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lunes, 26 de diciembre de 2011

EL POEMA DE HOY




A UN CULTRUN, EN EL 
ESTANTE DE UN MUSEO 


por Juan Carlos Corallini (*)


Es como si a la tierra le arrancaran
un pedazo de corazón y palpitante
lo pusieran -silencio que nos clama-
en la vitrina de las cosas que murieron.
Si uno se arrima con el alma en la plegaria
oye moverse como un aire que abrazara
el ronco palpitar de la trutruca
o gimiera en balbuceo de pifilca.
Si uno arrimara su mano sin malicia
otras manos golpearían melopeas
por los tiempos que murieron y a lo lejos
son promesas de amor y de caricia.
Está allí -silencio que golpea-
como cosa que no ha muerto todavía, 
silencio que el bramido y el galope esperan
para buscar a Nguenechén en la montaña.
Está allí, silencio que en su seno vive
un país de cielo y piedra;
silencio, que en el cultrún palpita
un trozo del alma de mi tierra.




(*) El autor (1925-1991) nació en Pergamino, Prov. de Buenos Aires y se radicó en Esquel (Chubut) en 1958, donde desplegó su actividad cultural y docente durante largos años. Este poema fue ganador de la Corona del Eisteddfod del Chubut en 1990.
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viernes, 23 de diciembre de 2011

EL CUENTO DE HOY




EL SALÓN DE LOS RELOJES (*)


Por JUAN BAUTISTA VALLÉS


                                                      A G. Pierce



El pueblo, como gustan llamarlo sus habitantes, ocupa unas pocas manzanas, siguiendo la curva de la bahía. Y ésta sigue la línea oscilante y caprichosa que separa el agua marina de la tierra.
No más de dos mil personas conviven con las mareas y a su ritmo, intentan cada día, extraer su alimento.
Lejos de la playa, como penetrando el continente, emerge de entre las últimas casas, la iglesia. Su ubicación demuestra que llegó tarde al asentamiento el fraile que la construyera sin mezquinar sus manos, que alternaron el fratacho y la cuchara de albañil con el cáliz y el altar.
 No se ha encontrado a vecino alguno que recuerde a este padre. Salvo en dos o tres características, como su baja estatura y su poca comunicación con los fieles.
Sobran rumores cuyo origen se desconoce acerca de cosas que ocurren en el templo o en sus alrededores. Es cierto que nunca fueron comprobadas; pero se van tejiendo en leyendas que relacionan al cura, el lugar, la ubicación, con otros hechos extraordinarios que se aprecian como ciertos.
Dicen, por ejemplo, que debajo de esa capilla se encuentra el lugar de los relojes. Nadie puede decir que lo ha visto, pero mucho han oído, queriendo o sin querer, de este salón. Tampoco hay quien haya apreciado una escalera o el medio para llegar a él, aunque se han recorrido, con ese fin, el edificio de la iglesia tanto como el campanario que el arquitecto colocara a unos metros de la gran nave eclesial.
Varios interesados han preguntado por qué esa torre para contener campanas inexistentes fue construida unos metros delante del edificio del templo. Llama la atención a estas mismas personas la dimensión de la base cuadrada sobre la que se fueron apilando ladrillos unidos por el sacerdote devenido en albañil. Tanto como el haber olvidado colocar puerta alguna para ingresar al interior del edificio. Los más detallistas reparan en la falta de puertas para acceder a la torre. Los ya obsesivos hablan de la relación entre las medidas de los lados de la base y la altura, que no parecen casuales. Es fácil de observar, también, la cantidad de gaviotas que descansan sobre el techo del campanil, aún en días tormentosos.
No sé sabe cómo pero algunos han accedido a ideas fragmentarias acerca del sitio, las que reuní durante años y luego, con la paciencia de los relojeros antiguos y la de los artesanos de siempre, traté de armar en una sola versión confiable. Quise emular a los inspiradores de los rosetones de las catedrales medievales que ofrecen una imagen completa disimulando los miles de fragmentos de vidrios de colores que lo componen.
Mi conclusión, para decirlo de una vez, es que en el salón existen miles, millones, incontables relojes de tipos distintos. Los hay que cuelgan de techos invisibles, pues los planos de los que parecen pender prescinden de bóvedas y pisos convencionales. Otros se apoyan en superficies ilusorias ya que responden a la misma ley general. De paredes incomprobables se sostienen otros. La vista se pierde y flamea en las hendiduras del paisaje buscando paisajes fantásticos, pero añorados.
No hay seres, perceptibles al menos, que se encarguen de dar cuerda o atender algún otro mecanismo para que marchen. Pero lo hacen. Respetan un orden aparente que alguien impuso con una lógica que no es la nuestra.
Sólo los entendidos sabemos que cada reloj marca un ciclo vital de cada una de las personas que caminaron el mundo, o lo están haciendo en estos momentos.
Los períodos no son iguales para todos. Hay niñez extendida en la cama del tiempo, adolescencias cortas y otras largas. Juventudes que expiran apenas comenzadas y las que perduran viendo pasar otoños indiferentemente.
Los cronómetros se disputan límites convencionales robándose tiempos unas series a otras.
Cuando una finaliza, el respectivo reloj se detiene, en el mismo y único instante en que comienza a andar su camino el ciclo siguiente en otro aparato horario.
Algunos relojes se unen en el tiempo secuencial y parar y arrancar, pero ¿quién lo sabe?
Sólo un reloj de los correspondientes a cada transeúnte de la vida, al detenerse no será seguido por otro, pero nadie puede adivinar tal cosa.
El silencio se impone en todo el salón con aire discreto, pero si alguien derrama su vista u observa el movimiento de péndulos o segunderos imaginará ruidos rítmicos, suaves, continuos. Quizás porque los observadores no pueden desprenderse de ciertas experiencias de fuera del recinto.
Lo mismo acontece con la luz tan inexistente como inútil, pues no hay veedores y los que acceden por raros designios a él, hablan igual de discretas luminosidades.
Muchos del pueblo y también foráneos envueltos en las sombras de las mañanas, que son las mismas del atardecer, se allegan a la iglesia. Simulan correr las estaciones del vía crucis, yo se hincan en las gastadas maderas de los reclinatorios murmurando inaudibles oraciones, mientras su vista, obedeciendo a su verdadera intención, recorre el lugar buscando acceder al espacio de los relojes. Pero este es inviolable, escapa a las leyes de los hombres, que seguro intentarían –de poder hacerlo- intervenir en este ritmo ajeno.
Dicen también que el tiempo se escapa por debajo del sagrado recinto, al mar, y tiene que ver con el asomarse del sol en algún punto de la inmensidad oceánica. Pero siempre tras el horizonte. A  horas previsibles.


