google5b980c9aeebc919d.html

viernes, 19 de abril de 2013

EL CUENTO DE HOY





DE LA SUPERVIVENCIA DEL CULTO AL DIOS BAAL



Por Jorge Eduardo Lenard VIVES






        Al terminar mis estudios secundarios partí hacia la capital, como tantos otros jóvenes del valle, en busca de trabajo y aventuras. Aunque los primeros años en la gran ciudad fueron duros, logré abrirme camino. Pero no olvidaba mi terruño. Todos los exiliados de la Patagonia saben que el lar tira con más fuerza que el sol y la luna al océano en una marea sicigia. Volvía al sur en toda oportunidad que se presentaba. Incluso luego de la muerte de mis padres, los únicos afectos profundos que mantenía allí, retorné periódicamente para remozarme en el paisaje de las bardas que enmarcan las chacras fileteadas por largas hileras de álamos.

En el norte, mis amigos, conocedores de mi pasión por el suelo natal, no perdían ocasión de contactarme con todo coterráneo que encontraban. También me acercaban las publicaciones que mencionaban a la Patagonia; en particular, aquellas relacionadas con la colonia galesa del Chubut, de cuyos integrantes me sabían descendiente. Fue así que, cierto día, un compañero de trabajo me arrimó la fotocopia de un opúsculo titulado “De la supervivencia del culto al dios Baal en el valle inferior del río Chubut”. Su autor, un profesor de antropología de la Universidad de Buenos Aires ya jubilado, sostenía la insólita hipótesis de que algunos colonizadores galeses habían traído a estas tierras el sangriento culto celta de los druidas; rico en sacrificios humanos para propiciar que el poderoso Belthane alejase las sombras y el invierno, según detalla Sir George Frazer en “La Rama Dorada”. De acuerdo al informe, estos ritos seguían celebrándose en la actualidad.

Como me manifesté interesado en conocer a quien lo había redactado, mi amigo prometió ponerme en contacto con el profesor Atilio Márquez. A los pocos días me dio su número de teléfono. Llamé. El hombre al otro lado de la línea, al saber el motivo de la llamada, me atendió en forma muy afable. Se mostró entusiasmado cuando le hablé de mi descendencia galesa y acordamos encontrarnos unos días después para conversar.

La reunión fue en un bar de San Telmo. Resultó ser un individuo de unos setenta años, de baja estatura y despeinado pelo blanco. Sus gruesas gafas disimulaban unos ojos inquisitivos y vivaces. Expuse mi opinión sin rodeos:

- Profesor, descreo completamente de sus ideas. Nací en el valle, viví allí hasta mi juventud; y nunca escuché hablar de los rituales que usted describe.
- Es natural. Quien reside en un sitio, se pierde en los detalles y no ve el conjunto. En cambio yo, observando de lejos como un astrónomo a una estrella, lo veo en su totalidad... y entiendo su significado.
- ¿Con qué pruebas?
- Si usted leyó mi folleto, sabe a que me refiero: los círculos de piedra en las lomas al sur del río, ciertos fuegos entrevistos en la meseta cercana en determinada fechas, algunas figuras talladas en lápidas y monolitos, similares a otras antiquísimas del Viejo Continente.
- ¿Los círculos? Formaciones naturales. ¿Los fuegos? Pobladores demasiado imaginativos. ¿Las figuras? Mera coincidencia. Como sea, no creo que sus opiniones caigan muy bien en la colectividad galesa. Usted sabe: son protestantes; mayormente congregacionalistas, baptistas y evangelistas. Y también los hay anglicanos. Dudo que acepten de buen grado que se los relacione con una adoración pagana.
- Lo sé. Pero no estoy diciendo que todos los colonos adhirieron al culto en cuestión. Digo que sólo algunos, muy pocos. Una familia, tal vez, o un grupo de individuos... quizás una sola persona...

Asombrado por la tozudez de Márquez, permanecí en silencio un momento. Luego le expliqué mi proyecto. Volvería al valle en unos días más, para pasar mis vacaciones. Ofrecí darle alojamiento allí, a fin de que, in situ, se convenciese de la falsedad de sus estrambóticas afirmaciones. Aceptó de buen grado. Nunca había estado en la zona. Toda su investigación se basaba en crónicas de interpósitas personas, cuya veracidad no ponía en dudas; pero le parecía un digno colofón para su trabajo terminarlo con un estudio de campo. Por otro lado, siendo soltero y sin compromisos personales de ningún tipo, nadie le reprocharía su ausencia.

