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sábado, 29 de octubre de 2011

EL RELATO DE HOY



(Skavdvile, 1896 - Monte Solo, 1921) 




JULIO GERMÁN KOSLOWSKY (*)


Por Mónica Soave



...ahora viene el invierno y escasearán las comunicaciones;

así que Dios los guarde y proteja a todos.

Tu viejo padre y amigo.

Julio G. Koslowsky

(Última carta a su hijo)





Se pinta los labios frente al espejo del baño blanco. Se miran las dos hermanas, una al lado de la otra, frente al espejo, y se pintan despacito los labios de un color parecido al naranja, delineando el contorno, preguntándose para qué, en voz alta, para qué.

—Para parecer más lindas —dice una, riéndose.

—Para que nadie nos vea —dice la otra sombreando el labio superior en forma de corazón.

Afuera, pasan los carros por el camino de tierra

—Ya viene —dice una escondiendo el lápiz de labios y limpiándose la boca con un pañuelo. —Ya viene. Ayudame.

Así nace Julio, en una tarde nublada de clandestinidades y secretos entre mujeres, en Skavdvile, un pequeño pueblo de Lituania muy cerca del río Jura. Era el 15 de septiembre de 1866.

El niño Julio crece, pesca en el río, escucha a su padre, ve pasar los carros por la ventana de su casa, estudia. Su madre ya no juega a pintarse los labios y lo despide en el puerto, una mañana de 1896, con lágrimas. Tal vez ya sabe que nunca más lo volverá a encontrar.

Julio es un naturalista y llega a la Argentina para formar parte de la comisión de estudio de límites en el conflicto con Chile. Por eso, realiza varias exploraciones en la región patagónica y conoce a Francisco Moreno, con quien trabaja. También enseña Ciencias en el Museo Nacional de Buenos Aires.

Pero quiere irse. Quiere quedarse en el sur.

Una mañana, atisba a su mujer pintándose, a escondidas, los labios. Es bella su mujer. Tiene el pelo muy rubio y unos ojos acerados. Tiene, también, un embarazo incipiente y dos niñitas dándole vueltas alrededor y tironeándole del delantal. Mientras la mira, extraña, como siempre, el frío del sur, la sombra alargada de los árboles, la nieve, las desolaciones sin espejos.

Se relaciona con otras familias lituanas y, también, con otras de origen ruso y polaco, y todos juntos deciden fundar una colonia en la zona de Valle Huemules.

El 6 de mayo de 1898, llegan todos a las costas de Puerto Madryn en un transporte perteneciente a la Armada Nacional y, desde allí, viajan en tren hasta Trelew. Las desolaciones sin espejos comienzan a vislumbrarse hasta que la soledad y el frío y las tempestades se tornan desmedidas, cuando se internan en las mesetas peladas con sus carros y sus vagonetas y siguen la ruta indígena: hacia el Suroeste, a lo largo de los ríos Chico, Senguerr, Mayo y Guenguel.

Julio jamás recuerda al río Jura de su infancia porque tiene que juntar leña y cazar para comer, porque debe armar la carpa todas las noches, porque tiene que cuidar a sus pequeños hijos, tres ya, Boris es tan diminuto; y las chicas, tan frágiles. No, no quiere que ni su mujer ni ellos vean cómo los pumas destrozan a los pocos animales que llevan con ellos. No quiere que distingan los rastros de sangre en la nieve. No quiere que sientan el frío y el viento helado que se cuela por los resquicios de la tienda de lona en la que van viviendo. No quiere que tengan hambre, ni sed, ni necesidades, ni recuerdos. Sólo tienen que mirar para adelante, como él, como siempre lo ha hecho y les ha enseñado, para adelante.

El invierno de 1899 es aún más duro y más cruel. Las demás familias no tienen ninguna experiencia en el trabajo de la tierra ni en la cría de animales, pero entre todos han logrado terminar de construir sus viviendas —unas chozas de madera— y establecerse. Unos meses más tarde, una plaga de insectos anida en los troncos de las casas y comienzan a destruirlas desde dentro. Ya nadie lo soporta: el frío, el extremo aislamiento, el hambre, las continuas muertes, la carencia de futuro y de esperanzas. Se van las familias lituanas, y las rusas, y las polacas; se van a Colonia Sarmiento, al Valle inferior del río Chubut, al cañadón del río Mayo, a las riberas del río Senguerr; se van, una a una, para no volver jamás a Valle Huemules.

Pero la familia de Julio se queda hasta 1901, sin salir de allí. Sólo él viaja una vez por año a Trelew, y en ese tiempo, nace su último hijo, Juan, en el desamparo más pavoroso.

