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jueves, 31 de mayo de 2012

LOS POEMAS DE HOY





DOS POEMAS PARA COMODORO RIVADAVIA


Por Alfredo Lama (*)

I
En el casi tiempo, sobre el filo,
te vislumbro,
somos rayo, haz o gota
en el giro permanente.
Una estela te sostiene,
te limita, aglutina y confunde.
La armonía se diluye.
En la arena de las piedras, sublimado
eternizo mi sentido.
Y la playa más austral
me propala en su sonido
que te canta... Comodoro.

II
Duerme la longitud marina.
Un abismo coralino,
canta al cenagoso lecho.
Mis pasos de náufrago terrestre,
se sacuden en el polvo
de lo que antes fue lecho de mar.
Estoy en Comodoro Rivadavia.
Las gotas que caen,
también gritan su origen
y me doy cuenta.
Todo regresa al seno de su remitente.



(*) Escritor chubutense
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domingo, 27 de mayo de 2012

EL RELATO DE HOY







DON MARTÍN  “HOMBRE DE LA TIERRA Y EL TRABAJO”



Por Inés Luna (*)



Nació en una colonia conesina, “Eustoquio Frías”, el 30-9-1912. Se llama Martín Argimón. Asistió a la escuela sólo un mes en el año 1926; fue suficiente para saber leer y escribir. Dice haber aprendido a leer en los diarios. Tenía cuatro hermanos menores y su madre doña Teodora falleció joven, su padrastro don Benjamín Colombo salía por los campos a repartir frutas y verduras de su cosecha en una Villalonga y él quedaba a cargo de la casa y sus hermanos.
Trabajó desde muy chico, recordaba a don Valentín Massi como su primer patrón quien tenía su chacra frente a la de Benito Truco (todo en Colonia Frías). Martín tenía que arar  y cortar pasto, había maíz, zapallo y alfalfa. A los 19 años  fue a trabajar en colonia La Luisa.  Después de un corto tiempo en Pedro Luro hizo 14 meses de servicio militar en Campo de Mayo, allí también cuidaba caballos.

EMPLEADO DEL INGENIO AZUCARERO DE REMOLACHA

A su regreso del servicio militar se empleó como capataz de playa en el Ingenio Azucarero, controlaba la carga y descarga en los galpones, no solo de azúcar; también recuerda las bolsas de cal que se fabricaban en el mismo lugar. Aquí nos cuenta que se traía la materia prima de una calera de las cercanías de Los Menucos y en colonia San Lorenzo la “quemaban” haciéndola apta para la construcción.
Fueron múltiples las actividades de don Martín: estibador de bolsas de azúcar, pesador, debían tener 70 kilos luego se cocían y se cargaban al trencito.

ENCARGADO DE LOS CABALLOS

Capataz caballerizo (o sea encargado de los caballos), cuenta que habían  300 caballos de pecho distribuidos en dos corrales y en la isla (que pertenecía a la empresa frente a colonia La Luisa) 100 animales  de cría, todos  “ percherones”. Recordó los nombres  de algunos de estos animales: “Lola”, “Tigre”, “La leona”, “Pedro el tordillo”. Además, nos cuenta de las 20 mulas romanas (grandes) y un mulo que se llamaba “Chirulo” que era muy caprichoso, lo montaban para irse a la casa y el mulo volvía al corral.
Con esto de las mulas ocurrían “cruzas” raras de caballos con orejas grandes. El amansaba potros atándolos a una “chata” a la par de un caballo manso. Don Martín tampoco olvidó las carreras de caballos  frente al almacén, donde dos jinetes (extranjeros) venían del trabajo y corrían carreras con los mismos caballos sin sacarles las pecheras, ¡en el entusiasmo por participar!

