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lunes, 11 de noviembre de 2013

LA NOTA DE HOY




La ortografía, un dilema en la educación lingüística

Por Olga Starzak



Soy testigo, con cierta impotencia, del suicidio de la lengua escrita. Los jóvenes de hoy, por muchas y complejas causas, no pueden escribir textos conforme a la estructura gramatical ni sintáctica;  y con frecuencia me pregunto a quién responsabilizar, dónde se produjo el quiebre o qué sucedió en estos últimos veinte años para que nuestros jóvenes no sólo observen con indiferencia el valor de las formas de la escritura sino que desvaloricen su incidencia, tanto en el ámbito de lo meramente comunicativo como de los aspectos de crecimiento personal y social.
Me voy a referir en particular a la ortografía. La ortografía es hoy, y mis años ejerciendo la docencia me permiten afirmarlo, el problema más grave por los que atraviesan los jóvenes a la hora de expresarse a través de la palabra escrita. Situación que atenta contra la comprensión de sus textos cuando suman  fallas caligráficas, la omisión de  los signos de puntuación y la falta de  acentuación.
Me detengo a hacer algo de historia. Las ciencias nos enseñaron que los niños no son sujetos pasivos de su aprendizaje y así pasamos de aquel método tradicional, conductista por excelencia,  a pensar en un sujeto que no debe responder con una respuesta a un estímulo, ni adquirir conocimientos lineales, ni sucesivos, impuestos por otros y casi siempre alejados de sus intereses. En las últimas décadas comenzamos a entender al sujeto como portador de posibilidades que le permiten ser partícipe de su propio aprendizaje. Las propuestas de grandes pedagogos señalan claramente todos los aspectos intervinientes a la hora de construir nuevos conocimientos. Ningún formador es ajeno, o debería serlo, a que la construcción del lenguaje escrito responde a la capacidad de construir y deconstruir,  y especialmente a qué lugar ocupe en su vida la incorporación de esos saberes.
Lo cierto es que son bajísimos los niveles ortográficos de los jóvenes de nuestra sociedad, inclusive los  post universitarios. Sus sistemas ortográficos nos llevan, invariablemente,  a reflexionar sobre las actitudes y destrezas de los egresados de los distintos niveles de educación, las prácticas de enseñanzas vigentes y  la  calidad del aprendizaje formal.   
Si bien no hay demasiados datos que indiquen cómo se procesan las convenciones ortográficas de la escritura, nadie pondría en duda que se inicia con la construcción del sistema alfabético. Y que cobran fuerza o se debilitan con el uso de las normas y la ejercitación.
A partir del advenimiento de la psicogénesis de la lengua oral y escrita, Emilia Ferreira nos permitió,  sin duda,  romper con esquemas inadecuados que condicionaban al sujeto cómo objeto de aprendizaje y nos ubicó, en nuestro rol de docentes -respondiendo a la teoría de Bruner- como "andamios que posibilitamos el aprendizaje". Es oportuno preguntarse, entonces, cuáles son las características del proceso de enseñanza aprendizaje generados hoy en las aulas y por qué nuestros jóvenes carecen de los elementos mínimos que le permitan escribir correctamente.
La figura del docente cobra aquí especial significado. Se reconoce como facilitador de experiencias pero… ¿qué pasa con él y con sus recursos a la hora de analizar los escritos de sus alumnos? No es justo tampoco identificar en ellos todo el problema. Es necesario ir más allá, remitirnos a su propia formación, a los planes de estudio y las respectivas estrategias metodológicas; en todo caso al sistema educativo.
La construcción de la ortografía requiere procedimientos didácticos y también prácticas evaluadoras.  Pareciera que cada vez con menos frecuencia se ofrece en las escuelas actividades en donde se deba escribir y poner en acción, una y otra vez, los mecanismos que conllevan a una correcta escritura. Inclusive en diversos estados de los Estados Unidos ya no se incluye la enseñanza de la letra cursiva en sus programas de estudio, considerando que la digitalización, producto de los recursos tecnológicos, darían fin a la palabra manuscrita. Esta decisión se basa  en la teoría de que no vale la pena someter a los niños  a la ardua tarea de pasar del aprendizaje de las letras en imprenta a la cursiva, si esta no va a ser usada en ninguno de los ámbitos de la vida social y de comunicación.
Mi pregunta como docente, pero también como escritora es: si los jóvenes cada vez escriben menos, con más fallas ortográficas (inclusive con temor o vergüenza a equivocarse), desmotivados  y valorizando muy poco la riquísima lengua que les ha sido heredada, ¿cuánto más lejos están de formarse como lectores? ¿Estaremos acaso propiciando el divorcio con la lectura,  herramienta y recurso indispensable para acceder al mundo de los hombres, a la cultura de sus pueblos, al conocimiento y la sabiduría?
No he obtenido una respuesta que me satisfaga.





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2 comentarios:

Ana María dijo...

Es cierto, el problema es súmamente complejo y creo que hay responsabilidades compartidas. También es cierto que cada vez más todos vamos dejando la escritura "manuscrita" por la aplicación de las nuevas tecnologías, pero también me pregunto si ello no produce un vacío, por ejemplo, en el primer año de la escolaridad, cuando los niños necesitan el dominio de sus habilidades motrices. Pienso que por lo menos en Argentina muchas veces oscilamos entre los extremos y no sabemos encontrar el justo medio.

Anónimo dijo...

Sin saber nada de educación ni psicogénesis de la lengua oral y escrita voy a hacer una pregunta sumamente simple:
Es fácil observar que las personas de +70 no suelen tener faltas ortográficas. Esas personas (en general) sólo asistieron a la escuela primaria e hicieron cuadernos con palotes y repeticiones de las palabras que escribian con errores. Los jovenes de 30-35 años (o menos)combinan las letras al azar para producir adefesios idiomaticos con alguna remembranza de la palabra que están pensando. Estos jovenes son los que tuvieron maestros facilitadores, los que no debian ser "traumados" con prácticas inapropiadas como escribir una hoja entera con una palabra, o ser corregidos con lápiz rojo. Aqui viene la pregunta simple: PORQUE NO VOLVEMOS A LOS METODOS ANTIGUOS QUE FUNCIONABAN?
No es re-inventar la rueda, romperse la cabeza tratando de corregir un problema que hasta hace poco no existia? Don´t fix it if it ain´t broken! diria un americano! AV