El 8 de septiembre de 1901, llegan todos a Buenos Aires. Julio comienza a trabajar en la Oficina Meteorológica y ya ha participado, con sus estudios y colaboraciones, en el fallo arbitral sobre la cuestión de límtes con Chile.

En el verano de 1910, vuelve a la Patagonia. No le gusta Buenos Aires. No soporta las calles atestadas, ni los festejos, ni los señores de levita y galera, ni las mujeres con peinados altos y vestidos anchos, ni la humedad.

En 1913, consigue la titularidad de las tierras que había ocupado —y que ocupa en ese momento— en Valle Huemules, por los servicios que ha prestado al país. Pero en 1914, vende esas tierras y compra una pequeña estancia en Monte Solo de los Halcones, muy cerca de la localidad de Lago Blanco. Le gustaría visitar Lituania, hacer un viaje allá y volver a ver a la poca familia que le ha quedado, pero estalla la primera guerra y le espanta el sueño del retorno para siempre.

Por eso vuelve a Buenos Aires, tal vez, para sentirse más cerca de los barcos que parten hacia Europa, o para castigarse y, a la vez, sufrir intensamente por ese castigo; o para extrañar el aire límpido de Lago Blanco o Valle Huemules. Lo cierto es que va perdiendo todo su dinero y todas sus pertenencias, y es entonces cuando vuelve definitivamente al sur, en el año 1921.

Su hija Catalina, la segunda, despide a toda la familia que parte nuevamente, sin lágrimas, ya está acostumbrada a tantas despedidas. Los otros hijos también irán volviendo poco a poco a Buenos Aires, y Julio quedará solo allá, redactando algunos artículos para la prensa, ordenando su vasta biblioteca, sacando fotografías, escribiendo cartas. En una de ellas, le pide a su hijo Juan una encomienda con revelador Rodinal AGFA, concentrado de Widemeyer.

El valle ya se ha limpiado por el fuerte viento, pero las barrancas y campos altos están blancos de nieve. Dios sabe qué invierno vamos a tener que afrontar. Ahora quedé solo con José. Las ovejas están bien, pero tendré que buscar las yeguas sobre la meseta del Chalía. Por ahí, nieva casi diariamente. No olvides hacerme comprar mi traje de corderoy en Gath & Chaves y mandármelo por correo. Ya no tengo qué ponerme.

La encomienda llega desde la ciudad el 22 de septiembre de 1923. Es una caja grande con reveladores fotográficos, unos pocos libros nuevos sobre ciencias, un estuche con bombones de chocolate y un traje de corderoy gris topo.

Julio muere al día siguiente, solo, en esa extrema soledad de un lugar que puede llamarse Monte Solo de los Halcones. En ese mismo momento, su hija Catalina se pinta, sin enterarse todavía de nada, los labios. Se los pinta de un rojo intenso, brillante, en su casa de Buenos Aires, despacito, delineando los bordes en forma de corazón, como si fuera un mapa, frente a un espejo.



NOTAS:

- El paso de Julio G. Koslowsky por la región fue fundamental para nuestro país. Con su exploración del territorio y, luego, con su presencia, obtuvo una importante franja de tierra para la Argentina en 1902.

- Entre 1896 y 1902, los integrantes de las comisiones para la demarcación de los límites con Chile denominaron Ruta Koslowsky a la huella que nacía en la cordillera de Los Andes y se extendía, en línea recta, hacia la costa de Rada Tilly (hoy Comodoro Rivadavia). 


- Los valiosos trabajos que dejó escritos contribuyen al conocimiento de la fauna americana y desentrañan diversos aspectos etnológicos de tribus aborígenes del Brasil, Bolivia y la Patagonia.


(*) Del libro "180 Sur" (Biografías en Patagonia) - Ed. Umbrales - Buenos Aires - 2010



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EL RELATO DE HOY



(Skavdvile, 1896 - Monte Solo, 1921) 




JULIO GERMÁN KOSLOWSKY (*)


Por Mónica Soave



...ahora viene el invierno y escasearán las comunicaciones;

así que Dios los guarde y proteja a todos.

Tu viejo padre y amigo.

Julio G. Koslowsky

(Última carta a su hijo)





Se pinta los labios frente al espejo del baño blanco. Se miran las dos hermanas, una al lado de la otra, frente al espejo, y se pintan despacito los labios de un color parecido al naranja, delineando el contorno, preguntándose para qué, en voz alta, para qué.

—Para parecer más lindas —dice una, riéndose.