LAS HERRAMIENTAS

Nuestro entrevistado nos habló de los 15 carros volcadores en los que se traían las remolachas cosechadas y quitándole un travesaño volcaban en forma automática en las grandes piletas, donde el agua las transportaba hasta la fábrica. Decía del camión “Link oruga”, que tiraba cinco acoplados con ruedas macizas, era el que transportaba materiales para la fábrica desde San Antonio Oeste.
Enumeró la cantidad de herramientas que pertenecían a las dos colonias, La Luisa y San Lorenzo: arados, rastrones, cortadoras de pasto, enfardadoras, moledoras de  pasto. Con la moledora  picaban maíz y malezas, que mezcladas luego con la melaza de la fábrica, servían de alimento para los caballos. Este trabajador de las colonias dice haber visto cosechar en la chacra Nº 30 remolachas hasta de 7 kilos.
Nos contó de la cantidad de extranjeros que había en el lugar y de las fiestas familiares que se hacían todos los fines de semana, con vitrola, acordeón y guitarra. De pronto todo se acabó y sufrió como todos los lugareños al ver derrumbarse  el Ingenio que daba tanto trabajo y alegría a los pobladores.  El continuó trabajando para Raggio en la colonia, cuando se vendieron las tierras compro a don Lorenzo una chacra en la que siguió trabajando.

SOLO UNO

Este es uno de los cientos de empleados que vivieron el progreso y luego el increíble cierre del Ingenio. Que sintieron en carne propia la impotencia colectiva de un pueblo, de una provincia puesta de rodillas ante el poder político-económico de quienes como único interés tienen al beneficio propio. El Ingenio Azucarero de remolacha de Conesa estaba signado a  ser punta de lanza para cambiar la historia del azúcar en el País.






(*) Escritora y periodista de Conesa. Autora de los libros “Vivencias de mi gente I. Historia oral de mi pueblo”, “Vivencias de mi gente II. Ingenio azucarero de remolacha”, “Vivencias de mi gente III” y “Vivencias de dos ilustres rionegrinos” (sobre la vida y obra de Guillermo Yriarte y Elías Chucair). Coeditó con María Elisa Irannellli la obra “Stroeder cuenta sus vivencias” y con el Club “Tinta Libre” (del cual es fundadora), la antología “Historia, Tinta y Papel”. Colaboró en los libros ““La Trochita” y “Rocky Trip” de Sergio Sepiurka y Jorge Miglioli. Conductora del programa radial histórico cultural “Vivencias de mi Pueblo”. Fundadora, directora y redactora del mensuario “El Puente de Conesa”. Integra diversas ONG de la localidad. Se define como ama de casa, madre de tiempo completo, escritora autodidacta y recopiladora de historia oral.

Nota: Se permite copiar este material únicamente mencionando esta fuente. Para más información o contactarse con la autora iluna@conesanet.com.ar


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miércoles, 23 de mayo de 2012

EL REPORTAJE DE HOY

ANTONIO DAL MASETTO








El azar nos brindó la ocasión de encontrarlo días atrás en una confitería de la avenida Las Heras. Cordial, receptivo, al conocer nuestro origen patagónico evocó de inmediato sus tiempos de residencia en Bariloche como "unos años duros", aunque su voz delataba un inequívoco tono afectuoso. También recordó con cariño a Madryn, a la fusión del mar y la meseta -esos espacios infinitos- y a los encuentros de escritores que alguna vez lo tuvieron como prestigioso jurado. Hablar con Antonio Dal Masetto nos conecta inevitablemente con sus vivencias de viajero incansable por la vida, un largo periplo que inauguró su primera singladura a través del Atlántico a muy temprana edad, cuando un barco lo depositó en nuestras orillas rioplatenses para cumplir con su destino sudamericano. Luego vinieron otras estaciones, y en cada una de ellas, la determinación de afrontar las peripecias de cada nuevo sitio como un desafío a vencer, con esa inmanente lozanía espiritual que hoy sigue anidando, intacta, en el brillo de su mirada franca y potente. Tiene, como no podía ser de otro modo, la sencillez y la generosidad propia de los grandes hombres, a los que la conciencia del propio talento nunca los enceguece. Ya se ha ganado para siempre un espacio de privilegio en el canon literario argentino; así y todo, su pluma no descansa. Habla como escribe: de manera clara, precisa, contundente. He aquí sus respuestas a Literasur.



- Antonio, su primera migración fue muy temprana, a los 12 años, cuando llegó de Italia para radicarse en Salto. Luego le tocó vivir en otros puntos del país muy diferentes entre sí, como Bariloche o Buenos Aires. ¿En qué medida influyen en su inspiración literaria los impactos emocionales vinculados al cambio, la adaptación y el desarraigo?

