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martes, 13 de julio de 2010

LA NOTA DE HOY




APUNTES SOBRE LA LITERATURA Y EL "BUEN GUSTO"

Por Carlos Dante Ferrari


El viejo adagio "sobre gustos no hay nada escrito" según todos sabemos, es falso. Se ha dicho muchísimo sobre el tema y se seguirá opinando por los siglos de los siglos; entre otras razones, porque los gustos también van cambiando con el curso del tiempo.
Quizás el verdadero sentido del lema consista en que a nadie le es dado "legislar" sobre la materia, y desde ese punto de vista parece ser irrefutable. ¿Quién podría ostentar la autoridad suficiente para decidir lo que ha de complacernos o desagradarnos, o pretender imponernos alguna "escala” al respecto?
En este marco general -desde ya problemático- se plantea la cuestión acerca del "buen gusto" y el "mal gusto" en materia literaria.
Se podrá decir que existen pautas más o menos objetivas para distinguir una frontera entre ambos extremos, pero convengamos en que se trata de una línea difusa, móvil, serpenteante. Ejemplo de ello son las llamadas "malas palabras". Las palabras, por cierto, no deberían calificarse como “lindas o feas”, "buenas" o "malas"; son neutras, por cuanto se limitan a designar o referir aspectos de la realidad del mundo: objetos, personas, acciones o abstracciones.
El planteo cobra relevancia, por tanto, en el plano de lo contextual. Una misma frase -por ejemplo, "es un bagre"- sonará inofensiva en el acuario donde el padre alecciona a su hijo sobre los peces, y adquirirá en cambio una cualidad agraviante si está destinada a describir a la mujer poco agraciada que le presentaron a un amigo en tren de conquista. Muchos podrán reírse por la comparación entre el pez y la señorita en cuestión, pero es casi seguro que si se tratara de nuestra hija o de nuestra hermana, no vacilaríamos en calificar la frase como un chiste de mal gusto. En ese contexto, “bagre” connotará el significado de una palabra injuriosa, aunque en sentido literal y objetivo no lo sea.


Luego están las clásicas "palabrotas" y las frases groseras, que aluden a objetos o acciones considerados desagradables u ofensivos. Es innegable que a veces un texto reclama su utilización en miras al realismo del relato. Si se trata de reproducir el insulto de un marginal, por caso, sería inverosímil reemplazar los epítetos de uso habitual por palabras que no pertenecen a su jerga, sólo en procura de “suavizarlas” o de no incomodar a algún lector escrupuloso. De todos modos hay un consenso más o menos amplio acerca de que el uso indiscriminado o inoportuno de estos términos se inscribe en el territorio del "mal gusto". Y cuando se emplean en forma metódica como recurso literario, nos hallamos frente a lo que suele calificarse como literatura "cursi" o "ramplona".
Por otra parte, no pocos sostienen que las verdaderas malas palabras, si las hay, son las que aluden a acciones o hechos nefastos o inaceptables: tortura, violación, crimen, y tantas otras. Suena ingenioso, aunque es sólo un artificio retórico.
En realidad, el parámetro es un asunto netamente personal, subjetivo. Pero esto no significa que la cuestión acerca del "buen" o "mal" gusto sea un problema inexistente. Por el contrario, como lectores, es probable que todos hayamos experimentado deleite o malestar ante ciertos textos.
No olvidemos que las palabras, como se dijo, son símbolos representativos de la realidad. Cuando leemos la frase: "Amanecía lloviznando sobre la ciudad", cada uno recrea mentalmente un amanecer, una lluvia, una ciudad, y en ese instante experimentamos un impacto emocional, que será placentero o desagradable según el modo en que se conecte con nuestras vivencias, con nuestra "memoria emotiva". Es decir que en el plano literario, el buen o mal gusto se manifiesta como una impresión -positiva o negativa- provocada por la lectura de un texto.


