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miércoles, 30 de noviembre de 2011

EL RELATO DE HOY




LA TEMIBLE SALAMANCA DEL GUALICHO


Por Jorge Castañeda (*)




El Gran Bajo del Gualicho. La travesía horrible al decir del cacique Casimiro donde solo quedaban las blancas osamentas de los atrevidos que se internaban en ella. Jornadas bajo el sol ardido de los veranos y el cloruro de sodio enloqueciendo a hombres y bestias. El lugar de la “casa del diablo”.
Gualicho, el Alto Dios de los tehuelches, traducido como la “giradora” o “circunvolucionadora”, porque al decir del Profesor Rodolfo Casamiquela la figura era femenina. La casa del Gualicho, guarida temible de un Dios irascible, el  “Ulüngasüm” de los tehuelches.  Autor de las figuras rupestres, del viento en los cañadones, de la sal de las sierras, “el que secuestraba a los niños, el que poseía el poder de petrificar y auto petrificarse a su antojo, gigantesco en su faz maligna, femenino claro, pétreo, a él pertenecen los huesos petrificados envueltos en su carne (toba), que se manifiesta en la muerte de sed en las travesías y por eso había que propiciarlo”.
Es el “epehuén geyú”, el allí es Gualicho, que observó el Perito Moreno y otros viajeros. Así lo vio Claraz en el diario de su viaje al río Chubut cuando escribió que “en el fondo del Bajo existe una capa de yeso y en ella muchas conchas. Bajo tales capas sobresalientes los indios colocaban antes sus ofrendas; pero ahora la capa ha caído. Sin embargo, ellos siguen ofrendando en ese lugar. Lo denominan la “vivienda del Diablo”. Los indios tienen que pasar allí la noche en toldos, maneando bien todos los caballos y tienen que llevar agua para su uso. Llaman a este paradero “pelado”. Creen que el diablo es el dueño de este bajo y que les hace toda clase de malas jugadas. Hace que pierdan los caballos y se encuentren en apuros. Por eso ofrendan crines, para que los caballos no se fatiguen, y trapos y jirones que arrancan de sus ponchos o trajes, para que no les suceda nada malo. Introducen todo esto con el cuchillo en las blandas capas de yeso e imploran al dueño del bajo para que les sea propicio”.
El salesiano Pedro Bonacina contaba que partió del Fortín Castre para Valcheta y que “a llegar a la mitad del camino me detuve a descansar en la Piedra del Gualicho. Bajé de la mula y me puse a observar lo que había arriba de esas piedras: encontré una caja de fósforos, un pañuelo de mano y un papel de cincuenta centavos, todo dejado por los viajeros que han pasado por aquí”.
Casamiquela precisa que el sitio conocido como la Salamanca del Gualicho se ubica aproximadamente en el deslinde de los lotes 5 y 6 de la Sección I Colonia de San Antonio Oeste. El lugar queda a unos 60 km. al sur del paraje El Solito, en el extremo oeste del salitral o Gran Bajo del Gualicho. Existen dos grupos de pobladores más o menos cercanos que viven en la margen norte del bajo. El primero, cerca de la laguna del zorro (doña Ana Gaviña y familiares), es probablemente el más próximo (3 leguas), pero no nos pudo facilitar medios para llegar hasta la piedra del Gualicho misma. El otro está integrado por la viuda de Beltrán y por el señor Honorio Beltrán (este último fue el que nos acompañó a caballo como baqueano). Desde la casa de Machado hasta la piedra del Gualicho hay aproximadamente 4 leguas y en el recorrido se pasa junto al jagüel de Eldo Gaviña, más o menos a mitad de camino”.
Macedonio Belizán, un pionero de la zona de Valcheta le supo contar a la historiadora Josefina de Ballor que “Yo trabajaba en jagüeles, por la laguna “La Escondida”, viniendo con dos carros del Bajo del Gualicho, en una oportunidad a unos setenta metros del camino, sobre mano derecha, observé una piedra blanca que brillaba igual que un cristal. Estaba rodeada de paredones de piedras, con una puerta a la salida del sol; nos bajamos los cuatro carreros que me acompañaban: Gaspar Mailín, Ignacio Zárate, Juan Linares y yo. La piedra tenía un escrito, decía que todo el que pasara, algo debía dejar, para poder seguir.
“Los cuatro hombres rodeamos la misteriosa antigüedad. Había a su alrededor monedas, cajas de fósforos, colas de caballos, géneros, botellas conteniendo líquido, tabaco, cigarros, también prendas personales. Gaspar Mailín, incrédulo de lo espiritual se rió; se tomó el atrevimiento de levantar las monedas y guardárselas. Salimos del lugar, como a 500 metros desatamos los animales para almorzar; sobre las 15, preparamos el regreso, atamos los caballos… estos no dieron un paso adelante!  Empacados, no hubo forma de que anduvieran. Nos tomó la noche; al otro día tuvimos que hacer 25 km. hasta “La Escondida” en busca de agua; tomamos nosotros y le dimos a los animales; en un descuido nuestro Mailín devolvió las monedas; pero, la verdad es que tuvimos tres días de castigo, que no pudimos salir”.
La temible Salamanca del Gran Bajo del Gualicho, esa que supo reconocer y merodear Bernabé Lucero, “el salamanquero”, toda una leyenda de los pagos rionegrinos.


