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sábado, 28 de abril de 2012

EL POEMA DE HOY





                            LA TIERRA QUE ME DISTE


              Por Antonio Vicente Ugo (*)



Un sencillo sonido de campana
en una tarde azul y transparente,
el viento alegre porque no se siente
y el mar de un color de porcelana.

La aurora grana pero no caliente,
el helado perfil de la mañana,
y luego el mismo día se engalana
en la tarde amarilla hacia el poniente.

Las bardas a lo lejos semejando
el farallón del valle protegido
que al norte y al sur se van sumando.

Una pena de ayer me pone triste,
siento la tierra donde yo he vivido
porque ha sido la tierra que me diste.



(*) De su libro “La tierra que me diste”- Editorial Vinciguerra, Buenos Aires, 1994.


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miércoles, 25 de abril de 2012

EL RELATO DE HOY




RECUERDOS DE OTROS DÍAS



Por Gwen Adeline Griffiths de Vives (*)




De pie junto a la ventana de la sala contemplo otro atardecer en el valle. El crepúsculo entinta con mil colores los nubarrones que extinguen lentamente la moribunda claridad del día mientras estampadas en la negra caverna del cielo aparecen las constelaciones.
Los recuerdos convocados por mi memoria acuden pausadamente; decenas de imágenes me asedian y percibo los ecos de voces extraviadas en el pasado, cuando el tiempo aún no manifestaba deseos de huir y los años futuros eran sólo un rumor absurdo.
En las frías mañanas de invierno permanecía en ese refugio tibio que era 1a cama, atenta al llamado de mi madre, preparada para levantarme y marchar a la escuela. La oscuridad todavía ocupaba el adormecido pueblo y la escarcha golpeaba los cristales de las ventanas en procura de un resquicio para introducir en la casa un trozo de invierno. Pero pronto todo se animaba y los familiares sonidos del trajinar de tazas y cucharas traspasaban las puertas y llenaban los rincones, mientras el humo escapado del recién encendido hogar desperezaba su despertar en el inmóvil aire de la mañana huyendo a través de los vacíos ojos de piedra de la chimenea. "Chicos a levantarse"; y comenzaba el acostumbrado ritual cotidiano, tomar el desayuno, buscar los cuadernos y los libros, terminar de vestirse, una bufanda al cuello y salir al mundo exterior y encaminarse hacia la escuela, casi siempre corriendo porque ya era tarde, mientras de nuestras bocas brotaban diminutos ríos de niebla.
El viejo edificio de paredes sin revocar acogía resignado la turbulenta tribu infantil cuya algarabía inicial era contenida por las maestras después de mucho sisear y prorrumpir en voces de mando hasta lograr, triunfantes al fin, encauzarnos hacia las distintas aulas.

Para nuestro cándido parecer el invierno era "algo" importante. Algunas veces el río desbordaba y entonces todos íbamos a contemplar cómo sus fangosas aguas de un apagado rojez convertían a nuestra capilla en una inabordable isla defendida a duras penas por unos inseguros terraplenes esforzándose en mantener alejada la creciente.
Esos días de inundación ponían en actividad a casi todo el pueblo y los vecinos accedían a la "costa" del río para construir "bancos'', trabajando con palas y carretillas, mientras discutían solemnemente sobre la altura que alcanzarían finalmente las aguas y si eran "del río Chico o de la cordillera''. Grupos de hombres vigilaban de día y de noche los terraplenes de defensa hasta que - al fin- comenzaba a pasar la creciente y entonces todos se tranquilizaban y retornaban a sus habituales quehaceres
Durante el invierno eran muchos los días en los cuales la casa representaba el más cómodo de los asilos, mientras el frío y la lluvia y el viento que arreciaba jadeante eran los señores del mundo exterior. Acurrucada en un sillón estratégicamente colocado cerca del fuego del hogar, emboscada detrás de una montaña de revistas infantiles oía con placer tamborilear las gotas de lluvia sobre las chapas de zinc del techo de la sala. A veces miraba por la ventana la cúpula plomiza del cielo que aplastaba ese paisaje de lomas y árboles y de casas y descubrir cómo la lluvia trazaba sus húmedos senderos deslizándose sobre los cristales. Más tarde las matas recién enjuagadas por los chaparrones parecían avivar sus grises colores bajo la pálida luminosidad del sol invernal que mostraba entre las nubes su disco amarillo.
En el verano alguna visita de nuestra familia nos llevaba en su coche de caballo a pasear por las largas y rectas calles de las chacras extendidas hacia el horizonte, distancias infinitas para nuestros infantiles ojos. Salíamos por Gaiman Nuevo y al cabo de un rato, durante el cual el carro se había metamorfoseado sucesivamente en distintos mágicos vehículos según nos dictaba nuestra imaginación, ingresábamos por la otra punta del pueblo saludando a los vecinos. Como siempre, con esa permanente capacidad para la sorpresa que tiene la niñez, nos habían maravillado la noria del canal con su promesa de movimiento perpetuo, la súbita irrupción de una liebre que cruzaba veloz el camino y cualquier otra menudencia, inesperada o no, que agregaba novedades al paseo.
Un día de cumpleaños, no recuerdo cuál, mi padre me regaló una bicicleta. Desde ese momento mis compañeros de juego me convirtieron en la más asediada niña del barrio. Poseer una bicicleta componía el más ambicioso deseo de cualquier chiquillo del pueblo. La natural desconfianza familiar hizo que durante mucho tiempo mi más audaz y arriesgado itinerario sólo llegase hasta la cercana esquina. Después, sosegados los míos por las pruebas de habilidad demostradas al conducirla consintieron en metas más distantes.
Los recuerdos estallan ahora como relámpagos. La blanca filigrana de la espuma sobre la arenosa playa. El sordo resollar del trencito al entrar en el túnel. El rudo perfume de la jarilla después de la lluvia. Los sauces de la plaza espejándose en las aguas de la "zanja". El damero del valle visto desde la loma. Pero el tiempo ha pasado y el viento sopló la arena de antiguos relojes. Las últimas luces tornan en deslavados añiles las remotas colinas. Agoniza la tarde entre el susurro del batir de alas y piar de pájaros regresando a sus nidos. A lo lejos ladra un perro. Una ventana se ilumina en una casa.