 Creo que una influencia fundamental. Estamos hechos de aquello que nos toca vivir. Ser transplantado a la edad de doce años de un continente a otro inevitablemente dejó su marca. Ahí debí comenzar a entender que cualquier sitio al que uno se traslade para radicarse —ya se encuentre al cabo de un viaje largo, mediano o corto— es un lugar a conquistar. Y en esta lucha, en este intento de alianza con el mundo que lo rodea en las diferentes oportunidades, también puede aparecer la escritura. Y con la escritura la manifestación de las dos o tres obsesiones originadas con seguridad allá en los orígenes, en los comienzos de todo, presentes luego en los libros publicados, con distintos rostros cada vez, pero en esencia las mismas, en fin, que uno anda mordisqueando siempre el mismo hueso, obstinado en la misma búsqueda, detrás de una respuesta que nunca llegará, pero cuya necesidad lo mantiene vivo y en camino.  

-Antes de consagrarse como escritor le tocó en suerte ejercer muy diversos oficios. ¿Cuándo sintió la certeza de que la literatura estaba destinada a convertirse en algo central en su vida?

 Probablemente esa certeza se instaló mucho antes de que yo me enterara. Puedo decir que los libros, la lectura,  siempre estuvieron presentes, desde la infancia, libros de aventuras, en especial Emilio Salgari, la imaginación voló muy alto en esa época, con aquellas historias de piratas y tantos personajes fantásticos. Después, al llegar a América y radicarnos en Salto, estuvo la biblioteca del pueblo y la posibilidad de acceder a otra clase de literatura y el descubrimiento de que una de las funciones o virtudes de los libros era combatir la soledad. Y es probable que en esa etapa inicial, a los trece, los catorce, desde alguno de esos autores desconocidos,  elegidos al azar en aquellas estanterías, me haya llegado la idea de que también yo tenía cosas para contar y quizá pudiese hacerlo.  

¿Cuál es su rutina para la escritura? ¿Se considera metódico o más bien discontinuo?

 Intento ser metódico, especialmente cuando estoy embarcado en la escritura de un libro. Un buen horario para trabajar es la mañana: la mente fresca y el cuerpo descansado. Aunque hubo una época que había elegido la noche, desde medianoche hasta el amanecer. En ese horario nadie molesta, nadie llama, y las horas nocturnas parecen interminables y esta sensación es placentera y lo hace sentir a uno cómodo y fuerte y con todo el tiempo del mundo por delante. De cualquier manera, de mañana o de noche, lo que importa es imponerse una rutina, una disciplina, y esforzarse por respetarla. No siempre es fácil, a veces las ideas no aparecen, a veces el cuerpo se resiste a permanecer sentado frente a la máquina de escribir o la computadora, puede que el día esté hermoso allá afuera y uno quisiera abandonar e irse a caminar, pero hay que seguir ahí, forzar el trabajo, atacar por diferentes costados, y finalmente algo siempre aparece, algo siempre queda. Ese es otro de los aprendizajes tempranos: las ideas vienen cuando se está trabajando, cuando se insiste. Parecería que todo el secreto consiste en sentarse y permanecer sentado. Nunca hay que decir: no puedo. Uno no debe hacerlo porque corre el riesgo de creérselo.

 - ¿Le da mucha importancia a la corrección? ¿Considera que es necesario dar a leer el texto a alguna persona de confianza antes de publicarlo?

 Hasta entregar el material a la editorial no paro de corregir. Me leo en voz alta, presto especial atención a la voz. Y puesto que la prosa es música, si en la lectura aparece un tropiezo, un escollo que entorpezca su deslizamiento, es señal que algo está fallando.  Entonces me detengo y busco, quito, agrego, reemplazo, vuelvo a leer y así hasta que regresa la musicalidad.
No está mal dar a leer un texto a alguien de confianza antes de publicar.  Lo he hecho, siempre con algún escritor amigo, y las observaciones que recibí, en un buen porcentaje, me han sido útiles. Pero opino que no se debe dar a leer el material antes de considerarlo terminado y corregido a fondo por uno mismo. Pueden ocurrir dos cosas y ambas no son buenas.  Una es el elogio de ese material no acabado. Eso podría atentar contra la propia exigencia, es fácil ceder a los elogios. Y también puede llegarnos una opinión adversa, y encontrarlo a uno mal parado, a medio camino, y desanimarlo.

