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martes, 27 de julio de 2010

EL CUENTO DE HOY




Entre girasoles



Por Olga Starzak (*)



- Irás recordando de a poco. No hay de qué preocuparse.
La voz tranquilizadora del terapeuta parecía provenir de lejos, sin embargo era consciente de que estaba sentado muy cerca de mí. Era experto en terapias de regresión. Muy poco le había costado conseguir el estado de trance en el que me encontraba.
- No le exijas nada a tu mente –continuó. Lo que necesites saber se presentará. Tenés el total control de tus actos. Con sólo abrir los ojos volverás de inmediato a la realidad.
Estaba a gusto en ese estado. No quería regresar aún. Imágenes tan nítidas como reales me atrapaban. Podía observar cada detalle de la cabaña de mis abuelos, ubicada –tal como en un cuadro– en el medio del prado. A su alrededor margaritas, geranios y siemprevivas coloreaban el paisaje.
- Claribel, Claribel... no te alejes de la casa –escuché de repente. Era la voz de mi madre! Podía verla con claridad. Su rostro fresco, su andar esbelto, la blancura de su piel. Me estremecí. ¿Era un recuerdo o realmente una niña de apenas dos años que corría feliz entre patos, gansos y gallinas, mientras su mamá estaba pendiente de ella y la trataba con esmerada dulzura?
- ¡Es ella! ¡Puedo verla! –exclamé.
El médico, seguramente, debió observar las gruesas lágrimas que caían por mis mejillas, la sonrisa en mi rostro, el asombro ante lo inesperado... Aún así, permaneció en silencio.
Luego me contó que después de una prolongada pausa y ante la intensa emoción que me embargaba, intuyó el encuentro entre mi madre y yo. Me preguntó:
- ¿Cómo es ella, cómo la ves?
- Soy yo. Es igual a mí, ahora. Tiene el pelo un poco más largo y con ondas. Usa pantalones más holgados. Se la ve muy feliz.
- ¿Hay alguien más con ustedes?
Esta vez no le respondí. Continuaba embelesada con las imágenes que acababa de recobrar. El verde inglés del fibrocemento del techo, las rústicas tablas de madera cubriendo las paredes, las ventanas de vidrio repartido, la ancha puerta... y de pie delante de ésta, mi madre; la mujer que jamás había conocido y que un día, misteriosamente, desapareció de mi vida.
- ¿Hay otras personas en esa casa? –insistió el psiquiatra.
- Están los abuelos; son muy jóvenes. Él monta una yegua que acaba de comprar; la abuela viene cargada de choclos.
Mantuve un sostenido silencio.
Sospecho que el terapeuta dejó que se sucedieran las emociones, sin interceder. Habrá notado sorpresa en mi rostro cuando, de pronto, descubrí una gran plantación de florecidos girasoles. Muchas veces había escuchado hablar de ellos. Los guardaba en mi mente como las vivencias que se obtienen de dichos repetidos por otros, a través del tiempo.


Había decidido asistir a la consulta motivada por la imperiosa necesidad de conocer el destino de mi madre. Eran muchas las versiones relacionadas con su desaparición. Ninguna me convencía. Creía que algo insospechado debía haberle ocurrido para abandonarme.
Sabía que después de largos días de búsqueda, mi padre había optado por no prolongar más la dolorosa agonía de la incertidumbre y todos los mecanismos de rastreo cesaron. Me dejaron al cuidado de mis apenados abuelos. Mi padre era visitador médico y recorría el país en representación de algunos laboratorios. Lo veía cada vez con menos frecuencia.
Crecí en medio de la duda y el desconcierto.


Tenía veinticinco años. Me había recibido de ingeniera en genética molecular. Vivía, desde hacía unos años, con un profesor de la facultad donde había estudiado, y ahora trabajaba. Llevaba una vida apacible, sin demasiados sobresaltos. Sin embargo, sueños recurrentes embargaban mi felicidad de manera constante. En ellos siempre me abandonaban, dejándome sola e indefensa, llena de miedo y desesperanza.
La idea de tener un niño me angustiaba sobremanera. Era tiempo de investigar, de algún modo, los motivos de la ausencia repentina de mi madre.

Y allí estaba. Tendida en el confortable diván del consultorio del reconocido médico que inducía, a través de la hipnosis, a retroceder en el tiempo.
Después de varios intentos mediante métodos tradicionales de psicoanálisis y otras terapias similares había recurrido a esta alternativa con el firme propósito de descubrir algo de aquel desconocido episodio.

Mi silencio debió haberse prolongado demasiado; me sobresaltaron las palabras del médico cuándo preguntó:
- ¿Qué sucede?
No podía apartar la vista de esas flores amarillas exhibiéndose al sol, como repitiendo cada una la posición de la otra. Cientos de ellas. Eran plantas adultas y altas. En su momento serían cosechadas y sus semillas comercializadas.
- ¡Cuántos girasoles! ¡Son exuberantes! –susurré.
- ¿Qué te atrae tanto de ellos?
- No lo sé. No me dejan acercar. Dicen que puedo perderme. Soy muy pequeña.
- ¡Avanzá en el tiempo! -alentó.
Con espontaneidad, continué:
- Debo tener cinco o seis años. Ahora estoy en la ciudad, en la casa de mis abuelos. Lloran a menudo. La gente ya no pregunta por mi madre... Tampoco tienen explicaciones para mis pocos interrogantes. Me dicen que ha emprendido un largo viaje. Les pregunto por qué no me llevó. No me contestan.

