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martes, 30 de noviembre de 2010

EL RELATO DE HOY




PROHIBIDO


Por Ada Ortiz Ochoa (*)





La tarde a la hora de la siesta con tiempo disponible, me da la libertad necesaria.
Silenciosa como es mi costumbre, me encamino al encuentro con él.
Cumplo con todos los ritos previos al placer, mejor dicho, me dejo llevar por el hábito de hacerlo...siempre preparada para esta cita a la que me siento obligada.
Muchas veces intenté dejarlo, es dañino para mí.
Personas sensatas me previnieron en contra de él.
No hubo caso, a nadie quise escuchar.
Sacudo la cabeza, resignada, aceptando con una sonrisa este fatalismo y elijo para el excitante momento, un lugar en la semipenumbra.
Él y yo. Juntos.
Como un anticipo, siento en mi mano el calor de él.
El deleite fue sin igual y se prolongó durante un largo tiempo. Ya totalmente sometida, rememoré ¿cuántos años tenía cuando furtivamente me encontré con él, por primera vez a solas?
Porque había sido precoz.
Aprendí a gustarlo golosamente a la edad de ocho años. Espiaba los movimientos de mis padres y hermanos.
Hasta de mi abuela me cuidé. Fui astuta y nunca me sorprendieron.
Me encantó disfrutar de lo prohibido.
Sonrío. Ahora con muchos años a cuesta y con hijos casados... me he quedado sola.
Pero la presencia cálida de él, estuvo y está permanente, para hacerme menos duros los inviernos y más frescos los veranos, aunque nuestros encuentros sean esporádicos y fugaces.
Ahora, si la vejez me doblegara, seguiría siempre acudiendo a él.
Respondiendo a su llamado. Buscando el placer del mate.



(*) Escritora de Sierra Grande.



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jueves, 25 de noviembre de 2010

EL POEMA DE HOY




GWYNETH (La Pionera)



de María Julia Alemán de Brand (*)



Mujer, la del Sur, tallada a viento
y sombra inseparable del pionero…
(su paso vigoroso fue el primero
el tuyo lo siguió, firme y contento…)

Dormiste a campo raso, en campamento
cocinando en fogón, como un tropero,
tu reloj –alba y noche- fue el lucero,
el comienzo y el fin del diario aliento.

Acallaste tu miedo muchas veces
con un rifle en la mano temblorosa
y el fervor anhelante de tus preces…

Pionera, la de casta valerosa
compañera de triunfos y reveses…
Oh mujer de mi sur, acero y rosa!


(*) Escritora chubutense. Tomado de su poemario “Soy poesía, búscame en el sur”






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domingo, 21 de noviembre de 2010