  Hasta hoy, la Patagonia no le ha dado a la literatura escritores reconocidos a nivel nacional ni  internacional, como sí ocurre con otras zonas del país. ¿Cree usted que esto puede tener alguna relación con algún factor o característica propios de nuestra región?

 Absolutamente no.

  - Nuestro blog está frecuentado por lectores que gustan de los autores y la temática patagónica, pero también por otros que buscan expresiones de la Literatura en general. ¿Qué pensamiento quisiera hacerle llegar a todos ellos?

 Que dentro de nuestras posibilidades debemos difundir la buena literatura entre los jóvenes, entre los chicos.



C.D.F.



Antonio Dal Masetto nació en Intra, Italia, en 1938, de padres campesinos, Narciso y María. Después de la Segunda Guerra, en 1950, emigró a la Argentina. Se radicó en Salto con su familia y aprendió el castellano leyendo libros que elegía al azar en la biblioteca del pueblo. "Sufrí mucho con el traslado. Me sentía un marciano en el mundo", dice Dal Masetto de sus comienzos en el nuevo país. El tema de la inmigración está presente en sus libros, como en las novelas Oscuramente fuerte es la vida y La tierra incomparable. A los 18 años llegó a Buenos Aires. En sus comienzos fue albañil, pintor, heladero, vendedor ambulante de artículos del hogar, empleado público, periodista y, desde los 43 años, escritor. En 1964 publicó su primer libro de cuentos, que mereció una mención en el Premio Casa de las Américas. Recibió dos veces el Segundo Premio Municipal —por Fuego a discreción y Ni perros ni gatos— y el Primer Premio Municipal por la novela Oscuramente fuerte es la vida. Su libro Siempre es difícil volver a casa fue traducido al francés y llevado al cine por Jorge Polaco. Su novela La tierra incomparable, recibió el Premio Planeta Biblioteca del Sur 1994. Es un asiduo colaborador del periódico Página/12 de Buenos Aires. (Fuente: www.literatura.org)





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lunes, 21 de mayo de 2012

EL POEMA DE HOY

en homenaje a Lidia Ester Romero





Ha partido hacia la dimensión donde las almas retornan a su más pura esencia. Nada cuesta imaginarla fundando allí un pequeño espacio a su medida: un prado con álamos, con pinos y mutisias, para regarlo amorosamente con los reflejos de un río que aquí, en este plano de su tierra austral, espeja en sus aguas lustrales el cielo inalcanzable.  Nos ha dejado nuestra dulce Lidia Romero, una de las Voces Mayores de la poesía chubutense. Ella sabía muy bien lo dolorosas que son las despedidas. Supo expresarlo como nadie con un sencillo ramo de palabras, años atrás, cuando se fue el padre de Eryl, una de sus tan queridas amigas. Por eso creemos que tal vez ese sea el mejor poema para recordarla hoy, en nuestro homenaje a su enorme talento lírico.






DESPEDIDA (*)

Lidia E. Romero





Deshizo mil terrones día tras día
-como buscando la esencia de la vida-
estuvo atento al discurrir del agua, 
se plantó firme ante los ventarrones...
sopló sus manos por la escarcha heridas.


Dejó la chacra todos los domingos
-porque era el día de orar en la capilla-
el libro de sol-fa bajo el brazo, 
en una mano la mano de su hija
y en sus ojos el cielo y la familia.


El tiempo lo hizo enjuto muy de a poco;
su espalda fue encorvándose de a mucho;
dolores y alegrías le trazaron
un mapa irreversible en las mejillas...
si alguna vez lloró, nadie lo supo.


Dejó la tierra hoy con un suspiro
de paz y mansedumbre ante la entrega;
bajó a la tierra entre los resplandores
de un sol amable que lo despedía
y fue la tarde como muchas de su vida:


orar, cantar en paz, ¡igual que un gran poema!