(*) Escritora chubutense.

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sábado, 21 de abril de 2012

LIBROS DE AUTORES PATAGÓNICOS




“CARTA ENCONTRADA EN PLAZA IRLANDA” (*)



El 23 de septiembre del 2011 fue presentado en el Centro Cultural “El Mercado” de Puan, el libro de cuentos “Carta encontrada en Plaza Irlanda”, del escritor patagónico Fernando Nelson. Tarde llegó la noticia a nuestro blog; pero por varios motivos no queremos dejarla pasar sin hacer un comentario. En principio, porque el autor, pese a haber nacido en Tucumán y a residir actualmente en la provincia de Buenos Aires, desarrolló gran parte de su actividad literaria mientras se encontraba radicado en el Valle del Chubut; por lo que puede considéraselo un representante de las letras de la Patagonia. Hacia esa época obtuvo por sus relatos numerosos reconocimientos provinciales y nacionales; entre ellos el primer premio del concurso de la Universidad del Sur de 1980, los premios en la categoría correspondiente del Eisteddfod de los años 1981 y 1983; y varios premios en los certámenes provinciales de la Dirección de Cultura del Chubut. Una de sus narraciones, “El manuscrito de Sheffield”, figura en la antología “Cuentos de nuestra tierra”, publicada por el Consejo Federal de Inversiones en 1982. También en el Valle publicó su primer libro: “El retorno”, de 1984.
El volumen que presentó recientemente, dedicado a sus padres, es un recorrido por su obra que reúne algunos de sus creaciones iniciales, entre ellas la que da nombre a la recopilación; y otras de reciente composición, como “El último galope”, con el que obtuvo el segundo premio en el concurso de la Biblioteca Berwyn de Gaiman en el año 2010. A lo largo de un total de dieciocho historias cortas, Nelson desarrolla una serie de argumentos sólidos y eficaces, cuyos finales abruptos se desploman sin piedad sobre los protagonistas. El estilo particular del autor es el hilo conductor del texto, a lo largo del cual, sin embargo, desarrolla diversos géneros; desde relatos fantásticos (“La isla”) e intimistas (“La otra, la futura”), hasta policiales (“La última cita”) y costumbristas (“El indio”). También se vislumbran en el libro distintas corrientes literarias que han influido de alguna manera sobre el escritor. Por ejemplo, en “La noche de las alimañas” pinta un imaginativo bestiario que denota un cierto aire de realismo mágico.
Un párrafo aparte requiere el relato llamado “Nadieshda”, que describe la azarosa vida del coronel de Húsares Deriabin a través de una serie de variados y sorprendentes hechos; como los que ocurren a los protagonistas de las novelas rusas. Pero lo que en ellas se despliega morosamente a lo largo de varias páginas, Nelson lo hace en unos pocos párrafos; y genera un trepidante y atractivo ritmo de los sucesos referidos.
Un rasgo particular de la obra son sus cuentos apareados; como si uno de ellos fuera el objeto y el otro su imagen especular. Ello sucede, por ejemplo, con los relatos “Noches de insomnio” y “Tantos gatos”; y “Karen, mi amor” y “El perdón”. También se advierte una relación similar entre “Carta encontrada en Plaza Irlanda” y “El otro mendigo”. Buscar esas claves ocultas se agrega a los desafíos que el escritor plantea a quien lee sus palabras.
En la contratapa del libro se asegura que “los cuentos de Nelson son inconcebibles sin Poe, sin Hofffman, sin Kafka, sin Rulfo, sin Cortázar... sin Borges”. Indudablemente, la presencia de éste último es la más visible; y se hace explícita en el cuento “Una lápida para Aarón Loewenthal”, ingenioso colofón de “Emma Zunz”. Sin embargo, no por eso deja Nelson de mostrar una forma de escribir personal, reconocible, única; que adapta a las características de los ambientes que delinea en sus narraciones.
Delia Martí de D´Andres, la prologuista, manifiesta que en los cuentos “está presente lo fantástico para evocar la inseguridad o inquietud que se produce en lo real”. Y al hablar de los personajes, dice que “insisten en una visión de hombres grises, enfrentados a situaciones que los superan: muertes violentas, desconocimientos de identidad, mundos caóticos, soledad, pesadillas, conductas instintivas, persecuciones, desengaños”. Sus aserciones se confirman con la lectura de la obra de Nelson. Sin dudas, la fantasía es un escape de la realidad para quienes pueblan sus páginas; que son seres que deberían preguntarse continuamente “¿por qué me pasa esto a mí?”. Pero no lo hacen, sino que sufren en forma estoica – o resignada - su destino de incertidumbre, desamparo y, a veces, también de muerte.
La portada del volumen, diseñada por Cristina Jáuregui, muestra una foto tomada por el autor; quién es fotógrafo por partida doble, profesional y aficionado. Esta pasión es compartida con varios escritores; por lo que parecería haber un nexo oculto entre ambas artes. Algunos privilegiados alcanzan a percibir tal relación; y se convierten en fotógrafos que con una imagen logran resumir mil palabras y, a la vez, en escritores que con mil palabras recrean en la mente del lector un universo de imágenes. Como sin dudas lo hace Fernando Nelson en los recomendables cuentos de su “Carta encontrada en Plaza Irlanda”.

