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domingo, 21 de noviembre de 2010

LA NOTA DE HOY



ENCUENTRO

Por Olga E. Cuenca




Estaba sola. Como en lejanía bullía el televisor. Tenía muchos planes en mente, intentaba hacer lugar para cada uno de ellos.
Su aparición imprevista no me sacudió. Ni un escalofrío recorrió el cuerpo. Fue un encuentro sereno. Estaba allí, entre los cortinados rojos, mirándome. Mis ojos se fijaron en ella, pero no apareció la silueta. No era ese el motivo de mi curiosidad. Me dejé llevar por sus palabras de tal manera que no podría decirte cómo lucía o cuál era su porte. Parecía tener prisa por contarme muchas cosas, pero su relato prolijamente volcado hacia mi diestra abundaba en detalles.
15 años cumplidos hace pocos meses. El festejo fue en casa de sus padres. Ella hubiera querido un peinado lacio, no los horribles tirabuzones que la dejaron tan fuera de la moda. La fiesta, a pesar de ese detalle y de la vigilancia continua de los mayores que cada tanto se daban una vuelta por el garaje, a la sazón sala de fiesta, para encender las luces que algunos apagaban, fue hermosa. Hubo invitados sorpresa y autoinvitados. Muchas canastas con flores y artículos de perfumería. Asistieron la abuela, los tíos, los padrinos, los vecinos. Bailó el vals con su papá en el comedor principal donde se reunieron los adultos. El corazón le latió muy rápido al leer la dedicatoria de algunas tarjetas. Los huesos repiquetearon contra la piel de todo el cuerpo cuando se le acercó el jovencito que ocupaba sus sueños.
Me encantaba el relato. No podía dejar de prestarle atención. La niña tenía necesidad de decir más. Una tímida urgencia por mostrarse desde adentro. Hablar de sus estados de ánimo. El de hoy de dicha (a mí me la ha contagiado), el de otros días penosos, en los que buscó la soledad de un rincón para llorar sin ser vista, para mirar un horizonte inexistente mimetizándose en él y despertar luego como si hubiera atravesado un largo sueño. Aquellos otros instantes cuando el mundo apareció enorme, litigante, injusto en muchos tramos y ella se sintió tan pequeña y apocada, sin ese toque, sin esa chispa que a otros "le sale" tan naturalmente.
Difícil resulta imaginarla callada como se define, siendo que llueve sobre mí su verborragia.
(Un destello de oro atraviesa el campo de mi observación. Son las esclavas, las 15 pulseras que ahora van unidas con una cadenita y medalla- regalo de papá y de mamá).
Me contó había nacido un día lluvioso de invierno en una población pequeña atravesada por una vía ferroviaria y limitada por una larguísima ruta y un río inconstante. No tiene hermanos.
Dejó de lado los datos biográficos y se encendieron sus palabras con ondeantes consonantes y vocales sinuosas: amanecían los sueños: El mundo es otro mundo ahora! La monotonía se escurre tras la rejilla de los 14 años. El tercer año del bachillerato le ha extendido certificado para defender enormes intereses de igualdad, hermandad, justicia, sinceridad ...Asume que el odio emerge a veces pero lo encierra entre paredes calladas y con testarudez se impone anularlo.
Recuerda las lecturas, los libros que no se cansa de leer; los que leerá más adelante porque quiere aprender a expresarse con justeza sin que su léxico se tiña de afectación pues - recalca- de allí a la falsedad no hay más que un charquito. Algún día intentará escribir seriamente, lo que ahora es su escape de muchas horas, la desnudez que teme mostrar a los demás, tal vez más adelante sea un velero más reposado y seguro.
Está de vacaciones. Tiene anécdotas de visitas y de paseos.
(Cuento gotas de celos entre la redondez de sus palabras).
Se mira, me mira! buscando respuesta para su pregunta: soy tan fea? Argumenta: es mi timidez, quizás porque soy demasiado "traga".
No respondo. Ella sigue hablando.
Como desde atrás de un abanico nacarado brota otra confesión: Soy romántica y a ti te lo digo, no me avergüenza soñar con príncipes valientes y bosques encantados y princesas en peligro. No, no me importa, aunque el rostro de esos caballeros andantes no siempre sea el mismo. Es mi dulce inconstancia!
Cuánto tiempo pasó, no lo sé. Mecánicamente mis manos hicieron un inusual gesto de despedida.
Se juntaron los dos paños rojos y las hojas de aquel, Mi diario, se durmieron junto a muchas otras que no escribí. Puse la traba dorada pero no cerré el pequeño candado. Con 56 años vividos, ninguno de aquellos secretos tiene razón de ser.
Hoy me encontré conmigo misma en una franja alterna de tiempo. La niña del 1969 y la mujer del 2010.
Sonreí hasta las lágrimas con el re-encuentro.
Comprobé que en 41 años algunas cosas no han cambiado para mí.
Dejo a los demás juzguen si eso es favorable o no.



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1 comentario:

gabriel dijo...

Muy buen relato.
Intimo, sentido, hay que atreverse a hablar de uno mismo.
Dejo la crítica literaria para los especialistas. A mi simplemente me gustó.