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lunes, 26 de noviembre de 2012

EL POEMA DE HOY


LA VIDA ES UN RATITO... (*)

Por Ester Faride Matar (**)






En el justo mandato de las cosas, vamos dejando todo o casi todo.
No interesa.
    Interesa.
Algunas de ellas las perdemos porque sí...
   por olvido.
        por temor.
Las premisas son:
    no detenerse...
      avanzar.
          fracasar.
             aprender aprendiendo de los errores y de los aciertos.
Porque justamente de eso se trata.
    Porque la existencia es aprendizaje.
       Coraje.
           Movimiento.
La vida es un ratito.
      Entonces vívela de tal forma que te acuestes en paz y te levantes 

sonriendo.
   Feliz.
      Sin temores.
           Sin inercia.
Si una lágrima se escapa de tus ojos no interesa.
Interesa.
     Siempre habrá un amigo que te preste pañuelos sin descuidos, porque 
la vida...
    “la vida es un ratito”.


 (*) Del poemario titulado “Abrázame vida”.

(**) Ester Faride Matar - Se declara rionegrina con orgullo. Vive en Viedma sin olvidar sus raíces y sus orígenes. Su extenso poemario y reconocimientos poéticos la obligan a perfeccionarse y a crecer en el camino de las letras. Su sitio web: www.esterfaridematar.com.ar/



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domingo, 18 de noviembre de 2012

LA NOTA DE HOY





LO QUE SERÉ

Por Julio Sodero (*)



Mi mundo fue tierra tenazmente
cavada por el agua del olvido.
Empujado por esa excitación de silencios
soy apenas una palabra escrita
que solo el viento pronuncia
sobre el relieve del mármol.
Un viaje comido para siempre.
La lluvia y el viento pertinaz
Donde el cielo zozobra
en la verdadera dimensión 
de las sombras
Y el mar
como mudo testigo de musgo



(*) Poeta de Sierra Grande (1950-2005). De su libro “Un hombre canta”.





Poeta Julio Sodero


Por Ada Ortiz Ochoa (*)




Julio Sodero nació el 15 de julio de 1950 en Ausonia, Córdoba, donde pasó su infancia. A los diecisiete años dejó los estudios y se fue a trabajar a Santiago del Estero.
A los veinte años acepta una propuesta laboral en Mina Gonzalito, muy cerca de San Antonio Oeste provincia de Río Negro, así viaja por primera vez a la Patagonia.
Tiempo después se casó con Norma Páez y se radicó en Sierra Grande, Río Negro, donde nacieron César, Paula y Jorge, sus tres hijos.
Trabajó más de veinte años como minero y aunque la poesía lo acompañó toda su vida, nunca quiso publicar ningún texto. Editar sus obras nunca le llamó la atención, quizás porque consideraba a su poesía como algo muy suyo, algo íntimo y personal.
Decía que poeta era aquél que nunca dejaba de asombrarse de “ser” en este mundo.
El 28 de mayo de 2005, durante un viaje de regreso, la muerte lo sorprendió en la provincia de La Pampa.
Sus familiares quisieron dar a conocer su valiosa obra poética y lo hacen en el año 2006, en una edición de El Camarote, titulada “Un Hombre Canta”.
Su poesía es profunda, gran poeta que con un lenguaje cuidado, con silencios y espacios revela la exquisita trayectoria de sus pensamientos y de su sentir. Cada palabra tiene su justo peso, nada sobra ni falta. Talentoso hombre que canta en un puñado de poemas, que son para ser leídos muchas veces y siempre nos seguirán asombrando. Gracias Julio.



(*) Escritora de Sierra Grande. Agradecemos a la autora la reproducción de esta nota, publicada en su Facebook junto con el poema “Lo que seré”.



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miércoles, 14 de noviembre de 2012

EL POEMA DE HOY





   Reflejo

                         Por Daniel Montoya (*)



Un pedazo de carne viviendo un sueño
tres cuartos de agua en la acuarela del destino
un suspiro y un vendaval en la hojas del otoño
esto soy: un centauro peregrino.

