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viernes, 30 de abril de 2010

EL POEMA DE HOY



HOMBRE DE CAMPO

por Nadine Aleman



Ser el frío viento del valle,
rasgarte el rostro.

Encantarte
siendo el ave patagónica
que desde la altura te custodia.

Ser el pedregal
que mudo te observa pasar.

Ser nieve del Nahuel Pan,
provocarte íntimo invierno.

Como las primeras luces de nuestro pueblo,
encenderme al verte volver.

Envolverte la piel
siendo el tenue ámbar del final del día.

El camino terroso tu
el humilde arroyo sinuoso.

La noche.

El sutil barro.
Por fin.



Nadine Aleman, escritora de Esquel, es autora del libro“17 simples cuentos” y del volumen de poesías “Letal intensidad (poemas y tangos)”. El poema que hoy publicamos pertenece a ésta última obra, que fue presentada el pasado 8 de marzo en la mencionada localidad cordillerana.



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sábado, 24 de abril de 2010

LA NOTA DE HOY



La palabra: esa voz mágica


Por Olga Starzak


De la Palabra, ese conjunto de letras que forman un término con significado, se han realizado innumerables apreciaciones. Del poder de una palabra al ser pronunciada se ha derivado en un centenar de conceptos. He leído –y también ustedes- artículos disímiles cuyo título ha sido El Poder de la Palabra. Bien podría pensarse, de antemano, en un libro de autoayuda, un concepto psicológico, una técnica de Programación Neurolingüística o una evocación religiosa. También en el título de un documental, el de un texto ensayístico, una obra literaria; el resultado de una investigación en materia holística, el nombre de un blog o una simple expresión ciudadana.
Ya en tiempos del antiguo Egipto se concebía con fuerza el poder que generaba la palabra, demostrado este –entre otros tantos ejemplos- en la actitud de aquel sacerdote a la orden de Thot (dios de la sabiduría, la palabra y la escritura en la mitología griega) que mandó a escribir los nombres en las tumbas de sus familiares caídos en batalla, en el convencimiento de que “un hombre es revivido cuando su nombre es pronunciado”. Una forma cabal de que los deseos se consuman por el sólo hecho de ser expresados en voz alta.
La influencia del lenguaje está asociada, muchas veces, a los aspectos terapéuticos. En este sentido la psicología recurre a la palabra hablada como -entre otras muchas estrategias- una forma de alivio y liberación para el paciente; y cree que es la palabra escrita un instrumento de sumo valor para expresar aquello que -por alguna circunstancia- es difícil de manifestar verbalmente.
La palabra tiene, además, una gran capacidad de persuasión esotérica. Tanto puede una persona quedar seducida por una expresión que proviene de alguien a quien considera con determinado poder, como quedar sugestionada frente al vaticinio de la misma. Entonces puede afirmarse que, en este sentido, la palabra tanto puede persuadir como disuadir.
Pero vayamos a temáticas más fácilmente comprendidas u observadas como es la construcción del conocimiento en el niño, en el joven y aún en el adulto: esto no sería posible si no existiera entre educador y educando el nexo de la palabra. Esta se constituye en un instrumento primordial e irremplazable que permitirá poner en funcionamiento las estrategias, técnicas y actividades que harán posible un aprendizaje, se trate este de cualquier índole.
Si nos ocupamos de la palabra y su relación con la naturaleza no hace falta más que pronunciar el nombre de un accidente geográfico, de una especie animal o vegetal, de un clima en particular o un desastre natural… para remitirnos, sin dudas, a la ciudad, región, país o continente a la que la misma alude.
Y así, sería interminable la lista de posibles referencias.
La palabra enaltece o sofoca, cohíbe o adula, exacerba o enerva, produce o destruye, acompaña o abandona, se eleva o se esconde, arremete o desconfía.
Es grito y también silencio.
Creo, entonces, que aún está intacta aquella creencia antigua de los egipcios al considerar que la palabra escrita –para ellos los signos- tiene una fuerza mágica y su poder es indescriptible.
Sea para bien, sea para mal.



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martes, 20 de abril de 2010

EL POEMA DE HOY




Sol


Por Diego Martín Antón (↨)



En la cúspide de las soledades
las paredes absorbían palabras,
mi cuarto era un universo irremediable.
Las confusiones sacudían el cristal de mi ventana.

