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martes, 10 de agosto de 2010

LA NOTA DE HOY




RUTAS LEGENDARIAS




Por Jorge Eduardo Lenard VIVES





El acto de viajar constituye un tema recurrente en la historia de la Literatura universal; hasta el punto de dar origen a un subgénero con numerosos cultores. La “literatura de viajes” reconoce, entre sus primeras manifestaciones, a la homérica “Odisea”.Con el correr de los siglos, se fueron incorporando incontables obras sobre el particular. En estos “libros de viaje”, la descripción física de los lugares visitados y de las peripecias sufridas puede ser complementada con la narración de las vivencias interiores del viajero; a veces con características iniciáticas o de crecimiento espiritual, al estilo de la “bildungsroman”.
El advenimiento del automóvil y sus derivados (motocicletas, camiones, camionetas, etc), trajo un nuevo concepto del viaje. El vehículo permite al viajero terrestre, especialmente cuando es su dueño, adquirir velocidad e independencia. Puede elegir con cierta libertad su itinerario; y, a la vez, recorrer en corto tiempo grandes distancias. Pero el automotor también trajo otra consecuencia: para desplazarse, requería caminos con determinadas condiciones de transitabilidad. Y así las huellas de carros, los caminos reales, las vías romanas, se transformaron en rutas. Con ese afán catalogador de la especie humana, las rutas fueron numeradas; a su vera crecieron las estaciones de servicio, paradas obligatorias como antes lo habían sido las postas. Uniendo pueblos y ciudades, o dejándolos de lado; les dieron vida o los condenaron al ostracismo.
El arte pronto las incorporó a su acervo. La cinematografía las reflejó en las “películas de carretera”, como “Busco mi destino”, de 1969, dirigida por Denis Hopper; en tanto la literatura le hizo lugar en las “novelas de carretera”, al estilo de “En el camino” de Jack Kerouac, escrita en 1951. Uno de los escenarios más conocidos para estas andanzas fue la Ruta 66, en Estados Unidos; a caballo de la cual también transcurren las desventuras de la familia Joad, en las “Viñas de ira” de John Steinbeck.
La Patagonia, tierra de distancias, es suelo feraz para la “literatura de viajes”. De hecho, su tradición literaria está signada por las crónicas de viajeros; desde su origen hasta la actualidad. Al igual que en el resto del mundo, oportunamente, el motor hizo sentir su sonido en la inmensidad mesetaria. Surgieron, entonces, las rutas; y entre ellas, dos legendarias rutas nacionales: la 3 y la 40. Orillando una el mar y la otra la cordillera, su presencia en las letras regionales no es tan importante como a priori pareciera. Su fama se debe, más que nada, a referencias aisladas en los medios de comunicación social y a campañas de difusión turística; pero, salvo algunas excepciones, poco parecen haber concitado el interés de los escritores.
Entre estas excepciones, puede mencionarse que en su libro de viaje “Final de novela en la Patagonia”, Mempo Giardinelli, adrede y con el afán de conocer, viaja hacia el sur recorriendo la Ruta 3; y retorna en sentido contrario por la Ruta 40. Esta última carretera también es descripta en detalle, incluyendo su tramo patagónico, por Federico B. Kirbus; en su obra “Ruta Cuarenta”; reeditada recientemente con el nombre de “Mágica Ruta 40”. Otro difusor incansable de la belleza de dicha ruta, hasta el punto de que hay un proyecto para denominarla con su nombre, fue Germán Sopeña; quien publicó una gran cantidad de artículos, en diversos medios periodísticos, resaltando su importancia.
Cierto es que los grandes espacios de la Patagonia, obligan a recorrer extensos tramos de ruta para ir de un punto a otro de su geografía; una circunstancia cotidiana para el poblador de la zona, que transforma a las carreteras en parte del paisaje habitual. Esas cintas asfálticas de largas rectas, ocasionales pendientes y curvas inesperadas, están allí, siempre presentes; tan normales como la fauna, la flora o la morfología de la estepa. Tal vez sea por eso que los 4.836 kilómetros de recorrido que suman ambas rutas a través de un variopinto muestrario de paisajes naturales y culturales patagónicos, no parece, todavía, haber llamado demasiado la atención de los autores regionales.



