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viernes, 5 de octubre de 2012

EL CUENTO DE HOY





SÉPTIMA DIMENSIÓN


Por Margarita J. Borsella (*)




Se despertó en la mañana de Navidad, y el aire candente del sol del mediodía la llevó a juntar en una canasta algunas sobras de Nochebuena (cereza, duraznos, algo de queso y atún), agua, aletas y luneta; algunos discos, unos libros leídos por la mitad, un cuaderno y una lapicera.

Con el traje de baño puesto, se calzó unos jeans, una blusa de seda blanca, sus anteojos oscuros, y con música de fondo partió con la camioneta por esos largos kilómetros que separaban su casa de Playa Paraná.

Por afuera, el sol abrasador calcinaba el capó y las ruedas parecían derretirse sobre el asfalto caliente de la carretera. Por dentro, la brisa generada por el aire acondicionado ondulaba la seda de la blusa, que suavemente acariciaba su cuerpo mientras conducía.

Atravesó la ciudad silenciada y devastada por el descontrol de Nochebuena, hasta llegar al boulevard que la llevó a la colina, donde se sumergió en una nube de arena pegajosa y caliente que sobrevolaba el camino de tierra al paso de los autos.

Con el mar siempre a la izquierda, condujo por esos caminos zigzagueantes hasta que llegó a destino.

Lejos del sosiego que buscaba en esa playa apartada para poder nadar, leer y escribir en calma, se encontró con el bullicio de los niños que compartían con sus padres lo que Papá Noel había descargado por la noche en sus casas.

Ajena a todo lo que ocurría a su alrededor, con los ojos en esa línea que une el cielo con el mar, casi escapan de su ángulo visual los hierros oxidados de la proa de un barco hundido, que lentamente eran cubiertos por las aguas a medida que el mar ganaba arenas a la playa. Todas las fantasías sobre acorazados que anidaban en su mente estallaron a flor de piel y se largó al mar.

A nado y sorteando las crestas de las olas llegó hasta los restos de ese barco, como intentando buscar alguna respuesta entre sus habitantes, meros y pejerreyes que vinieron a su encuentro.

El mar se tornaba cada vez más bravío. Sus olas, como gigantescos caballos blancos galopando desde el horizonte, estallaban contra los médanos que furiosamente eran bañados y salpicados de sal.

Al descender hasta el fondo sintió que se hundía en las profundidades de su ser para bucear en la esencia de ella misma. Se sintió inmersa en ese mundo transparente, en donde los rayos de luz con las ondas formaban pequeños cubos y prismas de oxígeno e hidrógeno. Cubos y prismas cuyas aristas eran atravesadas por infinidad de peces casi traslúcidos, que mostraban su ondulante columna como si fueran soldados obedeciendo todos a una misma formación.

La nube de esos pequeños seres la traspasaba. Sentía que su cuerpo se movía a la velocidad de los rayos; no lo veía. Cada una de sus partículas se transformaba en esa energía que la llevaba a flotar en el espacio, en donde no existía ni arriba ni abajo, ni ayer ni mañana; todo era eterno, todo era infinito… El celeste de las aguas se tornaba azul,cada vez más azul, casi negro; ya no sabía a sal.

La ambición, el desamor, no existían. Todo era armonía y amor en su pura esencia.

Reinaba la ausencia de toda miseria humana.

Unas blancas y potentes luces sobre un corredor, con gritos de algunos hombres y mujeres vestidos de blanco, la despertaron.

Lentamente, muy lentamente, su cuerpo mojado con esa espuma salada, descongelaba el hielo que aún corría por sus venas.


(*) Nació en Esquel; en la actualidad está radicada en Trelew. Recientemente publicó su obra autobiográfica “Buenos Aires Chico” (Ediciones del Cedro, 2012); con la que obtuvo el primer  premio, compartido con Dora Lendzian, del IV Certamen de Autobiografías de la “Asociación Mexicana de Autobiografía y Biografía” del año 2011. El cuento que publicamos hoy fue premiado en el certamen “Antonio Aliberti” de la Biblioteca “Ricardo Güiraldes” de San Antonio de Padua, del año 2012. La autora también escribe poesía.



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7 comentarios:

fabiana dijo...

Verdaderamente hermoso el cuento de Margarita, pude imaginarme estar ahí, ser yo misma la protagonista del cuento, por un momento sentía que me hundía en las profundidades del mar.Felicitaciones Marga!!!

Margarita Borsella dijo...

¡Muchas gracias Fabiana por tus conceptos!

Jorge Vives dijo...

Margarita Borsella logra en este cuento que nos sumerjamos junto con ella en el mar. No sólo eso; también, con su descripción precisa, lograda con breves pinceladas que van pintando la situación, la acompañamos cuando la protagonista sale de su casa rumbo a la costa, maneja por ese camino de ripio que sale de Madryn hacia el sur (imaginamos la polvareda detrás del auto), llega a la playa donde descansa el buque naufragado... Pero es cuando entra en el mar que las imágenes se disparan, como una serie de esas fotografías que la escritora suele tomar: el paisaje subacuático, se presenta con sus formas y colores materiales; que se van difuminando en una dimensión espiritual. El final, inesperado, cierra perfectamente el cuento. Sin dudas, mereció el premio obtenido.

FINISTERRE PRODUCCIONES dijo...

Un cuento que me permitió recorrer el lugar, un lugar muy cercano a mis recuerdos con amigos y momentos muy bien vividos. La dinámica del cuento te lleva a estar prendido en el relato, las situaciones se van sumando y te remata con un final que te sorprende. Una descripción de esos paisajes patagonicos, con calor, polvo y situaciones propias de esa época. Muy bueno felicitaciones a Margarita.

Margarita Borsella dijo...

Jorge:

¡Muchas gracias por tu comentario!

¡Un abrazo!

Margarita Borsella dijo...

Gracias por el comentario a FINISTERRE PRODUCCIONES.

Un cordial saludo.

Anónimo dijo...

Este cuento de Margarita es un paisaje interno y externo lleno de canción patagónica que descolla con audacia y sincronía invitándome a ser la protagonista. Una maravilla. Te felicito ...
Cariños
Susana Roberts