J.E.L.V.


(*) “Carta encontrada en Plaza Irlanda”, Ediciones de las Tres Lagunas, Junín, 2011. Para contacto con el autor: literaturaspuan@hotmail.com


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jueves, 19 de abril de 2012

EL MICRORRELATO DE HOY




DESPERTAR


Por Carlos Dante Ferrari



Soñó que la despertaban con un beso. Un príncipe la alzó entre sus brazos y la introdujo en el castillo, donde los cortesanos y un público numeroso vitoreaban su regreso. Mientras se cumplían todos los ritos en su honor, ella observó los muros que se elevaban, opresivos, perdiéndose en la opacidad de los techos.  Se imaginó envejeciendo allí, prisionera del tedio y de las intrigas palaciegas.

Ahora el aire matutino acaricia su piel mientras el sol refulge sobre el rocío de los pastizales. La laguna es un espejo del cielo, como siempre, bajo el alegre concierto de los pájaros.

La ranita suspira en su escondite, aliviada. No ha sido más que una tonta pesadilla.

                                              ***

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lunes, 16 de abril de 2012

LA NOTA DE HOY




EL PERITO MORENO Y SUS BIÓGRAFOS



Por Jorge Eduardo Lenard Vives




Francisco Pascasio Moreno es una de las personalidades descollantes de la historia patagónica; circunstancia que se refleja en las numerosas biografías inspiradas en su vida. Pero el motivo de esta nota no es hablar de su figura, preocupación de muchos y mejores investigadores; sino discurrir sobre los libros a los que dio lugar. Y también sobre sus autores; porque hacerlo será repasar la historia de la Literatura regional.

En 1949 se publica “El Perito Moreno. Centinela de la Patagonia”, de Carlos A. Bertomeu; autor, además, de “El valle de la esperanza”, la primera novela sobre la Colonia Galesa del Chubut; de “Más allá de las cumbres”, una ficción ambientada en la zona del Nahuel Huapi; y, junto a su amigo Andreas Madsen, de”Cazando Pumas en la Patagonia”. En el prólogo, Enrique de Gandía proporciona más datos del escritor: es “abogado, historiador, geógrafo, sociólogo”; vivió “varios años” en Esquel y “tiene un hondo amor por la Patagonia”. Poco se recuerda hoy en día de la obra de Bertomeu, quien podría figurar entre los primeros narradores chubutenses debido a su larga residencia en la cordillera de la provincia.