Enero de 99 - Playa Unión.





(*) De “Del largo camino de la Memoria” – Cuentos Completos – Patagonia Contemporánea – 2010.





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martes, 20 de diciembre de 2011

LOS POEMAS DE HOY


DOS SONETOS, DOS POETAS MEMORABLES





ÁLAMO DESNUDO (*)

                                                                   Al Dr. Julio César Giordano


Por Gonzalo Delfino


Ya el pampero con su mano ruda
lo despojó de hojas y brotes tiernos;
y se ha quedado desnudo y solo
con su ramaje dardeando el cielo.


En recogido éxtasis, ya no escucha
cantar de pájaros en su verde fronda;
no descifra ya el mensaje de la brisa
ni la voz del agua que al pasar lo nombra.


Desnudo, sin halagos, recoleto,
ahora espera con pasión segura
el ímpetu creador de brotes nuevos.


Prieto en su médula y en su hueso, 
es cordaje que sólo el viento pulsa.
¡Ahora, es el árbol verdadero!


(*) De "Voces de la Tierra" - Ed. "El Regional" , Gaiman - Chubut - 1980.














RÍO CHUBUT (*)

por Antonio Vicente Ugo


Y allá vas en un viaje retorcido,
desde cuándo, quizás y desde dónde,
como un agua que sabe que se esconde
para que no le duela tanto olvido.


Te encanta que el cauce se te ahonde
como la mano que conserva un nido,
porque das de beber y ser bebido
es el destino que te corresponde.


Si habrás visto la historia que te cuento
de españoles guerreros, de galeses
y de indios subidos en el viento.


Y estás en tu corriente de tan quieta
como un sembrador que va a sus mieses
desde tu corazón de la meseta.



(*) De "Vigencia del Sur" - Ed. Áncora - Trelew - Chubut - 1986.