—Para que nadie nos vea —dice la otra sombreando el labio superior en forma de corazón.

Afuera, pasan los carros por el camino de tierra

—Ya viene —dice una escondiendo el lápiz de labios y limpiándose la boca con un pañuelo. —Ya viene. Ayudame.

Así nace Julio, en una tarde nublada de clandestinidades y secretos entre mujeres, en Skavdvile, un pequeño pueblo de Lituania muy cerca del río Jura. Era el 15 de septiembre de 1866.

El niño Julio crece, pesca en el río, escucha a su padre, ve pasar los carros por la ventana de su casa, estudia. Su madre ya no juega a pintarse los labios y lo despide en el puerto, una mañana de 1896, con lágrimas. Tal vez ya sabe que nunca más lo volverá a encontrar.

Julio es un naturalista y llega a la Argentina para formar parte de la comisión de estudio de límites en el conflicto con Chile. Por eso, realiza varias exploraciones en la región patagónica y conoce a Francisco Moreno, con quien trabaja. También enseña Ciencias en el Museo Nacional de Buenos Aires.

Pero quiere irse. Quiere quedarse en el sur.

Una mañana, atisba a su mujer pintándose, a escondidas, los labios. Es bella su mujer. Tiene el pelo muy rubio y unos ojos acerados. Tiene, también, un embarazo incipiente y dos niñitas dándole vueltas alrededor y tironeándole del delantal. Mientras la mira, extraña, como siempre, el frío del sur, la sombra alargada de los árboles, la nieve, las desolaciones sin espejos.

Se relaciona con otras familias lituanas y, también, con otras de origen ruso y polaco, y todos juntos deciden fundar una colonia en la zona de Valle Huemules.

El 6 de mayo de 1898, llegan todos a las costas de Puerto Madryn en un transporte perteneciente a la Armada Nacional y, desde allí, viajan en tren hasta Trelew. Las desolaciones sin espejos comienzan a vislumbrarse hasta que la soledad y el frío y las tempestades se tornan desmedidas, cuando se internan en las mesetas peladas con sus carros y sus vagonetas y siguen la ruta indígena: hacia el Suroeste, a lo largo de los ríos Chico, Senguerr, Mayo y Guenguel.

Julio jamás recuerda al río Jura de su infancia porque tiene que juntar leña y cazar para comer, porque debe armar la carpa todas las noches, porque tiene que cuidar a sus pequeños hijos, tres ya, Boris es tan diminuto; y las chicas, tan frágiles. No, no quiere que ni su mujer ni ellos vean cómo los pumas destrozan a los pocos animales que llevan con ellos. No quiere que distingan los rastros de sangre en la nieve. No quiere que sientan el frío y el viento helado que se cuela por los resquicios de la tienda de lona en la que van viviendo. No quiere que tengan hambre, ni sed, ni necesidades, ni recuerdos. Sólo tienen que mirar para adelante, como él, como siempre lo ha hecho y les ha enseñado, para adelante.

El invierno de 1899 es aún más duro y más cruel. Las demás familias no tienen ninguna experiencia en el trabajo de la tierra ni en la cría de animales, pero entre todos han logrado terminar de construir sus viviendas —unas chozas de madera— y establecerse. Unos meses más tarde, una plaga de insectos anida en los troncos de las casas y comienzan a destruirlas desde dentro. Ya nadie lo soporta: el frío, el extremo aislamiento, el hambre, las continuas muertes, la carencia de futuro y de esperanzas. Se van las familias lituanas, y las rusas, y las polacas; se van a Colonia Sarmiento, al Valle inferior del río Chubut, al cañadón del río Mayo, a las riberas del río Senguerr; se van, una a una, para no volver jamás a Valle Huemules.

Pero la familia de Julio se queda hasta 1901, sin salir de allí. Sólo él viaja una vez por año a Trelew, y en ese tiempo, nace su último hijo, Juan, en el desamparo más pavoroso.

El 8 de septiembre de 1901, llegan todos a Buenos Aires. Julio comienza a trabajar en la Oficina Meteorológica y ya ha participado, con sus estudios y colaboraciones, en el fallo arbitral sobre la cuestión de límtes con Chile.

En el verano de 1910, vuelve a la Patagonia. No le gusta Buenos Aires. No soporta las calles atestadas, ni los festejos, ni los señores de levita y galera, ni las mujeres con peinados altos y vestidos anchos, ni la humedad.