Otro estudioso del prócer es Aquiles Ygobone, con su “Francisco P. Moreno: arquetipo de argentinidad” de 1953. Ygobone dedica muchos libros al sur, entre los que se pueden citar “La acción colonizadora de los galeses en la Patagonia”, “Ceferino Namuncurá. Redentor de su raza de bronce”, “Figuras señeras de la Patagonia y Tierra del Fuego”, “Paladines Auténticos de la Patagonia”, “El Profesor Bailey Willis y la Patagonia”, “La Epopeya Patagónica” y “Misiones Patagónicas”. Tal profusión literaria orientada hacia la región merecería una atención particular por parte de quien guste de la Literatura austral. Germán Sopeña, en tanto, homenajea al prohombre en su trabajo “El otro Moreno”, presentado al incorporarse en el año 2000 a la Academia Nacional de Periodismo. El autor de “Monseñor Patagonia” y “La Patagonia Blanca”, utiliza la estampa de Mariano Moreno, pionero de la prensa nacional, para introducir a su homónimo: “...quiero referirme al mismo apellido ilustre, pero a otro Moreno periodista, menos conocido en esa faceta, y que sin embargo merece ser recordado como un periodista cabal por la forma en que difundió sus extraordinarios descubrimientos con la palabra escrita....”. El escritor falleció al año siguiente en un accidente de aviación; cuando se dirigía con unos colegas a poner una placa e izar la bandera nacional en Punta Bandera, donde por primera vez lo hizo en 1873 su ilustre biografiado.



Roberto Hosne, autor de varios libros sobre la Patagonia, como “Barridos por el viento, historias de la Patagonia desconocida”, “En los Andes, historias de héroes, pioneros y transgresores” y “Patagonia, leyenda y realidad”, suma en el 2005 su “Perito Francisco Moreno. Una herencia patagónica desperdiciada”. Inicia su obra diciendo: “Un enigma perturbó a Francisco Pascasio Moreno hasta el final de su vida, y pese a sus persistentes esfuerzos, jamás llegó a desentrañar en su totalidad: Nunca pude comprender cómo una nación viril, dueña de extensísimas zonas, desde el trópico hasta el polo antártico, no se empeñaba en su estudio para utilizarlas...” La obra de Hosne intenta resolver este misterio.

Por otro lado, el conocido narrador, dramaturgo y ensayista Pedro Orgambide aporta una vida novelada del prócer, “Un caballero en las tierras del sur”, de 1997. No es la única vez que el autor de más de treinta obras, entre ellas la novela “El arrabal del mundo”, los libros de cuentos “La buena gente” y “Mujer con violoncelo”, diversos ensayos y biografías y obras de teatro como “La vida gris” y “Concierto para caballero solo”, se interesa por un tema patagónico. Lo hizo también en “El páramo”, narración que transcurre en un pueblo de la precordillera sureña.

Dado que este artículo sólo recuerda a los biógrafos con presencia en la Literatura regional o nacional, no se profundiza en muchos más trabajos realizados sobre el Perito Moreno. De ellos se pueden mencionar “Perito Francisco Pascasio Moreno. Un héroe civil”, de Héctor Fasano; “Los viajes del Perito Moreno”, de Marta Cichero; y "Biografía del perito doctor Francisco P. Moreno", de E. Artayeta. Entre estas obras hay dos que merecen un lugar especial, por ser fruto de los descendientes de Moreno: "Reminiscencias de mi padre el Perito Moreno”, recopiladas por Eduardo Moreno; y “Recuerdos de mi abuelo Francisco Pascasio Moreno. El Perito Moreno", de Adela Moreno Terrero de Benites.

El propio protagonista de tantas obras hizo su aporte a la Literatura Patagónica, con libros como “Viaje a la Patagonia Austral”, “Viaje a la Patagonia Septentrional”, "Apuntes sobre las tierras patagónicas” y "Patagonia. Resto de un antiguo continente hoy sumergido”. Según de Gandía, “Moreno... en sus descripciones, es un literato olvidado por los críticos... Su poesía es siempre profunda, delicada, nacida de la belleza más pura...”
 Sin dudas, el polifacético Perito Moreno fue estudiado desde muchos puntos de vista. Tal vez aún falte analizarlo como escritor.





