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jueves, 8 de noviembre de 2012

EL CUENTO DE HOY





El enigmático Bobby


Por Rubén Héctor Ferrari (*)





   “Con un respingo salí de una modorra consecuente con mi almuerzo, en el mismo instante en que los silbatos del tren precedieron su arribo, agigantando su potencia en el normal silencio del entorno.”
   “Corrían los primeros días del mes de septiembre de 1911 y una incipiente primavera comenzaba a menguar tímidamente el rigor del invierno que –solo formalmente– se aproximaba a su fin en el almanaque. A la sazón, yo ocupaba la jefatura de la  pequeña estación inaugurada en Gaiman dos años antes. Por la modesta y defectuosa línea telefónica, se me había informado acerca de la composición del convoy –tres vagones de carga y uno de pasajeros. Transportaban, los primeros materiales y encofrados para el inicio al pie de las lomas adyacentes, de un túnel con bóveda de ladrillos, sistema cañón y, el restante, a un grupo de operarios ingleses.”
   “Calzándome con apuro la gorra reglamentaria me acerqué al andén y a fin de facilitar el reconocimiento de mi investidura mantuve cierta distancia con unos pocos pobladores curiosos.”
   “Por un momento, la invasión de un aluvión de fragores y movimientos que alteraban el día apacible, me retrotrajo en el tiempo  a mi lejano Edimburgo natal de la niñez, donde, en el puerto, se repetía con frecuencia mi admiración por las maniobras de los colosos de hierro. Pero esta evasión de la realidad circundante, se interrumpió con el descenso de los pasajeros. Antes de encaminarse hacia mí, el conjunto dirigió su atención al novedoso paisaje, tan parco en su aspecto edilicio detenido por los altozanos grises y salpicados por menudas jarillas, sin asomo casi, de otras especies exóticas.”
   “Al iniciar un desplazamiento pausado, sus componentes acusaban la particular flema anglosajona, facilitándome así, una breve detención en la decena de rostros desconocidos.”
   “Fue ese el tris en el que mis retinas captaron por vez primera las facciones de aquel individuo al que luego conocí por un apodo: –Este es Axe Face (cara de hacha)– me dijeron al presentarlo. El alias justificaba su apariencia a tal punto que, de pronto, acudieron a mi mente las teorías de Lombroso y su antropología criminal...”

   Así comenzaba el sorprendente relato de mi abuelo escocés, contenido en una abultada libreta de tapas negras y flexibles en la que compartía otras descripciones de sus memorias. En ésta, yo quedé atrapado desde el principio, con una curiosidad que no pude satisfacer hasta finalizar su lectura. Ansioso por el deseo de compartir tan extraño texto, decidí traducirlo del inglés al castellano. Ardua labor, habida cuenta de las dificultades de trocar a otro idioma las cultas expresiones y reflexiones de mi ancestro, ya que su formación intelectual comenzó en la Facultad de Teología de la Universidad de Cambridge. Sus inquietudes místicas hallaron respuesta al cursar el pastorado. Inesperadas dificultades pulmonares provocaron el lamentable abandono de sus propósitos cuando promediaba la carrera. Los acontecimientos posteriores se sucedieron con rapidez. La búsqueda de climas más propicios para su salud y la necesidad de obtener alguna tarea para subsistir, hallaron alivio en la lejana Patagonia argentina.
   Su influyente familia había participado activamente para concretar su radicación. Como secuela de sus malogrados estudios, persistió en él un afán inagotable por el conocimiento de la historia universal y las diversas corrientes filosóficas que habían acompañado o inspirado sus más notables acontecimientos.
   La minuciosa exposición continuaba así:

                                                     (Para continuar leyendo, cliquee AQUÍ)



(*) Escritor chubutense - Profesor en Letras (UNPSJB)



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2 comentarios:

Jorge Vives dijo...