(*) Escritor de Valcheta (Provincia de Río Negro)
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lunes, 28 de noviembre de 2011

LA NOTA DE HOY









UNIVERSO AZUL




  Cuando asoma el iris de la aurora, despierta con ansias de vuelo la Creación, los cauces se abren generosos y los ríos serpentean derramando el delicioso néctar de su alimento.

  Como en el principio la tierra, madre paridora de los reinos que la habitan, comprometida con la humanidad exhibía el caudal de su producción, y por designio divino,  el grito del origen dio sustento al verbo que construye.

  El hombre, tras una larga serie de adversidades, levantó puentes, unió océanos, conforme a un plan movilizó dones creativos y trazó el perfil del universo azul. Luego la ambición superó todas las previsiones y la descomunal afluencia rebasó la capacidad de los pueblos. Ese fue el motivo de un cambio profundo en la sociedad.

  Y comenzó la fiebre de invadir regiones, especialmente en las poblaciones indígenas, se apropiaron de los bienes, su cultura, del “Ser” hasta llegar al exterminio.

  Así fue ganando espacio, sabiduría, mientras tanto la tierra se debilitaba seriamente, acumulando estrías empezó a temblar, causando heridas profundas, aflicción…
 Y el clima oscila entre nubes de contaminación.

  Con los soles del siglo XXI aún podemos admirar el salto de los delfines, la verde fronda, las nieves del invierno, las flores de la primavera, las mil y una noches, la música de Mozart, el Quijote, el incendio que provoca la poesía, ¡entre tantas maravillas!.

  Entonces…basta de bombardeos sobre poblados indefensos y niños inocentes.

  Debemos percibir los sones de un nuevo Génesis, y resguardar el planeta que nos ha sido dado para vivir acariciando el preámbulo del entendimiento,  con el brillo de la Paz en el cuenco de las manos…

   Y volar sin fronteras, con la naturaleza del Ser, hasta alcanzar la plenitud de un mundo más fresco.

                     ¡Ese es el sueño universal...!



                                                                    Alicia Cabral Colman
                                                                              


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jueves, 24 de noviembre de 2011

EL POEMA DE HOY



Premio: Medalla de Plata - Eisteddfod del Chubut 2011






La llave…


Busco en la habitación oscura y silenciosa
la puerta que, esquiva, se esconde en su contorno
el dintel que separa dimensiones y en su entorno
enmarca en su umbral la luz preciosa.