La música, rasguños que el viento clamaba,
acunaba en mi piel viejas caricias perdidas
y en mi rutina egoísta excluía al mañana.

En la desolación constante y cotidiana,
días grises fueron testigos sinceros
del dolor que apuntalaba mi alma.

Pero un día decidí sonreír y ser feliz,
fue difícil cargar con mis miedos
sin siquiera saber que me esperaba.

Corrí las cortinas de la desolación,
abrí con recelos mi mirada.
Hacia la ventana gris
lleve este corazón.

La luz encendió mi alma. Mis ojos se blandían
ante el halo seguro del sol
y mas allá del reflejo matinal
descubrí otras miradas.

Y supe al fin despertar,
letargos de sueños,
sensaciones maravilladas.

Le di libertad a mi corazón,
descubrí que el sol
siempre sale en la ilusión
de nuevas miradas.




(↨) Poeta de Trelew. Su blog: http://antondiegomartin.blogspot.com/




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miércoles, 14 de abril de 2010

LA NOTA DE HOY

LAS VOCES DEL CHUBUT (Gaiman, 1968 -Foto A. Dimitruk)


FOLKLORE Y LITERATURA

Por Jorge Eduardo Lenard VIVES





En el título de este artículo, el término “folklore” adopta su significado más común. Por tal se entiende aquí a la “música folklórica”. Si dudas, sería interesante relacionar todas las manifestaciones del folklore con la literatura; pero, en pro de la brevedad, la nota sólo versará sobre los puntos de contacto entre el género musical y el arte literario. De más está decir que al tenor del blog se vincularán folklore patagónico y literatura patagónica.

Sin ahondar en purismos, que expertos para explicar mejor el tema los hay, se puede afirmar la existencia de un folklore netamente patagónico, con muy buenos cultores. A pioneros como “Las Voces del Chubut”, representantes de la región en el Cosquín de los años 60´, se agregan los nombres de Abelardo Epuyén, Luis Rosales, Oscar Payaguala, los hermanos Berbel, el “Vasco” Zalaberry, Hugo Jiménez Agüero, un intérprete que tuvo en los últimos años gran relevancia por sus esfuerzos para llevar al público nacional la música de la Patagonia; y muchos otros. El género tiene formas propias, como el kaani, la chorrillera y el loncomeo; pero sus autores también ensayan la música norteña – la zamba, el malambo -, con letras que hablan del sur.


OSCAR PAYAGUALA


La relación entre esta manifestación musical y la literatura es un camino de ida y vuelta: la literatura menta al folklore y el folklore se hace literatura. Por un lado, el género musical es muchas veces citado por los escritores patagónicos; como para respaldar su existencia. Por otro, las letras de las canciones del sur se convierten, frecuentemente, en verdaderos poemas. Un ejemplo de la primer relación se puede encontrar en el cuento “Las torres altas“; donde Donald Borsella reproduce íntegramente la letra de “Cazando Jabalí”, de Abelardo Epuyén:

“Vamos mi perrito blanco / el rastro no hay que perder
debe ser barraco grande / y colmilludo también”

Las aventuras cinegéticas de Curcuncho Canuipán y su épico duelo final con “Barraco Grande”, dan marco para que Borsella fije en el papel las sentidas estrofas de la canción sureña:

“En aquel cohiual tupido / el chancho debe dormir
y si se ha ido más lejos / igual lo hemos de seguir”

Respecto a las letras de las canciones que muestran calidad literaria, varios son los ejemplos. Uno de ellos es el que nos proporciona la abundante obra de Jiménez Agüero. Tiempo atrás, el señor Germán Terrén Estrada publicó un artículo sobre el compositor en el diario “El Regional”, que reprodujo fragmentos de una de sus obras más bellas: “Malambo Blanco”:

“Hay un árbol que llora / lágrimas de cristal
como una imagen viva petrificada / detenida en el tiempo de congelar”

Podemos encontrar esa poesía de acento bien patagónico en todas sus composiciones. Otra de ellas es la canción “Ana de la Colmena”, que recuerda un episodio heroico de la historia austral con emotivas estrofas:

“Ana de “La Colmena” / qué estrella buena te alumbrará.
Por querer dar un hijo / cayó tu luna en el lugar.
Allí descansa entonces tu fe pionera / Ana de “La Colmena” de San Julián”

Este artículo, necesariamente sucinto, sólo refiere un ejemplo de cada una de estas relaciones “de ida y vuelta”. Sin duda existen muchos más escritores que citan el folklore vernáculo y más folkloristas que se hacen escritores. Además de la temática patagónica, estos artistas tienen algo en común: su escasa difusión a nivel nacional. Debido a la lejanía de los centros comerciales del país y pese a su indiscutible calidad, faltos de publicidad en los medios del norte los cantautores y los escritores patagónicos adquieren un renombre local, restringido.