      Unas semanas más tarde, ya en Trelew, pedí por teléfono un taxi para que fuera a buscar al profesor al aeropuerto. Di la dirección de la casa donde debía dejarlo. Calculando el horario de arribo, lo esperé en la vereda; y, luego de despedir al vehículo, recibí a mi invitado con un fuerte apretón de manos.

- Con esa gorra y los lentes obscuros, apenas lo reconocí. Además... ¡se ha dejado crecer los adornos capilares del rostro! – me dijo Márquez al verme, entre divertido y asombrado. Acostumbraba a usar un lenguaje un tanto pomposo.
- Sí, siempre lo hago en vacaciones – respondí – Y ahora quisiera mostrarle algo de inmediato – agregué; y lo acompañé hasta el auto que había estacionado a la vuelta de la esquina.

                                      ---0---


No me costó hacer desaparecer el cuerpo del profesor. Quienes conocen el valle, saben de esos viejos hornos de cal abandonados hace muchos años, ubicados más allá de la Angostura. Luego me afeité la barba y el bigote, con los cuales ninguno de mis conocidos me había visto; e inicié las vacaciones. Las necesitaba. Los últimos días habían sido muy intensos. Prever todos los detalles y luego llevar a cabo el plan sin cometer errores... ocultar mi llegada al valle, enviar el taxi a un domicilio con el cual no me unía ninguna relación, aguardar al profesor en la acera, convenientemente ornado con una inconfundible barba...

Había sido mucho trabajo, es verdad. Pero valía la pena. El profesor nunca supo cuán cerca había estado de la verdad: no podía dejar que su curiosidad científica pusiese en peligro el culto del poderoso dios al cual mi familia ha servido desde hace milenios.
Bookmark and Share

7 comentarios:

Nadine Aleman dijo...

Qué excelente cuento, amigo mío.
Nos vamos entendiendo Jorge Vives.
Nos vamos entendiendo.

Jorge Vives dijo...

Me alegro que te haya agradado el cuento. Está escrito como un simple "divertimento". Tu comentario lo realza; muchas gracias.

Anónimo dijo...

Atrapante relato de principio a fin
valentía enorme para tratar el tema de los dioses de la antiguedad felicitaciones querido amigo.


Baal


Cómo te nombro dios de fenicios, caldeos y babilonios?
En altares de fuego y sangre;
Se escribió tu nombre
Señor de la Tierra, Jinete de las Nubes.
Con símbolos falicos y rituales licenciosos
asegurabas la fertilidad de hombres y cosechas.
Fuiste el relámpago, donde se incineró tu reinado. . .
-0-0-0-0-

Victoria Asís

Nadine Aleman dijo...

Digo que NOS VAMOS ENTENDIENDO porque en las incontables conversaciones que hemos tenido respecto a literatura, siempre he intentado motivarte para que saques este tipo de historias. Y lo lograste! es un "divertimento" talentoso entonces!!!

Jorge Vives dijo...

Nadine, de nuevo gracias. Sabés que por la calidad de tu Literatura, de la cual tenemos nuevas noticias en Literasur, tus comentarios son siempre muy bien recibidos.

Jorge Vives dijo...

Muchas gracias, Victoria, por la lectura de mi cuento, por tu comentario y por el poema que agregaste. En tus versos, como siempre destacables en “forma y fondo”, rescataste el sentido ominoso que esperaba lograr en el cuento. Parafraseando la advertencia con la que Michael Burt inicia su novela “El caso de las trompetas celestiales”, los sucesos narrados en el cuento son totalmente ficticios, con la posible excepción del culto al dios Baal.

Unknown dijo...

Una alegría encontrar un texto de ficción tuyo, y espero que pronto habrá otros. Me encanta ese estilo entre Poe y Lovecraft, elegante y que remite a muchas lecturas. Espero, pronto, encontrar uno nuevo. Saludos