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viernes, 16 de diciembre de 2011

EL CUENTO DE HOY




Entre sombras y penumbras



Por Olga Starzak



Lenta e inevitablemente fui adentrándome  en este mundo de sombras. Tenues primero, pero aún reconocibles. Se ensamblaban, a veces, con figuras que conservaban su efímera nitidez. Me aferraba a ellas como el niño al pecho de su mamá.
Intentaba retenerlas sabiendo que pronto escaparían.
Buscaba incesante el rostro de los seres amados... la sonrisa de mi madre cuando todavía no comenzaba a borrarse, esas manos siempre dispuestas a acariciarme, las pecas de mi hermanita, el tan blanco rodete de mi abuela...
Me atraían, como nunca, los vivos colores de los pájaros;  podía disfrutarlos  a través del continuo piar que, como ofrenda, dejaban cada mañana detrás de la ventana de mi cuarto.
En aquellos últimos tiempos, elevé innumerables veces  mi cara hacia el cielo; lo hice en el amanecer, en pleno día, en el ocaso y en la noche constelada. Alenté esperanzas de que, aunque más no fuese, no desaparecieran para siempre las estrellas.
Me deslumbré con el arco iris... me deleité con la gama de los verdes en la primavera y los ocres del otoño. Y miré como nunca la vida que apagándose en mí, amé con una intensidad insospechada.
Se acercaban las penumbras prometidas y rogué que allí parara el tiempo.
 Mientras ello sucedía comencé a ahondar en el sabor amargo de lo nuevo; mis sensaciones se multiplicaban a cada momento y se amplificaban  mis otros sentidos.
 El tiempo y el espacio se tornaron pretéritos; sin embargo no podía dejar de observar este mundo a punto de esfumarse. Le di la espalda a la alegría  y percibí la misericordia de todos quienes  me rodeaban.
También llegaron ocasiones en las que procuré consuelo. Reparé en la mirada extraviada del linyera que  come desechos apoyado en mi umbral. Advertí el sufrimiento en el pálido semblante del hombre que busca -con desesperación- a su hijo perdido. Recordé las manos azuladas del niño vendiendo diarios en el amanecer. Imaginé  el temblor en el cuerpo de un soldado que se resiste, la parálisis del que encuentra en los escombros un joven mutilado, el andar ligero de la mujer que huye protegiéndose del perverso.
Sólo por un instante se calmó mi alma
Elevé a Dios mis plegarias... rogué el perdón a mi condena. No encontré alivio. El mundo de claroscuros ennegreció para siempre.
Nada era más profundo que el dolor.

Salvo por las voces que raramente me abandonaban eran iguales el dormir y el despertar. El día se convirtió en noche y las noches en un infierno. Debía tocar mi cuerpo para comprobar su existencia. Cuando noté húmedos mis dedos, dejé de palpar el rostro de mi madre. Se espaciaron las caricias de quien  pronto podría abandonarme. Me contaron que estaban desapareciendo las pecas de mi hermanita. Eran cada vez menos los pájaros trinando en mi ventana.
Se tornaba insoportable la eterna oscuridad.

Me dejé invadir por la tristeza y me entregué a la muerte. Cansado de padecer, se detuvo mi aliento. La quietud del abismo me anunció el fin.


No puedo precisar en qué momento contemplé la luz, una luz demasiado brillante para mis ojos desacostumbrados. Una luz amarilla, intensa, absolutamente tentadora; me sentí atrapado por una sensación tan inédita como placentera. Miré alrededor buscando reconocer formas, colores, imágenes, escenas...
A pesar de mis esfuerzos me costaba lograrlo.
 De pronto... el misterio comenzó a develarse. Lejana, la voz de mi abuelo;  mucho más clara,  la de mi padre.
En este mundo de infinito sol, de palabras cálidas, de rostros algunas veces vistos y de sensaciones quiméricas,  faltaban mis sombras.
Estaba ausente el perfume de los tulipanes del patio de mi casa, el humeante aroma del pan amasado por mi madre, las suaves caricias de mi amada que -aunque demasiado esporádicas- dejaban un halo de esperanza, la risa contagiosa de mi hermana, el sabor tan especial que relamía de mis dedos después de una  cena.

Luché, sólo un instante, entre esta luz seductora y aquella oscuridad empapada de mis afectos.

Estoy tendido sobre mi cama. Ya no hay angustia en mi pecho.
Sólo deseos de vivir.