MARCELO BERBEL

¿Llegará el tiempo en que esto se revierta? Difícil es predecirlo. De todas maneras, por más alejados que estén de los círculos comerciales, nadie puede negar que la literatura y el folklore de la Patagonia producen resultados de una elevada calidad. Los seguiremos disfrutando entonces en el sur, bajo estos cielos, estrellados de noche, límpidos de día, rojizos en las transiciones, que inspiran a nuestro creadores. Seguiremos disfrutándolos, mientras en el norte se los ignora. Como diría el ingenio popular, “¡ellos se lo pierden!”


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jueves, 8 de abril de 2010

EL CUENTO DE HOY






UN LENTO RESPIRAR

Por HÉCTOR ROLDÁN



Un lento respirar. Abrir ampliamente los pulmones, lento y profundo. Los pies apoyados en apenas un pedazo de tierra. Al este se extiende un amplio y árido cañadón, al oeste se alza un rocoso cerro como un atalaya al universo en el medio de la meseta. Al sur y al norte los perfiles de los cerros se vuelven azules a la distancia. El viento soberano estremece cada hierba, cada mata. Ágiles ráfagas elevan centenares, miles, casi infinitas partículas de polvo que avanzan cañadón al este. En el medio de uno de esos cósmicos ventarrones veo lo único y lo múltiple. Los granos de tierra, como una tormenta de diminutos kamikazes se estrellan en mi rostro, en mis manos, se hunden como zapadores en mi pelo, arañan como brutales inquisidores la delicada membrana de mis pupilas. Intento ver. Un carancho se abandona al viento, y el viento asume su forma. Las alas abarcan la extensa meseta, y observo pasar la sombra de su altivez por la superficie del mundo.



Cierro los ojos. Abro los brazos. Intento ser el carancho, el viento, o apenas ese grano de tierra desaforado, rodando y volando. Chocando y rebotando rumbo al océano a centenares de kilómetros de aquí. La tela de mi camisa estalla como una vela desgarrada por la tormenta. Sonrío con los ojos cerrados. Un barco varado en el medio de la meseta, esa imagen se construye en mi cabeza mientras la tela gime y gime. Un anciano barco escorado sobre una mata de molle, a un paso de un Ararat sin dios. Después de todo esta extensa superficie fue el fondo del mar. De un mar sin piratas, sin toscas embarcaciones pesqueras de algún ancestral antepasado del hombre. El fondo de un mar muy viejo. Tan viejo como el viento que zumba en mis oídos, que zumba como debe zumbar el universo. La nube de tierra pasa, abro los ojos y la veo alejarse. Una mancha pálida, que como un lente volador tiñe de mayor tristeza los apagados colores de la meseta. El carancho decide esconder sus alas y se derrumba. Como una piedra del cielo se precipita y a escasos metros de la tierra abre sus alas y detiene su caída. Las garras abiertas.
Vuelvo mi rostro hacia el oeste y camino rumbo al cerro Guacho. En una de sus laderas una pequeña gruta sirve de cobijo a un altar. En ella la figura de una virgen está rodeada de algunas ofrendas. Botellas con agua, billetes viejos, monedas, estampitas, y alguna breve carta en la cual la letra es apenas legible. En la tosca caligrafía que expresa un ruego se intuye el amor y la reverencia. Imagino los ojos expresivos colocando bajo una piedra, al lado de la pequeña estatua, su oración. Las rodillas hincadas, la mano dibujando sobre su pecho la cruz. Puedo ver, casi sin esfuerzo, el trazo dibujado en el aire, y el último beso sellando la alianza del hombre con los dioses. Al lado de la carta un ramo de flores de plástico. Los pétalos rojos de una rosa y los pétalos amarillos de un clavel resplandecen con insólita insolencia en el casi monocromático paisaje. Flores de plástico de edad indefinida. Frías ofrendas cuyo único calor fue transmitido por la mano devota. Alzo la vista y pienso: ¿Se puede rezar bajo este cielo que de tan límpido parece despoblado de ángeles y dioses? Trepo por las empinadas laderas del cerro. Dejo atrás la última efigie de la creencia humana. La triste mirada de la virgen, elevada hacia el cielo, parece resignarse a mi ascenso, y ya parado sobre la explanada que remata el cerro, observo. El sol declina hacia el oeste, grandes nubes cambian de colores. Blancas, rosas, rojas, suavemente azules. El cielo es más intenso que la tierra, el cielo vibra de colores hasta enrojecerse con un fuego solar profundo y cambiante que, sanguíneo y gigante, se extiende sobre el horizonte. El viento acompaña con profundos suspiros al crepúsculo.