(*) Primer Premio - Competencia Medalla de Plata "Asociación San David" - Eisteddfod del Chubut 1994

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sábado, 19 de mayo de 2012

EL CUENTO DE HOY





    




KAREN, AMOR



Por Fernando Nelson (*)






Otra vez la vereda de la estación abandonada, y los adoquines que ya nadie camina; el tiempo de aquellos trenes pertenece a un pasado que no puede recuperarse, y que ha dejado dentro de mí tantos recuerdos intactos. Por eso nada hará cambiar esta obstinación por las caminatas largas alrededor de este edificio que hoy perdió su sentido, pues desde que el tren no pasa, todo aquí quedó condenado a la nostalgia del oxidado metal, y al murmullo apenas perceptible del viento abanicando los pastos que terminaron atrapando las vías por completo.



Otra vez, Karen, la vieja campana, hoy quieta y oscura, la que en aquella ocasión repicó tan clara para señalar la inmediatez de tu partida. Ahora, tan lejos en el tiempo, creo oírla a veces, acaso porque aquella señal me hirió tan hondo entonces, ya que ibas a alejarte para siempre. De nada servían las palabras o los ruegos. Estabas decidida. Quedaban tan sólo aquellos minutos para rendirme con desolada pasión ante tus ojos, ante tu tibio-dulce-aliento, gritando sin voz un amor que ya no correspondías, y que implicaba el dolor amordazado de observar tu pelo oscuro que el viento enredaba sobre tu blanco rostro hermoso. Y vos sabías que quedarte así, junto a tus padres, silenciosa y adusta, era lo mejor, sin frases inútiles, sin lágrimas, y yo encontré de esa manera el tiempo que anhelaba para besarte con los ojos y acariciarte con el pensamiento; era evidente que alguien te esperaba en la gran ciudad, como lo habías explicado, y entonces nuestros años juveniles de amor tierno y sofocado quedaban muy atrás, mucho más allá del boulevard de las acacias, mucho más lejos, incluso, que las noches afiebradas en que no dormí a causa de ese amor que quemaba por dentro. Está bien -pensé entonces-. Te ibas, y nada podía evitarlo. Apenas hubo tiempo para el apurado café que pedí al vendedor ambulante, y que bebimos aquí, de pie en el andén, antes de que el hombre de gris con la gorra gris hiciera sonar el silbato, antes de que vos subieras presurosa los peldaños metálicos que terminaron de separarnos.


Al verte sentada a través del marco de la ventanilla, comprendí que aquella visión habría de acompañarme por el resto de mi vida: tu largo pelo ondulado cayendo sobre tus hombros, tu vestido blanco que quizá fuera de seda, tu rosadabocamiel, tus ojos observando con seriedad, con la certidumbre de un abandono impiadoso después de tantos planes de un cielo compartido. ¡Cómo no reconocer que la idea de otro joven esperándote me dejaba sin fuerzas y con el corazón destrozado!


A partir de aquel instante -lo supe mientras te veía, luminosa, tras la ventanilla- mi existencia no tenía ya sentido, y más cerca se situaba la palabra muerte que la dicha de una adolescencia irrescatable.


Cuando finalmente partieron, los que estaban en el andén agitaron pañuelos y manos, y el bullicio fue cesando poco a poco, hasta que el tren, con su silbato melancólico, se fue convirtiendo en un punto, hasta perderse en una curva lejana. Permanecí allí, con los ojos perdidos en ese horizonte desvanecido y húmedo. Recuerdo que el viento frío me obligó a alejar despacio por el andén tristísimo, y al hacerlo, Karen, amor, en lo único que pensaba era en el tiempo que demoraría en hacer efecto aquel veneno que alcancé a ponerte en el apurado café.






(*) Escritor patagónico, radicado actualmente en la provincia de Buenos Aires.
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jueves, 17 de mayo de 2012

EL REPORTAJE DE HOY





CLUB DE ESCRITORES DE CONESA “TINTA LIBRE”



En este ciclo de entrevistas a los grupos literarios de la Patagonia, le toca el turno hoy al Club de Escritores Conesino “Tinta Libre”. Accedió a contestar nuestras preguntas Inés Luna, su fundadora y coordinadora. La Sra. Luna es escritora y periodista, autora de los libros “Vivencias de mi gente I. Historia oral de mi pueblo”, “Vivencias de mi gente II. Ingenio azucarero de remolacha”, “Vivencias de mi gente III” y “Vivencias de dos ilustres rionegrinos. Tiene una extensa trayectoria y participación en el ambiente cultural de la región; como así también en su vida social, integrando diversas ONG; Actualmente conduce el programa radial histórico cultural “Vivencias de mi Pueblo”. 