En 1913, consigue la titularidad de las tierras que había ocupado —y que ocupa en ese momento— en Valle Huemules, por los servicios que ha prestado al país. Pero en 1914, vende esas tierras y compra una pequeña estancia en Monte Solo de los Halcones, muy cerca de la localidad de Lago Blanco. Le gustaría visitar Lituania, hacer un viaje allá y volver a ver a la poca familia que le ha quedado, pero estalla la primera guerra y le espanta el sueño del retorno para siempre.

Por eso vuelve a Buenos Aires, tal vez, para sentirse más cerca de los barcos que parten hacia Europa, o para castigarse y, a la vez, sufrir intensamente por ese castigo; o para extrañar el aire límpido de Lago Blanco o Valle Huemules. Lo cierto es que va perdiendo todo su dinero y todas sus pertenencias, y es entonces cuando vuelve definitivamente al sur, en el año 1921.

Su hija Catalina, la segunda, despide a toda la familia que parte nuevamente, sin lágrimas, ya está acostumbrada a tantas despedidas. Los otros hijos también irán volviendo poco a poco a Buenos Aires, y Julio quedará solo allá, redactando algunos artículos para la prensa, ordenando su vasta biblioteca, sacando fotografías, escribiendo cartas. En una de ellas, le pide a su hijo Juan una encomienda con revelador Rodinal AGFA, concentrado de Widemeyer.

El valle ya se ha limpiado por el fuerte viento, pero las barrancas y campos altos están blancos de nieve. Dios sabe qué invierno vamos a tener que afrontar. Ahora quedé solo con José. Las ovejas están bien, pero tendré que buscar las yeguas sobre la meseta del Chalía. Por ahí, nieva casi diariamente. No olvides hacerme comprar mi traje de corderoy en Gath & Chaves y mandármelo por correo. Ya no tengo qué ponerme.

La encomienda llega desde la ciudad el 22 de septiembre de 1923. Es una caja grande con reveladores fotográficos, unos pocos libros nuevos sobre ciencias, un estuche con bombones de chocolate y un traje de corderoy gris topo.

Julio muere al día siguiente, solo, en esa extrema soledad de un lugar que puede llamarse Monte Solo de los Halcones. En ese mismo momento, su hija Catalina se pinta, sin enterarse todavía de nada, los labios. Se los pinta de un rojo intenso, brillante, en su casa de Buenos Aires, despacito, delineando los bordes en forma de corazón, como si fuera un mapa, frente a un espejo.



NOTAS:

- El paso de Julio G. Koslowsky por la región fue fundamental para nuestro país. Con su exploración del territorio y, luego, con su presencia, obtuvo una importante franja de tierra para la Argentina en 1902.

- Entre 1896 y 1902, los integrantes de las comisiones para la demarcación de los límites con Chile denominaron Ruta Koslowsky a la huella que nacía en la cordillera de Los Andes y se extendía, en línea recta, hacia la costa de Rada Tilly (hoy Comodoro Rivadavia). 


- Los valiosos trabajos que dejó escritos contribuyen al conocimiento de la fauna americana y desentrañan diversos aspectos etnológicos de tribus aborígenes del Brasil, Bolivia y la Patagonia.


(*) Del libro "180 Sur" (Biografías en Patagonia) - Ed. Umbrales - Buenos Aires - 2010



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jueves, 27 de octubre de 2011

EL POEMA DE HOY




Al sur del sur (*)

por Sandra Pien






Obra de arte es poder ver
este cielo estrellado
del Hemisferio Sur.
Mientras gira
giro tratando de entender
mi lugar en esta historia
ver el cielo de un millón de años atrás
50 millones de galaxias en la imaginación
y sólo un puñado ante mis ojos.
Frente a tan generoso oficio y oficiante
irrumpen ríos de información contradictoria
altibajos de la dimensión humana.
Insisten
se empeñan en destruirnos
salina arena esclavista
en la que el espacio queda impotente al enterarse
de que el mundo está organizado así.
La buena globalización
hay una buena entre las millones de terribles
es ponerse las botas y salir a caminar el mundo
sin la protección de la ciudad.
Al sur del sur
es el rumbo necesario.




(*) Del libro "Mascarón de Proa" - Colección Enclaves - Edivérn SRL - Buenos Aires, 2002


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martes, 25 de octubre de 2011

EL POEMA DE HOY




               HIELO


Por Alfredo Ismael Lama (*)








No pierdas el río imaginario,

ni el sol, que alumbra con clemencia.

Un día ha de cubrirte negra sombra

y abarcará eternamente tu presencia.



No sigas las huellas de otros pasos

mirando el suelo en esa línea.

Tenemos otra luz que marca trazos

Y una diadema mental para ceñirla.



Abarca las sombras y las luces.

El mar, el aire y los cielos,

sé lágrima, grano o triste gota.