Sobre la cima del cerro, soy testigo del último día del mundo, contemplando la llegada de la noche. Sentado en el infinito, pues el infinito no solo es lo eternamente extenso sino también el preciso instante de la contemplación, el pequeño lugar sobre el cual me paro, desde el cual miro. Y siento en la piel y en los ojos el final del día. En el más remoto de los lugares y, quizás, en el único lugar que existe. Tomo una piedra para sostener algo sólido en el centro del fuego crepuscular y la arrojo con inocente furia al sol, a las bravías aguas del cielo. Veo como la silueta oscura del guijarro se incinera, y se pierde en la furia. El viento aúlla. Mi piedra cae como caen mis ojos extasiados sobre la ya oscura tierra del cañadón. Y ya perdido en la contemplación me paro en el borde del cerro. Mis cabellos emiten pequeños estallidos a ser agitados por el aire incendiado. Podría llorar de pena, de una tristeza antigua, carnal y trascendente. Podría reír de euforia, de una euforia última que entra por mis ojos y extiende mi organismo hasta el más lejano rincón del universo. Tan pequeño y enorme, tan infinito y mortal me siento que digo, mientras cierro mis ojos: soy el carancho, soy también el cielo y el sol que arde en mi piel, soy el viento, el aliento del mundo.
Extiendo mis brazos y, sonriendo, vuelvo a mirar.
-Ya es tarde. Vamos a casa- dice, entonces, mi padre parado al lado mío mientras acaricia, dulcemente, los incendiados cabellos de mi cabeza.




Héctor Roldán, escritor radicado en la ciudad de Buenos Aires, es autor del libro de cuentos “El Espectro de las Cosas”, publicado por la editorial “Rúcula Libros”; al cual pertenece el presente relato. Apasionado por la Patagonia y amante de su Literatura; en sus relatos la región presenta sus caracteres bien marcados; pero a la vez, se difumina como un telón de fondo frente al cual se mueven los personajes. De su particular estilo, el propio el escritor dice “Tiene algo de cuento y algo de poesía, tal vez no debería encasillarlo”. Parte de su excelente obra puede ser leída en el blog “El espectro de las cosas” (http://elespectrodelascosas.blogspot.com/).


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sábado, 3 de abril de 2010

EL POEMA DE HOY




LA TEJEDORA DE MATRAS

por MARÍA JULIA ALEMÁN DE BRAND




Quiero darte mi canto, tejedora
manantial de paciencia inagotable,
al pie de tu telar, feliz y amable,
en tus manos el tiempo se demora.

Una herencia de siglos atesora
la ciencia primitiva y venerable
de trocar en color, lo transmutable
que en corteza y raíz, te da la flora.

El pardo de la tierra, lo has urdido
en el rústico poncho del tropero…
y en tus matras estalla el reverbero

que has copiado del campo florecido.
(…y el alma de tu raza la has tejido
Penélope del Sur, con todo esmero…)




María Alemán de Brand, eximia poeta esquelense, ganadora en cuatro oportunidades de la corona de plata del Eisteddfod del Chubut (1976, 1979, 1981 y 1982) y de otros numerosos reconocimientos, refleja en sus obras la más honda esencia patagónica. En el prólogo de su libro “Soy Poesía, búscame en el sur” (publicado por la Editorial Asociación de Escritores del Oeste del Chubut) se presenta de esta manera: “Puedo decir que soy sureña hasta el último hueso. Y vengo, orgullosamente, de un hogar campesino… En mi familia la lectura es casi un vicio, no es extraño, entonces, que comenzara a escribir versos desde muy joven”.

(Retrato: gentileza de Nadine Alemán)


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