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jueves, 29 de agosto de 2013

EL CUENTO DE HOY




S.G.M.


Por Ángel Uranga (*)




Aquí está -dijo el cura viejo y jiboso que revisaba un desarticulado bibliorato. Sigfried Gustav Müller -leyó pausado. Era su nombre completo. Luego tradujo lo obvio.
El padre Muler -repitió el viejo que olía a ajo.
Aprovechaba el viaje al norte con la familia para pasar por Rawson y visitar rápidamente el colegio salesiano donde dejara mis primeros años de estudios como interno completo. De esto hacía casi treinta años.
De los escasísimos recuerdos agradables de mi estadía en el internado, aparte de mis amigos y secuaces, uno de los pocos mayores que tenía perfiles humanos era el cura Müller; un tipo que había estado en la guerra mundial, mejor dicho, había realmente luchado en el frente. Fue uno de los millones de combatientes que participó en la campaña contra Rusia, y pudo contarla.
-El padre Muler estuvo sólo dos años aquí-, comentó el viejito espiándome por sobre los lentes opacados por el manoseo.
-Capitán Müller- decíamos y nos cuadrábamos.
-No, yo sólo teniente, capitán fue hermano, condecorado en campo de batalla.
Si el recreo era largo o bien cuando salíamos de paseo, nos contaba de la guerra. En invierno usaba una larga y negra capa donde nos cobijábamos Cuis, Galenso y yo. El Galenso lo provocaba para que nos relate esos hechos extraordinarios; lo hacía para divertirse escuchando y viéndolo cómo se transformaba con los fantasmas. A mí, en cambio, me atraía aquello que contaba, la tensión de la aventura donde, luego, entraban Miguel Strogoff y Tom Sawyer.
-Pero guera no es bueno, mucho sufrir, mucho muerte-, nos aleccionaba mientras caminaba erguido, con las manos juntas por delante, llevando su libro de oraciones, balanceando levemente a cada paso la larga capa negra, todo un caballero teutónico, soberbio, seguro, y a veces, en su mirada gris relampagueaba la implacable máquina guerrera.
Teníamos que ocupar una aldea donde resistían soldados rusos. Estos protegían su posición con una ametralladora pesada oculta entre los escombros; era noche y el escenario estaba cubierto por una fantasmal claridad de nieve. Müller, el cura, avanza agazapado, se detiene y nos señala que nos detengamos. Rodilla en tierra observa la posición enemiga: ¡y nos lanza al ataque!
Mas tarde, los documentales y los libros de historia me mostraron imágenes de aquello que para nosotros sólo consistía en fantasía y juego. Después, muchos después, supe de qué infierno venía el buen cura Müller.
En otra ocasión estábamos refugiados en una cabaña y sentíamos avanzar a la patrulla rusa por la nieve congelada. El teniente Müller cubierto con su capa nos hace callar: cras, cras, cras, la patrulla avanza camuflada de blanco delatándose al quebrar cáscaras de huevos, y entonces nosotros los sorprendemos y la noche se llena de llamaradas y reñidlos naranja de fusiles, ametralladoras, morteros y gritos.
Sentados en los médanos de Playa Unión, el teniente  continuaba:
       ...una ametralladora rusa barría nuestro avance. Todos cuerpo a tierra. Pero no me aplasté lo suficiente contra el suelo y así fui herido en la nuca (se inclina para indicar la larga huella donde no le crecía el cabello), y también aquí -señalaba las nalgas-, pero eso no puedo mostrar.
Lo que sí mostraba el padre Müller era una larga cartulina con fotos de su familia: la mamá y sus numerosos hermanos, todos uniformados.
-Este de aquí es mi hermano mayor -señalaba a un oficial con la Cruz de Hierro-. Lo mataron partisanos rusos al asomarse sobre una colina para observar las posiciones del enemigo. Mientras miraba con los prismáticos, el sol que destella en la condecoración; y ahí apuntó el tirador.
      -¿Y qué se sabe de él? - apuré al viejo cura que apestaba a ajo mientras me acompañaba a la salida.
-Bueno, le voy a contar-. Hizo un prólogo de quién era Sigfried Gustav Müller, en suma, toda la historia conocida. Por último agregó: un día desapareció del colegio; se lo buscó por todas partes, recorrimos el pueblo, preguntamos a todos. A la tarde se lo encontró camino a Puerto Madryn. Dicen que cuando vio el vehículo se ocultó tras unas matas altas, y de ahí salía corriendo agazapado y disparando con un arma imaginaria.
Me despedí del viejo y volví al coche donde esperaba mi familia.
En la ruta hacia Madryn (ahora asfaltada), imaginé al cura-capitán Müller volviendo a sus campos de batalla, al éxtasis que fusiona la vida con la muerte, a esa terrible intensidad empática de compartir con los camaradas el vértigo del horror. El continuaba su guerra o nuestro cuento: la sotana arremangada, tal vez hecha jirones y blanca de tierra, lanzándose heroico al ataque contra esos enemigos invencibles y ocultos entre las matas.
     Uno de mis hijos me grita desde el asiento trasero:
     -Pá, algo se movió entre las matas.
     -Sí, -dije - es el cura Müller.