LA NOTA DE HOY



ENCUENTRO

Por Olga E. Cuenca




Estaba sola. Como en lejanía bullía el televisor. Tenía muchos planes en mente, intentaba hacer lugar para cada uno de ellos.
Su aparición imprevista no me sacudió. Ni un escalofrío recorrió el cuerpo. Fue un encuentro sereno. Estaba allí, entre los cortinados rojos, mirándome. Mis ojos se fijaron en ella, pero no apareció la silueta. No era ese el motivo de mi curiosidad. Me dejé llevar por sus palabras de tal manera que no podría decirte cómo lucía o cuál era su porte. Parecía tener prisa por contarme muchas cosas, pero su relato prolijamente volcado hacia mi diestra abundaba en detalles.
15 años cumplidos hace pocos meses. El festejo fue en casa de sus padres. Ella hubiera querido un peinado lacio, no los horribles tirabuzones que la dejaron tan fuera de la moda. La fiesta, a pesar de ese detalle y de la vigilancia continua de los mayores que cada tanto se daban una vuelta por el garaje, a la sazón sala de fiesta, para encender las luces que algunos apagaban, fue hermosa. Hubo invitados sorpresa y autoinvitados. Muchas canastas con flores y artículos de perfumería. Asistieron la abuela, los tíos, los padrinos, los vecinos. Bailó el vals con su papá en el comedor principal donde se reunieron los adultos. El corazón le latió muy rápido al leer la dedicatoria de algunas tarjetas. Los huesos repiquetearon contra la piel de todo el cuerpo cuando se le acercó el jovencito que ocupaba sus sueños.
Me encantaba el relato. No podía dejar de prestarle atención. La niña tenía necesidad de decir más. Una tímida urgencia por mostrarse desde adentro. Hablar de sus estados de ánimo. El de hoy de dicha (a mí me la ha contagiado), el de otros días penosos, en los que buscó la soledad de un rincón para llorar sin ser vista, para mirar un horizonte inexistente mimetizándose en él y despertar luego como si hubiera atravesado un largo sueño. Aquellos otros instantes cuando el mundo apareció enorme, litigante, injusto en muchos tramos y ella se sintió tan pequeña y apocada, sin ese toque, sin esa chispa que a otros "le sale" tan naturalmente.
Difícil resulta imaginarla callada como se define, siendo que llueve sobre mí su verborragia.
(Un destello de oro atraviesa el campo de mi observación. Son las esclavas, las 15 pulseras que ahora van unidas con una cadenita y medalla- regalo de papá y de mamá).
Me contó había nacido un día lluvioso de invierno en una población pequeña atravesada por una vía ferroviaria y limitada por una larguísima ruta y un río inconstante. No tiene hermanos.
Dejó de lado los datos biográficos y se encendieron sus palabras con ondeantes consonantes y vocales sinuosas: amanecían los sueños: El mundo es otro mundo ahora! La monotonía se escurre tras la rejilla de los 14 años. El tercer año del bachillerato le ha extendido certificado para defender enormes intereses de igualdad, hermandad, justicia, sinceridad ...Asume que el odio emerge a veces pero lo encierra entre paredes calladas y con testarudez se impone anularlo.
Recuerda las lecturas, los libros que no se cansa de leer; los que leerá más adelante porque quiere aprender a expresarse con justeza sin que su léxico se tiña de afectación pues - recalca- de allí a la falsedad no hay más que un charquito. Algún día intentará escribir seriamente, lo que ahora es su escape de muchas horas, la desnudez que teme mostrar a los demás, tal vez más adelante sea un velero más reposado y seguro.
Está de vacaciones. Tiene anécdotas de visitas y de paseos.
(Cuento gotas de celos entre la redondez de sus palabras).
Se mira, me mira! buscando respuesta para su pregunta: soy tan fea? Argumenta: es mi timidez, quizás porque soy demasiado "traga".
No respondo. Ella sigue hablando.
Como desde atrás de un abanico nacarado brota otra confesión: Soy romántica y a ti te lo digo, no me avergüenza soñar con príncipes valientes y bosques encantados y princesas en peligro. No, no me importa, aunque el rostro de esos caballeros andantes no siempre sea el mismo. Es mi dulce inconstancia!
Cuánto tiempo pasó, no lo sé. Mecánicamente mis manos hicieron un inusual gesto de despedida.
Se juntaron los dos paños rojos y las hojas de aquel, Mi diario, se durmieron junto a muchas otras que no escribí. Puse la traba dorada pero no cerré el pequeño candado. Con 56 años vividos, ninguno de aquellos secretos tiene razón de ser.
Hoy me encontré conmigo misma en una franja alterna de tiempo. La niña del 1969 y la mujer del 2010.
Sonreí hasta las lágrimas con el re-encuentro.
Comprobé que en 41 años algunas cosas no han cambiado para mí.
Dejo a los demás juzguen si eso es favorable o no.



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miércoles, 17 de noviembre de 2010

EL CUENTO DE HOY











En la cima del Monte



Por Olga Starzak



El silencio, desde siempre, se había constituido en una parte significativa de mi vida. Este de ahora, aunque diferente porque dominaba de manera voluntaria, me recordaba a aquel que, desde niña, buscaba tan afanosamente.
Sentada en el doble sillón de hierro pintado de blanco, en la galería del que ahora era mi hogar, evocaba –no sin emoción- esos días de mis jóvenes años. No era este un día cualquiera. Era el aniversario del nacimiento de mi madre; el día en que muchos años atrás, con lágrimas en sus ojos me preguntó innumerables veces por qué. Acababa de anunciarle que había decidido ser monja. Si hoy viviera, si pudiera hacerse eco de la paz inmensa que habita en mi alma, las lágrimas ya no serían de desilusión.

