciosas. Muchos recordarán al profesor de literatura de "La sociedad de los poetas muertos", aquel personaje inolvidable encarnado por Robin Williams que, tras ser inicialmente resistido entre sus pares por despertar confusiones y perplejidades, se convertía al fin en un ser adorable para sus alumnos. Y bien: algunas de esas características parecería haber tenido Mr. Enyr Jones, el muchacho que a los 18 años migró de la Patagonia hacia Gran Bretaña y luego pasó allí el resto de sus días, con la constante nostalgia -"hiraeth", sería tal vez la palabra galesa quizás más adecuada- por la tierra sureña natal que había quedado atrás.
El arte es, entre otras cosas, una recreación espiritual de la realidad. Podríamos asimilarlo a un proceso alquímico misterioso mediante el cual el artista toma aspectos de la vida, los "funde" en el crisol de su inspiración creadora y finalmente los vierte en un "molde estético": un poema, un relato, una tela, una obra musical, una escultura. Tras leer los recuerdos de Bob Gurney podemos advertir cómo paulatinamente, a través de la pluma del ex alumno, Mr. Enyr Jones -el hombre real- va fundiéndose dentro de la imagen idealizada de sus evocaciones. Así, en un decurso memorativo del viejo profesor que iluminó sus días juveniles con el aprendizaje del español y lo condujo por los senderos de la literatura, vemos cómo Mr. Jones termina por transformarse en un personaje literario.
Según nos cuenta Bob, cuando recibía las clases de español en la Luton Grammar School, no imaginaba que la personalidad y el carácter de su mentor le dejarían marcas tan significativas. Recuerda que aquellas clases eran "como un oasis de paz y amistad". Las lecciones tenían lugar en la biblioteca del edificio Bradgers Hill, en un pequeño recinto que -según el escritor- no le hacía adecuado mérito a una figura de la talla de Jones. Cuán especiales habrán sido esas clases inolvidables para que, en las mentes de sus alumnos, flotara la sensación de ser -en palabras de Bob- integrantes de "una élite dentro de otra élite".
En esta búsqueda discurren vivencias que luego, cada vez que Bob "visualiza" a su querido maestro en diversos episodios recreados por su imaginación artística, se van traduciendo en productos estéticos -poemas, microrrelatos, reflexiones-.
Un par de ejemplos servirá para ilustrar los frutos de este proceso creativo.
Enyr Jones curso los estudios del profesorado en Carmarthen (Caerfyrddin, en galés) a comienzos de la década del ´20, en el siglo pasado. Esta ciudad galesa es tan antigua que hasta Ptolomeo la cita en sus referencias geográficas. Es, como tantas otras localidades galesas, un hermoso enclave junto al río donde aún hoy sobrevuelan las viejas leyendas celtas, como la referida a las "brujas blancas" de Carmarthen, damas vestidas de blanco que solían ser vistas cruzando el río en dos embarcaciones y al llegar a la otra orilla se convertían en gatos negros. Bob Gurney imagina que Enyr Jones, en su paso por Carmarthen, quizás pudo haber vivido estas experiencias fantasmagóricas.
He aquí su recreación poética:

Mr Jones y las brujas de Carmarthen

Estaba en la ribera
del río Towey
en la noche.

Lejos
divisó dos barcos
llenos de mujeres
vestidas de blanco.

Cuando estuvieron
cerca de él
observó, a la luz de la luna,
que eran barcas
de mimbre y cuero

y al llegar
a la otra orilla,
vió a las mujeres
convertirse
en gatos.



Mr Jones and the White Ladies of Camarthen

He sat on the river bank.

It was night and black.

In the distance
he saw two boatloads
of women in white robes
crossing the river.

When the boats reached
the middle of the stream,
he saw in the moonlight
that they were coracles

and that when they reached
the other side,
the women
turned into black cats.

La romántica pesquisa tiene lugar entre dos planos irreversibles del tiempo y no se detiene. Llega por último hasta la misma tierra natal del viejo maestro, donde transcurrió la infancia y juventud de Enyr.
Allí está Bob nuevamente, esta vez en Gaiman, frente a otro río, el Chubut -"Camwy", para los ancestros galeses- en pos de mayores datos. Él mismo nos lo cuenta en este microrrelato:

El señor Jones

Allí estaba Gaiman, acurrucado en el valle, con sus casas bajas y planas para guarecerse del viento, construidas entre dos largas hileras de álamos plantados sobre ambas márgenes del río, a modo de cortinas protectoras.