¿Qué es “Tinta Libre” y cómo se inició?

El Club de Escritores Conesinos “Tinta Libre” es: un grupo sin fines de lucro que comparte sus obras literarias. Fue una iniciativa de quien escribe, que convocó a la comunidad, logrando atraer a un grupo no muy numeroso de “escritores escondidos”.

¿Quiénes lo integran?

Lo integran un grupo de personas de distintos niveles sociales, que escriben y se reúnen para compartir, poemas, relatos, canciones, guitarreadas, etc.; y fabrican eventos literarios para la comunidad, encuentros de escritores, feria del libro, mateadas literarias en escuelas y salones culturales, etc.
Hemos editado “Historia tinta y papel” una antología (con esfuerzo propio) basado en la historia oral; donde además de “los tinta” participaron 18 alumnos de escuelas primarias con entrevistas a pioneros.

¿Cuál es su visión de la Literatura Patagónica? En particular, ¿cómo ve la problemática de la edición de obras por parte de los escritores regionales?

La Literatura Patagónica es muy rica; y Río Negro, según tengo entendido, es la provincia que más escritores con libros editados tiene, en relación a su población. En su mayoría, la problemática es el valor económico de la edición; y la venta masiva. 

¿Qué actividades tiene previstas a futuro?

Lograr una nueva publicación. Seguir con la VIII edición de la Feria del Libro en el mes de junio, festejando el Día del Escritor. Continuar con las movidas literarias en las escuelas, participar de ferias y encuentros en otras localidades vecinas.


J.E.L.V.
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lunes, 14 de mayo de 2012

EL POEMA DE HOY





        NOCHES DE ALUMINÉ

        

   Por Pura Gladis Serradilla (*)




    De los cerros milenarios
y de intrínsecas entrañas
van llegando,
y se extienden cual sudarios
sus nostálgicas hazañas
dormitando.

   …Y las sigue por los montes,
impertérrito y sombrío
el ciprés,
centinela de horizontes
y los molles, en estío,
a sus pies.

   Y esas lunas que lloraron
sus tristezas en las gotas
de rocío,
y esos vientos que borraron
el pisar de las ojotas,
y ese río…

   …Ese río presuroso
que se acerca con sus cascos
de cristal,
hiende el valle, rumoroso
y se torna entre peñascos,
ancestral.

   Todo yace bajo el regio
magnetismo del gigante
nocturnal,
mientras rompe el sortilegio
el aullido penetrante
del trapial.

   …Ya se internan lentamente
en los bosques de araucarias,
a esconder
sus ensueños, tristemente
emergidos, como parias
de un ayer. 



(*) Poeta nacida en Bahía Blanca y radicada durante varios años en la Provincia del Neuquen, región en la que se inspiró para escribir muchas de sus obras. Recientemente fallecida en Tres Arroyos, Literasur quiere recordarla con estos versos suyos que muestran la calidad poética de sus sentidas creaciones.
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viernes, 11 de mayo de 2012