Mis primeros años en el convento corroboraron mi vocación. Desde el día en que, frente a cientos de fieles, recibí el escapulario que me acompañaría por siempre, supe que atrás quedaban los afectos familiares, los amigos y el contacto con el mundo material que tanta incidencia tenía sobre la mayoría de los hombres.
Recordé el momento exacto en que, atrapada por una fuerza inexplicable, entregué mi vida a Dios. A ese Dios que hasta entonces sólo había irrumpido en casos de extrema necesidad, o a ese Dios al que de manera rutinaria recurría en mis oraciones aprendidas, aunque no sentidas.
Había sido simplemente así. El llamado a una existencia consagrada al servicio de Cristo. Y no necesité más explicaciones.
Mi vida ya no me pertenecía. En la mente habían quedado las imágenes más preciosas que había querido retener, y el amor que inundaba mi corazón alcanzaba para saciar las más profundas necesidades. Todo lo demás quedaba excluido; también las palabras.
Sin embargo, mi ser -sumido en los más íntimos pensamientos- era con frecuencia empañado por un hecho de mi infancia que, aunque lejano en el tiempo, estaba vívido en mi memoria como era vívida la mano de la Madre estrechando las mías, calmando el dolor que la herida había dejado en mis entrañas.
Ni aún en ese momento pude sentir odio, sólo un sentimiento de absoluta impotencia. Más tarde fue un insistente dolor. Y después una insoportable culpa.
La imagen del horror en el rostro suplicante de mi hermanita permanecía nítida, y la del hombre golpeándola, inalterable.



Mis días en el monasterio eran igualmente bellos. El amanecer, aún crepuscular, me encontraba en responso. Así comenzaba cada día, creado en una atmósfera de soledad y silencio. Las plegarias eran continuas, eternizadas en nuestro corazón. Las cálidas, aunque intencionalmente oscurecidas mañanas, eran consagradas a tareas de rutina. Con los momentos destinados a la alimentación llegaba la bendición de cada bocado que tocaban los labios. Y después, el mudo intercambio con mis colegas, todas mujeres de temple y fortaleza admirables. Era esperado el espacio cotidiano para cultivar la lectura que fortalecía el íntimo vínculo con la Virgen María, la comunión con su persona, la imitación de sus virtudes. Nos acompañaba el ejercicio de la meditación donde percibíamos que la “Madre de Todas” mantenía intacta nuestra energía.

Era en la noche, en la soledad de la celda, donde acudían invariables los ojos de aquel hombre, la violencia en sus manos. Un golpe y otro… Otro. Y otro.
Yo había observado la escena paralizada, sin intervenir, sin -ni siquiera- buscar ayuda. Sin poder moverme desde ese lugar donde permanecí oculta. Muchos minutos después, cuando pude gritar hasta quedar sin aliento, ya era demasiado tarde.

Sólo desaparecía el abatimiento ante la presencia divina protegiéndome. Como quizás ya lo había hecho entonces y no me había dado cuenta, cuando inmerso aún en la ira, el asesino escapó al comprobar que su indefensa víctima había muerto. Por haber frustrado un robo; uno más de los tantos que se consumaban en ese pueblo del sur de Italia ganado por el hambre y la pobreza post-bélica.

La carta episcopal llegó de la mano de un emisario en una de las fiestas marianas de la iglesia. Todas las monjas del claustro esperábamos ansiosas para conocer su contenido. Esta vez seríamos protagonistas de la conmemoración de la virgen en el mismísimo Monte Carmelo. La misión nos envolvía con una alegría renovada.

Fue allí, en la cima del Monte, en el éxtasis de la oración, donde veinte años después, ante la imponente presencia del Señor -en un acto inexplicable- se liberaron las culpas de aquella niña que aún vivía en mí.
Y evoqué por última vez el rostro del mal.