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lunes, 12 de diciembre de 2011

EL POEMA DE HOY




 
COVARRUBIAS


Por Alicia Miguel de Castagnet




No bañaron los soles de Castilla
mi tarde de Covarrubias
ni vi brillar en los surcos
los oros de las espigas,
ni cantaron las campanas
su canto de bronce y siglos
ni los pájaros dijeron
sus silbos entre las ramas.
Madre… nada fue como contabas
esa tarde en Covarrubias.
Una llovizna muy fina
calaba tejas y calles
y los pies se me pegaban
al barro de tu terruño.
Las pobres casitas blancas
con techos de tejas viejas
eran presentes de olvido
clavados en las callejas.
La tierra roja sangraba
con el agua de la lluvia
y Covarrubias lloraba
sus ausencias con la tierra.
¿Cómo habría de haber sol, madre,
esa tarde en Covarrubias?
si tu recuerdo sombreaba
el solar de los abuelos.
Entré a la vieja casona
como quien entra a un santuario
y allí en la rústica estancia
de muros enmohecidos
sentí la nostalgia extraña
de cosas nunca vividas.
Añoré la lumbre aquella
que te había abrigado, madre,
y el olor a pan caliente
y el sabor a leche fresca
y los jamones colgados
desde las vigas del techo
y la sopa que humearía
sobre aquella mesa vieja.
La lluvia se iba filtrando
entre las tejas derruidas
y a mi alma también filtraba
su llanto la lluvia aquella.
Salí después a la calle
A mirar tu Covarrubias:
la lluvia se me hizo llanto
y yo corría llorando
las calles de tu aldehuela.
¡Bien está que haya llovido
esa tarde en Covarrubias!
¿Cómo habría de haber sol, madre?
Si Covarrubias lloraba
su muerte de pena y tiempo
y yo tu muerte lloraba
otra vez en el recuerdo.



Este poema mereció la corona del Eisteddfod del Chubut celebrado en el Salón de la Asociación San David de Trelew el 25 de octubre de 1975. Fue jurado para el otorgamiento de esta distinción el profesor Julio Crespo, autor de numerosos trabajos de crítica literaria, colaborador de la revista “Sur”, del diario “La Nación” y de prestigiosas publicaciones extranjeras.



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jueves, 8 de diciembre de 2011

LA NOTA DE HOY






CROATAS EN LA PATAGONIA


Por Jorge Eduardo Lenard Vives





En su documentado libro “Los croatas en la Argentina”, la escritora Carmen Verlichak reseña las vivencias de numerosas familias de ese origen afincadas en nuestro país. Recorriendo sus amenas páginas descubrimos que varias de tales familias se radicaron en la Patagonia; y que muchos de sus integrantes se relacionaron con la Literatura regional.

Uno de los más destacados es Juan Benigar. Según nos informa la señora Verlichak, el que fuera luego llamado “cacique blanco” partió de Croacia en 1908; recién recibido de ingeniero civil. Llegado al país se aquerenció en Cipolletti; al tiempo se casó con Eufemia Barraza, nieta del cacique Catriel. Unido así a la Colonia Catriel, se convirtió en su infatigable defensor y en un estudioso de sus costumbres. Sus inquietudes intelectuales lo llevaron a redactar numerosas obras, entre las que se cuentan “Gramática araucana”, “Vocabulario histórico araucano - español”, “El indio araucano”, “El problema del indio y la tierra fiscal”, “Los intrusos, antecedentes del derecho de la propiedad indígena en el territorio del Neuquen” “El concepto del tiempo entre los araucanos”, “El concepto del espacio entre los araucanos”, “El concepto de la causalidad entre los araucanos”, “El calvario de una raza”, “El problema del hombre americano” y “La Patagonia piensa”. De esta última extraemos los siguientes conceptos:

“El que estas líneas escribe ha llegado a las tierras patagónicas muy poco menos de cuatro decenios atrás... Aquí en las tierras patagónicas ha formado su hogar. Digo mal. Debí haber dicho: iba encendiendo sus fogones. Porque son una ínfima minoría los patagónicos tan felices que puedan decir: “Aquí enciendo hoy mi fuego, aquí moriré”... Quizá sea esto un justo castigo para quienes, faltando a la tradición milenaria para seguir tras ilusiones de la juventud, abandonamos nuestros dioses familiares”.

