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lunes, 2 de septiembre de 2013

LA NOTA DE HOY




DE PECIOS Y NAUFRAGIOS

Por Jorge Eduardo Lenard Vives




   Los naufragios constituyen uno de los principales motivos de inspiración para la Literatura regional. Las naves que, hartas de pelear con el vendaval y el oleaje, encallaron buscando el engañoso refugio de la costa o se fueron a pique para descansar en el lecho marino, ejercen sobre los escritores una fascinación que las hacen objeto de muchas piezas narrativas o del género didáctico.

   Una de las obras de ficción más conocidas al respecto es el libro “Los náufragos del Jonathan”, de Julio Verne; en el cual el buque zozobrado da lugar a las aventuras de los obligados pobladores del islote Hoste. Por su lado, las “Pequeñas Historias Marineras” de Hugo Covaro incluyen algunos cuentos de naufragios; como “El astillero de Bahía de las Nutrias”, “El ancla del Villarino” y “El ciego de las carabelas”. Y el argumento de la novela “El secreto sumergido”, del autor deseadense Cristian Norberto Perfumo, se desarrolla en torno a la silueta de un buque siniestrado frente a esas costas: la corbeta Swift.

   Pero es entre los ensayos donde se encuentra la mayor cantidad de páginas dedicadas al asunto. Uno de ellos es “El naufragio de la HMS Swift. 1770. Arqueología marítima en la Patagonia”, escrito por Dolores Elkin y Cristian Murria. Allí se narra las reales circunstancias de la recuperación de los restos de la nave que Perfumo utilizó en su novela. Fue también un texto, el diario del tripulante Erasmus Gower, el que permitió a uno de sus descendientes arribar a Puerto Deseado dos siglos después y reflotar la leyenda que culminó con el raque de los restos.

   Otras obras que se pueden mencionar son “Naufragios en el Cabo de Hornos, Isla de los Estados, Magallanes, Península Mitre, Malvinas y Georgias del Sur” de Carlos Pedro Vairo (complementada con la “Carta histórica”, un mapa que ubica los faros, naufragios y otros puntos citados en el libro), “Monte Cervantes y el Capitán Dreyer”, de Adriana S. C. Posan, “La tempestad y después. Naufragios en el Cabo de Hornos” de Hernán Álvarez Forn; y “Naufragios y algo más”, de Pancho Sanabria. Ricardo Rojas, en “Archipiélago”, dedica dos capítulos al tema; uno de los cuales, “Nómina siniestra”, es la enumeración de los accidentes ocurridos en las aguas que rodean al Onaisín. Toma muchos de ellos de la crónica “Magallanes”, del “publicista” chileno Manuel Zorrilla C. En “Naufragio del Virgen del Rosario”, el escritor comodorense Alfredo Ismael Lama describe vívidamente un naufragio, pero ocurrido lejos de las costas de la región: en el litoral bonaerense.

   Contraparte los naufragios, son los faros; construidos para guiar a los navegantes y evitar su perdición. Se instalaron muchos años después de que los primeros navegantes surcaran esta agua; siendo su falta uno de los factores que, unido a las extremas condiciones climáticas del mar sureño, sembraron de pecios las costas. Por supuesto, fueron objeto de ensayos. Por ejemplo, el libro “Cabo Blanco. Historia de un pueblo desaparecido”, de Carlos Roberto Santos; o “La Isla de los Estados y el Faro del Fin del Mundo”, del ya citado Carlos Pedro Vairo. Y de obras de ficción, como “El faro del fin del mundo”, de Julio Verne; y el cuento “El hombre del faro”, de las historias marineras de Hugo Covaro.

   Analizado como mero tópico literario, un hundimiento pierde mucho de su dramático significado. Pero basta un poco de imaginación para suponer lo terrible de esos naufragios, que ocasionaron la muerte en las frías aguas australes de cientos de marinos. Según dice la leyenda, sus almas se reencarnan en los albatros que sobrevuelan las olas. Qué mejor entonces, para cerrar esta nota, que transcribir los versos de la poeta trasandina Sara Vial, grabados en el mármol del monumento que Chile alzó en el Cabo de Hornos para recordar a los valientes que dejaron su vida en esas latitudes: 



Soy el albatros que te espera

En el final del mundo.

Soy el alma olvidada de los marinos muertos

que cruzaron el Cabo de Hornos

desde todos los mares de la Tierra.

Pero ellos no murieron

en las furiosas olas

Hoy vuelan en mis alas

hacia la eternidad

en la última grieta

de los vientos antárticos,





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1 comentario:

Jorge Vives dijo...

Al escribir estas notas, las abrevio para darles una extensión que favorezca su lectura y publicación; por lo que queda mucho material sin utilizar. Como hice en anteriores oportunidades, en este comentario vuelco algunas de esas referencias, para profundizar el tema. En principio, quiero recordar en esta nota al señor Héctor Martinoia, maquetista naval que ha realizado el modelo a escala de varios de los buques que naufragaron en las costas patagónicas y que se citan en el artículo. El señor Martinoia, sobre quien espero hacer una nueva nota pronto, también se dedica a hacer maquetas de los faros patagónicos, por lo que este trabajo lo alcanza doblemente. Respecto a las obras inspiradas en la temática de los hundimientos, han quedado muchas por citar. Por ejemplo, el poema “El mar y no la tierra”, de Ana María Junyent. También debemos hacer una referencia a un capítulo de “Madryn viejo”, de Julio Meisner; que describe los naufragios ocurridos en Península Valdés. Un párrafo aparte debe dedicarse a los libros surgidos en torno al crucero Belgrano; entre los que puede destacarse “Sobrevivientes”, de Fernando Monacelli (novela, premio Clarín 2012) y “103 tripulantes del Crucero General Belgrano” de Héctor Bonzo. (ensayo histórico). Si bien no se trata en este caso de una víctima de los fenómenos naturales sino de una acción humana en el marco de la violencia de la guerra, sumado a las fuertes implicancias emocionales que tiene el episodio para nuestro país y nuestra sociedad, la problemática que gira en torno al drama del momento en que zozobra es la misma. Sobre un episodio similar, y también en las aguas de las Islas Malvinas, Lobodón Garra narra en su cuento el hundimiento de uno de los buques alemanes (el Schnarhorst o el Gneiseneau) como consecuencia de los disparos de las naves inglesas; durante la batalla naval de la I Guerra Mundial que tuvo lugar en esas aguas. Otro episodio de un buque siniestrado que concito la atención de la Literatura, fue el Endurance, de la expedición Shackleton, aprisionado en un banco de hielo antártico que terminó por destruirlo; episodio reflejado, entre otras obras, en “Atrapados en el hielo”, de Caroline Alexander.