Es mi mente enervada, la que horada
con profunda avidez mi subconsciente
desliza sigilosa hasta el presente
los tortuosos pensamientos que encontrara.

Recorro mi prisión con gran premura
descubro dentro de mí, la ansiada llave.
Tratando de salir de mi armadura

que cegara la realidad de mis sentidos
velando la mirada, he comprendido
que la vida vuela brevemente como un ave.



Seudónimo: “Sueños de timonel”

Autor: Jorge Alberto Baudés




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lunes, 21 de noviembre de 2011

EL CUENTO DE HOY




La misión (*)

 
Por Olga Starzak
 



-La semana que viene vas a Jerusalén –anunció sin preámbulos el jefe de redacción.
-¿Quién viaja? –pregunté.
-La primera dama y su hija.
Si bien era previsible, me costaba creer lo que estaba escuchando. Cubrir una nota de estas características era un verdadero regalo.

Llegué a Israel a las doce de la noche, según marcaba mi reloj. Pleno día para ellos. Me costó permanecer despierta; el desfasaje horario comenzó a notarse después del almuerzo. No podía perder tiempo; en esa misma jornada debía viajar desde el aeropuerto de Tel Aviv a Tierra Santa. Me había pasado el viaje leyendo sobre la historia y costumbres de este pueblo cautivante. El camarógrafo, un muchacho muy joven que me acompañaba, dijo: “Yo me alegré cuando me dijeron: a la casa del Señor iremos”. Lo miré sorprendida, sin saber muy bien si lo que mencionaba era en serio o me estaba embromando. De inmediato agregó:
-Salmo 122.
Y sonrío con cierta  ironía.
Recordé en ese momento que Alan no sólo era católico sino muy practicante. Seguramente estaba mucho más asesorado que yo para este trabajo.
Me percaté en ese instante del significado que este viaje tendría para mi colega; como persona de profunda fe sería  la oportunidad anhelada de reencontrarse con lo sagrado y lo trascendente. Para mí, en cambio, era sólo un viaje más. Interesante, sin lugar a dudas, por cuanto me daba la posibilidad de contactarme  con otros pueblos, otros horizontes geográficos y humanos; esto era en sí mismo una fuente de enriquecimiento. Pero no lo valoraba de otra manera. Toda mi vida me había sentido agnóstica.

Jerusalén era una ciudad espléndida, con muchos palacios y torres. Una ciudad eterna para la imaginación de cualquier artista. Sabía de los que la habían representado  como una aldea, pintando murallas y puertas que jamás habían visto; o de  los que la consagraron oriental, con casas de techos planos. En general, estaban presentes en toda pintura las palomas, los ciervos, las cabras, los gansos... en un ambiente pastoral por excelencia;  también sauces y muchas montañas profusamente arboladas.
Lo que tenía delante de mí superaba todo lo imaginado. Podía definir a Jerusalén como una ciudad de esperanza, luchas constantes, innumerables caminos... 

Hicimos una visita previa al Muro de los Lamentos, único vestigio del templo de Jerusalén. Cientos de personas cobijadas en sus taled oraban sin cesar. Los hombres, a la izquierda, envueltos en sus velos; las mujeres a la derecha, vestidas de negro. Sus cabezas bajas, sus cuerpos casi encorvados, los brazos laxos, las miradas compenetradas. Un susurro permanente. Una paz desmesurada.
No era mi tarea observar el comportamiento de estos grupos humanos,  a quienes siendo cristianos, musulmanes o judíos los reunía un objetivo en común; sin embargo,  no podía dejar de mirarlos. ¿De dónde sacaban tanta fe? ¿Qué los llevaba a entregar sus vidas frente a esa pared destruida por la historia? ¿Qué dejaban entre sus grietas? ¿Qué encontraban en cada rincón de esta tierra?
No los comprendí, aunque sí los admiré.