Hemos dicho que un aspecto relacionado con este tema es el contexto en el que se expresan las palabras. Otros puntos a considerar son los referidos al plano, al enfoque y al grado de detalle.
Estos elementos se presentan con nitidez en temas relacionados con el pudor, con la invasión a la intimidad o con los prejuicios personales. Un caso típico es el relato de una escena amorosa o una relación sexual. El plano (desde dónde lo miramos), el enfoque (cómo lo miramos) y el grado de detalle (con qué precisión lo describimos) cobran aquí la misma repercusión que en las artes visuales (cine, dibujo, pintura). Según el tratamiento que le demos a estos recursos, el texto podrá ser romántico, erótico o puramente pornográfico.
Grandes pasajes de la literatura describen el amor y el sexo de un modo magistral, con exquisita elección de las palabras, el contexto, el enfoque y el detalle. Al leerlos nos parece estar viviendo la escena en todo su realismo y, al propio tiempo, no hay nada que ofenda el decoro ni perturbe la sensibilidad. Han sido redactados por escritores verdaderamente geniales, que supieron elegir el momento, la extensión y el plano adecuados. Que además no recurrieron a palabras ni detalles demasiado explícitos e innecesarios, porque nunca dejaron de tener presente que la literatura, como expresión artística, reclama siempre un criterio estético.
A la par, abundan hoy los textos que consideran indispensable describir detalles escabrosos, primeros planos, sensaciones sonoras, visuales y olfativas de dudoso encanto, casi siempre prescindibles. Lo lamentable es que esos brulotes verbales aparecen en el texto de manera inesperada y suelen tomar desprevenido al lector de buena fe.
Por fortuna hay libertad para escribir o leer lo que a uno le venga en gana. Eso sí: más allá de cualquier opinión, hay un lector que es el juez único e inapelable para decidir si un texto es de buen o mal gusto. Ese lector siempre será… usted mismo.


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4 comentarios:

jorge robert dijo...

Carlos: El autor de esa frase con que comienzas tu nota "sobre gustos no hay nada escrito" se me ocurre que, leyó en Literasur, secó el sudor de su frente con su pañuelo y acudió presuroso al Registro de "adagios y frases" y la hizo cambiar por otra que en lo sucesivo dirá: sobre gustos hay mucho escrito. Y es cierto, cuanto había para escribir, pero también había que saber escribir. Quizás él sobre gustos se refería a si le gustaba o no el dulce de leche. Y no es que esté apurandote con el asado allá en las Vistas del Valle,
pero lo tuyo es asombroso. Algún día podre yo escribir así?... El tiempo como testigo, a veces muy cruel, lo dirá. Un abrazo. Rico.

Carlos dijo...

Rico, querido amigo: usted escribe con fundamento y sabiduría y no tiene nada que envidiarle al más pintado. De paso, nos está debiendo alguna anécdota camaronense, así que estamos a la espera...
¡Un abrazo!

Jorge Vives dijo...

El tema que trata Carlos cobra marcada importancia al analizar la literatura. Sin dudas, comparto sus opiniones al respecto. Por otro lado, relaciono este asunto con otro similar: la tendencia actual a emplear sólo una mínima parte de los términos que conforman el idioma castellano. Es cierto que muchas de sus palabras no son habituales en la lengua corriente, en la lengua cotidiana; pero también es cierto que esas palabras seguirán siendo desconocidas, sino no se las utiliza. Parecería que uno de los papeles que pueden cumplir los escritores es, precisamente, difundir la riqueza de nuestro idioma. Lenguaje pobre y soez no parece ser la mejor combinación.

Carlos dijo...

Es verdad, Jorge: tenemos un idioma riquísimo, pero el repertorio de palabras que utilizamos está siendo cada vez más reducido. El mismo fenómeno se aprecia en otras lenguas. Basta escuchar los diálogos de las películas americanas actuales (es más, creo que a ellos les va peor que a nosotros...) Debe estar en relación más o menos directa con la pérdida del hábito de lectura, que siempre ha sido la mayor fuente proveedora de vocabulario.