El psiquiatra, percibiendo que era en aquel otro lugar donde se habían suscitado los hechos, incitó:
- Volvé al campo, a la cabaña.
Cumplo con lo pedido:
- Es una tarde otoñal. Puedo sentir el aroma de las tortas fritas recién hechas. Hay gente trabajando. Están agachados entre los girasoles; son hombres de tez oscura, curtida de tanto sol. El abuelo viajó hasta un campo vecino. La abuela está enferma, hace unos pocos días que no se levanta.
- Tu mamá, ¿dónde está tu mamá?
- Ella dirige la cosecha. Va y viene entre los cuadros de las siembras. Acomodan las flores en una especie de carros. Yo los observo desde lejos. Cargan todo en la caja de un camión. Los hombres comienzan a retirarse. Ya es tarde, el sol va escondiéndose. En la penumbra busco con la mirada a mi madre; no la veo. ¡Estoy sola, tengo miedo!
Decido ir en su búsqueda. Camino entre las hileras de las plantaciones.

De pronto las imágenes me paralizan; comienzo a transpirar, mi corazón se acelera, escucho temblar mi voz... Me tranquilizan las palabras del terapeuta:
- Claribel, estás completamente a salvo. Si lo deseas, comenzaré a contar en forma regresiva; cuando escuches el número uno, abrirás tus ojos y todo estará bien. Podrás volver a experimentar esta vivencia cuando quieras.
- En este momento escucho gritos de mi madre. Dos personas tironean de sus brazos. Pretenden despojarla de su blusa. Ella intenta escapar... se defiende. Le pegan, ¡se cansan de pegarle! Sigue ofreciendo resistencia. Pronto la veo desplomarse en el suelo. Es evidente que un golpe demasiado fuerte frenó las intenciones de los hombres. Ya no la molestan... Parecen asustados; discuten. Uno de ellos empieza a correr; el otro lo hace más ligero, hasta alcanzarlo. Lo toma de la ropa. Por un largo rato hablan acaloradamente. Puedo comprobarlo por sus exagerados ademanes.
Vuelven... vuelven al lugar donde yace, inerte, el cuerpo de mi madre.

Entre sollozos e igualmente conmovida, continué:
- Agazapada entre las plantas miro absorta la escena. Con mi voz de niña la llamo a gritos. Nadie me escucha... La arrastran, se la llevan más lejos y allí comienzan a cavar un pozo. Lo hacen con sus propias manos. Se ayudan con unas ramas...
Oh! No!... ¡La depositan allí! La tapan...
Era difícil creer lo que estaba viendo; lentamente agregué:
- Los veo perderse en el campo. Una insoportable impotencia me paraliza.

De pronto, llevándome ambas manos al rostro, dije:
- ¡Oh! ¡Dios, debo llevarle una flor!

Recuerdo que el llanto era ahora desesperado y el terapeuta comenzó, con suavidad, a ayudarme a retornar al presente.



(*) Del volumen de cuentos "En el umbral de los encuentros" - Ediciones del Cedro, 2002


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6 comentarios:

Unknown dijo...

Hermoso , Olga , conmovedor . . . !

Olga Starzak dijo...

Muchas Gracias, César!

MARINA NOEL JONES dijo...

Muy buen cuento!!! Me da gusto embelesar la mirada con palabras así, tan profundas y conmovedoras…Que lindo que escribís Olga!!! Saludos,

MARINA NOEL JONES
(Trelew)

Olga Starzak dijo...

Mi agradecimiento también a vos, Marina.

jorge robert dijo...

olguita: Siempre que pude comenté tus notas, ya fueran cuentos del estilo Literasur y siempre me ha costado. Viste que cortitos son hasta ahora los comentarios que recibiste, es que cuesta penetrar tus pensamientos tan profundos Olga, tu conciencia, volcada en la expresión emocionada de un cuento, en este caso "Entre girasoles" y siempre pensé que conocer al autor,
ayuda a interpretar un escrito. Por eso antes de hacer esta disquisición, pensé en volver a verte pero fué al revés; el cuento me ayudo a conocerte. Gracias por compartirlo. Un beso. Rico.

Olga Starzak dijo...

Rico, lo importante no es conocer los pensamientos del autor, es disfrutar del cuento, emocionarse, sentir que golpea nuestras emociones, identificarnos tal vez con el personaje...
En lo personal, la posibilidad de que un cuento, producto de mi imaginación, logre conmover al lector es -en verdad- mi objetivo más preciado a la hora de crear.
Mis cariños