Retornamos al hotel y nos dispusimos a informarnos sobre los horarios y actividades programadas para la señora del presidente de nuestro país y su única hija.
Nos encontraríamos para realizar una nota  horas antes de su visita al muro; una vez allí, únicamente estábamos autorizados a filmar y a sacar fotos.
En un primer momento pensé que una vez terminada mi tarea me quedaría descansando, mientras Alan y la fotógrafa cumplían con su misión.
Por alguna extraña razón decidí concurrir otra vez al lugar, simplemente en calidad de acompañante; justifiqué mi actitud en encontrar suficientes elementos para completar la nota que esa misma semana saldría en todas las revistas importantes de Buenos Aires.

Ingresaríamos poco antes que las protagonistas de nuestra tarea. Sólo las mujeres. Me adelanté siguiendo a un grupo que conversaban en perfecto inglés. Las observé en sus actitudes, me mantuve cerca. A un costado del muro, se arrodillaron sobre piedras muy parejas que parecían ubicadas para ese fin. En ese lugar mantenían silencio; sus manos en gesto de plegaria, cabizbajas... sus labios susurrando.
Me sentí tentada de imitarlas. También yo me arrodillé. No sabía rezar, pero cubrí mi rostro con las manos y así permanecí. Debo reconocer que me invadía una inmensa emoción aunque no podría explicar muy bien por qué. Supongo que se debía a tanta historia a mi alrededor, o tal vez a la profunda energía que emanaban todos esos seres juntos.
Alguien apoyó con mucha suavidad su mano en mi hombro y me sorprendí. Elevé la mirada y  observé a  una mujer joven. Su manto transparente  dejaba apreciar la palidez de su rostro, sus ojos muy claros, sus finísimos labios. Dijo algunas palabras. No le entendí, creo que hablaba hebreo. Le pregunté en inglés:
-¿En qué puedo ayudarla?
-Soy yo quien va a ayudarte –me contestó, también en inglés.
No comprendí lo que ese mensaje quería significar. Sin embargo,  le tendí mi mano tal como con su ademán lo pedía. Puso en ella un objeto y la cubrió con la izquierda, ocultando lo depositado. Permaneció así un momento y luego agregó:
-Esta cruz te acompañará. Conocerás el universo del Señor y sólo así  entregarás tu corazón. Cuando lo hayas logrado te despojarás de ella, dándole la oportunidad de conservarla a quien la necesite.
Cerró con ambas manos mi puño y dijo:
-Cuídala como un tesoro, pues lo es.
-¿Qué debo hacer? –pregunté confundida. No soy yo quien debe tenerla...
-¿No?..., no lo creas. Su voz era tan suave como bondadosa.
-¿Cómo sabré cuándo debo entregarla? ¿A quién debo dársela? –consulté intrigada.
-Lo sabrás... lo sabrás, no te preocupes. La llevarás contigo hasta el momento adecuado.
Con lentitud elevó su cuerpo semi agachado, acarició mi cabeza con ternura y se perdió entre la multitud. Quise correr detrás de ella pero mis piernas no me respondieron.
Abrí mi puño, aún cerrado con fuerza  y contemplé la cruz. Tenía un resplandor particular, demasiado para ser de oro. Los cuatro extremos estaban rematados con piedras preciosas, muy brillantes; en el centro, una de mayor tamaño. Sus bordes eran artesanalmente redondeados y su tamaño hecho a la medida del hueco de la palma. Me extrañó  su fina textura, mucho más su calidez; parecía irradiar un tenue calor.
Cuando pude abstraerme de la curiosa sensación que me había dejado el episodio, retomé mi tarea y me dirigí hacia el lugar en que, con mis colegas, habíamos quedado en encontrarnos.
Horas más tarde reparé en que la cruz continuaba apretada en mi mano.
Con nadie compartí la experiencia vivida en el Muro. Cuando llegué al hotel me dispuse a guardarla en la maleta; sin embargo,  tuve temor de que se perdiera y la conservé en mi bolso de mano.
¿Quién era aquella mujer? ¿Qué intentaba decirme? ¿Por qué a mí? Eran preguntas que acudían a mi mente una y otra vez.