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viernes, 13 de abril de 2012

EL RELATO DE HOY



La ciudad de enfrente (*)



Juan Bautista Vallés





Muchas noches me llama la atención la silueta de esos edificios tan iluminados. Se combinan amarillos y blancos con ese negro de atrás tan resaltado.
Edificios altos, encolumnados. Creo entrever las calles que imagino amplias y tan bien atendidas por esas luces artificiales.
Quiero saber qué ocurre en esa ciudad de enfrente a la nuestra, separada por ese mar que es azul en nuestra costa y se me ocurre igual en la opuesta. El mar es igual en todas partes, se me viene a la mente. Aunque no conozco otras partes, pues mi mundo es esta casa. 
Qué dramas y alegrías tendrán los hijos y los padres de más allá del mar, similares quizá a los nuestros. Si son hombres, me digo, serán más o menos los mismos problemas. A veces me siento en un sillón ubicado frente al ancho ventanal, donde aprecio toda la grandiosidad de esa ciudad desconocida, y me dejo llevar por mis pensamientos. Hasta se me ocurre imaginar otro ser igual a mí, de mi mismo sexo, edad, color de cabello, sentado en un sillón y mirándome. No lo sabemos. Un nacimiento y una muerte sabida pero disimulada. ¿Hijos? 
¿Amores? 
Un universo de agua y seres invisibles nos separan  o puede ser que nos unan.
Sé que es la misma luna, la oscuridad de la noche y estrellas descubiertas de nubes.
Dejo que mi mundo interior se recree en hechos imaginarios que ocurren allá, entre aquellas luces
Hombres que vuelven cansados del diario trajín, con caras cansadas al que aún esperan las noticias de la televisión. Las uñas delatan cada oficio y los lugares donde se fatigan.
Niños, en mesas de cocina, ansiosos por recibir los platos de la cena, apuran sus deberes escolares, atrasados por los juegos de la tarde.
Mujeres que esperan recibir a sus maridos y mujeres que tienen que esperar sus llegadas.
En otras circunstancias imagino la ciudad de la alegría, del desenfreno, de ese dejar estar propio de las urbes vistas en noticieros de televisión o propagandas de vacaciones prefabricadas. Entreveo el ruido de calles súper transitadas por peatones de relajado andar.
Automóviles encerados y con rostros pegados a las ventanillas, buscando otros rostros.
También creo ver sonrisas eternas por estar pensadas.
Rimel y rouge y sombras de color. Perfumes tan costosos como penetrantes.
Vestidos caros, joyas iridiscentes; trajes de hombres con moñitos armados. Zapatos lustrados, casi siempre nuevos. 
No pareciera haber dolor en esa ciudad que me parece entonces la ciudad de Dios que quería San Agustín. Todo paz, sin conflictos ni dolores, sin desasosiegos… Sin penas.
Quizá todo sea cierto y ocurra cada cosa simultáneamente, en un aparente caos para unos y pensado orden para otros.
De día no la veo porque las tareas me abruman.
Quizás de día no existe, porque allí, por lo que veo, siempre es de noche.
Hoy ha sido un día terrible.
Mejor diré una terrible noche.
Se ha roto el vidrio del ventanal. 
Ya no está más la ciudad de enfrente.




(*) De “Del largo camino de la memoria”



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martes, 10 de abril de 2012

EL REPORTAJE DE HOY






EL CÍRCULO DE ESCRITORES DEL COMAHUE







Publicamos hoy el reportaje virtual al que gentilmente respondió Héctor Delmas, integrante del Círculo de Escritores del Comahue (CEC). El ingeniero Delmas reside en el Alto Valle del Río Negro desde hace treinta años. Comenzó a escribir en el año 2006, dedicándose inicialmente a la Narrativa Histórica Argentina. Publicó “La Historia que me parió”, libro presentado en la Feria Internacional del Libro de la Ciudad de Buenos Aires en el año 2008, “Sobre héroes y rufianes” y “Los años perros”. Además participó en antologías y escribió en revistas especializadas. Es presidente del Círculo de Escritores del Comahue, desde su fundación en 2008. 



¿Qué es el “Círculo de Escritores del Comahue” y como se inició? 



El círculo de escritores del Comahue, se fundó a partir de la unión de Literatos independientes en la feria del libro de la ciudad de Cipolletti del año 2008. El objetivo de este círculo es unir fuerzas en todo el Alto Valle. Somos una agrupación de literatos, poetas, ensayistas, cuentistas y afines tiene como fin propiciar un punto de reunión para amantes de la escritura dispersos en las ciudades valletanas. Como objetivos, el C.E.C. se propone fomentar la producción literaria local, unir fuerzas entre los escritores zonales, celebrar eventos literarios propios y adherir a las manifestaciones culturales que se desarrollen en la zona. Tenemos como premisas básicas: “el respeto por la individualidad de sus miembros, la tolerancia, el funcionamiento horizontal y democrático, el carácter apolítico y la apertura hacia la comunidad”. 