Al anterior se suman otros croatas que enriquecen la Literatura Patagónica. Por ejemplo, Nicolás Matijevic, nacido en 1910 en Grospic y fallecido en 1980 en Bahía Blanca; eximio bibliotecólogo que plasmó sus estudios en textos como “Bibliografía del canal de Beagle” y “Bibliografía patagónica”. Este último, escrito junto a Olga de Matijevic, está formado por seis volúmenes con 15.000 referencias bibliográficas. Y podemos mencionar a Pedro Ostoich que, guiado por el historiador Arnoldo Canclini, describió en el libro “Un solitario en Tierra del Fuego” su vida de pionero en esa zona.

En la chilena Región de Magallanes también hay una importante colectividad croata. Algunos de sus miembros hicieron valiosos aportes a las letras regionales. Tal es el caso de Mateo Martinic Beros, autor de “Magallanes, síntesis de Tierra y Gentes”, “Crónica de las tierras al sur del canal Beagle” e “Historia del Estrecho de Magallanes”. Otro exponente es Lucas Bonacic Doric con “Historia de los yugoslavos en Magallanes”, “Resumen Histórico del Estrecho y Colonia de Magallanes” y la novela “Oro maldito”. Una figura interesante de destacar es la del doctor Mateo Bencur, cuya biografía se encuentra en la obra “Patagonia y Antártica. Personajes históricos” de Nelson Toledo. Eslovaco de nacimiento, se radica en Croacia; y de allí parte con destino a Punta Arenas, donde ejerce durante 14 años su profesión de médico. Vuelto a Europa, comienza a escribir. A su muerte, ocurrida en Lipic, deja 36 obras; entre ellas, dos dedicadas a la Patagonia: “Paseos por la Patagonia” y “La madre llama”, de 1926, que relata en cinco volúmenes la vida de los inmigrantes croatas en la región.

Los croatas también están presentes en las letras sureñas como personajes literarios. De este tema habló Kresimir Boric en el capítulo “Algunos personajes croatas en la Literatura Argentina” del libro de Carmen Verlichak. Al Marangunic en el “Lago Argentino” de Juan Goyanarte, al Benigar en la obra de teatro homónima de Alejandro Finzi y a la mención de varios croatas en el “Archipélago” de Ricardo Rojas; se puede agregar que en “Mar Austral”, Fray Mocho presenta a los “austriacos” Intronich y Kasimerich. Nos informa Verlichak que a fines del siglo XIX se conocía con el gentilicio de “austriacos” a los inmigrantes croatas, pues en esa época el país integraba el Imperio Austrohúngaro. Luego se los llamó “yugoslavos”; ya que a principios del siglo XX la nación formó parte del Reino - luego República - de Yugoslavia.

Este artículo, por fuerza breve, no permite apreciar en plenitud la riqueza de la cultura croata y su aporte al desarrollo regional; porque sólo vincula su presencia en la Patagonia con la Literatura austral. Nada se dice de la fortaleza espiritual de ese pueblo que combina el pensamiento y la acción, valora sus tradiciones y posee un acervo artístico secular que lo acompañó hasta el extremo sur de América. “Nuestra bella tierra”, llama a su patria el orgulloso lema de los croatas. Sin dudas la Patagonia fue, para muchos de ellos, también una bella tierra.




Nota: el autor agradece a la Sra Carmen Verlichak haberle permitido usar como base de este artículo su libro “Los croatas en la Argentina” (Krivodol Press, Buenos Aires, 2004); como así también toda la información adicional que sirvió para ampliar el tema. La cita de Juan Benigar es de “La Patagonia piensa”, Siringa Libros, Neuquen, 1978.
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domingo, 4 de diciembre de 2011

EL POEMA DE HOY






TU SEÑAL


Por Celia Amanda Sala Davies




Al evocar tu señal en un vano azulado de estelas
mis manos cincelan
vigorosas
un joyel en tu espera
y ahuecan con miradas de herrero
una historia naciente.
Mis manos palpitan senderos zigzagueantes
por donde reverbera mi asombro
y la creación aflora
se amalgama en feraces siluetas de cachorros silentes
y te aborda.

Al evocar tu señal en un marco biselado de estrellas
mi alma se transforma en auroras centelleantes
en cardúmenes de ensueños milenarios
para retenerte
aunque sea un instante.

Al evocar tu señal en la nívea espiral de mis bosques
adquiero conciencia
sé que no estás aquí
sin embargo te atrapo y te retengo
en un aúrico parque horadado por mí.

Al evocar tu señal en un mórbido río de espumas
mi ser vibra y se regocija
se regocija en ti

¿y tú?

tú te alejas y te esfumas en un plácido mar de gacelas
cuando advierto el fin.


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