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lunes, 7 de mayo de 2012

LA NOTA DE HOY




PATAGÓNICA


Por Antonio Dal Masetto (*)



Después de horas de andar hacia el sur por la extensión patagónica que no tiene fin dejé la camioneta y me aparté del camino de tierra y me asomé al acantilado y allá al fondo estaban esos oscuros y misteriosos animales que aman el mar y se abandonan sobre la arena a recibir el sol. A mis espaldas tenía el  desierto, hacia adelante el océano. Desierto y océano prolongados uno en el otro, anudados, barridos por el viento que nunca cesa. ¿Qué dioses habitan esas vastedades? ¿Son dioses que están buscando todavía sus formas o se resisten siempre a la forma? ¿Qué poder ejercen sobre los viajeros? ¿Qué poder sobre mí? Permanecí ahí, vaciado de ideas, bajo un cielo pálido, cruzado por masas aisladas de nubes que se desplazaban  rápidas de sur a norte. Yo esperaba. El viento insistía sobre mi espalda y sentía cómo pretendía moldearme y unificarme con todo lo que me rodeaba, un accidente más, piedra o arbusto, una cosa rota arrojada a la frontera ilusoria entre la tierra y el agua. Mi nombre, mi voluntad y también mi historia se disolvían. Ahí, en la prepotencia y la indiferencia de los elementos, ante el misterio y la desmesura, yo me liberaba de  compromisos y esperanzas, no era nada ni nadie, no pertenecía a nada ni a nadie. ¿Era ése el poder de aquellos lugares: esa invitación, ese llamado al desprendimiento y a la renuncia? Después, repentino, hubo un cambio de luz. Por unos segundos un gran resplandor iluminó una franja de mar y me cegó. Bajé la mirada y descubrí, a centímetros de mis pies, protegido en una cavidad formada por la erosión del  terreno, un manchón de musgo de un verde intenso. Aquel verde se oponía a la sequedad que lo rodeaba, era un pequeño milagro en la aridez general. Desde ahí una voz comenzó a hablarme. La voz se obstinaba en señalarme que aquél no era sino un lugar de tránsito, una estación de la que habría que partir en algún momento. Me recordaba que debería regresar a las caras que quería y detestaba, a los incentivos y las  desilusiones de cada día. En fin, el mundo de siempre. Y entonces percibía cómo poco a poco crecía el impulso de darle la espalda al mar y al desierto y a la invitación a la entrega. Sin embargo, minutos después giraba la cabeza a derecha e izquierda para abarcar el espacio sin límites, buscaba allá abajo los animales quietos y sentía que era en esa dirección dónde debía partir, que era hacia ellos dónde debía ir. Y luego de nuevo volvía el reclamo de aquella mancha verde y a continuación otra vez la tentación del vacío, y así pasaba de una propuesta a otra, de un arrebato a otro, del platillo de una balanza al otro, entregado, rescatado, entregado, rescatado, y en el sí y el no de cada instante ambos platillos pujaban por quebrar el equilibrio. Y bajo el cielo que comenzaba a ensombrecerse, en el viento que soplaba cada vez con más fuerza, era como en esos sueños en que algo está a punto de resolverse y nunca se resuelve. Igual que en los sueños, también en lo alto de aquel acantilado hubiese sido inútil intentar gritar.  


  

(*)  Uno de los más prestigiosos escritores argentinos, autor de Oscuramente fuerte es la vida, Hay unos tipos abajo, Ni perros ni gatos, Fuego a discreción, La tierra incomparable, entre otros títulos memorables. A mediados de la década del ´60 se radicó en Bariloche, donde escribió la novela Siete de oro. Ha sido jurado en el Encuentro de Escritores Patagónicos en Puerto Madryn (Chubut). Hoy Antonio Dal Masetto honra a Literasur aportándonos este texto -previamente publicado en Página 12- que describe con personalísimo estilo sus impresiones frente al paisaje patagónico.



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1 comentario:

Jorge Vives dijo...

Comentar una nota de un autor como Antonio Dal Masetto es un poco arriesgado de mi parte. Pero no se pueden dejar pasar las palabras que un escritor de este nivel dedica a la Patagonia; dirigiéndose directamente a los puntos que forman parte de la temática regional, vistos desde su particular óptica y descriptos con su estilo peculiar (estilo que le ha hecho ocupar un lugar de privilegio en las letras argentinas). Cada frase de la nota merecería un comentario; pero hay tres en particular a las que quería hacer referencia.

La primera, cuando dice: “A mis espaldas tenía el desierto, hacia adelante el océano. Desierto y océano prolongados uno en el otro, anudados, barridos por el viento que nunca cesa. ¿Qué dioses habitan esas vastedades?”. “Vastedades” describe exactamente esos ámbitos “anudados” como si fuesen uno. Apenas cambia el color. El autor nota que es el mismo espacio, sin solución de continuidad, unido por las ráfagas; un terreno propicio para que lo habiten dioses de esos que cabalgan sobre el viento, como el del cuento de Algernon Blackwood.

Otra frase que se destaca, es aquella en la que manifiesta que “Mi nombre, mi voluntad y también mi historia se disolvían. Ahí, en la prepotencia y la indiferencia de los elementos, ante el misterio y la desmesura, yo me liberaba de compromisos y esperanzas, no era nada ni nadie, no pertenecía a nada ni a nadie”. Sin dudas, esa es la sensación que provoca la “desmesura” patagónica, en quien sabe observarla y sentirla. Quedarse en el lugar, vacío de todo otro pensamiento o sensación que no sea el de contemplar la “indiferencia de los elementos de la naturaleza” (de la “implacabilidad”, habló Hilaire Belloc).

Y la tercera: “Y bajo el cielo que comenzaba a ensombrecerse, en el viento que soplaba cada vez con más fuerza, era como en esos sueños en que algo está a punto de resolverse y nunca se resuelve. Igual que en los sueños, también en lo alto de aquel acantilado hubiese sido inútil intentar gritar”. Ante un escenario como el que describe la nota, conocido por muchos de los lectores de Literasur, es difícil decidirse a abandonar el lugar; uno tiende a permanecer, como si fuese a transformarse en parte del paisaje. Tiene algo de onírico ese momento; que el autor plantea con las metáforas de la irresoluble situación de ciertos sueños y esos gritos que en el sueño se quiere proferir y no se puede...

En esta nota, Dal Masetto nos muestra una faz de la Patagonia; región bifronte, entre cuyas caras transcurre la meseta. Pero el escritor conoce, por su estadía en Bariloche, su otro rostro. Tal vez en algún momento nos haga conocer su opinión sobre esa faceta; en forma tan expresiva como fue en este caso.