¿Quiénes lo integran? 



El grupo está formado por amantes de la escritura y la lectura, sin importar si han editado trabajos, o cuáles son sus antecedentes al respecto, El conjunto se integra con un espectro que va desde autores reconocidos hasta niños de 10 años interesados en la temática, cuenta con unos setenta asociados y más de doscientos concurrentes a los distintos talleres. Están radicados en distintas ciudades de la zona conocida como Comahue, con importantes grupos de participantes en ciudades como Cipolletti, Plottier, Neuquén, Cinco Saltos, etc. 



¿Cuál es su visión de la Literatura Patagónica? En particular, ¿cómo ve la problemática de la edición de obras por parte de los escritores regionales? 



La gran problemática del Escritor Rionegrino son las distancias, eso hace que en general sea un autodidacta, por la falta de contacto con otros pares, y provoca que esté limitado en su evolución. Esto lo tratamos de mejorar a través de la tecnología, y el uso de Internet, para facilitar las comunicaciones, con una red que incluye a los interesados en el tema. 

Es un error pensar que la edición de obras es la mayor problemática, y olvidarnos de la distribución, que es la forma de llegar al lector, de nada sirve editar, si luego los ejemplares no llegaran al público. Esta problemática, la de edición, la solucionamos en algunos casos buscando precios en distintas imprentas como grupo, lo que facilita mejorar los costos, y conseguir financiación y calidad, por otra parte, es de mi conocimiento, que próximamente el FER implementará un plan de préstamos para editar. 

En lo que hace a la distribución, es imposible competir con los circuitos comerciales, que además desalientan a los escritores noveles, para esto hemos formado una distribuidora en donde colocamos libros en lugares no habituales, como terminales de micros, aeropuertos, lugares de ventas de diarios, etc., y en este momento estamos arrancando con un sistema de venta por catalogo, casa por casa, con la posibilidad de alquilar los libros por un período de tiempo, y a un costo proporcional. 



¿Qué actividades tiene previstas a futuro? 



Nuestra mayor actividad son los talleres, todos gratuitos, dando los sábados de escritura, para aquellos que comienzan a trabajar en ello, durante los días de semana talleres especializados cortos (dos meses), cuya temática y profesores van cambiando, vamos a los jardines de infantes de zonas carenciadas, y los días sábados en tres colegios secundarios donde concurren alumnos y padres. Una vez que finaliza el año, editamos una antología con los mejores trabajos que salen de estas actividades, se edita sin ningún costo para el escritor, y se presenta en la Feria Internacional del Libro de la Ciudad de Buenos Aires, con la concurrencia de los participantes, también sin costos de viáticos o estadía. 

Concurrimos a las distintas ferias del libro, y somos organizadores y actores importantes, de la que se desarrolla en la Ciudad de Cipolletti. Editamos la revista cultural Alter Ego, que se distribuye en los puestos de venta de revistas de las Provincias de Rio Negro y Neuquén, y actualmente estamos trabajando para sacarla en forma digital. Somos activos participantes de las reuniones que realizan los escritores de la Provincia de Rio Negro Tenemos nuestra página web www.escritoresdelcomahue.tk donde informamos de las distintas actividades. 



J.E.L.V.
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domingo, 8 de abril de 2012

EL CUENTO DE HOY




El silencio de Clara

                           Por Olga Starzak


Hacía sólo unos pocos minutos que había llegado a la ciudad. Bajó los ojos y permaneció así por mucho tiempo. Si alguien observaba a esa mujer podría decir que sólo el cuerpo permanecía en esa silla del café, que sus pensamientos se habían desatado de los límites impuestos por la naturaleza y se elevaban a un plano donde nadie pudiera juzgarla.
Donde ella no pudiera juzgar el silencio que había decidido asumir.