(*) Escritor comodorense.
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lunes, 26 de agosto de 2013

EL MICRORRELATO DE HOY





ARISTÓBULO EN LA ERGÁSTULA DE CLÍPOLIS 

(un suplicio esdrújulo) 



Por Carlos Dante Ferrari 






Apaleado, yace ahora Aristóbulo sufriente en el cubículo sombrío. Incrédulo, aún no sale de su asombro ni da crédito a su insólito sino. Lo ha traicionado nada menos que Pífano, su más estólido discípulo. Un pánfilo, un cretino. El muy idiota le reveló al Tribuno el vicio más recóndito de su ínclito mentor: espiar a las vírgenes amantes del Dómino cuando toman sus baños matutinos. Enterado enseguida, de un solo golpe el Edecán del Séquito le ha roto la mandíbula. Después lo ha mutilado. Estúpido se siente el prisionero por haber desoído a la Sibila, aquella del Oráculo de Dódona, en Epiro. Ella le había anunciado cuál sería su trágico destino, de persistir con ese hábito furtivo. Sin embargo fue un crápula, un tonto pervertido, y aquí paga en desgracia la mísera lujuria que lo ha poseído. Revuélcase Aristóbulo en el piso, muy lívido de furia, a más de adolorido. Hasta el alma le escuecen los cáusticos martirios. Y lo que más le duele son los tétricos cuencos, cegados para siempre; los párpados inútiles, las resecas carúnculas de sus ojos perdidos. 



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viernes, 23 de agosto de 2013

EL CUENTO DE HOY





AMARILLO VIEJO

Por Marta Perotto (*)



El chaparrón se descargó con violencia y él no atinó más que a refugiarse en el hall del Centro de Exposiciones. Después, el tiempo pareció detenerse, entró en uno de esos estados indefinidos en los que cinco minutos parecen durar cinco años y se arrastran sin que las agujas del reloj denoten movimiento alguno. Sabía que la actividad era el único remedio para esa obsesión. En cuanto la mente se olvidaba de registrarlo, el tiempo comenzaba a pasar y retornaba la normalidad.
Pero, ¿qué hacer en ese lugar? En la sala no había un solo visitante. Una empleada ordenaba papeles en su escritorio lejano; por los vidrios se deslizaban los hilos de la lluvia después de un golpeteo apresurado. Las nubes luchaban por desprenderse del peso líquido para retornar a su vagabundeo sobre los hombres y sus obras.
Prestó atención a los paneles diseminados por la sala. ¡Qué oportuno! Era una exposición de fotos antiguas de la pequeña ciudad de montaña.
La fotografía era uno de sus entretenimientos, le dedicaba buena parte de sus días. Sólo que los aparatos y lentes modernos le permitían un acercamiento muy distinto de ése a la realidad detenida.
Todas las cartulinas que observaba mostraban a la gente en pose. Gente que, de seguro, ya no existía. Sonrisas preparadas para la máquina; gestos grandilocuentes, concientes de quedar fijados para la posteridad; para él, más precisamente, que en ese momento las contemplaba.
Había correspondencia entre el color de las fotos y lo desvaído y evanescente del día lluvioso. Quizás presentaban un tono de amarillo viejo que la novedad de la lluvia no tenía. Se dedicó a recorrer la muestra y le interesó lo que veía.
Una de las fotos le llamó especialmente la atención. Mostraba una casa que él no podía ubicar entre las viviendas antiguas que se mantenían como una reliquia del pasado. En el frente, la imagen de una familia había quedado estática. La miró de cerca y se fijó en una joven de largos cabellos rubios y una sorprendente vestimenta actual; no sonreía.
Después, levantó la vista hacia los ventanales. El chaparrón había derivado en una fina llovizna y un rostro lo contemplaba desde el vidrio mojado. Era el mismo de la fotografía.
Corrió a la calle ante el estupor de la empleada y vio la silueta que desaparecía en la esquina. Cuando llegó le pareció que la joven lo estaba esperando a mitad de la cuadra. Continuó la persecución. La vio perderse en un jardín de cerco vivo. Se asomó y notó que un golpe cerraba la puerta de una casa igual a la de la fotografía. Claro, por eso no recordaba el edificio; no se distinguía fácilmente, el cerco lo tapaba. Cruzó el espacio verde que tenía grandes pinos y una araucaria y golpeó la puerta.
Le abrió un hombre alto que con un gesto amable lo invitó a entrar. Sorprendido, reconoció los rostros de la gente sentada a una larga mesa. Eran los de la cartulina vista un rato antes. Había allí un silencio extraño para una reunión familiar. Lo que más le llamó la atención era el color. Un tono desvaído y amarillento de fotografía antigua. Detrás del jefe de familia estaba la joven. El rosado de su piel y los colores de la ropa eran brillantes. Al entrar él, la joven se despidió con un gesto del grupo y se marchó por donde había entrado.