“Estoy buscando información acerca de mi viejo maestro de español en Inglaterra, el Sr. Enyr Jones”, le dije.

“¿De qué datos dispone hasta ahora?”, me preguntó la bibliotecaria.

“Enyr Jones”, le contesté, “nacido el 11 de julio de 1901, no sé dónde. Él fue a la escuela aquí, en Gaiman, entre 1914 y 1918, a la Escuela Intermedia, según dice aquí, en Chaput o Chubut, Argentina.”

“Luego fue a Gales, al Pagefield College, en Carmarthen, a estudiar docencia, de 1914 a 1923. Estudió alemán, pienso, en el University College de Swansea, desde 1923 hasta 1927. De 1927 a 1928 viajó, no sé a dónde. Dio clases en la Grammar School, en Drax, desde abril de 1928 hasta agosto de 1930 y luego en Luton Modern School, convertida más tarde en Luton Grammar School, desde Septiembre de 1930 hasta Julio de 1966. Allí fue donde lo conocí."

“"Lo siento," me respondió ella, "Aquí no tenemos ningún registro acerca de él, y para serle honesta, no sabría decirle a dónde puede ir a buscar esa información.”



Mr Jones

There it was, Gaiman, nestling in the valley, the houses built low and flat to get away from the wind and rows and rows of poplar trees planted on either side of the river, as wind-breakers.

"I am looking for things about my old Spanish master, in England, Mr Enyr Jones," I said.

"What do you have so far?" the librarian asked.

"Enyr Jones", I said "born 11 July 1901, I don’t know where." He went to school here, in Gaiman, from 1914 to 1918, the Intermedicora Gaiman, it says here, Chaput, or Chubut, Argentina.

Then he went to Wales, to Pagefield College, Carmarthen, to learn how to teach, from 1921 to 1923. He studied German, I think, at University College, Swansea, from 1923 until 1927. From 1927 to 1928 he travelled, I don't know where. He taught at the

Grammar School, in Drax, from April 1928 to August 1930 and then at Luton Modern School, which became Luton Grammar School, from I September 1930 until July 1966. It was there that I knew him."

"I am sorry," she said, "We have no record of him here and, to be honest, I don't know where to tell you to go."

Las indagaciones de Bob prosiguen sin descanso. Quizás no terminen nunca, porque ciertas búsquedas pueden constituirse en leit motiv artístico. Por lo pronto, podemos afirmar que la llama encendida por el profesor de literatura no ha sido en vano: por estas horas Robert Gurney se encuentra en Madrid, donde presentará mañana, lunes 18 de enero de 2010, su obra "El cuarto oscuro y otros poemas" (Colección Prometeo Desencadenado, Lord Byron Ediciones, Madrid, 2008), en el Auditorio de la Asociación de Escritores Españoles.
Como podemos ver, la vocación literaria y la lengua española, dos semillas implantadas hace algunos años por el viejo maestro Enyr Jones, nativo de Gaiman, hoy están dando nobles frutos.



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jueves, 14 de enero de 2010

EXPOSICIÓN PICTÓRICA - FERIA DEL LIBRO EN GAIMAN


CARMEN LARRABURU EXPONE EN MÉXICO

La pintora de Playa Unión, Carmen Larraburu expondrá en la Galería “Un Paseo por los libros” de la República de México (DF), una muestra de veinte acrílicos sobre tela componen la serie: “De los Nuestros”. Algunos de los títulos son: El Pingúín Argentino, La dama del camino, Equus florido, Metamorfosis, Dengue-Dunga, La Chancha y las veinte, Autorretrato “La Delfina”, Luciérnaga, Dualidad, Máscara, Mi nuevo hoga, Entre sueños…, Te esperamos…, Cardumen del Sur, la Hormiguita Viajera. Coloquio estival.