Había viajado a aquel lugar despojado de rastros humanos con el  propósito de cumplir con una misión laboral. Su profesión de topógrafa y la investigación en curso la habían comprometido a resolver personalmente un tema limítrofe; un asunto que trazaría en los mapas las fronteras entre dos parajes, en este sur argentino habitado por algunos animales y muy pocos hombres y mujeres de campo. Hombres y mujeres  que allí habían nacido y –vaya a saber por qué razones- morirían en las mismas moradas. Se aferraban a ellas aunque permanecieran atravesadas por del duro frío del invierno,  o les fuera imprescindible tenderse en sus lechos para reservar las energías que el cuerpo gastaba en las míseras siestas de calor y tierra seca.
Estaba acostumbrada a la aridez de aquellos rostros, al lenguaje sin palabras; al caldo sin verduras o al tazón de leche aguada,  ofrendas con las que los habitantes de Gastre homenajeaban a sus visitantes. Más de una vez había dormido en sus camas, entre sábanas con olor a humo y una lámpara que  le daba la luz necesaria para anotar datos, dibujar esbozos o apuntar el producto de sus mediciones.

Esta vez Clara se alojó en la casa de Martina, la maestra. Llegó en su  vehículo después de atravesar el pedregoso sendero que la adentraba a lo más íntimo de la provincia.
Se ubicó con sus pertenencias en una de las aulas. Debido al invierno eran tiempos de poco alumnado. Había estado allí otras veces; la maestra conversaba muy poco. En esta oportunidad parecía que sus silencios eran aún más prolongados.
Ante su curiosidad por saber si le gustaba su trabajo y por qué había elegido aquel lugar para ejercer, la mujer se había mostrado un tanto esquiva. No lo elegí yo, lo eligió la necesidad, le había dicho; y puso fin a la charla.
Es sabido que el ahorro de palabras caracteriza a la mayoría de los habitantes de las zonas rurales; Martina parecía haberse mimetizado con las costumbres de esa comarca.  Las presencias urbanas estaban lejos de alegrarla. Quizá sintiera invadido ese espacio tan suyo, donde las únicas compañías tenían entre siete y catorce años. Y ahora, para sorpresa de Clara, la de un hijo; el hijo que evidentemente criaba sola. Quizás producto de un amor frustrado, quizás de una noche de intensa soledad. Quizás.

Le intrigaba la actitud de la maestra. Sus ojos evitaban la mirada del interlocutor, al menos que este fuera un niño; la rigidez de su entrecejo y  la mueca de sus labios  la hacían aparentar más edad de la que tenía.
De lo que nadie podía dudar era del amor que Martina sentía hacia los chicos.

Se acostó vestida. El viento azotaba con impertinencia y los signos en el cielo anticipaban la continuidad de la tormenta; pensó que tampoco al día siguiente podría seguir con las actividades que se había visto obligada a interrumpir.
A la medianoche un hilo de agua comenzó a filtrarse por el techo. Dio  vueltas en la cama hasta que decidió levantarse; buscó en la oscuridad una vela y la encendió, colocó el balde que esa misma tarde había dejado sobre un pupitre, debajo de la grieta,  y  se acurrucó entre las sábanas todavía calientes. Muy poco después, cuando el repiquetear del goteo se hizo insoportable tiró un trapo adentro del recipiente,  pero todo fue inútil, la había ganado el insomnio. Entonces prendió la lámpara de noche y optó por la lectura. Pronto se desconcentró: la opacidad de la luz le anticipó que el combustible estaba a punto de consumirse. Sin fijarse en la página que acaba de leer, cerró con ímpetu el libro que sostenía y se levantó con el propósito de buscar kerosén. Pisó sobre el agua;  se mojaron sus medias. Maldijo en silencio y en ese momento escuchó una voz proveniente de la sala contigua. Era la de Martina que, imperativa, le pedía silencio a alguien.

-¡Shhhh! Hable despacio, por favor, no estoy sola y usted lo sabe.
-Entonces señora, hágamela corta, ¿quiere?
-Don Gervasio, ya le expliqué...
-No es lo pactado señora. Necesito el dinero; de no ser así nunca hubiera cometido yo semejante imprudencia. Usted no sabe lo que son las tripas retorciéndose de vacías, no sabe lo que son las noches sin dormir con la garganta pidiendo por un tazón de  leche.
-Yo no los obligué a nada; usted hizo el ofrecimiento...
-Usted accedió; es también culpable.
-¡Cállese! Ya no hay nada más de qué hablar. Con el aguinaldo le completaré el pago de la última cuota. Y después no quiero verlo nunca más por aquí. También eso acordamos, ¿lo recuerda? A fin de año, apenas me vaya de Gastre, para ustedes,  Gervasio,  habré muerto. ¿Comprende?
-...
-Le pregunté si comprende.
-Sí, señora. ¿Cuándo va a devolvernos el anillo con la virgen?, es un recuerdo de familia.
-Tiene razón, lo olvidé. El próximo mes; ahora ¡váyase!
-Me estoy yendo, señora.

Las palabras del hombre parecían arrastrarse como orugas bajo el sol.