Complemento total sobre la tierra

donde el hombre triunfa o se derrota

con la misma lentitud que se derrite el hielo





(*) Escritor de Comodoro Rivadavia




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jueves, 20 de octubre de 2011

LA NOTA DE HOY





Los tiempos cambian, pero la oveja sigue…



Por Fernando Coronato



Estos dos textos contrastantes abren la conclusión de un largo escrito que hice el año pasado sobre las ovejas en la Patagonia. Los párrafos no fueron escritos para gustar sino para enhebrar los diversos aspectos tratados en el estudio. 
No fueron escritos para gustar, pero me gustan, y quizás no sea yo el único que disfruta de todas estas imágenes. Por eso quiero compartirlas. 





1910

Un capón viejo, con los dientes gastados hasta la raíz por el pasto duro y polvoriento, después de haber sido esquilado por última vez por un chilote mal pagado, acaba de ser faenado en un frigorífico que humea sobre un pueblo de la costa. Su lana se amontonará en fardos de arpillera hindú, apilados sobre el pedregullo de la orilla hasta que los embarquen para Buenos Aires, primera escala en el viaje a Amberes. Todo lo que quede de su lana en la Patagonia será el cubre-tetera que teja la esposa del administrador de la estancia, en la galería vidriada de la vieja casa de chapa comprada por catálogo en Inglaterra. 





2010 

El corderito controlado genéticamente nació poco después que su madre fuera esquilada. Es hijo de un carnero australiano cuyo semen congelado llegó a la Patagonia en el vuelo transpolar. La condición del campo donde lo harán pastar, un terreno reclamado por grupos indigenistas en la televisión, será monitoreada por satélite. Si tuviera alguna carencia alimentaria, será paliada mediante suplementos, cuestión de que su lana ultra fina llegue al lavadero de Trelew de acuerdo con las demandas que el comprador especificó en Internet. En Milán, el suéter tejido con su lana llevará la etiqueta “orgánico” y un nombre con sonoridades mapuches. La vieja casa de chapa ahora es sitio histórico. 
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lunes, 17 de octubre de 2011

EL CUENTO DE HOY







HACE MUCHO QUE LA ESPERABA



                                                Por Héctor Roldán (*)




“Nada hay para mí tan absurdo en el mundo
como ver un diablo que pierde la paciencia.”
Fausto.
J. W. Goethe