Yo, el de los ojos empañados de invierno
la ventana que mira tu reflejo inventado
yo, el de la boca que grita en un cuaderno
quien por la oscuridad de la puerta fue tragado.

Esto soy…
un día de verano
que quiso ser invierno
un copo de nieve en el infierno.



(*) Escritor de Trelew, nacido en Posadas. Antes de radicarse en el Valle, vivió varios años en Río Grande, Tierra del Fuego. Autor del poemario “Y que sepas entenderlo” (Ciervo Rojo Editor, 2012). Es también aficionado a la fotografía. Sus blogs:

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domingo, 11 de noviembre de 2012

LA NOTA DE HOY



Comentario de un libro recientemente publicado







LA LEYENDA DE GUAGUEREN, DE FERNANDO NELSON



    A veces, los escritores reniegan de sus obras de juventud y las arrinconan en el cuarto de los trastos. Privan así a sus lectores de una muestra temprana de su estilo; y a la vez se pierde para la Literatura una eventual obra de arte. Si tal cosa hubiera hecho, por ejemplo, Víctor Hugo, se hubiera olvidado la magnífica “nouvelle” “Bug Jargal”, que escribió a los diecisiete años.

    Por eso resulta grato ver cómo Fernando Nelson rescató los manuscritos de “La leyenda de Guagueren”, su primera novela; publicada por el Fondo Editorial de la Provincia del Chubut hacia el año 1987. Ante el requerimiento de unas docentes que habían buscado infructuosamente algunos de los 500 ejemplares que integraban la edición original, el autor hizo una reedición artesanal y de reducida tirada, con vistas a una posterior impresión comercial (iniciada, en forma parcial). Para hacerla, unió su pasión literaria a su profesión fotográfica; y, apoyándose en una diagramación exquisita, obtuvo un libro de colección.

    Pero el fuerte de quien escribe esto, no son las artes plásticas ni gráficas, sino la Literatura. Desde este punto de vista, también es una obra antológica; pues constituye una pieza de auténtico género fantástico, tan poco presente en las letras patagónicas. Y es una novela de aventuras, variante que tampoco tiene muchos representantes en la creación sureña. Su argumento, que lleva al protagonista a seguir a la intrigante y bella Jenny Jenkins hasta lugares insospechados, es motivo de continuas sorpresas para el lector. No conviene, por lo tanto, revelarlo. Basta decir que, mezclando momentos de acción muy bien logrados, con otros que permiten al lector el goce intelectual de la cultura clásica, el autor nos introduce en los anales de la colonización galesa del Valle del Chubut; a la que agrega un ribete fantástico. Para mostrar el carácter de su prosa, tomamos un párrafo del fragmento que figura en la contratapa de libro:

    A poca distancia estaba un pingüino muerto; vimos muchas esponjas, casi todas blancas, estrellas de mar de diversos colores y tamaños, y minúsculos surtidores de agua en la propia arena; cavamos con cuidado, con las manos, y hallamos caracoles vivos del tamaño de un puño. Unos trozos de madera oscura despertaron nuestra curiosidad. Luego vimos, semienterrada, una bota de pescador, y conjeturamos que las maderas debían haber conformado el casco de un pesquero que no pudo eludir la tormenta.

    Al observar adelante y descubrir sobre la arena un bulto oscuro, tirado cual un hombre muerto, nos detuvimos.

     Es un proto-estilo de Nelson, en el cual se perciben las sutilezas que perviven en su estilo actual; pero que también muestra la frescura del escritor novel, entusiasmado con su obra más allá de vericuetos idiomáticos y preocupado por terminarla para participar en el Certamen del Fondo Editorial chubutense del año 1983 (donde obtuvo el primer premio). Por eso se aclara en la portada que esta nueva edición es una “versión corregida y ampliada”. Tal actualización no sólo consta de un retoque menor del texto; además se agregó información, sobre todo histórica, que el autor desconocía en oportunidad de escribirlo. Pero la novela es la misma que vio la luz a principios de la década de los ochenta.