Con el auspicio de la Embajada Argentina CNCA (Centro Nacional de la Cultura y las Artes) el próximo 7 de febrero de 2010, a las 18.00, la pintora de Playa Unión (Rw) inaugurará su 33º exposición individual.
Asimismo, y a fin de acompañar la mencionada actividad cultural, la pintora llevará cuatro producciones de artistas regionales, a saber: "Cuando la tierra grita" del realizador Fernando Torres (film premiado); "Marcela" del realizador Gastón Siriczman (film premiado en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata 2009, BsAs); lectura “Estas lechuzas fieles” del poeta del poeta y periodista, Sergio Pravaz. Asimismo el escritor Ricardo Clark presentará el libro "Guereña x Guereña ", edición 2003.

CURRICULUM
Nacida en Paso de Indios (Chubut). Actualmente reside en Playa Unión (Rawson - Chubut). Realizó talleres con los profesores Enriqueta Algarra y Miguel Ángel Guereña. Parte de su formación está sustanciada con seminarios, encuentros, jornadas, asistencias, etc. Participó en la BIENAL/2000 de la Habana, Cuba, organizada por la artista plástica Ana Capotostti, de Trelew. Exposiciones: 45 exposiciones colectivas y 33 exposiciones individuales. Ha obtenido diversos premios en galerías y salones privados. Distinción: La obra “Calcio Tehuelche”, fue declarada de Interés Cultural en el año 2001 por el Concejo Deliberante de Rawson, con motivo de haber sido invitada a exponer en el Museo de la Revolución, de la ciudad de la Habana, Cuba.
Carmen pertenece al Grupo MAR, (Movimiento Artístico de Rawson), asociación de Artistas Plásticos y Visuales fundada en el año 2001.





26ª FERIA PROVINCIAL del LIBRO del CHUBUT
(Sede permanente: Ciudad de Gaiman)

Y la:

6º FERIA PATAGÓNICA del LIBRO
Gaiman “Su cultura en el Bicentenario”

CONVOCATORIA:

Con el objeto de contribuir a la difusión del libro y su lectura, la Biblioteca Popular “Ricardo Jones Berwyn” de Gaiman (Chubut) convoca a participar de la 26° FERIA PROVINCIAL del LIBRO del CHUBUT y 6° FERIA PATAGÓNICA del LIBRO, que se llevará a cabo en el Gimnasio Municipal de Gaiman, del 13 al 16 de mayo de 2010.

Participantes: Podrán participar: escritores, investigadores, críticos, bibliotecarios, editores, libreros, ilustradores, diseñadores, educadores, sociólogos, traductores, promotores de la lectura, periodistas, artistas plásticos, fotógrafos, escultores, etc.

Se extenderán certificados de participación según la actividad que desarrollen en la Feria.

Inscripciones: Las inscripciones deberán hacerse únicamente en la Biblioteca Popular “Ricardo Jones Berwyn” en su sede: J. C. Evans 154 (9105) Gaiman, Chubut, en horario (de 8 a 15 horas), ó por Fax, al TE/Fax. 02965 – 491212, o por E-mail, enviando el formulario de admisión correspondiente. biberwyn@ar.inter.net

- No se aceptarán inscripciones realizadas por terceros.

Reglas y Condiciones de participación:
Inscripciones hasta el 10.03.2010 inclusive.
(Recepción de ponencias, libros, conferencias u otras actividades:10.04.2010)

Ponencias, charlas o conferencias: deberán enviar un resumen o abstract no mayor a una (1) página, al 10.03.2010 inclusive. La ponencia o charla etc. En el caso de tratarse de un Panel sobre un tema determinado: el tiempo de disertación no debe superar los 15(quince) minutos por cada participante. Ponencia, charla o conferencia completa se podrá enviar antes del 10 de abril de 2010 inclusive.

Coordinadores de Talleres y Seminarios: (literarios, históricos, de historieta, dibujo, fotografía, etc.): enviarán un plan de trabajo donde se indique el tiempo necesario, cantidad de reuniones, límite de integrantes del grupo y líneas conceptuales que orientarán la tarea (marco teórico) al 10.03.2010 inclusive, a los efectos posible gestión de puntaje.