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sábado, 13 de noviembre de 2010

LA NOTA DE HOY





LA VOZ




Por Jorge Eduardo Lenard Vives




Las carreteras patagónicas – algunas vez objeto de las páginas de este blog – conforman un extensa red vial recorrida, a diario, por vehículos a bordo de los cuales se desplazan bulliciosos grupos familiares, delegaciones de todo tipo, pasajeros circunstancialmente unidos por un destino común, transeúntes solitarios, camioneros, viajantes de comercio, individuos en busca de su destino. Pero, ya sea en conjunto o en forma aislada, estos viajeros están permanentemente acompañados por una voz a la vera de la ruta: la radio.
Que no es sólo una voz en el camino. Es, también, una voz en la inmensidad patagónica para el puestero que, en la meseta, enciende su receptor a fin de escuchar los proverbiales “Mensajes al poblador rural”; o simplemente, buscando disipar la melancolía de una tarde de domingo con la audición de un lejano partido de fútbol. Y es la voz que, sobre las olas, lleva una canción o una noticia a los pescadores a bordo de las lanchas de la flota amarilla. Y es, también, la voz que acompaña en las largas noches del invierno austral a las guardias de hospitales y cuarteles; o a los noctámbulos desvelados en espera del sueño o del amanecer, lo que venga primero.
Una presencia tan importante debería reflejarse en las letras patagónicas. Y en parte es así. En un cuento mencionado ya varias veces en este blog – porque su calidad artística lo amerita –, el protagonista, un viajante de comercio, es acompañado a lo largo de su fantástico periplo por las emisoras de los lugares que va recorriendo. Se trata de “Gondwana”, de Jorge Honik. El tono con que se describe la presencia de la radio, un elemento básico para el desarrollo de la trama, está perfectamente logrado: la desaparición paulatina de la emisión radial en medio de interferencias y frituras, la súbita aparición de una nueva onda con un mensaje inesperado, la transmisión de una carrera de “turismo carretera” al viejo estilo... Incluso irrumpe en la señal radiofónica Bebedel, saurio gigante del cretácico, para narrar su historia a Abel Proteus, bípedo, humano, actor principal del relato.
En otros cuentos patagónicos también se menciona la presencia de la radiodifusión en las regiones sureñas. “Un testamento”, de Elías Chucair, de su volumen “Cuentos y relatos”, se inicia con un mensaje del servicio radial de comunicados para el poblador rural; aunque, a diferencia de la canción de Hugo Giménez Agüero, “No me abandones ahora”, el mensaje no es auspicioso sino luctuoso. En “Relinchos”, de “Pequeñas historias del frío”, un personaje de Hugo Covaro arriba a un puesto fronterizo cuando los gendarmes están escuchando, por radio, una pelea en el Luna Park, en la lejana ciudad de Buenos Aires; que los acerca a la también distante región mesopotámica, de donde son, aparentemente, originarios. Uno de los “17 simples cuentos” de Nadine Aleman, “Rogelio y las piedras”, muestra como, a través de la radio, los aislados pobladores de una casa en la cordillera se mantienen al tanto de las novedades de la ciudad; noticias que, en este caso, los afectan más de lo que imaginan.
A veces, la Literatura homenajea a la radio, como en el caso de la poesía que el escritor comodorense Alfredo Lama dedicó al desaparecido locutor y folklorista Aníbal Forcada:

Transformada en líricas vocales desde un surco sideral se desprendía, labrador de la noche patagónica, tu semblanza de esta tierra dolorida.

¿Cuál es el motivo para que la radiodifusión y la Literatura conjuguen tan bien? Tal vez sea porque la radio muestra una similitud básica con el libro, que los hermana en la magia: dejan al oyente y al lector la posibilidad de usar la imaginación para representarse mentalmente lo que les llega por su intermedio. Por eso, pese a convivir en un ambiente atiborrado de imágenes, tanto la radio como el libro tienen un brillante porvenir.




Nota del autor: este artículo está dedicado a Silvia Panomarenko, Adriana Ortigoza, Roberto Suárez, Fernando Asciutto, Mario Irazú y Felipe Alarcón, mis amigos de la radio. Y al amigo y tocayo Jorge Robert, quien con su permanente evocación del papel de la radiodifusión patagónica, también inspiró esta nota.