    Con respecto a la edición en sí, podemos decir que el diseño de la tapa es de Cristina Jáuregui; en tanto las fotos que la ilustran, una de las cuales es un retrato de la modelo Romina Conter, son del propio autor. El resultado es una portada que por su colorido y formato atrae la atención en cualquier estante que se la coloque. También es llamativa su dedicatoria, “A la memoria de los Primeros Colonos Galeses de la Provincia del Chubut. A sus descendientes”, que da claves sobre las motivaciones del autor: viviendo en el sur, se sintió atraído por las tradiciones de ese pueblo celta de lenguaje peculiar, costumbres antiguas y profunda espiritualidad; y allí encontró material para alimentar su numen.

    Sin dudas, Fernando Nelson es un escritor de primer orden, como lo demuestran, entre otras obras, los cuentos reunidos en los volúmenes “El retorno” y “Carta encontrada en Plaza Irlanda”. “La leyenda de Gaugueren” no hace otra cosa que reafirmar eso, pero con una visión retrospectiva; como si el lector viajase unos años atrás para comprobar la calidad literaria del Nelson joven. Por otro lado, quienes lean sus páginas hallarán muchas ocasiones de diversión, donde la acción es la protagonista; pero también podrán deleitarse con las referencias culturales que nos proporciona la erudición - y la imaginación - de su autor.


“La leyenda de Guagueren”, de Fernando Nelson. 1ra Edición: Fondo Editorial de la Provincia del Chubut, Rawson, 1987. 2da Edición: edición artesanal del autor, Puán, 2012. 3ra Edición (basada en la anterior): Parigliani Gráfica, Neuquén, 2012.

J. E. L. V.


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jueves, 8 de noviembre de 2012

EL CUENTO DE HOY





El enigmático Bobby


Por Rubén Héctor Ferrari (*)





   “Con un respingo salí de una modorra consecuente con mi almuerzo, en el mismo instante en que los silbatos del tren precedieron su arribo, agigantando su potencia en el normal silencio del entorno.”
   “Corrían los primeros días del mes de septiembre de 1911 y una incipiente primavera comenzaba a menguar tímidamente el rigor del invierno que –solo formalmente– se aproximaba a su fin en el almanaque. A la sazón, yo ocupaba la jefatura de la  pequeña estación inaugurada en Gaiman dos años antes. Por la modesta y defectuosa línea telefónica, se me había informado acerca de la composición del convoy –tres vagones de carga y uno de pasajeros. Transportaban, los primeros materiales y encofrados para el inicio al pie de las lomas adyacentes, de un túnel con bóveda de ladrillos, sistema cañón y, el restante, a un grupo de operarios ingleses.”
   “Calzándome con apuro la gorra reglamentaria me acerqué al andén y a fin de facilitar el reconocimiento de mi investidura mantuve cierta distancia con unos pocos pobladores curiosos.”
   “Por un momento, la invasión de un aluvión de fragores y movimientos que alteraban el día apacible, me retrotrajo en el tiempo  a mi lejano Edimburgo natal de la niñez, donde, en el puerto, se repetía con frecuencia mi admiración por las maniobras de los colosos de hierro. Pero esta evasión de la realidad circundante, se interrumpió con el descenso de los pasajeros. Antes de encaminarse hacia mí, el conjunto dirigió su atención al novedoso paisaje, tan parco en su aspecto edilicio detenido por los altozanos grises y salpicados por menudas jarillas, sin asomo casi, de otras especies exóticas.”
   “Al iniciar un desplazamiento pausado, sus componentes acusaban la particular flema anglosajona, facilitándome así, una breve detención en la decena de rostros desconocidos.”
   “Fue ese el tris en el que mis retinas captaron por vez primera las facciones de aquel individuo al que luego conocí por un apodo: –Este es Axe Face (cara de hacha)– me dijeron al presentarlo. El alias justificaba su apariencia a tal punto que, de pronto, acudieron a mi mente las teorías de Lombroso y su antropología criminal...”