Retornamos a la Argentina un par de días después. El coordinador de nuestra tarea estaba más que satisfecho con nuestra producción.
En una oportunidad me llamó a su despacho y me comentó:
-Me tenés  sorprendido. Nunca imaginé que Jerusalén significara tanto para vos. Es más, siempre creí que tu vida nada tenía que ver con lo religioso.
-No sé por qué me lo decís, pero no te equivocás –le respondí.
-Por favor Laura, nadie que no conozca profundamente los preceptos bíblicos y los comparta, puede escribir lo  registrado en tu impresionante nota. En verdad, quiero felicitarte.
-Te agradezco mucho –contesté, sólo por cortesía.

Cada noche, en la soledad de mi cuarto, contemplaba  la cruz que me había sido adjudicada. Me invadía una inmensurable tranquilidad, tanta que me asustaba.
Desde niña  que no tenía una Biblia entre mis manos. Recordé un ejemplar guardado en la biblioteca. Fui en su búsqueda, lo abrí al azar y leí: “El Eterno edifica a Jerusalén. A los desterrados de Israel reunirá”. No sin desconcierto comprobé que estas mismas palabras las había leído en un panel de la Ciudad que ampara, por detrás, al Muro de los Lamentos.
Esa noche me dormí con la Biblia entre mis manos y la cruz apoyada en mi pecho.
Con frecuencia soñaba con sinagogas, con imponentes murallas y cúpulas redondas y rojas. En ocasiones, esas sinagogas eran vilmente destruidas y sus ruinas eran las ruinas que, sin techos ni ventanas, sufriendo saqueos y destrucciones, subsistían hoy y que yo misma había visto en el viaje que había trastocado mi existencia.
El objeto precioso que ahora me pertenecía me acompañaba siempre. De noche lo dejaba, como velando mis sueños, apoyado en la mesa de luz. Por la mañana, una inminente necesidad aparecía y tomaba la cruz para llevarla donde quiera que  fuese.

Comencé, sin darme cuenta, a caminar por la vida con una mirada diferente. A contemplar el paisaje que la naturaleza me ofrecía. Me detuve a vivir y me alegré por estar viva.

Casi un año más tarde, una noche de plena primavera regresé a mi casa al amanecer,  después de una fiesta  realizada en la editorial con motivo de un nuevo aniversario. En una esquina, como tantas veces,  detuve la marcha de mi vehículo esperando la luz verde del semáforo. Como tantas veces el muchachito de ojos negros y mirada triste comenzó a limpiar el vidrio. Como tantas veces le sonreí. Cuando se acercó a acomodar el limpiaparabrisas de mi lado, atento al instante de estirar su brazo para recibir la recompensa,  tomé su mano. Busqué en mi bolso, con prisa y sin pensarlo, el objeto tan preciado  y lo deposité en su palma. Apurada por la bocina que sonaba detrás, alcancé a decirle:
-Esta cruz te acompañará. Cuidala como un tesoro, pues lo es.

Antes de continuar mi marcha y aún percibiendo el desconcierto en el rostro del niño, pude intuir que pronto comprendería.





(*) De “En el Umbral de los Encuentros” – Ediciones Del Cedro – Gaiman, 2002





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martes, 15 de noviembre de 2011

RESEÑA DE UNA NUEVA OBRA SOBRE LA PATAGONIA





 Entre el Desierto y el Jardín,  de Fernando Williams
  Prometeo Libros, Bs. As., 2011 