Ya conocía a Gervasio, ese paisano de gesto educado y andar cansino por las tranqueras atando alambres, arreando las pocas ovejas que la nieve dejaba ver, acarreando las muertas. También conocía  a Gertudris y su prole de niñitos de todas las edades brincando por los alrededores de la choza que habitaban, en lo más bajo de la meseta. Sabía de la estrechez económica que obligaba a esa mujer a lavar y planchar la ropa de los estancieros de la zona. Había visto el hambre habitando en los rostros de sus hijos, los mocos siempre cayendo como velas y sus mejillas dañadas por el frío, enrojecidas hasta sangrar. Era imposible, con sus precarios e infrecuentes trabajos,  alimentar tantas bocas, a las que cada año se sumaba una más. No comprendían la necesidad de no traer más hijos al mundo, o quizás no tuviesen dinero siquiera para las más elementales prevenciones. En sus impulsos de hombre no cabía la posibilidad de abstenerse y Gertudris no era mujer de oponerse a los requerimientos de su esposo.

-¿Me pareció o estuvo anoche Don Gervasio?


        -Sí, siempre recurre a la escuela cuando se queda sin leña. Faltarán aquí muchas cosas pero nunca falta calor. Voy a limpiar las aulas, disculpe. En casi todas entró agua anoche. 

       Martina habló sin mirarla. Pudo notar cómo temblaban sus manos cuando tomó el palo del secador de piso; cómo su mentón latía arrítmicamente. Nunca había visto esa palidez en su rostro.

Aquel día, el primero después del receso escolar de invierno, llegaron sólo cinco o seis alumnos, no obstante escuchó con qué fervor  daba sus clases, con qué silencio era escuchada, con qué respeto era interrumpida.
Siempre la rodeaba el hijo, colgado de su falda, haciendo trazos en la pizarra o jugando sobre las rodillas de alguno de los chicos.

-¿Cómo se llama?
-Julián.
        
Es un pequeño de cachetes regordetes y ojos muy negros. Una mata de cabello cubre su cabeza, las orejas, la frente. En uno de sus deditos luce un anillo de oro, con la imagen de una virgen.

Clara prendió un cigarrillo que no fumó. El filtro emanaba un olor que ella parecía no sentir. Sus manos seguían apoyadas sobre un cuaderno, el mismo que durante los días anteriores le había servido para hacer anotaciones referentes al trabajo. Sobre la mesa del café descansaban también sus anteojos, y un lápiz de punta desprolija.
Pasaría mucho tiempo hasta que la abandonara el rostro de Julián. Un rostro de rasgos conocidos en Gastre.

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jueves, 5 de abril de 2012

EL POEMA DE HOY





CANTO I


Por Sandra Pien (*)





Yo te convoco poeta
dijo Borges
al eterno retorno
urdimbre remota.
En una cama de hospital
Borges delira.
Ocurrió un accidente tonto
ascendentes escaleras temporales
ocultaron una ventana cruel
torrente cauce
rojo profundo
sangre en el calendario indiscreto
gotea 1938
es fin de diciembre.
Imágenes en filigrana
paradoja en sus tinieblas febriles
él sabe
no es el río de Heráclito
deambula dejando reposar
su cuerpo inmóvil
bastón en mano
tanteando perpetuamente el muro eterno.
Enjambre de actividad en su espíritu
electrones girando en los núcleos
billones de veces por segundo.
Borges delira
sueña el designio
de un solo poema intemporal.
Balbucea
no recibimos los hechos
sólo su reflejo en una conciencia
y la pasión
con los datos sensibles.
Invoca a Shelley
to illumine our tempestuous day
insiste en duplicarse
no sólo los sentidos
son testigos falsos
la imaginación
no alcanza a imaginar
la verdadera forma de la naturaleza.
Septicemia dicen los doctos
hipertermia y destemplanza
el tiempo es una ilusión
se declara un conflicto.
Soy un perdido espejo de mi padre
conocedor del poder del canto
dimensión existencial básica.
Borges revive en mi mente
el jardín de utopía.
El olor de los eucaliptos
en la memoria
lo transporta en mí
hacia Adrogué
simetría idónea del ocio de las tardes.
Soy peregrino repite
voz y destino de mortal.




(*) Poeta de la ciudad de Buenos Aires. Su relación emotiva con la Patagonia la llevó a dedicarle su poemario “Patagonia rumbo sur”; y a difundir, en su rol de periodista, la Literatura sureña en el ámbito nacional. Este poema pertenece a su libro “miBorges.com”, Editorial Vinciguerra, Buenos Aires, 1999.




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