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miércoles, 22 de diciembre de 2010

EL POEMA DE HOY




Tierra mía del sur


-Soneto-




Por María Julia Alemán de Brand (*)



Yo no pedí este oficio de cantarte
tierra mía del sur, amante mía.
Tomé el canto a la tierra como guía
y fui verso y dolor para esperarte.

Fui verso y con él, canté tu parte.
Fui dolor, porque duele la poesía,
(todo poeta es dolor y es agonía
y el verso es su escudo y su baluarte).

Yo no pedí este oficio…Me lo dieron
esos vientos del sur, y los paisanos
que parecen estar, pero se fueron.

Mis versos recuperan los lejanos,
los tiempos y las cosas que vivieron:
con orgullo les canto, provincianos!




(*) Escritora chubutense. Tomado de su poemario “De mi tierra paisana”.


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viernes, 17 de diciembre de 2010

EL CUENTO DE HOY




El Péndulo

De Olga Starzak



La casa es muy antigua; me dicen que una de las más viejas del pueblo. Juego a no pisar las uniones de los tablones de madera del piso del inmenso living; me gusta el ruido que hacen mis zapatos cuando los golpeo contra él. Abajo es hueco y retumba. En una de las tablas hay una rotura, siempre me agacho acercándome lo suficiente para mirar en el entrepiso. No se ve nada. Está muy oscuro. Me imagino que debe haber más de medio metro y pienso en los bichos que asustados por mis pasos, correrán escapando del peligro. La madera es dura y muy oscura. Tiene tanta cera que podría escribir con mi uña. También el techo es de madera; altísimo. El gas de las estufas a velas detiene el polvo suspendido. Los largos hilos que lo atraviesan se mueven con las corrientes de aire y me impresiona observar su fortaleza; nunca se cortan. Cuando le pregunto a tía Clara por qué siempre están allí aprovecha para recordarle a tía Elisa, su hermana menor, que hay que conseguir una escalera alta y plumerear. Me alegra comprobar que no son telas de araña. El lugar está iluminado con dos lámparas idénticas de hierro forjado. Si consiguieran la escalera, podrían aprovechar para limpiarlas; tienen mucha tierra.
Para entrar a la casa es necesario subir tres o cuatro escalones. La puerta es de doble hoja, la manija de bronce y el cerrojo tan grueso que se requiere de mucha fuerza para cerrarla con llave. Sólo lo hacen de noche.
La casa tiene muchas otras habitaciones, todas con olor a humedad. La mayoría no se usan. Las tías entran un par de veces al año para airearlas, nunca cuando yo estoy. Tampoco les gusta que me meta en sus dormitorios, comunicados entre sí por una puerta interna. No me interesan demasiado. No tienen ventanas, las puertas dan a una galería y están llenos de muebles. Los acolchados de las camas tienen volados y almohadones, y cuidan de que no se ensucien. Es imposible caminar por esos cuartos sin llevarse por delante alguna cómoda, baúl, mesa de luz, perchero o sillón.
Las pocas veces que visito la casa me muevo entre el living, la cocina, el patio o el baño, ubicado en el fondo de la casa. Siempre llevo mis cuadernos y el manual para hacer la tarea. Aprovecho para calcar y hacer láminas. Eso me gusta porque la mesa es tan grande que puedo desparramar todos mis útiles sin que nadie me pida un lugar para hacer otra cosa.
En esa misma sala hay un reloj de madera. Es un recuerdo de familia que viajó con los abuelos cuando vinieron de Europa. Debe tener más de cincuenta años y anda perfectamente. Tiene un largo péndulo y un sonido fuerte avisa el paso de cada hora. Siempre siento el impulso de tocarlo pero está demasiado alto y no me animo.

Ese día mis padres me dejan temprano. No me dicen a donde van. De todos modos me lo imagino; cuando no me cuentan seguro de que se trata de un velorio o visitan a algún familiar enfermo. A esos lugares no me llevan; dicen que me puedo impresionar y me quedo en la casa de las tías. Ellas son bastante viejas y solteras. Por los cuadros colgados de las paredes se puede ver que son iguales a mi abuela cuando se casó. El abuelo está muy elegante... Muy pocas veces hablan de él. Alguna vez escuché que había muerto en la guerra. No sé por qué pero siempre sospeché que así salvaban su dignidad. Mi padre se parece a él; tienen la frente ancha y los ojos muy claros. Evita mencionarlo... o tal vez no lo recuerde; era muy chico cuando dejó de verlo. Se pone triste cuando alguien lo nombra.