El autor de este libro, Fernando Williams, graduado originalmente como arquitecto, se ha adentrado desde algunos años a esta parte en el campo de las ciencias sociales. No lo ha hecho de manera improvisada sino que ha completado su formación de posgrado en dichas ciencias. Justamente, la obra que reseñamos es una versión con ligeras variantes de la tesis que le permitiera obtener el título de Magíster en Sociología de la Cultura e Historia Cultural.
Entre el Desierto y el Jardín se nos representa como un viaje en el que Fernando Williams, cual viajero decimonónico, provisto de una tremenda curiosidad y muñido en sus alforjas de las herramientas teóricas y los instrumentos metodológicos adecuados, se lanza a los caminos  de nuestro pasado en busca de su objeto de estudio: las representaciones que se forjaron los colonos galeses en el marco del proceso de colonización del territorio patagónico. Si bien el libro fue catalogado como de “historia regional”, el marbete resulta un tanto mezquino, dado que el tema ha sido abordado desde distintas perspectivas, atendiendo a miradas y enfoques provenientes de disciplinas diversas, como la crítica literaria, los estudios culturales y del paisaje, la historia del arte y de la arquitectura, la teoría estética y las artes visuales, componiendo un enfoque realmente multidisciplinario.
Frente a la visión de la Patagonia como un espacio “vacío” que hubo de ser configurado desde el poder central con sede en Buenos Aires, el autor enuncia su principal hipótesis: la existencia de miradas y proyectos alternativos que ponen en duda las concepciones historiográficas de una historia patagónica moldeada íntegramente por el Estado nacional. Para demostrar su hipótesis el autor propone el estudio de una de estas posibles miradas alternativas sobre la Patagonia, la surgida a partir de la “colonia galesa” del Chubut.
Para identificar dicha mirada Williams se vale del análisis de los textos reunidos en el corpus conformado por una serie de textos escritos originalmente en galés por autores que además fueron actores de la Colonia Galesa de la Patagonia: Hugh Hughes, Edwyn Roberts, Abraham Matthews, Lewis Jones, Eluned Morgan, Llwyd ap Iwan, Richard Jones, Thomas Jones, William Meloch Hughes y William Casnodyn Rhys. Si bien algunas de estas obras fueron concebidos en Gales como textos promocionales de la proyectada aventura y otras, aún comenzando con la narrativa del viaje desde Gales al Chubut, se transforman luego en crónicas o memorias, y técnicamente sólo la obra de Eluned Morgan, Hacia los Andes, puede inscribe cabalmente dentro del género, el corpus conformado es inscripto por Williams en lo que denomina una red textual de “literatura de viajes”. Dicha red, conformada por los principales autores-viajeros decimonónicos y sus obras, brinda un contexto de representaciones paisajísticas, con en el que se pueden establecer analogías y diferencias, por lo que los textos del corpus participan de un constante contrapunto con textos provenientes de otros “viajeros”. El trabajo comparativo se establece principalmente con las representaciones territoriales formuladas por autores vinculados con el proyecto impulsado por la élite dirigente argentina en el marco del proceso de apropiación y reconfiguración del espacio pampeano-patagónico, como Sarmiento, Zeballos y Francisco Moreno.
En definitiva el libro de Williams nos propone indagar qué otros universos, qué otras miradas, qué otras representaciones distintas a las dominantes se articularon desde aquella pequeña colonia patagónica, aún en el marco del proceso de apropiación y control territorial llevado a cabo por el Estado argentino que culminaría con la denominada “Conquista del Desierto” o, como la preferimos denominarla para escapar justamente de las formulaciones historiográficas predominantes, la “Guerra por el dominio de Pampa y Patagonia”.
Luego del capítulo introductorio, en el que además se analizan y discuten conceptos como cultura, frontera y paisaje, Williams presenta tres capítulos centrales en los que se analizan y comparan las diferentes miradas forjadas en torno a las dos figuras paisajísticas principales que dan título a la obra: el “desierto” y el “jardín”, y una variación de este último: el “edén”.