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4 comentarios:

Rosanna dijo...

Jorge:
Siempre con tus interesantes investigaciones!
Muchos de tus cuentos mencionan esos caminos y/o rutas patagónicas, solitarias, aisladas, sin infraestructuras. Desde llegar a ser parte de la escenografía donde transcurre la historia hasta transformarse ellas mismas en el elemento principal, tal es el caso de tu cuento "Ruta 3". Modesto Rodriguez o Carlos Tapia son en él, los complementos. La ruta domina a los personajes. Sus destinos están unidos a ella.
Pero creo también que ese aislamiento y soledad tìpicos de un camino patagónico, contibuyen a la belleza y a la magia de la región. Sino contemplemos las fotos de Carlos Ferrari, o Ráúl Comes como la de tantos otros.
Creo a su vez, que esos caminos guardan secretos, atesoran historias que deberían ser contadas!

jorge robert dijo...

Cierto Rosanna. Nuestro amigo Lenard, siempre encuentra la manera de hacernos pensar y los que hemos transitado por caminos o sin ellos, de nuestra querida Patagonia, siempre hicimos "camino al andar" Desde los primeros años, cuando los carros marcaban conducidos por baqueanos, sorteando los "menucos" lugares que la tierra parecía reservarse para conservar el agua de las nieves y las lluvias. También los animales marcaron sus senderos en la seca, para que los más débiles encontraran donde beber. Pero ya nuestro amigo y en este caso además mi tocayo Jorge, se ha expresado como solo él sabe hacerlo; y no es un halago, es que lo hemos leido siempre con gran placer. Mis saludos. jorge gabriel

Jorge Vives dijo...

Muchas gracias, Rosanna y Jorge, por dar a conocer sus amables opiniones sobre la nota; opiniones enriquecedoras que me obligan a reflexionar respecto a algunos puntos que ustedes mencionan, factibles de ser incluidos en mi texto.
Reconozco que cuando empecé a redactar este artículo, creí que hallaría más referencias literarias a las rutas patagónicas. Probablemente, profundizando el tema, encontraría otros autores que las mencionan, como Jorge Honik, en el insólito viaje narrado en “Gondwana”. También es cierto que dejé de lado su presencia en otras artes: tal el caso de la película “Historias mínimas”, de Carlos Sorín, ambientada en parajes por los que discurre la Ruta 3; o su mención en el inicio de “Querido Coronel Pringles”, de Celeste Carballo.
Pero parecería que no fueron motivo de una atención como la que tuvo, por ejemplo, la Ruta 66. Y creo que podrían serlo, por los secretos que guardan y las historias que atesoran, como dice Rosanna; y porque heredaron las tradiciones y los relatos de aquellos carreros que gambeteaban menucos, al decir de Jorge.

Jorge Vives dijo...

Muchas gracias, Rosanna y Jorge, por dar a conocer sus amables opiniones sobre la nota; opiniones enriquecedoras que me obligan a reflexionar respecto a algunos puntos que ustedes mencionan, factibles de ser incluidos en mi texto.
Reconozco que cuando empecé a redactar este artículo, creí que hallaría más referencias literarias a las rutas patagónicas. Probablemente, profundizando el tema, encontraría otros autores que las mencionan, como Jorge Honik, en el insólito viaje narrado en “Gondwana”. También es cierto que dejé de lado su presencia en otras artes: tal el caso de la película “Historias mínimas”, de Carlos Sorín, ambientada en parajes por los que discurre la Ruta 3; o su mención en el inicio de “Querido Coronel Pringles”, de Celeste Carballo.
Pero parecería que no fueron motivo de una atención como la que tuvo, por ejemplo, la Ruta 66. Y creo que podrían serlo, por los secretos que guardan y las historias que atesoran, como dice Rosanna; y porque heredaron las tradiciones y los relatos de aquellos carreros que gambeteaban menucos, al decir de Jorge.