Estoy de vacaciones. En la televisión no pasan nada entretenido. En un canal, un noticioso y en el otro una película de monjes y curas. En el sillón de terciopelo verde, acomodo una sábana que me dio la tía Clara para no manchar el tapizado y me dispongo a dormir. Ella se fue a su habitación a hacer lo mismo. Me quedo mirando el reloj de madera y decido que es momento de sacarme el gusto; llevo uno de los bancos del comedor hasta la pared donde cuelga el aparato, me subo y con ambas manos tomo el péndulo. Es de bronce; frío, ancho... y está oscurecido por el paso del tiempo. Tiñe mis manos con un polvo pegajoso. Para mi sorpresa, cuando lo suelto deja de oscilar. Inesperadamente se detiene y vuelvo, asustado, al sofá. Desde allí observo lo que ocurre después. Las agujas del reloj comienzan a girar, velozmente, en sentido contrario. Calculo que lo hacen cientos de veces. En el momento en que pienso qué hacer para detenerlas, el movimiento cesa y se posan en las once en punto. Confundido, tardo largos segundos en darme cuenta de que si bien los muebles son los mismos, están ubicados en distinta posición, las paredes están pintadas de otros colores y el piso no tiene tanta cera. Todo es más nuevo y brillante. Falta la sábana debajo de mi cuerpo y estoy vestido con prendas que no reconozco.
Parado junto a la puerta que comunica el salón con el zaguán de la casa veo nítida, la figura de mi abuelo. Lo reconozco por las fotos que cuelgan de la pared. Para corroborarlo las busco... no están. Otros cuadros las suplantan. Estoy inmóvil, sin posibilidades de moverme o gritar. El miedo va desapareciendo a medida que él, con paso lento, se acerca. Su sonrisa es amplia, sus rasgos delicados, su porte esbelto...
- Adrián –dice, dirigiéndose a mí-. No debes creer lo que te han dicho.
Tardo otros segundos en darme cuenta de que me llama por el nombre de mi padre.
- Papá... –me escucho susurrar sin comprender por qué lo hago.
- Es verdad que estuve en la guerra –continúa. Eras un bebé cuando debí partir. Me destinaron al norte de África. Hubo muchas muertes tan injustas como inocentes. Caí prisionero y estuve más de tres años en campos de concentración aliados. Me cansé de enviarles cartas; nunca llegaron. Al finalizar la guerra fui liberado y junto con muchos otros compatriotas, atravesamos el Mediterráneo buscando los puertos más cercanos a nuestros destinos. Cuando llegué a América y retorné al hogar, tus hermanas eran poco menos que adolescentes y acababas de cumplir cinco años. Seguros de que había muerto, ya no me esperaban. El corazón de tu abuela había sido ocupado por otro hombre. Creí conveniente, y así se lo supliqué, que ustedes no se enteraran de mi regreso.
Lo miro sin entender lo que está sucediendo. Él no se detiene:
- Descubrí que era tarde para mí en este continente y una mañana, sin previo aviso, emigré a la Italia natal y me aseguré de que nadie me encontrara. Hoy mi alma clama por mi único hijo varón y cometo esta imprudencia. Deberás guardar el secreto. Si algún día tienes un hijo quizás te animes a contarle que el abuelo sacrificó su vida por amor.
- No te vayas... - le pido. Su figura se aleja sin dejar rastros, mientras el ruido del abrir de la puerta de calle anuncia el regreso de mis padres.
Impulsivamente miro el reloj. Continúa su marcha normal, como si nada hubiese pasado.




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martes, 14 de diciembre de 2010

EL POEMA DE HOY




Pienso busco miro



Por José Pablo Descalzi




pienso busco miro
mi presencia en tu ausencia
es vacío y esperanza
que reclama al hueco de mi abrazo
un regreso colmado de añoranzas


pienso
en mis manos sin caricias
una boca silente imprecisa
que grita la ausencia de besos
extrañando tu sonrisa


busco
y adivino por fin tu silueta
en el andén rodeado
y mancillado de extraños
tan lejos de mí y a la vez tan cerca


miro
ya no hay ausencia
vacío hueco ni añoranzas
sólo presencia
manos
caricias
besos y sonrisas




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viernes, 10 de diciembre de 2010

EL CUENTO DE HOY


Jardín de Michell


Juan Bautista Vallés (*)