LA NOTA DE HOY




BORGES Y LA PATAGONIA


Por Jorge Eduardo Lenard Vives



“Amigo Bianchi: he nacido el año 1900 en Buenos Aires, en la entraña de la ciudad (calle Tucumán esquina Esmeralda). He viajado por Inglaterra, España, Portugal, Villa Urquiza, Montevideo, el Chubut y San Nicolás de los Arroyos...”
Así comienza Jorge Luis Borges la carta que en 1925 dirige a Alfredo Bianchi, director de la revista “Nosotros”; publicación en la que colabora. Esta frase es la punta del hilo que permite dilucidar el origen del poema “Jardín”, escrito por el autor de “El Aleph” en “Yacimientos del Chubut, 1922” e incluido en su primer libro, “Fervor de Buenos Aires”; una madeja que ya fue desovillada por la renombrada escritora chubutense Angelina Covalschi en la tercera edición, corregida y aumentada, de “La novela de Borges”. Allí agrega el capítulo “El viaje a Comodoro Rivadavia”; donde narra, en forma de ficción pero apoyada en los datos históricos pertinentes, la tournée familiar de los Borges por la zona en el verano de 1921.
Enlazando su prosa con los versos de “Jardín”, toma el que dice “... el triste mar de inútiles verdores”, para poner en boca de Borges, cuando abandona esa “tierra de leyendas” al cabo de varias semanas, esta opinión: “...el mar me pareció otro. Ese mar, el mar de Valery, “el mar, el mar, el mar siempre empezando” estaba quieto. No sé por qué sentí que era un mar triste”.
El poema en sí requiere algunas consideraciones. En principio, es una de las primeras apariciones de un tema que lo seguiría a lo largo de su vida: el jardín, como espacio físico y metafórico, que surge en varios momentos de su obra. Por ejemplo, en el cuento “El jardín de los senderos que se bifurcan”. Por otro lado, no habla aquí de los domésticos parterres porteños, sino de un vergel muy especial, rodeado de un entorno agreste que despierta su sensibilidad. Lo dibuja con trazos impresionistas y, contrariando a los zoilos del paisajismo, mienta el yerto escenario: “Lo asedian vanamente / los estériles cerros silenciosos / que apresuran la noche con su sombra”.



Otro punto a tener en cuenta: refrenda el poema con el lugar y la fecha donde lo escribió, un procedimiento que emplea en contadas oportunidades. Tan escasas que inclusive han sido objeto de estudio. La fuente de inspiración debe haber influido mucho en el espíritu de Borges para que haya dejado una constancia tan precisa de ella. ¿Algo más? Sí, que el poema sobrevivió a las podas que Borges realizaba en las sucesivas ediciones de sus obras; pese a ser una pieza anómala en un libro consagrado a Buenos Aires. Sin dudas, tenía un sentido especial para el escritor.
Borges vuelve a recordar el sur argentino en los dos poemas que dedica a las Malvinas. Sin embargo, son producto de un contexto totalmente distinto; en ellos hace hincapié en la faz humana del tema y deja de lado el paisaje, salvo alguna breve referencia a su condición nívea. En “Juan López. John Ward” dice al pasar: “Los enterraron juntos. La nieve y la corrupción los conocen”; en tanto en “Milonga para un soldado”, su protagonistavio lo que nunca había visto/ la nieve y los arenales”. Esos versos recuerdan a otros de “Jardín”: “sitiados por jadeantes singladuras / y por las leguas de temporal y de arena”.
Pero existe un documento que da un dato preciso de la relación de Borges con la Patagonia. Se trata de la extensa interviú que Paul Theorux efectúa al escritor, durante su estadía en Buenos Aires previa a la excursión a bordo del “Trochita”. Borges habla sobre diversos asuntos; y en varias oportunidades se extraña de la ansiedad de su entrevistador por visitar la Patagonia. Finalmente, a instancias de éste, explica el motivo de su actitud: “Es un lugar desolado. Un lugar muy desolador”. ¿Es el recuerdo que quedó de su juventud? Sus palabras parecen ser repetidas años más tarde por Jean Baudrillard. “Conozco Australia y el desierto norteamericano, pero presiento que la Patagonia es la desolación de las desolaciones”, dice el filósofo en el reportaje que le hacen Pablo Chacon y Jorge Fondebrider en 1996 para el diario Clarín.
Cuando comencé a escribir esta nota creí que pronto encontraría material para redactarla. Supuse que indagar en el motivo que llevó a Borges a incluir un poema dedicado a la Patagonia en un libro que, él mismo confiesa, homenajea a su ciudad de Buenos Aires, sería atrayente para los estudiosos. Pero no fue así. El silencio y el desinterés rodeaban el asunto. Hasta que leí la novela de Angelina Covalschi, que investiga el suceso, lo relata con plástica prosa; y lo divulga entre los lectores. El episodio patagónico de Borges fue ignorado por la mayoría de sus biógrafos; autores, según se dice, de una bibliografía casi tan numerosa como la dedicada a Shakespeare. Tenía que ser una escritora patagónica quien lo rescatara del olvido.



