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martes, 30 de abril de 2013

EL POEMA DE HOY

DOS POEMAS DE RAÚL ENTRAIGAS




KEROSENE...”

    Por Raúl Entraigas (*)



Era un día de bochorno
de mil novecientos siete.
Los boers pedían agua
y Dios les dio algo más fuerte...

El misionero Dabrowski
detuvo su sulki endeble
en la fonda “Trasvaal”
oculta detrás del Chenque.
Estaban Beghín y Fuchs
taladrando ansiosamente
la roca que era de acero
para aquel trépano enclenque.
- Bendíganos, Padre Cura,
a ver si tenemos suerte...-
dijo Beghín. Y el polaco
roció el pozo incontinente,
trazó la cruz sacrosanta
y rezó un oremus breve.

Tornó a bramar el taladro
y el Dios que tan fácilmente
trocara el agua en buen vino
en el célebre banquete,
cambió al agua suspirada
por un líquido candente,
negro como el azabache
y humeante de puro alegre.

Y llegó a la Capital
Aquel trece de diciembre
El más ingenuo mensaje
Que llegara al Presidente:
“Buscando agua en Rada Tilly,
encontramos kerosene...”





PETRÓLEO


          Por Raúl Entraigas (*)



Era un trece de diciembre. El misionero
sofrenó sus mulitas junto al mar.
- ¡No sale agua!... – dijo, hastiado, un buen obrero -
Rece, Padre, pa que Dios la haga brotar.

Y arrojó el agua bendita el peregrino
y el Señor que hizo el milagro del Caná
vuelve ahora, pero ya no el agua en vino,
sino el agua en oro negro cambiará.

Desde entonces han cimbrado las correas
al compás del huracán del golfo avieso
y han danzado su alegría mil poleas
en el vértigo triunfante del progreso.

Desde entonces se ha elevado Comodoro
bajo el signo del trabajo y del tesón:
es el hijo más ilustre de aquel oro
negro ungido con la humilde emoción.

Ayer era el Cerro Chenque desolado,
hoy en día es el hervor de la ciudad,
hoy, las luces, el murmullo, el gozo izado
en el tope de una excelsa realidad.

El petróleo ha dado vida a las ciudades
y a los pobres su pacífico yantar;
ha poblado las hurañas soledades
y por él mil y un obrero tiene hogar.

Todo cambia, cuando brota burbujeante,
con sus humos de magnífico señor;
el petróleo hace de un páramo un pujante
pueblo henchido de inquietudes y vigor.

Alzó torres en la cima de la sierra
Y en el llano y en el valle y hontanar
y, cansado de correr sobre la tierra,
se ha adentrado con sus torres en el mar.

¡La dinámica! Mil émbolos voraces
van sorbiendo a los abismos su licor;
noche y día cabecean, pertinaces,
las excéntricas, hambrientas de labor.

No te olvides, urbe inquieta, alucinante,
de cuando eras Rada Tilly nada más:
que la choza de Belén es más radiante
que el palacio de Pilato o de Caifás...

¡Plegue al cielo que el petróleo de mi tierra
sea siempre nuestro dulce bienhechor:
que no encienda los fantasmas de la guerra,
sino lámparas votivas de amor...!



(*) Sacerdote salesiano y escritor patagónico. De su poemario “Patagonia, región de la Aurora” (Editorial Don Bosco, Bs As, 1959).


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1 comentario:

Jorge Vives dijo...

Los dos poemas de Entraigas recuerdan el episodio del Padre Dabrowsky bendiciendo el trépano buscador de agua en lo que luego sería Comodoro Rivadavia; episodio que fue mencionado por Kayra Wicz en su nota “La Patagonia Polaca”, publicada hace poco en este blog. Como variaciones de un mismo tema, Entraigas ensaya dos estilos diferentes; pero no sólo en la métrica, sino en el tono que adopta. En “Kerosene…”, un lenguaje llano, coloquial, en “Petróleo” uno más elaborado; pero, pese a esa diferencia formal, en ambos se observa ese deseo del salesiano escritor de plasmar con el plástico leguaje que lo caracteriza, los sucesos históricos que cimentaron nuestra Patagonia.

Aprovecho para agregar un dato sobre otro de los protagonistas de la historia sureña que mencionó Kayra Wicz en su nota; también citado por Mónica Soave en su libro “Rumbo 180”. Me refiero a Juan Germán von Koslowsky. Existe otro texto dedicado a él: ese gran escritor un tanto olvidado en nuestra Literatura nacional, que es Luis Gasulla, ,premio Nadal 1974 con “La culminación de Montoya” y autor de “Conquista Salvaje” (novelas ambientadas en la Patagonia), le dedica su cuento “Valle Huemules”. En ese relato de su volumen “Los frutoas agrios”, narra con crudeza la hazaña de ese colono del Lago Blanco, que enfrentó las adversidades rigurosas del clima y el aislamiento de la inhóspita (en esos años aún más inhóspita por la falta de caminos) región.