Presentaciones de libros, revistas o medios audiovisuales: deberán enviar (2) dos ejemplares del mismo, junto al Formulario de Admisión, a la Biblioteca Popular “Ricardo J. Berwyn” y no podrán comercializar sus libros, revistas, etc. en forma particular, sino a través de las librerías presentes, con stand en la Feria Provincial, previo acuerdo con las mismas. La fecha de edición del libro debe ser 2009/2010 y estar impreso antes del 10.04.2010. (Si para esa fecha no se ha recibido el material a presentar, se descartará la propuesta) Tiempo máximo de presentación por autor 30 (treinta) minutos.(Así presente uno o dos libros)

Si se trata de un Panel: donde varios autores pertenecientes a un Grupo Literario, presentan sus libros, se les asignará un tiempo menor de presentación, según lo exijan las circunstancias.

Reuniones de Lectura: Cafés literarios, filosóficos, fogones, recitales, etc. Se presentará un plan de lecturas de los autores participantes, con un coordinador (designado por el grupo inscripto), o uno (1) que designará la C. Organizadora de la Feria. Leerán un trabajo (poema o narración) por autor y si se dispone de tiempo habrá una segunda ronda de lectura.

La Comisión Directiva se reserva el derecho de no aceptar:
• Las propuestas que lleguen fuera de término
• Las que no cumplan con las modalidades de esta convocatoria
• Cuando se supere el cupo de las propuestas.

Servicios:
- Habrá un servicio abierto de cafetería y buffet, durante los cuatro días. Estará a cargo de los organizadores de la Feria. El beneficio de la comercialización de los productos (preparados dulces y salados) será invertido en la renovación de nuevas tecnologías para el buen funcionamiento de la biblioteca Berwyn de Gaiman.
- Se brindará un ágape de bienvenida el día del Acto Inaugural de la Feria.
- Alojamiento: para los participantes que se encuentran a más de 100 km de la Feria, se ofrecerá albergue gratuito en el Gimnasio Municipal, existiendo un cupo de 40 lugares (20 para mujeres y 20 para hombres) y en el Centro Recreativo “Arturo Roberts” con la misma modalidad (40 plazas).
- El alojamiento es a partir del día de la Inauguración: 13 al 16 de mayo inclusive. También se brindará una lista de precios de los distintos hoteles para que los participantes puedan reservarlos por su cuenta, con anticipación.
- Servicio de comidas: Correrán por cuenta de cada participante. Se brindará asesoramiento sobre los lugares y los costos, una vez inscriptos, y aceptada la propuesta recibida. El servicio de comidas en general que se brindará a los alojados, será en el Centro Arturo Roberts, a partir del viernes 14 hasta el domingo 16 de mayo de 2010
- Pasajes: Correrán por cuenta de los participantes, ya sea por vía terrestre o aérea.
- Información turística para aquellos que deseen hacer distintos circuitos en la localidad y dentro de la provincia.

Organizadores: Comisión Directiva de la Biblioteca Popular “Ricardo Jones Berwyn” Extensión Cultural: Feria Provincial del libro del Chubut