Hace mucho que la esperaba. El fuego ardía ya desde hace tanto tiempo que sus ojos habían tomado el color de las llamas. Sin pensarlo seguía agregando madera de molle y las llamas crecían acompañando el paulatino crecimiento de su ira. Una ira ardiente, tenaz, que se conectaba con el eterno fuego y que, a cada rama arrojada, despedía miles de chispas que volaban vivaces fragmentando el cielo nocturno en infinitos pedazos.
Fumaba. Encendía los negros cigarrillos en las brasas. Con una rama seca había escrito sobre la tierra dura y árida de la Patagonia un verso agónico e indescifrable, pues sentía que eso debía ser el amor: la agonía indescifrable de una llegada postergada. En esta espera interminable sentía en cada órgano los pasos que nunca se acercaban, la mirada que nunca lo observaba, la voz que nunca lo llamaba. Y en las sombras sinuosas provocadas por el fuego creía, con un persistente engaño, percibir la silueta difusa de su amada. Amenazas de un cuerpo que se diluía ante la más débil y repentina brisa. Pensó, entonces, en la maldad que había manifestado por tanto tiempo, en los horribles engaños pergeñados, en los pactos firmados por aquel amor. Pensó en todo eso, ahora que era solo un deseo sin alma, un hambre insaciable que recibía y recibía las caricias de otros amores al lado de ese fuego, sin que ninguno de ellos fuera la caricia esperada.
En el límite de las lejanas mesetas que recortaban el horizonte se podía observar su fuego. A una distancia inmedible en pasos, ni en metros, ni en kilómetros, ni en tiempo. Cerca para algunas almas, lejos para lo humildemente humano. Allí esperaba, ese era su destino, esperar por un amor que jamás llegaría, y mantener ese fuego. Ese era el pacto, mantener el fuego de su pasión aunque en sus llamas se quemen otras pasiones.
Las viejas del pueblo sabían verlo. En las noches claras de invierno, cuando la nevada cubría la meseta, ellas, con sagacidad de ancianas apuntaban su dedo hacia un rincón del horizonte para señalarlo. Una diminuto punto rojo apenas por encima del horizonte. Una débil estrella color sangre que rozaba, apenas, con las puntas de sus llamas el borde del mundo. En esos días las arrugadas mujeres apretaban sus rosarios y rociaban con agua bendita a sus nietas dormidas para que no huyeran, pues todas sabían que alguna doncella debía ir a saciar aquel deseo insaciable; arrastrada, irremediablemente, por su reciente pasión encendida. 
Pero él ya estaba harto de devorar amores que apenas dejaban la inocencia. Cansado de mirar los ojos núbiles y descubrir en ellos un deseo sin objeto, descubrir la sola voluntad de un amor que ambicionaba todo sin anclar su intensidad en nada. Y consumía esos amores sin sustancia con la voracidad desganada de un león viejo, con una maldad indiferente. 
Siguió pasando el tiempo así, extraviando almas, pervirtiendo inocencias, desnudando  crueldades. Alrededor de su fuego se amontonaban los restos amorfos y podridos de existencias que habían prometido loar los esplendores de la creación. Y rodeado de cadáveres, de errantes fantasmas de mujeres que abandonaron sus hogares por un destino que su fantasmal fuego había encendido, y que él, con paciencia había alimentado, se hartó. Y harto se levantó. Alzó su bestial corpulencia. Sus cuernos tocaron el cielo desgarrándolo. Furioso, tronó sus manos y el fuego ardió en todos los rincones de la estepa. Huyeron los fantasmas de su alrededor, los huesos blancos de sus víctimas corrieron a enterrarse en la dura tierra. Huyeron, también, las liebres de sus incendiadas madrigueras, los guanacos escaparon saltando matas inflamadas. Los zorros desesperados arrastraron por el suelo sus colas quemadas. Lagartos y matuastos se retorcieron achicharrándose sobre quemantes arenales mientras las plumas de los flamencos enrojecieron de fuego.
Estaba enojado, solo quería destruir el mundo, hundirle sus garras porque ahora sabía que nada había para él. Que el rostro soñado era una quimera, que las manos tiernas solo eran fantasías de un pacto que no debía haber firmado, de una creencia que nunca debió haber tenido. Y renegó de sí, y renegó de todo, y aun más, renegó de ella que en sus más profundos sueños lo había hecho sonreír. La insultó, la rechazó en el medio del incendio, exorcizándose furioso de los besos que nunca recibió, de las caricias que nunca sintió, de las palabras que ella jamás le dijo.
Las almas perdidas de sus víctimas aullaban extraviándose y llevaban el fuego a las cuatro direcciones del mundo. La meseta ardió. Los pozos petroleros se incendiaron, y las chatas desbocadas corrían entre senderos de infierno mientras las gomas reventaban por el calor del incendio. Desde el pueblo todo el horizonte era amenazador. Las viejas se habían juntado en la iglesia y rezaban. El calor aumentaba e iba evaporando, lentamente, de la pila bautismal el agua bendita. Se podía ver ya sobre los cerros las altas llamas. Y el humo se arrastraba en jirones hasta la entrada del templo. Dentro, la letanía se repetía y repetía desparramándose como un inútil bálsamo por el aire, mientras que, interrogados por las radios, científicos y meteorólogos trataban de explicar aquel extraño, increíble y fantástico suceso.



(*) Escritor santacruceño. Su blog: http://elespectrodelascosas.blogspot.com/
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miércoles, 12 de octubre de 2011

EL POEMA DE HOY

                    



                             BÚSQUEDA



           Por Margarita Ramírez de Scandroglio (*)




Te busco en el ocre del otoño,

en la proximidad del invierno,

en el agua que bebo,

en la soledad que labra

pliegues en mis párpados.


En este final de púrpura

en mis labios.




(*) Margarita R. De Scandroglio nació en María Grande (Entre Ríos) y reside en Trelew (Chubut) hace más de 27 años. Este poema pertenece a su sexto libro titulado “La sexta palabra” (Ed. Dunken – Bs. As., 2010). Ha publicado además las siguientes obras: “Yo mañana madrugo...” (Ed. Jarme – Trelew, Chubut); “Muñecos de aserrín que dicen dónde” (Ayala Palacios Ediciones, Bs. As.); “Quiero saber quién la desertora” (Ayala Palacios Ediciones, Bs. As.); “Sin esperar el último recreo” (Ayala Palacios Ediciones, Bs. As.). Integra el Diccionario de Escritores y Poetas Latinoamericanos.
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domingo, 9 de octubre de 2011

EL POEMA DE HOY


Eros (Caravaggio)

   


     EROS, PAGANO
   
Por Giovanna Recchia (*)



         I

Sin el hábito
nocturno del susurro
la piel llama
a gritos
Ignora
la santidad
de aquel silencio.