En algún punto de las llanuras levemente curvas y agitadas por ningún viento, está el jardín de Michell y Michelle.
Los habitantes están dispersos y se comunican por la red de carreteras de una sola mano. Las que utilizan, además, para facilitarles el contacto con dos ciudades próximas de más de 500.000 habitantes.
Lo han creado ellos mismos hace muchos años atrás y ya desde tiempo se fue abriendo la puerta trasera para que hoy un jardinero de África incline la espalda y trabaje la tierra. Con cariño, como ellos lo hacen.
Ahora las manos de ellos dos están cansadas, aunque siguen gesticulando para decir lo que quizás las palabras no alcanzan.
Ellas las tiene ahora lejos de los niños que nacen, pero éstos siguen fuertes y dulces como cuando los recibía al llegar a este mundo. No cuesta oírla alentando a las madres jóvenes ni al hablarles a los bebés en nombre del mundo, para darles fe y esperanza. No le extraña ir por las calles, o estar en misa y que adolescentes o jóvenes se acerquen para saludarla. El haber compartido el momento de la primera visión queda marcado para siempre.
La saludan cada mañana unos pájaros agradecidos por la comida que, dulcemente, les dejó caer la señora Michelle en sus comederos. Están hambrientos. Vuelan en los alrededores de la ventana de la cocina y se disputan semillas de girasol; las toman al vuelo y llaman su atención para que el rito no desaparezca.

Las manos de Michell están prontas para ser serviciales y son fuertes para momentos difíciles.
Sin quitar otras recompensas por algún trabajo extra del peón, comparten un licor, que puede ser un vino patero del lugar. El jardín ha atrapado algo del espíritu de ellos y lo guarda en sus pliegues de tierra.
Respetando los ciclos, espera la primavera para estallar en colores y perfumes. Mientras, bajo un manto de frío, están los alientos de vida del verano.
El sol es esquivo y huidizo ante la ausencia de calor que hiela las plantas. Espera su turno para poder acercarse y poner vida en lo que hoy parece níveo manto.
Una estatua, eternamente inmóvil, observa desde el corazón del jardín la casa con curiosidad de mujer. La fuerza de esa curiosidad la lleva a no cerrar los ojos ni por el frío ni por el calor. No sé sabe con quién intercambia rumores.
No hay ahora ruidos de niños, ni huellas de pequeños zapatos, ni juguetes olvidados. No están el niño y la niña que jugaban a las escondidas o navegaban en barcos de fantasías por mares surcados solo por ellos.
Ahora enfrentan el océano de la existencia. Se enredan. Entre raíces descubren la esperanza de ser llamados abuelo y abuela.
Desde no hace mucho tiempo ella busca robar o pedir prestados colores del jardín para sus cuadros encantados.
Desde el jardín de invierno como nuevo paraíso, Michell y Michelle seguirán tejiendo sueños, y alguna tarde evocarán momentos de la conversación que empezó hace muchos años y que es única, por los siglos de los siglos.
Como alguna vez se lo dijo el Abbe del lugar.




(*) De “Tercer Libro” – Biblioteca Popular Agustín Álvarez – Trelew - Chubut, 2008


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lunes, 6 de diciembre de 2010

EL POEMA DE HOY






Marea baja




Por Jorge Alberto Baudés (*)



Entre lodazales de grava y denso limo
la oscura silueta de un navío descansa de atormentados sueños.
Mudas esquirlas de espuma salobre aferran su casco,
testigos del duelo entre un mar profundo hendido por filosa quilla.

Lejos quedó en la inmensidad,
espejada apenas de luna creciente,
trepada al obenque en vela rastrera, valentía de hombres,
afirmando gavias con calabacines, tensores y jarcias.

Del avezado marino ya es su tiempo.
En solitaria espera, abreva la noche entre cómplices ginebras,
mientras ensaya imaginaria el grumete en la cubierta
atisbando posible zozobra del viejo pesquero.

En tanto,
ajena a pasadas furias de viento insolente y osadas maniobras
duerme la bodega quiméricos sueños
de implacables redes, de plateados dijes,
nuevamente llenas.






(*) Escritor chubutense. Este poema fue “Mención Especial” de la Corona del Poeta en el Eisteddfod del año 2006



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viernes, 3 de diciembre de 2010

LA NOTA DE HOY




VIENTO




Por Jorge Eduardo Lenard Vives





Defendía hace un tiempo la realidad de ese ente esquivo llamado “Literatura Patagónica”, cuando fui objeto de la siguiente observación: ¿cómo hablar de tal variante literaria, cuando ni siquiera puede afirmarse, a ciencia cierta, que exista una región llamada “Patagonia”? Porque, continuó el escéptico, ¿qué tienen en común, por ejemplo, un habitante de Tierra del Fuego con un neuquino? La curiosidad ante lo obvio incentiva la investigación; por ello, el tema despertó mi interés. ¿Qué reúne a las provincias de Neuquén, Río Negro, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego, más allá de la historia compartida, su continuidad geográfica y similares recursos económicos? ¿Qué las une, allende los variados fundamentos esgrimidos por numerosos estudiosos para agruparlas en el mismo espacio conceptual?

