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miércoles, 30 de noviembre de 2011

EL RELATO DE HOY




LA TEMIBLE SALAMANCA DEL GUALICHO


Por Jorge Castañeda (*)




El Gran Bajo del Gualicho. La travesía horrible al decir del cacique Casimiro donde solo quedaban las blancas osamentas de los atrevidos que se internaban en ella. Jornadas bajo el sol ardido de los veranos y el cloruro de sodio enloqueciendo a hombres y bestias. El lugar de la “casa del diablo”.
Gualicho, el Alto Dios de los tehuelches, traducido como la “giradora” o “circunvolucionadora”, porque al decir del Profesor Rodolfo Casamiquela la figura era femenina. La casa del Gualicho, guarida temible de un Dios irascible, el  “Ulüngasüm” de los tehuelches.  Autor de las figuras rupestres, del viento en los cañadones, de la sal de las sierras, “el que secuestraba a los niños, el que poseía el poder de petrificar y auto petrificarse a su antojo, gigantesco en su faz maligna, femenino claro, pétreo, a él pertenecen los huesos petrificados envueltos en su carne (toba), que se manifiesta en la muerte de sed en las travesías y por eso había que propiciarlo”.
Es el “epehuén geyú”, el allí es Gualicho, que observó el Perito Moreno y otros viajeros. Así lo vio Claraz en el diario de su viaje al río Chubut cuando escribió que “en el fondo del Bajo existe una capa de yeso y en ella muchas conchas. Bajo tales capas sobresalientes los indios colocaban antes sus ofrendas; pero ahora la capa ha caído. Sin embargo, ellos siguen ofrendando en ese lugar. Lo denominan la “vivienda del Diablo”. Los indios tienen que pasar allí la noche en toldos, maneando bien todos los caballos y tienen que llevar agua para su uso. Llaman a este paradero “pelado”. Creen que el diablo es el dueño de este bajo y que les hace toda clase de malas jugadas. Hace que pierdan los caballos y se encuentren en apuros. Por eso ofrendan crines, para que los caballos no se fatiguen, y trapos y jirones que arrancan de sus ponchos o trajes, para que no les suceda nada malo. Introducen todo esto con el cuchillo en las blandas capas de yeso e imploran al dueño del bajo para que les sea propicio”.
El salesiano Pedro Bonacina contaba que partió del Fortín Castre para Valcheta y que “a llegar a la mitad del camino me detuve a descansar en la Piedra del Gualicho. Bajé de la mula y me puse a observar lo que había arriba de esas piedras: encontré una caja de fósforos, un pañuelo de mano y un papel de cincuenta centavos, todo dejado por los viajeros que han pasado por aquí”.
Casamiquela precisa que el sitio conocido como la Salamanca del Gualicho se ubica aproximadamente en el deslinde de los lotes 5 y 6 de la Sección I Colonia de San Antonio Oeste. El lugar queda a unos 60 km. al sur del paraje El Solito, en el extremo oeste del salitral o Gran Bajo del Gualicho. Existen dos grupos de pobladores más o menos cercanos que viven en la margen norte del bajo. El primero, cerca de la laguna del zorro (doña Ana Gaviña y familiares), es probablemente el más próximo (3 leguas), pero no nos pudo facilitar medios para llegar hasta la piedra del Gualicho misma. El otro está integrado por la viuda de Beltrán y por el señor Honorio Beltrán (este último fue el que nos acompañó a caballo como baqueano). Desde la casa de Machado hasta la piedra del Gualicho hay aproximadamente 4 leguas y en el recorrido se pasa junto al jagüel de Eldo Gaviña, más o menos a mitad de camino”.
Macedonio Belizán, un pionero de la zona de Valcheta le supo contar a la historiadora Josefina de Ballor que “Yo trabajaba en jagüeles, por la laguna “La Escondida”, viniendo con dos carros del Bajo del Gualicho, en una oportunidad a unos setenta metros del camino, sobre mano derecha, observé una piedra blanca que brillaba igual que un cristal. Estaba rodeada de paredones de piedras, con una puerta a la salida del sol; nos bajamos los cuatro carreros que me acompañaban: Gaspar Mailín, Ignacio Zárate, Juan Linares y yo. La piedra tenía un escrito, decía que todo el que pasara, algo debía dejar, para poder seguir.
“Los cuatro hombres rodeamos la misteriosa antigüedad. Había a su alrededor monedas, cajas de fósforos, colas de caballos, géneros, botellas conteniendo líquido, tabaco, cigarros, también prendas personales. Gaspar Mailín, incrédulo de lo espiritual se rió; se tomó el atrevimiento de levantar las monedas y guardárselas. Salimos del lugar, como a 500 metros desatamos los animales para almorzar; sobre las 15, preparamos el regreso, atamos los caballos… estos no dieron un paso adelante!  Empacados, no hubo forma de que anduvieran. Nos tomó la noche; al otro día tuvimos que hacer 25 km. hasta “La Escondida” en busca de agua; tomamos nosotros y le dimos a los animales; en un descuido nuestro Mailín devolvió las monedas; pero, la verdad es que tuvimos tres días de castigo, que no pudimos salir”.
La temible Salamanca del Gran Bajo del Gualicho, esa que supo reconocer y merodear Bernabé Lucero, “el salamanquero”, toda una leyenda de los pagos rionegrinos.


(*) Escritor de Valcheta (Provincia de Río Negro)
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2 comentarios:

Anónimo dijo...

creer o reventar!! y que las hay , las hay!! mejor respetar por las dudas !!!muy buen relato!!

Jorge Vives dijo...

Interesante relato el de Jorge Castañeda, que une a sus datos certeros una prosa atrayente y amena; a la cual no son ajenas las notas poéticas y los pensamientos profundos. Es un estilo muy particular y definido el que ofrece el autor en sus escritos, que ya conocemos por los dos artículos anteriores publicadas en Literasur. Con respecto al tema elegido, que forma parte de la rica mitología patagónica, fue tratado entre otros autores por los dos hermanos Casamiquela: Rodolfo – a quien Castañeda cita – en su libro “En pos del Gualicho”; y su hermano René, en la ficción “Por los caminos de Elümgassüm”. La descripción de Castañeda logra rodear al lugar de una atmósfera de desolado misterio; donde flota la sombra de la deidad.