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lunes, 11 de enero de 2010

EL CUENTO DE HOY


LA VIDA SIN ANA

de Carlos Dante Ferrari


Llegó hasta el aljibe con paso presuroso y allí se detuvo, justo al pie de la cuesta. El crepúsculo teñía la escena de un tenue tono encarnado. Atravesando el silencio de las casas, una calle estrecha y solitaria trepaba el faldeo hasta desdibujarse entre los muros lejanos.
En la quietud sepulcral de la tarde, el fondo de esa calleja era el centro de toda su atención.
Una notoria rigidez tensaba sus mejillas. La camisa entreabierta mostraba las contracciones rítmicas del abdomen.
Creyó necesario disimular su actitud. Con estudiado desgano tomó el cubo que colgaba junto al brocal, lo arrojó al interior de pozo y lo recogió enseguida. El frescor chispeante del agua avivó la conciencia de su sed. Bebió con avidez, salpicándose el cuello y el pecho;se secó la boca con el reverso de la mano derecha y completó el simulacro restregándose la palma húmeda por la frente sudorosa.
Pese a lo avanzado del día la aldea prolongaba el sosiego de la siesta. En las calles desiertas, el silencio parecía responder al insondable recogimiento de los inescrutables pobladores. La única señal de actividad humana se reducía a aquel hombre parado junto a la alberca. Era el retrato vivo de una espera frenética; el preanuncio de un encuentro inminente.
Inquieto, decidió sentarse sobre el borde de la balaustrada. La relumbre del sol proyectaba un juego reverberante de resplandores sobre el suelo caldeado, encendiendo los brillos efímeros de los cristales de sílice. En un impulso casi infantil dejó caer la sandalia que colgaba al descuido del pie derecho. Con el dedo gordo comenzó a trazar líneas trémulas y círculos imperfectos en el suelo, mientras disfrutaba del cosquilleo que le provocaban los roces de su yema desnuda sobre la arena frágil y sumisa. Durante unos momentos se mantuvo en esa postura. La sombra de su pierna extendida sobre el semicírculo de la plataforma sugería una forma curiosa, semejante a una ballesta tensa, pronta a disparar la saeta. Luego volvió a calzarse.
La demora empezaba a ser insoportable. Cualquier rumor (esos ecos perdidos que suelen acompañar la agonía de la tarde) era un toque de alerta para su oído atento.
Dos o tres gallos iniciaron el desafío canoro de todos los crepúsculos. Sus clarines insinuaban presagios sombríos. Casi enseguida los pájaros parecieron despertar de su mutismo. En la higuera cercana se oyó de pronto el jolgorio (o tal vez la disputa; sabe Dios el lenguaje de las aves) de la bandada. De pronto se acallaron y partieron en vuelo fugaz,como si un peligro invisible los hubiera espantado.
De algún lugar venía flotando un perfume ahumado, semejante al que desprende la escamondadura de los eucaliptos al ser quemada en las tardes de otoño. Con gesto nervioso abrió el morral; tanteó el contenido para cerciorarse de tener a mano la daga oculta y de inmediato dejó el saco a un costado.
Las últimas luces ya fulguraban sobre las cumbreras de los techos. Otros sonidos habían empezado a sumarse en el ambiente, atizando su desasosiego. De pronto la silueta de un viejo mercader profanó la quietud del sitio con su paso cansino. El caminante cargaba un cesto con esfuerzo ostensible; al minuto se perdió detrás de un cerco, indiferente y fantasmal, como una ilusión pasajera.
Aunque efímera, la súbita aparición lo había sobresaltado; tuvo la rara impresión de haber vivido ya esa experiencia alguna vez. Vagos, difusos, apenas perceptibles, esos momentos parecían reavivarse en los estratos de su memoria. También sintió que podía adivinar lo que sobrevendría, como si se tratara de una experiencia repetida en el pasado.
Cuando volvió a dirigir la vista hacia la calle una imagen lejana lo estremeció: se le contrajo el estómago, le zumbaron los oídos y ya no se ocupó más en disimular su agitación. Se puso de pie casi en un salto, observando la silueta que se aproximaba.
Ella también lucía desencajada. Detrás del velo que le cubría la cabeza gran parte del rostro, sobresalían unos ojos vivaces. Fadris no se movió. Pétreo, sólo su pecho delataba la respiración profunda bajo la camisa mojada.
Cuando estuvo a tres pasos la mujer se detuvo y le habló:
–Debes ir a matarlo –le dijo. Su mirada parecía calma, pero un brillo de intensa premura chispeaba en las pupilas–. Debes hacerlo ahora mismo.
Él levantó la vista por encima de su cabeza, y los últimos fulgores sobre el horizonte sugirieron la imagen de un lienzo ensangrentado. Sintió miedo, un miedo antiguo, grabado en sus retinas; el mismo que se repetía en cada atardecer.
–Después nos iremos –agregó la voz urgente, imperativa–. Te estaré esperando junto al molino, donde dejé mi atado de ropa.
La mujer pareció intentar una aproximación para abrazarlo y darle estímulo, pero fue apenas un gesto fallido. El impulso se convirtió en un giro repentino de su cuerpo y enseguida se alejó en silencio, casi corriendo, sin que él atinara a responderle.
Fadris sintió un dolor insoportable en la garganta al retener el grito que pugnaba por pronunciar aquel nombre tan amado: ¡Ana, Ana! El sonido mágico que percutía sobre sus pensamientos, día y noche. Ana amor, fiebre, dolor, espera. Ana fuego, secreto, insomnio.
Ana fuga, misterio. Ana puñal, Ana Muerte. Inmemorial, atemporal, trágica. Ana. Una eterna prueba.
Se agachó para hurgar otra vez en el morral. Tanteó la hoja afilada y decidió ponerla justo sobre la boca de la bolsa. Luego se irguió, pareció estirarse como un elástico y emprendió una tosca carrera hacia la aldea.
Iba jadeando. Una transpiración profusa bañaba todo su cuerpo. Al exhalar el aliento, su garganta gemía con el sonido inconfundible de un niño aterrorizado.
Atravesó las callejas polvorientas cruzándose con algunos peatones que no parecían reparar en él. Al llegar a una encrucijada se abrió ante sus ojos un patio rústico, donde pacían dos mulas y merodeaban unas cuantas gallinas. Hacia la izquierda, detrás de una cortina harapienta, se veía la figura de un hombre sentado de espaldas a la entrada, en actitud de trabajo. Inclinado sobre unas tablas desvencijadas, estaba reparando el piso de un carromato.
El viejo escuchó los pasos y miró al recién llegado de reojo, con deliberada lentitud.
Luego prosiguió su tarea. El joven se sintió desorientado ante la indiferencia del herrero y permaneció parado a escasos centímetros de él, en actitud un tanto ridícula. La espalda curvada se ofrecía al alcance de su mano.
–Te esperaba, Fadris –le escuchó decir, y esa voz ronca lo hizo sobresaltar aún más. Él no le contestó. Metió la diestra en el morral. Los dedos se crisparon en torno a la empuñadura, como si se aferraran a una rama para no caer al vacío.
–Ella es tan hermosa, ¿no es cierto? –el hombre modulaba su voz y medía sus gestos con toda calma. Parecía estar repitiendo una secuencia largamente ensayada.
Fadris percibió un molesto temblor en sus piernas. ¡Sin embargo todo sería tan fácil, tan rápido...! Sólo debía asegurarse de que la hoja penetrara sin obstáculos. Al medir visualmente la distancia que lo separaba de su brazo, advirtió que no tenía en claro dónde debía estampar la puñalada para asegurarse el colapso inmediato de aquel individuo tan vigoroso. Le parecía insólito poder elegir el ángulo a su antojo, mientras el destinatario no mostraba ninguna intención de resistencia.
–¿Por qué te demoras, muchacho? Lo hagas o no, ella no volverá de todos modos –la voz parecía subyugarlo–. Se ha ido, y debieras saber que no hay manera de retenerla. Nada ni nadie podrán adueñarse totalmente de Ana, ¿no te das cuenta? Nunca jamás.
Un estornino acababa de posarse a trinar sobre el tinglado. Los gorjeos tenían connotaciones dramáticas, como si estuvieran destinados a epilogar aquel día a la vez trágico y glorioso.
Un cansancio de siglos adormeció los brazos del muchacho que colgaban a ambos costados de la cintura, reflejando su determinación frustrada.
Empezaba a oscurecer. Después de un largo minuto se retiró sin haber pronunciado una sola palabra. El miedo ya se había esfumado. La cíclica condena se cumplía con resultado idéntico: era la escena que en cada existencia se venía interrumpiendo justo allí, en el instante de la confrontación final entre todo y nada.
Las primeras sombras de la noche ocultaron sus pasos avergonzados y silenciosos. Pasajero del tiempo, debía reanudar una vez más el sendero repetido, avanzando hacia una fuga cíclica, solitaria, sin muertes.
Andando lentamente, hacia otra vida sin Ana.