Nota: Agradezco a la Sra. Angelina Covalschi, autora entre otras obras de “La novela de Borges”, “Monsieur el rey” y “Las dunas”, el gentil aporte de la información imprescindible para redactar la nota. También a Carlos Ferrari, cuyo comentario al artículo “Un mundo en el que Trelew no existiría” dio pie al presente trabajo. Por su parte, la Sra. Margarita Borsella, autora de una autobiografía premiada en el concurso de la Biblioteca Berwyn de Gaiman y en un concurso internacional en México, se interesó por el tema, promovió su estudio y obtuvo datos de mucho valor para ampliar estas líneas.


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lunes, 7 de mayo de 2012

LA NOTA DE HOY




PATAGÓNICA


Por Antonio Dal Masetto (*)



Después de horas de andar hacia el sur por la extensión patagónica que no tiene fin dejé la camioneta y me aparté del camino de tierra y me asomé al acantilado y allá al fondo estaban esos oscuros y misteriosos animales que aman el mar y se abandonan sobre la arena a recibir el sol. A mis espaldas tenía el  desierto, hacia adelante el océano. Desierto y océano prolongados uno en el otro, anudados, barridos por el viento que nunca cesa. ¿Qué dioses habitan esas vastedades? ¿Son dioses que están buscando todavía sus formas o se resisten siempre a la forma? ¿Qué poder ejercen sobre los viajeros? ¿Qué poder sobre mí? Permanecí ahí, vaciado de ideas, bajo un cielo pálido, cruzado por masas aisladas de nubes que se desplazaban  rápidas de sur a norte. Yo esperaba. El viento insistía sobre mi espalda y sentía cómo pretendía moldearme y unificarme con todo lo que me rodeaba, un accidente más, piedra o arbusto, una cosa rota arrojada a la frontera ilusoria entre la tierra y el agua. Mi nombre, mi voluntad y también mi historia se disolvían. Ahí, en la prepotencia y la indiferencia de los elementos, ante el misterio y la desmesura, yo me liberaba de  compromisos y esperanzas, no era nada ni nadie, no pertenecía a nada ni a nadie. ¿Era ése el poder de aquellos lugares: esa invitación, ese llamado al desprendimiento y a la renuncia? Después, repentino, hubo un cambio de luz. Por unos segundos un gran resplandor iluminó una franja de mar y me cegó. Bajé la mirada y descubrí, a centímetros de mis pies, protegido en una cavidad formada por la erosión del  terreno, un manchón de musgo de un verde intenso. Aquel verde se oponía a la sequedad que lo rodeaba, era un pequeño milagro en la aridez general. Desde ahí una voz comenzó a hablarme. La voz se obstinaba en señalarme que aquél no era sino un lugar de tránsito, una estación de la que habría que partir en algún momento. Me recordaba que debería regresar a las caras que quería y detestaba, a los incentivos y las  desilusiones de cada día. En fin, el mundo de siempre. Y entonces percibía cómo poco a poco crecía el impulso de darle la espalda al mar y al desierto y a la invitación a la entrega. Sin embargo, minutos después giraba la cabeza a derecha e izquierda para abarcar el espacio sin límites, buscaba allá abajo los animales quietos y sentía que era en esa dirección dónde debía partir, que era hacia ellos dónde debía ir. Y luego de nuevo volvía el reclamo de aquella mancha verde y a continuación otra vez la tentación del vacío, y así pasaba de una propuesta a otra, de un arrebato a otro, del platillo de una balanza al otro, entregado, rescatado, entregado, rescatado, y en el sí y el no de cada instante ambos platillos pujaban por quebrar el equilibrio. Y bajo el cielo que comenzaba a ensombrecerse, en el viento que soplaba cada vez con más fuerza, era como en esos sueños en que algo está a punto de resolverse y nunca se resuelve. Igual que en los sueños, también en lo alto de aquel acantilado hubiese sido inútil intentar gritar.  


  

(*)  Uno de los más prestigiosos escritores argentinos, autor de Oscuramente fuerte es la vida, Hay unos tipos abajo, Ni perros ni gatos, Fuego a discreción, La tierra incomparable, entre otros títulos memorables. A mediados de la década del ´60 se radicó en Bariloche, donde escribió la novela Siete de oro. Ha sido jurado en el Encuentro de Escritores Patagónicos en Puerto Madryn (Chubut). Hoy Antonio Dal Masetto honra a Literasur aportándonos este texto -previamente publicado en Página 12- que describe con personalísimo estilo sus impresiones frente al paisaje patagónico.



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