Frente a la concepción del “desierto” proyectada desde Buenos Aires como un lugar vacío a conquistar y civilizar, erradicando del mismo a los indígenas, asimilados a la naturaleza como bárbaros y salvajes, Williams detecta en los autores galeses la percepción alternativa de ese mismo “desierto” como una prueba, un desafío a afrontar por el pueblo galés, con constantes referencias bíblicas y analogías tanto de los galeses como de los indígenas patagónico con los pueblos del Antiguo Testamento.
            Si la élite dirigente argentina, especialmente Sarmiento, diseñaron un “jardín” artificial compuesto por una serie de las colonias agrícolas, como una proyección de lo urbano sobre lo rural, cuyo destino era erradicar la barbarie para sepultar de esta forma al “desierto”, el autor percibe la concepción del “jardín” por parte de los colonos como un oasis construido con tenacidad y laboriosidad puritana que convive con el “desierto”. Esta concepción —agregamos nosotros— estaría reflejando  el sistema de complementariedad configurado entre galeses, pampas y tehuelches, que dio lugar a fructuosos intercambios económicos, políticos y culturales.
            Cimentadas en una sólida fundamentación teórica, las argumentaciones de Williams no se limitan a meras formulaciones abstractas sino que son sometidas por el autor a una constante “bajada a tierra”, estableciendo permanentes lazos con el contexto social, político, cultural y religioso imperante tanto en el ámbito de la colonia galesa de la Patagonia —Wladfa— y en el viejo país de Gales —Wlad—. Así la figura que cierra el ciclo paisajístico, el “edén” —jardín natural— tiene lugar en el contexto del franco retroceso sufrido en diversos órdenes: en lo demográfico, ante la creciente presencia de migrantes de otros nacionalidades; en el uso del idioma galés —Cymraeg—, tanto en Gales como en Patagonia;  y —en definitiva— en la pérdida de vista de la utopía motivadora de su aventura patagónica: la creación de una “Nueva Gales” en Sudamérica. El “edén”,  el jardín natural ubicado en los valles cordilleranos, es avizorado como una última morada idealizada de los sueños no realizados, donde poder refugiarse en los valores religiosos.
Ya en las conclusiones el autor subraya la importancia que tuvieron los periódicos, fundamentalmente Y Drafod,  en la producción, circulación y recepción de los textos que integran el corpus analizado, es decir en la conformación una verdadera red textual o comunidad de lectura de la que también participaban las capillas y los eisteddfodau. La identificación de estas redes de lectura permite aproximarnos a los sustratos de significación de los que se nutrió el proyecto colonizador galés, dentro de los que los valores religiosos jugaron un rol central. Para Williams, el peso de estos valores religiosos en el proceso de colonización y de percepción del territorio ubica a la Colonia Galesa de la Patagonia, la sitúan en un lugar bastante atípico dentro del proceso de colonización agrícola de Argentina.
Como toda obra trascendente, Entre el Desierto y el Jardín motiva inquietudes y plantea cuestiones al lector. Así a partir de la idea de comunidad de lectura e interpretación apoyada en un horizonte cultural compartido que inducen a pensar en una fuerte identificación comunitaria, un “nosotros” común a los galeses patagónicos, incitan a indagar sobre el grado de extensión y homogeneidad de dicha comunidad interpretativa. En este punto debemos tener presente que los autores del corpus de textos seleccionados fueron en su mayoría conspicuos promotores y dirigentes destacados de la Colonia. ¿Habrá sido compartida su visión del territorio patagónico por parte del colono común? Tal vez el intercambio epistolar, identificado por Williams entre los registros escritos útiles a la hora de indagar sobre dichas representaciones, puedan abrir otra pequeña ventana al pasado por la cual asomarnos. Como el autor señala, la trabajosa reconstrucción de este tipo de corpus ha representado un obstáculo hasta el presente. Tal vez los fructíferos resultados y aportes efectuados por Williams en Entre el Desierto y el Jardín, una obra altamente recomendable para la comprensión e interpretación del pasado patagónico por medio de textos de autores galeses, aliente a otros viajeros a que se animen, como él, a  incursionar con éxito por dichas sendas.