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LA NOTA DE HOY





LA VOZ




Por Jorge Eduardo Lenard Vives




Las carreteras patagónicas – algunas vez objeto de las páginas de este blog – conforman un extensa red vial recorrida, a diario, por vehículos a bordo de los cuales se desplazan bulliciosos grupos familiares, delegaciones de todo tipo, pasajeros circunstancialmente unidos por un destino común, transeúntes solitarios, camioneros, viajantes de comercio, individuos en busca de su destino. Pero, ya sea en conjunto o en forma aislada, estos viajeros están permanentemente acompañados por una voz a la vera de la ruta: la radio.
Que no es sólo una voz en el camino. Es, también, una voz en la inmensidad patagónica para el puestero que, en la meseta, enciende su receptor a fin de escuchar los proverbiales “Mensajes al poblador rural”; o simplemente, buscando disipar la melancolía de una tarde de domingo con la audición de un lejano partido de fútbol. Y es la voz que, sobre las olas, lleva una canción o una noticia a los pescadores a bordo de las lanchas de la flota amarilla. Y es, también, la voz que acompaña en las largas noches del invierno austral a las guardias de hospitales y cuarteles; o a los noctámbulos desvelados en espera del sueño o del amanecer, lo que venga primero.
Una presencia tan importante debería reflejarse en las letras patagónicas. Y en parte es así. En un cuento mencionado ya varias veces en este blog – porque su calidad artística lo amerita –, el protagonista, un viajante de comercio, es acompañado a lo largo de su fantástico periplo por las emisoras de los lugares que va recorriendo. Se trata de “Gondwana”, de Jorge Honik. El tono con que se describe la presencia de la radio, un elemento básico para el desarrollo de la trama, está perfectamente logrado: la desaparición paulatina de la emisión radial en medio de interferencias y frituras, la súbita aparición de una nueva onda con un mensaje inesperado, la transmisión de una carrera de “turismo carretera” al viejo estilo... Incluso irrumpe en la señal radiofónica Bebedel, saurio gigante del cretácico, para narrar su historia a Abel Proteus, bípedo, humano, actor principal del relato.
En otros cuentos patagónicos también se menciona la presencia de la radiodifusión en las regiones sureñas. “Un testamento”, de Elías Chucair, de su volumen “Cuentos y relatos”, se inicia con un mensaje del servicio radial de comunicados para el poblador rural; aunque, a diferencia de la canción de Hugo Giménez Agüero, “No me abandones ahora”, el mensaje no es auspicioso sino luctuoso. En “Relinchos”, de “Pequeñas historias del frío”, un personaje de Hugo Covaro arriba a un puesto fronterizo cuando los gendarmes están escuchando, por radio, una pelea en el Luna Park, en la lejana ciudad de Buenos Aires; que los acerca a la también distante región mesopotámica, de donde son, aparentemente, originarios. Uno de los “17 simples cuentos” de Nadine Aleman, “Rogelio y las piedras”, muestra como, a través de la radio, los aislados pobladores de una casa en la cordillera se mantienen al tanto de las novedades de la ciudad; noticias que, en este caso, los afectan más de lo que imaginan.
A veces, la Literatura homenajea a la radio, como en el caso de la poesía que el escritor comodorense Alfredo Lama dedicó al desaparecido locutor y folklorista Aníbal Forcada:

Transformada en líricas vocales desde un surco sideral se desprendía, labrador de la noche patagónica, tu semblanza de esta tierra dolorida.

¿Cuál es el motivo para que la radiodifusión y la Literatura conjuguen tan bien? Tal vez sea porque la radio muestra una similitud básica con el libro, que los hermana en la magia: dejan al oyente y al lector la posibilidad de usar la imaginación para representarse mentalmente lo que les llega por su intermedio. Por eso, pese a convivir en un ambiente atiborrado de imágenes, tanto la radio como el libro tienen un brillante porvenir.




Nota del autor: este artículo está dedicado a Silvia Panomarenko, Adriana Ortigoza, Roberto Suárez, Fernando Asciutto, Mario Irazú y Felipe Alarcón, mis amigos de la radio. Y al amigo y tocayo Jorge Robert, quien con su permanente evocación del papel de la radiodifusión patagónica, también inspiró esta nota.



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martes, 9 de noviembre de 2010

EL MICRORRELATO DE HOY


AMOR


Por Enrique Martínez Llenas



Fue conminado a explicarse.

Y entonces, el hombre habló:

La respetaba, por haberse hecho valer como mujer, por no haber tolerado ni una sola vez el abuso sobre su persona.

La consideraba como su igual, por su inteligencia y su equilibrio.