El lector de cuentos es un lector exigente. Quiere experimentar, en las escasas páginas que caracterizan al género, las sensaciones y las ideas que en una novela se desgranan a lo largo de varios folios. Requiere, por lo tanto, un lenguaje preciso y rico; en el que cada palabra represente un párrafo en una obra larga. Pretende, también, una trama consistente y concentrada; como el espíritu del argumento que un novelista deja discurrir, morosamente, en un volumen de varios cuadernillos. Y, sobre todo, necesita de un final que lo sorprenda, como el frío del agua del mar golpea al bañista que en una tarde de verano se arroja al mar; o la violencia del viento apabulla súbitamente al que abandona su vivienda en medio de un temporal.

Todo esto logra Rubén Ferrari en su cuento. Con una amenidad que se revela desde los primeros renglones e incita a continuar la lectura, el cuentista nos introduce a su creación en esa estación de Gaiman; cuyo ambiente se recrea acabadamente a través de sus frases. Podemos ver los curiosos en el anden, el tren arribando entre ruidos y movimientos contrastando con la quietud de la tarde, el paisaje parco. Este entorno también se consigue construir con la mención a diversos detalles del pasado del valle – cortesías para el conocedor-, que dan un marco plausible al relato.

Ya sumidos de lleno en la narración, vemos que Ferrari agrega una serie de referencias históricas, filosóficas y culturales del tipo que el buen lector sabe apreciar, porque le recuerdan otras lecturas y otros conceptos que le son familiares. Pero, además, contribuyen a crear la atmósfera para el desenlace. Las charlas de Mac Kenzie con “Axe Face”, van haciendo entender al primero que su interlocutor es un hombre culto, mas de ideas extravagantes y violentas; que condicen con la personalidad que uno se imagina para el asesino que resulta ser. En todo este desarrollo, hay un logro del autor que quiero resaltar: evita la anacronía; error que, a veces, cometen quienes escriben relatos que ocurren en el pasado (ya sea simple equivocación... o concientemente). Esto sucede sobre todo en el campo de las ideas. Por el contrario, en este caso, Mac Kenzie y “Axe Face” defienden y sostienen sus creencias con los conceptos vigentes en la época en que transcurre la acción.

Un párrafo aparte quería dejar para señalar el particular esquema adoptado por Rubén Ferrari para su obra; que le da un interés agregado. El cuerpo principal, “El enigmático Bobby”, de por sí podría constituir un cuento con final abierto; pero es en esa coda, “Alucinación”, donde se plasma el imprevisto final.

Para terminar, quiero disculparme ante el autor por haber perpetrado esta crítica; cuando carezco de los conocimientos teóricos literarios que él sí tiene, en su carácter de Profesor en Letras. Mis comentarios son los de un simple lector. Y, como lector, opino que si el autor reúne nueve cuentos más con la misma calidad literaria y los publica; sin dudas podría dar lugar a uno de los mejores volúmenes de narraciones cortas de la Literatura regional.

Olga Starzak dijo...

Es sabido que las aptitudes son patrimonio de la genética. Rubén nos ha permitido, a través de este relato, comprobar cuánto hay de cierto en esta afirmación. Quienes no habíamos tenido oportunidad, hasta ahora, de apreciar su talento literario nos sorprendimos gratamente de la virtud de este hombre. No es vano que por sus venas corra la misma sangre que la de Carlos Ferrari, bien conocido por todos los que incursionamos en estas páginas. No se nos ha revelado aún quién de sus progenitores, u otros ascendientes, dejaron en ellos huellas tan valorables.
Claro está, Rubén Héctor Ferrari tiene un estilo propio, seguramente marcado por su formación y experiencia de vida. En el relato de “Enigmático Bobby” descubre, de una sola vez, su competencia creativa y la destreza para alinear, conjugar y entretejer los alcances de su imaginación. Se vale de recursos tan clásicos como modernos y atractivos: la intertextualidad, con el valor, además, de utilizar relatos de su autoría producidos de manera epistolar; y el uso de la voz de narradores que -atestiguando los hechos ocurridos en espacios y tiempos que aún siendo lejanos al lector lo introducen en la historia- nos atrapan desde las imágenes, los personajes, los diálogos y las descripciones.
Tal vez, como dice Jorge Vives, sea presumido valorar la capacidad creadora de Ferrari. Sin embargo, desde el lugar de colega pero también lectora, lo insto a continuar en el camino de la escritura para no privarnos del goce literario que provocan sus relatos.