          II

Condenado al festival
del beso
el labio
exhuma
ritos
formas circulares
Pronuncia la eternidad
No la elige.




(*) Giovanna Recchia nació en Trelew el 2 de julio de 1973. Cursa la Licenciatura en Letras en la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco. Trabaja como docente, bibliotecaria y tallerista en el Instituto Camwy, en el que realizó sus estudios secundarios. Ha publicado el libro de poemas La infinita (Editorial Universitaria, UNPSJB, 2001). Eros, Pagano integra el volumen de su autoría titulado Pliegues (Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2009)



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miércoles, 5 de octubre de 2011

EL POEMA DE HOY






RÉQUIEM  PLANETA  PAÍS

 


Por Magdalena Pizzio (*)



Está sangrando
tierra de huérfanos
las pisadas ya se apagaron
entre llanto
estómagos vacíos, pies descalzos
miradas perdidas
no saben lo que miran...
Los ruidos de los tiros ya pasaron
queda el crujir de las hojas secas
entre la maleza estrujada
del aliento
en el frío retumbar
del latido.

Corazones que no saben
que están dentro
pierden el sonido
no escuchan el silencio...
Y cada mañana, desde el helado día
sueltan sus enjambres ponzoñosos
miríadas de insectos
el veneno los consume
pesadas manos golpean puertas
¡Que no abren!


El tiempo, el tiempo se termina
y nadie encuentra
el arma que precipite esta guerra
¡Están muertos!
Desde el comienzo,  aún no lo saben
perdieron...
Las miradas vacías no dicen nada
en este caos
la inercia del camino recorrido
los empuja
tanto por  crear  de lo creado
corruptible...
¡Ya está hecho!


Tierra ¿Dónde encontrarás
los seres que te revivan?
En la maraña de la peor
de las experiencias
dentro de este mundo
paradójico
estás...
Y solamente eres mundo
para algunos
poderosos.
Meditas la forma
de establecer  contacto
entre esos seres  que condenados
yacen a tus plantas.

¡Brota el llanto!
y en gritos  infernales
el infierno esta acá , entre nosotros
¡Siente!
Mundo, tierra, país, cuando vivas
como esperas
nosotros no estaremos para sentirlo
para verlo.

¡Pobre planeta!
Los muertos que te invocaron
 hoy todavía claman
por una nueva  puerta.
Hoy todavía claman los vivos
por la vida
y no pueden...
¡Oye! El grito aún se escucha
en los sordos pasos del mañana.
Mundo, planeta, país
¡Estallas!...
Los huesos blanquean
en el rescoldo de la historia
el mañana se está formando
con sus astillas.
 Sangra
y muere.





(*) Escritora de Neuquen, nacida en Capital Federal. Licenciada en Ciencias de la Comunicación y docente jubilada. Premiada en varios concursos literarios. Colabora en la revista Gira Gira de Plottier. Integra el grupo “Claroscuro” de Neuquen y el Centro “Ing. César Cipolletti”. Participó en las antologías: “Te cuento un Parque”(Parque Lanín, 2005), “Letras del Mundo” (Ed. Nuevo Ser, 20005), “Selección 2008- Extraña Pertenencia” (Ed. Dunken) y “Selección 2009- Cantares de la Incordura” (Ed. Dunken). Presenta su primer libro” Laberinto entre la muerte y la vida -poemas y cuentos” (de donde se tomó el presente poema) en la 6º Feria del Libro de Cipolletti (2009). Mail: mmpizzio@yahoo.com.ar. Su blog: www.paradojasmagdalena.blogspot.com

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sábado, 1 de octubre de 2011

LA NOTA DE HOY

                       