   Así comenzaba el sorprendente relato de mi abuelo escocés, contenido en una abultada libreta de tapas negras y flexibles en la que compartía otras descripciones de sus memorias. En ésta, yo quedé atrapado desde el principio, con una curiosidad que no pude satisfacer hasta finalizar su lectura. Ansioso por el deseo de compartir tan extraño texto, decidí traducirlo del inglés al castellano. Ardua labor, habida cuenta de las dificultades de trocar a otro idioma las cultas expresiones y reflexiones de mi ancestro, ya que su formación intelectual comenzó en la Facultad de Teología de la Universidad de Cambridge. Sus inquietudes místicas hallaron respuesta al cursar el pastorado. Inesperadas dificultades pulmonares provocaron el lamentable abandono de sus propósitos cuando promediaba la carrera. Los acontecimientos posteriores se sucedieron con rapidez. La búsqueda de climas más propicios para su salud y la necesidad de obtener alguna tarea para subsistir, hallaron alivio en la lejana Patagonia argentina.
   Su influyente familia había participado activamente para concretar su radicación. Como secuela de sus malogrados estudios, persistió en él un afán inagotable por el conocimiento de la historia universal y las diversas corrientes filosóficas que habían acompañado o inspirado sus más notables acontecimientos.
   La minuciosa exposición continuaba así:

                                                     (Para continuar leyendo, cliquee AQUÍ)



(*) Escritor chubutense - Profesor en Letras (UNPSJB)



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lunes, 5 de noviembre de 2012

LA NOTA DE HOY




¡ORO!


Por Jorge Eduardo Lenard Vives



   “¡Oro! ¡Oro!” Según nos cuenta Roberto Hosne en su libro “Patagonia. Leyenda y realidad”, tales fueron los gritos de los socorristas que, en 1885, buscando un pecio en las costas próximas a Cabo Vírgenes, hallaron pepitas del preciado metal entre la arena de la playa. Sus exclamaciones atrajeron desde la lejana Rumania a Julio Popper, un personaje de la historia patagónica que concitó la atención de la Literatura. Prueba de ello son libros como “Julio Popper: Quijote del oro fueguino” de Arnoldo Canclini, “Quién fue el conquistador patagónico Julio Popper” de Boleslao Lewin y “¡Oro en Tierra del Fuego!” de Carlos Vairo y Francis Gatti.

   El mismo minero brindó a las letras algunos escritos, aunque técnicos: “Atlanta. Proyecto para la fundación de un pueblo marítimo en Tierra del Fuego”, “Exploración de Tierra del Fuego” y otros. Pero, si bien el más conocido, Popper no fue el único buscador de oro en la región. Tanto en el litoral marítimo como en la cordillera, muchos persiguieron la quimera del brillante elemento. Quedan, entre otros testimonios, las bateas de madera que aún se ven en algunos arroyos cercanos a las nacientes del río Chubut, en el cordón Serrucho. También Carlos Ferrari, en su novela épica “El riflero de Ffos Halen”, lo recuerda a través del frasco de laminillas áureas que Randall reunió “por el simple afán de arrancarle a esta tierra algo más que sufrimientos y dolores”; y cuyo misterioso destino final sus lectores conocen.

   Antes del descubrimiento del petróleo y cuando recién comenzaba la ganadería ovina a presentarse como un recurso para la zona, el oro fue uno de los principales atractivos de la Patagonia. El mito nació en los días de la colonización española, con la leyenda de la Ciudad de los Césares y sus mentas de riquezas de todo tipo; historia que describe Ernesto Morales en “La ciudad encantada de la Patagonia”. Con el tiempo se transformó en un tesoro tangible, pero no menos fabuloso. Al llegar a Buenos Aires el cacique Patoruzú, en las primeras tiras de la historieta, trae en su baúl pepitas de oro halladas en “el Chubú”.