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sábado, 9 de enero de 2010

EL POEMA DE HOY



EL VUELO DE ÁGUILA

El sonido del viento despierta raíces
y el hechizo de un nombre indio
enciende antorchas en los trigales.
Alumbran las espigas de una época
mezcla de tierra virgen, cielo, agua...

Iris de plata
baja serpenteando del cerro,
embrujo de luna, piel, misterio de mujer
que aún sigue rondando los fogones
del paisaje arisco.

Resucita sobre el grial de los luceros,
crece en la geografía de los pueblos, las lenguas,
como racimo maduro en primavera
de siembra y cosecha.

Y se extiende por el verdor espejado
de sus aguadas
antiguo refugio en el invierno, de una estirpe altiva.
Y símbolo tehuelche
en sus dominios.

¡Grávida en sueños!
la tierra siente latidos...
Del Rey, señor de la meseta,
bebe la noche, danza con fuegos del alma
¡y escucha al corazón!

Se dilata por la huella...
en encorvados silencios,
meridianos clarísimos
se deshojan entre horizontes y memoria.

De ese vuelo viene la herencia, chispa cultural,
la perciben los matices
acariciando las etnias del Bicentenario.

Más allá, el despliegue del águila cincela señales
en tiempos de retos
y roza las voces frescas de la América india,
las manos se unen en un solo himno
libertad, esperanza...

la sangre bulle...
y en el vientre, la vida.


Alicia Cabral Colman


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miércoles, 6 de enero de 2010

EL CUENTO DE HOY


Una pasión ciertamente inexplicable

de Alejandro Javier PANIZZI



Siempre, siempre, ha tenido una obsesión con el fútbol.
Caminaba despacio por San Martín. A esa hora ya no hay nadie en Sarmiento. Bueno, nadie no, están las putas. Y nosotros, claro. Y los muertos también, como dice el Indio Berón. Acaso lo diga porque no se resigna a estar sin el viejo.

Siempre, siempre, ha tenido esa obsesión con los muertos. La idea por los difuntos que, con tenaz persistencia asaltaba la mente de Berón, volvía a aparecer una y otra vez, especialmente, después de un intervalo de angustia.

Cuando llegué al bar, tres locas miraban aburridas cómo él jugaba al billar. Nunca les daba pelota, a menos que no tuviera con quién jugar. A veces, les pagaba la copa para que trataran de hacer alguna carambola, para que lo miraran cómo jugaba solo o por mera solidaridad.
Me acerqué a la barra y pedí un Gancia. Un hombre grandote, acodado en el mostrador, a quien la banqueta le quedaba chica, fumaba un cigarrito hediondo. Menos porque estuviera solo que por su aspecto, me impresionó como un ser retirado, que ama la soledad. O que vive en ella.
Berón luchaba contra sí mismo en un duelo de billar que parecía grave. Me paré a un costado de la mesa para no importunarlo.
–¿Sabés quién es ese gordo? –me preguntó de pronto, como quien recuerda un secreto remoto.
En la barra, arrellanado arduamente en su banqueta, el grandote notó que lo mirábamos y nos saludó alzando el vaso.
–Me pareció que lo conozco de algún lado pero no me acuerdo de dónde.
–Soriano –dijo con el cigarro en la boca, mientras le pasaba tiza al taco.
–¿Qué Soriano?

–Soriano, el Gordo Soriano, el escritor.

–Tenés razón, se parece muchísimo.

–No, no se parece, es Soriano.

–¿Osvaldo Soriano? ¡Si se murió, boludo! Se murió hace más de diez años.

–Entonces es. Yo de muertos conozco.
Ambas cosas parecían ciertas. El Indio sabe, tiene ese desvelo permanente por los muertos y el gordo se parecía demasiado a Soriano. Más aún, el grandote aparentaba unos diez años más que el Gordo cuando se murió. Pero el Gordo estaba muerto y el gordo, no.

Entre sus infinitas aporías camperas, la más frecuente era “Lo que es, es; y lo que no, no”.

Pese a las irrefutables objeciones que pueden hacérsele hay, en esa teoría, algo de razonable. Su éxito confirma que este mundo es absurdo.

Acaso con menos avidez por conocerlo que curiosidad por lo que decía el Indio, abandoné la mesa de billar y me fui hasta la barra. Me acomodé en la banqueta que estaba junto a la suya y le pregunté.

–¿Usted no es de Sarmiento, no?

–No –dijo amablemente–, soy de Mar del Plata.

–¿Nunca le dijeron que se parece a un escritor?

–Cuando era flaco, hace años, me decían que me parecía a Horacio Ferrer. ¿Quiere tomar algo?
Le acepté una cerveza con el único propósito de intentar reconocer su voz, ya que mi vaso lo había dejado lleno, al lado de la mesa de billar. De pronto caí en la cuenta de que yo nunca había escuchado la voz de Soriano. Y de no ser así, seguramente la habría olvidado.
–¿Está de paseo?

–No, yo soy técnico de fútbol, ¿Sabe? Hoy a la tarde jugamos con el Deportivo Sarmiento, por el Argentino. ¿Usted es hincha? –me preguntó el gordo, como disculpándose.