                               RECUPERANDO AL GÉNERO EPISTOLAR




                                        Por Jorge Eduardo Lenard Vives




El epistolar es uno de los géneros literarios con mayor tradición en la historia de la Literatura. Hay ejemplos de epistolarios famosos, como el que reúne la correspondencia que dirigió Madame de Sevigné a su hija, la Condesa de Grignan; o el que junta la enviada por Flaubert a su amante Louise Colet. Pedro Salinas, en su excelente libro “El defensor”, hace una encendida apología de las cartas: “¿Por qué se imaginan un mundo sin cartas? (...) ¿Un universo en el que todo se dijera a secas, en fórmulas abreviadas, de prisa y corriendo, sin arte ni gracia? (...) La única localidad en que yo sitúo semejante mundo es en los avernos....”
En la Literatura Patagónica existen recopilaciones de epístolas que aúnan valor testimonial y fragmentos de buena Literatura. Entre ellas se encuentran algunas de la Colonia Galesa, como “Patagonia 1865. Cartas de los colonos galeses”; traducción de Fernando Coronato de la selección de cartas que los colonos del Mimosa dirigieron a diversos corresponsales en su tierra natal, publicadas en 1866 por la Compañía Galesa de Colonización y Comercio. También las “Cartas a mi abuelo Dalar”, misivas dirigidas a Thomas “Dalar” Evans, poblador de la Colonia 16 de Octubre, reunidas y vertidas al castellano desde su original galés por Iola Evans.
En la primera compilación encontramos textos de este tenor: “... voy cada domingo a los cultos del Reverendo R. M. Williams y seguramente Dios me ayudará a dejar el viejo modo de vivir y llevar una vida mejor de aquí en adelante. Por favor, rece por mí que estoy en un país extraño y Dios la colmará de bendiciones” (Carta de David John en el Chubut, a su esposa en Gales, del 9 de noviembre de 1865).
La segunda muestra pasajes como el siguiente: “Hay cierta señal que la aurora llega a Europa. Hay arreglo entre Alemania y otros países que no irán a la guerra. Muy buena señal y mantendrá el mundo en paz y dará fin a la guerra. Con todo esto, Dalar, creo que la paz del mundo está en el tratado por excelente que sea sino en el señor Jesucristo y que todos ellos estén llenos del espíritu de salvación. Esa es la verdadera esperanza del mundo” (Carta del pastor Morgan Daniel desde Gales, el 20 de octubre de 1925).
Ambos compendios adunan cartas enviadas por distintos corresponsales. En cambio, en el libro “Allá en la Patagonia”, María Brunswig de Bamberg reúne las cartas de su madre, Ella Hoffmann de Brunswig, a su abuela, Emma “Mutti” Voss; enviadas entre 1923 y 1958 desde Lago Ghío (Santa Cruz) y Chacayal (Neuquen). Intercala en el texto fragmentos del relato autobiográfico de su progenitora llamado “Recuerdos de la Patagonia”. Elle describe así unas vacaciones pasadas en el lago Posadas: “Ya ves que nuestras vacaciones son hermosas en todo sentido. Por fin llegó el calor, muy fuerte, y los días sin viento. En este momento estoy sentada bajo una glorieta formada por las ramas tupidas de unos sauces llorones (...), las nenas chapalean en el agua: gozamos entregadas plenamente a la naturaleza”.
Algunos textos relacionados con la Patagonia reproducen cartas aisladas, de distintos autores, que podrían formar una antología. En ella sin dudas se incluiría la que envía Ulises Petit de Murat a su madre, citada por Juan Carlos Portas en su obra “Patagonia. Cinefilia del extremo austral del mundo”, donde el escritor describe el Puerto Pirámides de 1937: “... un lugar entre médanos, con cien habitantes, treinta y siete casas, un par de boliches, ¡pero una soledad maravillosa! (...) La costa se prolonga infinita, con duros acantilados y playas mansísimas, entre los golfos Nuevo y San José. Y si el mar rompe violento contra las escolleras exteriores, cae manso, como un perro faldero, para lamer las arenas de playas que tiene una legua de extensión”.
Las letras patagónicas ofrecen además cartas ficticias, como la “Carta del pueblo” de Rodolfo Peña o las que conforman la novela “Todo eso oyes”, de la barilochense Luisa Peluffo. Asimismo, cartas en tono de música, como en la canción “Te escribo desde el sur”, del recientemente fallecido Hugo Giménez Agüero. Y hay epistolarios expuestos al público; por ejemplo, el que prepara Rosa Spampinato, como Presidenta de la Asociación Amigos del Museo "Emma Nozzi" de Carmen de Patagones y en conjunto con esa Institución, con muestras del correo cursado por los pobladores locales a fines del siglo XIX y principios del XX.
En estos tiempos de mensajes de texto, correo electrónico y otros medios alternativos de comunicación, parecería que el género tiende a desaparecer. Pero, si bien es cierto que una muchas veces inexplicable premura lleva a reducir en forma insólita los textos, irrespetando las más elementales reglas de ortografía y sintaxis; también es verdad que un procedimiento como el “mail” permite emplear los recursos epistolares clásicos. Se presenta entonces una disyuntiva: o se redactan estas notas con las técnicas de facilidades más expeditivas y se envían textos como “Tas bien? X aki tbien. Salu2!”; o, por el contrario, tomándose el tiempo necesario, se hace de cada mail una pequeña obra de arte para que el destinatario disfrute su lectura.












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