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miércoles, 15 de septiembre de 2010

LA NOTA DE HOY



“Los galgos, los galgos” de Sara Gallardo


Por Olga Starzak




Alguien, alguna vez, me regaló un ejemplar de “Los galgos, los galgos”, la obra más lograda de la escritora argentina Sara Gallardo. Una novela que encierra en sí misma pura poesía, humor, pasión, ternura, ansias de poder y unas cuantas emociones más que, aunque parezcan no corresponderse en su esencia, son parte de la vida, y consagran a la autora revelando su intenso talento y su madurez literaria. No había leído nada de ella, hasta entonces, y sentí la necesidad -antes de emprender la lectura del libro en cuestión- de conocer algo acerca de sus orígenes, motivaciones, producciones, de su vida toda.
Así supe que, signada por una descendencia que la ubicaba en una clase social privilegiada (su tatarabuelo fue el general Mitre y su abuelo, el naturalista Ángel Gallardo), Sara había accedido a la lectura desde muy pequeña. Su narrativa, atravesada por sus propias experiencias de vida, sólo fue reconocida por la crítica literaria en los últimos tiempos; entendí que su condición de mujer había tenido mucho que ver con esto último. Me admiró comprobar que -desafiando esa condición- trabajó como columnista para revistas de renombre. Su voluntad de traspasar los límites impuestos por la sociedad de los años cincuenta y apostar a una escritura que para la época era sorprendente y deliberada, la ubicó en un sitio “respetable”. Escribir más allá que para un público lector femenino, adoptar en sus novelas la voz del narrador masculino, superar las temáticas que convocaban a la mujer… fueron las razones que la diferenciaron.
Con el tesón de las pocas mujeres que entonces han podido transgredir las normas impuestas por una sociedad injustamente machista, Sara Gallardo supo de divorcios y tuvo la necesidad de trabajar para atender la responsabilidad de ser madre de tres hijos.
Obnubilada por la vida que le había sido permitido gozar gracias a un padre dispuesto y transgresor, internalizó e hizo del campo de su familia su confín más amado, donde pudo identificarse con su propia historia de ascendientes gloriosos, dispuestos a no dejar flanquear sus fuerzas en pos de los ideales construidos.
Así, con estos pocos pero significativos conocimientos, emprendí la lectura de “Los galgos…”. Pero recién entonces comprendí cuánto su autora sabía de campos y bañados, de la tierra fértil y la belleza del cielo en los espacios campestres, de peones y largos caminos, y especialmente de la compañía y lealtad de los perros. De la presencia de los galgos en una tierra de pocos hombres y muchas necesidades. Y así, ambientada en el campo, con un lenguaje criollo, entre la tierra y el cielo, la autora crea a Julián, su narrador; un muchacho que hereda un campo y, a partir de allí, se producen un sinfín de desventuras. Lo primero que aparece es la decisión de ese hombre de mudarse al sitio legado como una forma de desafiarse en la vida, pero también en el amor. Un amor del que huirá como huye –después- del campo, cuando las circunstancias lo enfrentan a la realidad, y Julián debe decidir entre el trabajo como productor o la comodidad, entre el amor prohibido o la responsabilidad de una pareja.
Irrumpe en París, vive una vida que lo marea y a la vez le produce el vacío de los afectos, de la tierra suya, de los galgos amados: compañeros inseparables, sensibles, inteligentes y leales… mucho más allá de las actitudes de su amo.
Más tarde, el regreso. Julián y su frustrada vocación de ser poseedor de un establecimiento rural; Julián y el recuerdo de Lisa, la amante que trató de comprenderlo… Y los galgos, siempre los galgos, protagonistas inestimables de esta historia de desventuras y pasiones.
Los invito a que la lean, si desean disfrutar de muy buena literatura.



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1 comentario:

jorge robert dijo...

Hermoso prólogo Olguita, así da ganas de leer un libro como el de Sara Gallardo. Cuantos quisieran tener tu semblanza, a mi me impactó, más con el campo todo a mi disposición, aunque por estrictas medidas de disciplina en el trabajo, mi padre no permitió jamás un galgo en su establecimiento de campo, por tratarse de un animal de caza, muy usado detras de guanacos y avestruces, que corriendo, perjudicaban el pastoreo de ovejas.
Jamás a un peón se le permitian esos lujos. Pero eso es otra cosa y en la práctica. Si me gustaría leer el libro de los galgos y en la forma que tu lo cuentas, no solo se trata de esos caninos. Un beso Rico.