–Bueno, acá todos somos hinchas del Depo.

–¡Les rompimos bien el orto! –profirió esa exclamación tímidamente, pero no pudo contenerla.
–Sí, pero nosotros los cagamos a palos –gritó Berón desde la mesa de billar mientras apuntaba con el taco.
De inmediato, el hombre me ofreció su vaso para que brindáramos y se lo alzó al Indio, en son de paz.

–Por el Depo –dijo.
–Bueno, yo no sé nada de fútbol –asentí mientras chocábamos los vasos– ¿Contra quién jugamos hoy?

–Perdieron contra Cipolletti.

–Usted es Soriano.

El Gordo se acodó en el mostrador y se tomó la frente con ambas manos. Sacó del bolsillo de la camisa otro de esos cigarros que fuma él, me ofreció otro a mí mientras lo prendía con el que estaba por terminar.
–Estoy fumando, gracias –no podía sacarle la vista de encima– ¿Usted es un espíritu?
–¡No sea pelotudo!, ¿Le parezco un fantasma?

–No, se parece a Soriano.

–Entonces debo ser Soriano, mi amigo.

Lo que es, es; y lo que no, no.

El Gordo se armó de paciencia para explicarme, con el único propósito de concederme la gentileza de que yo pudiera encubrir mi asombro.

–Mire, desde que fingí mi muerte usted es la primera persona que me reconoce. Me mudé con mi mujer a Cipolletti. Aun así, allá nadie me conoce como Soriano. ¡Y eso que viví años allá! Ni siquiera me reconocerían si no me hubiera cambiado el nombre.
El Gordo pareció ponerse triste.

–Todavía me duermo pensando porqué no habré hecho tal o cual gambeta cuando jugaba. Aún me despierto recordando a mi padre que me decía: “¿Porqué no se la cambiaste de palo?”. Escribía todas las noches y todas las madrugadas de mi vida, pero un día admití que lo que más me importaba en la vida era sacar campeón a Cipolletti.
Pero mi razón y mi habla aún estaban como en suspenso.

–¿De qué se asombra? ¿Usted nunca cambió una pasión por otra, nunca cambió de mujer o de trabajo?
Me puse a recordar las veces que había cambiado de mujer.

–¿Y no probó con hacer terapia? –le pregunté.

–¿Está loco usted? –protestó Soriano– No necesito que nadie me confirme que soy un canalla. O peor, un impostor.

–Ahora entiendo porqué ha escrito tantos cuentos sobre fútbol.
Poco a poco mi conciencia volvía a encenderse.

–Fontanarrosa también escribió muchos cuentos de fútbol –dije sin pensar– Una pena que se haya muerto tan joven.

–¡No, no! –interrumpió Soriano– El Negro montó un circo. Se hizo pasar por hemipléjico durante dos años con el propósito de dirigir. Pero bueno... Central es un equipo grande y ahora entrena a un club del norte, Atlético Tucumán.

El Gordo se rascó la pelada y bajó la vista. Tenía un gesto triste, solitario y final.
–No le va mal... –dijo pensando en su propia suerte– Nada mal.


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domingo, 3 de enero de 2010

EL POEMA DE HOY





Cuando venga el sol de primavera


Cuando salga el sol de primavera
renacerá la vida en las acequias,
corolas tímidas de flores tempraneras
sucumbirán al beso “zumbón”de las abejas.
Vendrán los firmamentos tachonados de estrellas
y un suave colorido aromará las sementeras.
Rojiza el alba iluminará una huella
en la perspectiva desigual de la alameda,
y con su luz vendrán los sueños
de paz, calor y amor en las cosechas.
Late ululante la sangre en mis arterias.
Cuaja el vino embriagador y denso
en mi trémula diestra.
Hay un horizonte de soledad sobre las eras...
Pienso...
¿No vendrá a mí ¡falaz quimera!
con la brisa juguetona y bullanguera
un halo misterioso y sabio
que mitigue mi angustiosa espera?

¡Ah!... ¡Cuando salga el sol de primavera!



Camwy Paynter JONES*

*Poeta y escritor chubutense. Autor de "Entre paisajes y nostalgias". Este poema obtuvo el Premio "Mimosa" en el Eisteddfod de Madryn - año 2.007




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