La cuidaba como algo valioso, irremplazable; atendía a sus necesidades, preparaba sus comidas con deleite; trataba de satisfacer, sin que se lo pidiera expresamente, sus pequeños caprichos.

La reñía, casi siempre jocosamente, por sus olvidos y despistes.

La disfrutaba, jugando y divirtiéndose con su cuerpo sin recibir nunca un rechazo indiferente, sino el recíproco gozo.

La mimaba, como si se tratase de un tímido cachorrito desvalido.

La envidiaba por su serenidad, de la que él mismo carecía; pero esa era una envidia que lo movía a intentar ser mejor.

La amaba…

Por todo eso y mucho, mucho más, cuando el daño en su cerebro y mente fue tan arrollador que dejó de ser ella misma, y en virtud de un viejo pacto tiempo atrás formulado, entre ellos libremente consentido, y que nunca más requirió ser actualizado, la mató.


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EL MICRORRELATO DE HOY


AMOR


Por Enrique Martínez Llenas



Fue conminado a explicarse.

Y entonces, el hombre habló:

La respetaba, por haberse hecho valer como mujer, por no haber tolerado ni una sola vez el abuso sobre su persona.

La consideraba como su igual, por su inteligencia y su equilibrio.

La cuidaba como algo valioso, irremplazable; atendía a sus necesidades, preparaba sus comidas con deleite; trataba de satisfacer, sin que se lo pidiera expresamente, sus pequeños caprichos.

La reñía, casi siempre jocosamente, por sus olvidos y despistes.

La disfrutaba, jugando y divirtiéndose con su cuerpo sin recibir nunca un rechazo indiferente, sino el recíproco gozo.

La mimaba, como si se tratase de un tímido cachorrito desvalido.

La envidiaba por su serenidad, de la que él mismo carecía; pero esa era una envidia que lo movía a intentar ser mejor.

La amaba…

Por todo eso y mucho, mucho más, cuando el daño en su cerebro y mente fue tan arrollador que dejó de ser ella misma, y en virtud de un viejo pacto tiempo atrás formulado, entre ellos libremente consentido, y que nunca más requirió ser actualizado, la mató.


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martes, 2 de noviembre de 2010

EL POEMA DE HOY


El último Pulpero


por Gerardo Robert


Dedicado a la memoria de Cacho Di Catarina, de la Pulpería de Mercedes.






Se fue…medio de golpe.
Tal vez habrá querido no andar perdiendo el tiempo
en esas tonterías de envejecer de a poco.
Total, ya había cumplido el rol maravilloso
que le confió el destino…o que él buscó de adrede,
para dejar su estampa cabal, de gaucho entero,
tan solo distraída en aquellas picardías
de gambetear la 5 con alma de potrero...
Por ay andará el Cacho, como él lo había soñado,
sobre un criollo azulejo de tuse bien prolijo,
emprendado de estrellas y escarceando impaciente,
hasta encontrar de nuevo
el palenque amigable de alguna pulpería .

Ya gastada la noche en la tertulia amena y la caña bermeja,
repuntará sus sueños hacia otras madrugadas tarareando una huella;
Y en un galopo corto, abrazará un lucero igual al de Mercedes
por ese cielo pampa que abrió la gauchería.



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EL POEMA DE HOY


El último Pulpero


por Gerardo Robert


Dedicado a la memoria de Cacho Di Catarina, de la Pulpería de Mercedes.






Se fue…medio de golpe.
Tal vez habrá querido no andar perdiendo el tiempo
en esas tonterías de envejecer de a poco.
Total, ya había cumplido el rol maravilloso
que le confió el destino…o que él buscó de adrede,
para dejar su estampa cabal, de gaucho entero,
tan solo distraída en aquellas picardías
de gambetear la 5 con alma de potrero...
Por ay andará el Cacho, como él lo había soñado,
sobre un criollo azulejo de tuse bien prolijo,
emprendado de estrellas y escarceando impaciente,
hasta encontrar de nuevo
el palenque amigable de alguna pulpería .

Ya gastada la noche en la tertulia amena y la caña bermeja,
repuntará sus sueños hacia otras madrugadas tarareando una huella;
Y en un galopo corto, abrazará un lucero igual al de Mercedes
por ese cielo pampa que abrió la gauchería.



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