Marcelo Gavirati
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domingo, 13 de noviembre de 2011

EL POEMA DE HOY





ZAPALA



Por Pura Gladys Serradilla (*)


   He vuelto a amanecer sobre tus calles.
Qué poco igual a aquellas que apuraba
entre el médano gris, las negras vías
y el álamo de plata!

   Es que no son los vientos que me empujan
los mismos vientos que al pasar me helaban?
O es que en el mismo instante en que despierto
me encuentro sin mañana?

   …De la hondonada erial que te circunda
brotan en barro tus pequeñas casas
que por minúsculas ventanas miran
morir tanta distancia!

   Cobrizo atardecer el de tus hijos
a quienes veo desde el tren en marcha.
Manos pequeñas que al pasar se agitan
sobre desnudas plantas.

   …Ya vas quedando atrás. Sólo del hombre
dan cuenta las extensas alambradas.
Y la estridencia azul conque el silencio
la máquina desgarra.

   …He vuelto a amanecer sobre tus calles,
sin encontrar aquella que apuraba…
…donde el paterno hogar quedó vacío
y nadie en él me aguarda.



(*) Nació el 18 de Julio de 1925, en Bahía Blanca. En 1940 se traslada con su familia a Zapala, donde comienza a escribir colaboraciones para el Semanario Los Andes y distintos diarios de Neuquén y Río Negro. En 1958, casada y con tres hijos, se traslada a Tandil, donde además de proseguir su obra literaria, se desempeña como Regente del Conservatorio Provincial de Música y como docente (de guitarra) en el mismo Instituto y en la Escuela Municipal de Artes Visuales. Colaboradora permanente de diarios y revistas literarias en Tandil y Neuquén. Fue seleccionada por el Fondo Editorial Bonaerense en las colecciones: Panorama Poético Bonaerense 2, Panorama Poético Argentino 2, Antología Hispano Americana 1, La Mujer En La Poesía Hispano Americana y El Soneto Hispanoamericano. Integra el Diccionario de Poetas Argentinos (recopilado por Oscar Abel Ligaluppi) Cuenta con numerosas distinciones provinciales y nacionales. Desde 1990 reside en Tres Arroyos, Buenos Aires.


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martes, 8 de noviembre de 2011

EL POEMA DE HOY




POEMA GANADOR DE LA CORONA DE PLATA

 Arié Lloyd de Lewis





«Con los pies en el suelo ancestro»



Gales...
llego al fin a tus colinas y me detengo donde alguna vez
ellos fiaron sus esperanzas y partieron.


vengo desde mi tierra de crenchas...
de la orilla
que pincela atardeceres
con púrpura de felpa

vengo desandando la rama de mi origen
añorando rostros que no conocí

desde Y Bala (1)
subo a Bwlch y Bwlet (2)
sobre el dintel sin puerta
las campanillas de un dedos de perro (3)
bienvienen mi visita
y un roble que echó raíces
en la penumbra deshabitada
deshoja respuestas por la cicatriz del techo

llego a Troed y Rhiw (4)
en la calle de las acacias
surge la casa del minero

(su sombra del carbón
viene llegando...
pliega la abertura
al interior
de su esperanza sin ventanas
y me encuentra de pie
con su legado azul en las pupilas)

el río redondo
siempre aguarda el regreso de la barca
para celebrar el nudo de las venas

desde los sueños
tosidos en las canteras
desde los nombres
que tallan la pizarra
desde los «englynau» (5)
que desvelan rimas
en memorias de chimenea


vengo desde mi tierra de crenchas...
de allí
donde el latido sur
tiende una patria
para parir mi arraigo.







(Seudónimo «Mádris»)


1 y 4: aldeas galesas.
2: casa familiar en la zona rural.
3: flor silvestre de la familia de las campánulas.
5: estilo poético galés.



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