   La existencia de oro en el sur llevó a Roberto Arlt a incluirlo en su novela “Los siete locos”, como una de las fuentes de financiamiento de la secta secreta cuya creación propugnaba el Alquimista: “En la montaña... será en el Campo Chileno... colocaremos lavaderos de oro, la extracción de metales se efectuará con electricidad”. Luego, el Buscador de Oro ubica el Campo Chileno: “Primero estuve en Esquel... están las máquinas tiradas de una explotación que fracasó, después anduve en Arroyo Pescado... caminé... allá, no sé si ustedes lo sabrán, los días no se cuentan y entré al Campo Chileno.” El autor de las crónicas de su viaje a la región, reunidas bajo el título de “En la tierra del viento”; vuelve a mencionar la Patagonia en el diálogo final de “El juguete rabioso”, entablado entre Arsenio Vitri y el protagonista:

“–Vea, yo quisiera irme al Sur... al Neuquén... allá donde hay cielos y  nubes... y grandes montañas... quisiera ver la montaña.
 –Perfectamente: yo le ayudaré y le conseguiré un puesto en Comodoro, pero ahora váyase porque tengo que trabajar. Le escribiré pronto... ¡Ah!, y no pierda su alegría, su alegría es muy linda.
   Y su mano estrechó fuertemente la mía. Tropecé con una silla... y salí.”

   El episodio anticipa otra “huída al sur”; la de Martín, protagonista de “Sobre héroes y tumbas”. Ernesto Sábato culmina su novela con la frase que el camionero Bucich dirige a Martín: “Bueno, a dormir, pibe. A las cinco le metemos. Mañana atravesaremos el Colorado”. Bucich era de “Lago Viedma, cerca del Fisroy”; donde su padre había llegado... buscando oro: Mi viejo era marinero y en el barco alguien le habló del sur, de las minas de oro. Y ahí nomás el viejo se embarcó en Buenos Aires en un carguero que iba a Puerto Madryn. Allá conoció a un inglés Esteve, que también andaba queriendo encontrar oro. Así que siguieron viaje pal sur."

   La explotación aurífera no se produjo sólo en la Patagonia, sino en la región chilena de Magallanes; donde dio lugar a obras literarias, como la novela “Oro maldito” de Lucas Bonacic Doric. Julio Verne, en “Los náufragos del Jonathan”, incluye el hallazgo de exuberantes placeres (y los subsiguientes problemas) en la isla Hoste. Algunos escritores trasandinos se interesaron por la figura de Popper. Tal el caso de Armando Braun Menéndez, quien vivió muchos años en la Argentina, con “Julio Popper, el dictador fueguino”, Francisco Coloane y su cuento “Tierra del Fuego”; y Patricio Manns, en la novela “El corazón a contraluz”.

   Una “fiebre del oro” parecida desarrolló el oeste de Estados Unidos: se fundaron ciudades y pueblos, creció la población en cientos de miles de personas, se construyeron escuelas y caminos, se mejoraron las comunicaciones y el transporte. En la Patagonia el fenómeno no siguió el mismo camino; otros recursos desplazaron del centro de la actividad económica a la extracción del metal. Que sin embargo existía. Y en gran cantidad. Basta mirar la actual industria minera en la región, para percatarse de que había permanecido oculto hasta ahora.







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jueves, 1 de noviembre de 2012

EL CUENTO DE HOY





UNA LÁPIDA PARA AARON LOEWENTHAL

Por Fernando NELSON




SR JORGE LUIS BORGES
De mi consideración:

He titubeado, para qué negar, antes de poner en sus manos esta carta, pero ya que se ha tomado el trabajo de narrar un hecho importante de mi vida, quisiera que al menos conozca toda la verdad sobre el mismo.

Me estoy refiriendo a su relato que ha titulado "Emma Zunz”, que tanto ha dado que hablar, y que -según entiendo- hasta ha sido motivo de una película, si bien meramente nacional.

Me consta que usted, como es su costumbre, ha recopilado todos los datos posibles para escribir el sucedido, aunque tales datos, por una cuestión obvia, se limitaron en este caso a las actuaciones sumariales, y a algún comentario de Elsa Urstein y Perla Kronfuss, amigas de Emma, amigas que, desde luego, ignoraban los pormenores de lo acontecido. El hecho en sí, el hecho que terminó motivándolo a redactar el texto, no ha sido conocido en su totalidad ni siquiera por la propia señorita Zunz. Sólo una persona lo sabe todo, y esa persona no puede ser otra que Aarón Loewenthal, a quien todos creen muerto, claro, y es quien le escribe.