Sin dudas, el viento; ese espíritu austral que, así como la “vis plástica” de Avicena modelaba a su capricho formas de vegetales y animales en la naturaleza, cincela el paisaje del territorio…. y la personalidad de quienes lo habitan. Como todo espíritu es etéreo, nada más que aire; pero un aire libre, indómito, desbocado, con una impetuosidad vigorosa que a veces refleja la Literatura.


Entre enero y febrero de 1937, Roberto Arlt viaja al sur argentino y describe sus experiencias en una serie de notas publicadas, con el título de “Aguafuertes Patagónicas”, por el diario “El mundo”. Entre esos artículos, reeditados pocos años atrás (1), figura uno llamado “En la tierra del viento”. Refiriéndose a la provincia del Neuquén, dice Arlt: “Todo aquí está sometido al imperio del viento, que sopla, aúlla, se queja y brama, dando en pleno verano la sensación del invierno”. Como para demostrar la omnipresencia de la singularidad climática en toda la región, Gregorio Mediavilla escribe, a principios de los cincuenta, su “Viento Sur”; que narra las aventuras del gaucho Sepúlveda, nacido en las Llanuras de Diana. Al finalizar la obra, sintetiza Mediavilla: “Cuando en las noches de invierno un triste silbido te despierte, tal vez recuerdes a los caminantes que azota el aguacero, a los que navegan envueltos en tinieblas, a los vencidos que buscan como albergue el umbral de tu puerta, y al mirar los cristales de la ventana, golpeados por la lluvia que empuja el vendaval, susurras con la emoción de un rezo: ¡Viento Sur!”.


Al sur, al norte… ¿y en la Patagonia central? Dos escritores chubutenses, entre otros muchos, recuerdan que, remedando a Arlt, esa zona bien pudiera llamarse “el reino del viento”. Asencio Abeijón, en el relato “Viajando de cara al ventarrón”, de “Apuntes de un carrero patagónico”, narra: “La puesta del sol, con su horizonte oeste rojo, fue un seguro presagio de mal tiempo para los carreros (…) Una hora más tarde, el vendaval ha adquirido toda la violencia ruidosa que le ha valido la justa fama de infernal”. Por su lado, Hugo Covaro le dedicó la obra “Memorias del viento”, espléndidamente ilustrada por Khato; donde se encuentran continuas referencias al ubicuo fenómeno: “Yo voy al viento, y desde el viento vengo, a contar sus memorias, a nombrar a los hombres de la tierra que habito”.


Tiene, por supuesto, un lugar en la poesía. Mario Cabezas lo menciona en su poema “Viento patagónico”, del libro “Remolinos”: “Ay ventarrones, mi arraigo / tiembla con el temporal / brisas con sueños de furia / cierzos que son huracán. / Ay ventolera…”. En tanto, la fueguina Alba Chamán habla de él en “El viento de Río Grande”, de su obra “Ley 3.218”: “El calendario dice: con vientos, sin vientos. / Lo importante aquí, es si sopla viento. / Sin viento quiere decir que los yuyales / se inclinan hasta tocar el suelo. / Con viento quiere decir que hasta las torres / de petróleo parecen inclinarse”. También es mentado por el padre Raúl Entraigas en los versos de “Viento…“, del poemario “Patagonia. Región de la aurora“: “Rapsodia salvaje de tierras bravías / Préstame el acento de tus melodías / Para que yo entone también mi canción. / Quién creció arrullado por esos silbidos / Lleva a flor del alma, trocada en gemidos, / Como puñalada, tu lamentación”.


Cruzando raudamente la meseta por una ruta asfaltada, protegidos tras los vidrios de un vehículo “cuatro por cuatro”, o viviendo al cobijo de ciudades cuyos edificios atemperan su furia, para muchos el viento parece ser sólo una palabra. Pero para el trabajador rural que a caballo recorre el campo o junta la hacienda, para el petrolero que lucha con los caños en la boca del pozo, para el marino que se hace al mar en los barquitos amarillos, es una realidad cotidiana. Por ello resulta lógico que se refleje en las creaciones de los artistas abiertos al influjo del medio que los rodea.




(1) “En el país del viento”. Roberto Arlt. Editorial Simurg, Bs As, 1997. Prólogo de Sylvia Saítta


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