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domingo, 10 de julio de 2011

EL CUENTO DE HOY




Aguas turbias



Por Olga Starzak


Con destino incierto dirijo mi andar hacia la zona rural; camino lento pero sin tregua, empañada mi mente de culpas tan recientes como irremediables.

No sé cuánto tiempo después me sorprendo parada en el Puente Hendre, sobre el río Chubut. El abrupto deshielo de las intensas nevadas de toda la región me hacen desconocer esta riada, a veces salvaje pero siempre previsible, de mi pueblo. Las riberas se confunden con la tierra que poco antes resplandecía esperando la llegada de la primavera. Sauces, álamos y otros árboles están, ahora, debajo de las aguas. Las chacras próximas a la población sufren en tierra propia la agresión de la napa freática; las quintas que sus dueños han elegido para morar, en un intento por alejarse del bullicio urbano, están cubiertas de líquidos enlodados.

Mi ser, igualmente corrompido, se hace eco de esta situación.

Mi madre, nacida en un paraje vecino, recorría todos los días el largo y estrecho sendero que la llevaba a la escuela, a orillas del río, apenas cruzada la pasarela. Sólo las vicisitudes climáticas o algún estado de enfermedad justificaban la falta. El colegio primario que aún hoy, después de sesenta años funciona allí, era el único en el lugar. Mi abuela me contaba, siendo yo aún una niña, cómo cada uno de sus hijos llevaba una especie de mochila de hule realizada por ella misma; allí guardaban todos los útiles escolares: el cuaderno prolijamente forrado con hojas de diario, el manual, el tintero involcable, la funda para la lapicera de pluma, un abrigo y las botas de agua; las niñas incluían el bastidor para bordar.

Ella se complacía en narrarme anécdotas de aquella época y aún cuando el desborde del río alguna vez sucedía, nunca había llegado a ser tan devastador como este. El crecimiento poblacional de toda la localidad era, en gran parte, causante de esta inundación.

De alguna manera me alegro de que la abuela no pueda ser testigo de tanta desdicha.

El puente ha tenido un singular significado en la vida de mi madre; quizás por esa razón hoy, desolada, estoy sobre las gruesas y resecas vigas de madera que permiten sólo el paso de las personas y vehículos livianos. La estructura sigue siendo firme, aunque el paso del tiempo la muestra herrumbrada y descolorida. Me apoyo sobre sus viejas barandas con cierto temor y dejo caer mi mirada en las aguas imponentes del río, más ancho que nunca... amenazante, sombrío como todo el paisaje que lo rodea. Desesperanzado como mi propia existencia.

Detengo mis ojos en la escuela. Evoco a mi madre, a sus hermanos y a todos los hombres que han pasado por allí. Es posible que sus experiencias hayan tenido mucho que ver en sus formas de pensar, de ser y sentir.

Unos obreros, muy cerca del edificio, cavan pozos profundos que pronto se inundan; tratan, desenfrenadamente, de colocar bombas que devuelvan el agua a su sitio, de donde jamás debiera haberse esparcido.

Me siento sobre un costado del deteriorado puente.

Desabrocho el botón de mi jardinero y saco del bolsillo la carta que horas antes encontré mientras buscaba unos documentos. Conozco su contenido; sin embargo, comienzo a releerla:

“Es difícil que entiendas mi decisión...” , empieza escribiendo mi madre.

Va dirigida a mi padre. Y continúa:

“Ya conversé con el médico y acordamos en hacerlo la próxima semana. Me preguntó si estabas de acuerdo y le contesté que sí. Consideré vano explicarle que hacía más de dos meses que no te veía y no estabas enterado del embarazo, menos aún decirle que la situación económica te había obligado a radicarte en el norte del país y que esto había sido sólo un descuido”.

En otro párrafo de la carta anticipa:

“Estoy segura de que me condenarás por este atrevimiento... Ustedes, los hombres, no entienden. Me paso todo el día cuidando de los niños, cocinándoles, lavando sus ropas, acompañándolos a la escuela. Me siento muy... muy agotada y no deseo tener uno más. Decididamente no lo quiero. Creo que será una determinación acertada, para vos, para mí... para los niños. Sólo espero tener las fuerzas necesarias para hacerlo. No será nada fácil”.

Mientras sigo leyendo, una y otra vez miro la fecha en la que ha sido redactada esta nota. Las estampillas corroboran que fue enviada al destinatario. No necesito más elementos para comprender que mi madre está refiriéndose a mí. Conociéndola, es fácil imaginar las razones por las que no ha concretado los hechos.

La admiro y la amo más que nunca. Entiendo, ahora, las excesivas manifestaciones de afecto recibidas en mi niñez, tal vez como consecuencia de sus culpas; las diferencias percibidas en el trato con mis hermanos convirtiéndome siempre en la niña mimada. Y el amor desmedido y preferencial que mi padre demostraba hacía su hija más pequeña.

Siento un profundo agradecimiento.

Mis lágrimas dejan manchas en las amarillentas hojas, corriendo la tinta de las palabras que ya no quiero volver a repasar.

Absorta, todavía, por el descubrimiento, observo a mi alrededor a mucha gente. Van y vienen haciendo crujir al puente con su andar; contemplan anonadados las viejas construcciones de los alrededores. Pronto comenzarán a derrumbarse, el terreno cederá y las paredes empezarán a partirse.

Intuyo que mi futuro compartirá este designio.

Ajenos a la tragedia, un grupo de jóvenes en bicicleta recorre el lugar; se divierten, cantan, ríen. Una pareja, en un vehículo estacionado, delibera visiblemente preocupada.

Escucho a lugareños conversando sobre la caída de árboles frutales, los perjuicios venideros y la posibilidad de construir tajamares que eviten la entrada de agua a determinados predios. Pensamientos de pérdida, congoja e incertidumbre se mezclan con los propios.

Para ellos existirá, quizás, una nueva oportunidad.

Conmocionada, llevo ambas manos a mi vientre vacío, vilmente despojado de vida, y siento enormes deseos de gritar.






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3 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy, muy bueno. Mi vista se nubló por la emoción.

Ada Ortiz Ochoa (Negrita) dijo...

Excelente trabajo, le ha sido otorgado todo el clima necesario para que sea una narración que sacuda y conmueva. Muy bueno, Olga, sos una magnífica escritora. Me gustó leerte. Besos
Negrita

Olga Starzak dijo...

Gracias "Anónimo"; Gracias Negrita... Este cuento me gusta especialmente porque, más allá de la historia ficticia que narro, está enmarcado en escenarios muy nuestros; precisamente en aquel donde nació y se crió mi madre. hasta pronto ¡Literasur nos reúne!
Beso enorme