Yo no podía ignorar, habiendo tratado a Emma, que ella tomaría venganza por incriminar a su padre en un robo que no cometió. Sobre todo porque él, para eludir el oprobio, emigró a Brasil. Yo suponía que, con el tiempo, Zunz volvería a1 país, y en ese caso, había decidido entregarle una fuerte suma de dinero para que no molestara. Todo cambió cuando recibí la carta donde se hablaba de la muerte de Maier -que no era otro que el ya mentado Emanuel Zunz-. Supuse que Emma había recibido también esa noticia, porque su padre tendría al menos esas dos importantes direcciones -la suya y la mía- en su agenda personal. Ella todavía trabajaba en mi fábrica, y entonces para mí era más fácil hacerla seguir. Conocía - estaba seguro- que, dado su temperamento, tomaría algún tipo de represalia -lo he dicho ya- contra mi persona. Mientras ella elaboraba su plan, yo puse en funcionamiento el mío. Decidí buscar al enfermero del hospital de Adrogué, al que conocí de casualidad, y con quien teníamos un parecido físico extraordinario. Obtuve su dirección y pude ubicarlo en su casita de los suburbios. Hasta el propio dueño de casa, al abrirme, se sorprendió de nuestros parecidos, y se acordó de mí. Entre mate y mate le referí esta historia: le expliqué que habíamos acordado separarnos con mi amante; yo le daría a esta mujer una importante cantidad de dinero para reparar el daño que le ocasionaba, y no volveríamos a vernos. El problema -añadí- era el temor a quebrarme, y decirle en el último minuto que la amaba. El otro, mi sosías, escuchó con atención. Le propuse que él tomara mi lugar, ya que la mujer recibiría el cambio, pues todo demoraría un par de minutos, lo suficiente para entregarle un sobre con los valores acordados. El otro, cuyo nombre verdadero era Emiliano Fuentes, indicó que eso era lo de menos; igual quiso saber cuanto le tocaría a él. Le puse un abultado fajo de dólares sobre la mesa, y le prometí la otra mitad para después de resuelto el problema. El hombre guardó con prontitud el dinero, y afirmó que él era la persona adecuada para el trabajo, cosa que, por supuesto, yo sabía con antelación.

Ese mismo día nos reunimos en el living de la casa (situada en los altos de la fábrica) donde le di las instrucciones, y concreté los cambios imprescindibles sobre la humanidad de Fuentes: el corte de pelo rapado -casi calvo- que era mi corte de pelo, la tintura en su barba, la insistencia para que impostara la voz, la atenuación de sus gestos un poco bruscos, el tiempo que debía tomarse antes de contestar, y sobre todo - en esto debí insistir- el consejo de hablar lo menos posible. Con mi ropa encima y los relucientes quevedos, nadie hubiera notado que Emiliano Fuentes y Aarón Loewenthal eran dos personas distintas. Ni siquiera Emma Zunz. Cuando ella llamó por teléfono para pedirme una cita a solas, el plan quedó cerrado.

No hace falta, Borges, que deba detenerme en lo que pasó después. Al pobre hombre esta chica lo acribilló a balazos pensando que era yo, y la policía, tal como usted lo da a entender en su testimonio, no tenía motivos para dudar de ella, así que la dejaron libre. En cuanto al cadáver, nadie lo buscó ni lo reclamó debido a que hacía varios años que Fuentes vivía solo.

Yo he debido emigrar a un país donde estoy tranquilo (y a salvo de la Justicia, en caso de que intente delatarme) y le hago llegar esta carta a través de un amigo que la va a despachar desde cualquier buzón de Buenos Aires. El nombre del remitente -ahora lo sabe- es meramente formal. Lo saludo con el mayor respeto. 
                                                         Emiliano Fuentes.

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