***

La empleada del Centro de Exposiciones se acerca a una joven de largos cabellos rubios que mira la muestra. Le parece vagamente familiar. Se siente en la obligación de alcanzarle un pañuelo de papel al notar las lágrimas que brotan de sus ojos.
-No se haga problema. No es la única que llora al recordar el pasado. ¿Sabe? Esa fotografía que usted mira también le llamó la atención a un muchacho que entró esta mañana para refugiarse de la lluvia. Esa casa fue demolida hace unos veinte años y no se exponía su foto desde hace unos cinco.
La joven se seca las lágrimas.
La empleada agrega: "Fíjese en los detalles... pero... ¡por eso debía mirarla tan detenidamente el joven! Hay un hombre que se le parece mucho. ¿Se fijó? Tiene un color más nítido -y señala con el dedo-. Acá, acá..."
Se da vuelta para confirmar su aseveración, pero la joven ya no está ni en la foto ni en la sala.




(*) Escritora rionegrina.
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lunes, 19 de agosto de 2013

EL CUENTO DE HOY


 


PUERTO HAMBRE

 

Por Hugo Covaro (*)

 

 

 

      Sostenido por sus fíeles fantasmas, el viejo capitán soñaba. No era un sueño placentero, su soñar tenía la incertidumbre de la pesadilla, la tortura de estar despierto y soñar un sueño que por repetido, cada día es menos cierto.
      Pedro Sarmiento de Gamboa, Gobernador y Capitán del Estrecho, visionario, astrólogo, respetado cartógrafo, escribiente de armados sonetos, aventurero loco o simple fabricante de anillos y filtros mágicos, recorría los oscuros rincones de la Corte del rey Felipe, como un ciego que necesitaba tocar las conocidas cosas que marcaban su previsible derrotero. Nada veía de lo que aparecía y pasaba delante de sus ojos tormentosos. Su deambular era una ruta que llevaba a lejanos confines, a ignotas regiones de soledad y espanto donde empezaba o terminaba la codicia del mundo y el hombre era apenas la sombra de un delirio antiguo. A esa hora y en ese sitio, para felicidad del monarca, herederos y descendientes, volvería a fundar la Ciudad del Nombre de Jesús al abrigo de una barranca, a media legua del Cabo de las Vírgenes y con el mismo rito que aquel domingo 11 de febrero de 1584.
        Unos pasos, sólo unos pasos dados en el silencio de la gran sala, lo llevaron hasta el palo de la justicia, donde el rostro del conjurado, natural de Alcalá de Guadaira, Sebastián Salvador, lo miraba transido de rencor con la muerte puesta en sus pupilas güeras. Con sólo girar la noble cabeza tuvo al alcance de su mano fuerte la vergüenza para Diego de Ribera y su escudero, Antón Pablos, fariseos que no se animaron a mirarlo, condenados por el pecado de haber abandonado a sus hermanos desvalidos en el más atroz de los desamparos. Y cuando creía que habían quedado atrás esos personajes abominables, las siluetas decapitadas de Juan Rodríguez y Juan Arroyo dejaron por un instante el profano sepulcro de Ciudad del Rey Felipe, acicateados por un rencor inextinguible.
       Caminó erguido, con la gallardía puesta a volar como un blasón luminoso, invicto estandarte enarbolado sobre las ruinas de su alma. No había podido cobrar los sueldos que le adeudaban. Se sentía pobre, aunque se sabía noble y casi no le dolía que su majestad demorara casi tres años en pagar los doscientos mil maravedíes que sicarios de Enrique de Navarra pedían por su libertad. Demasiado tarde comprendería que el rescate de la lúgubre mazmorra de Mont-Masan había sido pagado con su propio dinero. Pero la herida era otra, honda y secreta, antigua e incurable. El recuerdo de aquellos trágicos pobladores del Estrecho, desterrados en ese inclemente territorio de hambre y locura lo perseguían. A veces, en medio de tanta oscuridad un rayo de luz iluminaba sus horas de cordura con breve relámpago y podía ver entonces aquella tierra de salvaje belleza, hembra desdeñosa, que parecía hechizarlo con sus montañas nevadas, prisioneras de un mar azul y hondo. Ese mismo mar, que desataba la furia escondida en borrascosas entrañas para lavar con tempestades la alucinada memoria de sus invasores. Y era entonces cuando resonaban en sus oídos las palabras de Túpac Amaru, ese muchacho ingenuo y valiente, hijo de Manco Inca, - último soberano de los descendientes del sol de América - preguntándole antes de ser ajusticiado:
           -"¿Pues para matarme me persuadieron que me bautizase y me hiciese cristiano?"
          El viejo capitán meneaba su cabeza como no queriendo escuchar ese reclamo ominoso. Pero sentía que sus botas desandaban el camino empedrado que llevaba al Machu Picchu, la sagrada ciudad fortaleza del imperio conquistado. Podía oler el aliento caliente del trópico en el rumor del Urubamba, que acezando antiguos celos, soltaba por la virginidad de la selva su colosal anaconda alazana.
     El recuerdo -esa trampa engañosa de la memoria- le había preguntado más de una vez al viejo marinero de qué había muerto Diego López de Zúñiga y Velasco, conde de Nieva, veleidoso virrey del Perú. Detuvo el paso, miró la claridad hiriente que invadía la fastuosa residencia, hizo como que pensaba, sonrió con desgano, y reinició la marcha rumbo a nuevas alucinaciones.
         No había podido hablar con el rey por esos días y presentía que Su Majestad evitaba el encuentro. ¡Negarle esa gracia a él, que con rotunda justicia nombraban Caballero de Galicia! Justo a él, que había sido el primero en clavar en aquellas tierras inconquistadas del Estrecho de la Madre de Dios, el emblema con las armas de Felipe II desafiando los misterios del austro; y el crucifijo -ese símbolo omnímodo y atroz- evidencia de un designio ineluctable.
     Le habían ofrecido ser el Almirante de la Armada para defender de la piratería inglesa la flota de galeones que traficaban con las riquezas de las Indias. ¡Pobre tarea para un hombre singular, hecho a mano por la providencia, lleno de valor y nobleza, martirio e infortunio y herido de muerte por la gloria!
         La Historia diría en una brumosa página que murió una tibia mañana de julio de 1592 cerca de Lisboa, olvidado, solo y desnudo de todo honor y reconocimiento.
 
 
 
(*) Escritor comodorense. De su libro “Diez pequeñas historias marineras”.
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lunes, 12 de agosto de 2013

COMENTARIO A UNA NUEVA OBRA



CRUZANDO EL PUENTE (LOS CIUDADANOS OLVIDADOS) (*)

de ESTHER EDITH GUTIÉRREZ



Comentar la primera obra de un autor –de una autora, en este caso– presenta sus rispideces; porque el creador entrega esperanzado su obra al público, aguardando una respuesta que, a veces, no es la esperada. Claro que cuando la vida del novel escritor transcurrió en un ámbito signado por la Literatura, como sucede con Esther Edith Gutiérrez, tiene un bagaje que le asegura dar a luz una obra de apropiada calidad literaria; tal cual un fruto que nace luego del adecuado tiempo de maduración. Máxime, cuando esos años de espera los hizo en compañía de otro artista, que ya tiene un lugar bien ganado en las letras regionales: Jorge Baudés.
Se reúnen en “Cruzando el Puente” dieciséis relatos que, semejando los colores en la traza espectral generada por un prisma, varían en una gama que va desde la completa ficción al testimonio verídico. Pero todos ellos tienen un trasfondo común: el mensaje pleno de humanismo que la hacedora ransmite a sus lectores. En su prólogo, Julia Chaktoura nos señala una de las claves de los textos de Esther: “.De sus páginas fluyen los relatos por medio de una verdadera vocación para transmitir sentimientos e ideas con toda la carga emotiva de que dispone la autora. Y no hay mejor modo de comunicar esa intensidad que la propia experiencia vivida”.
Sin dudas, es difícil decidirse a remarcar una u otra de las narraciones; porque todas merecen ser leídas y meditadas. Hay relatos que hablan de viajes, como “Por la precordillera al sur” y “Tocando el cielo con las manos”; otros de recuerdos, como “Relatos de la Vieja Abadía” o “Grado 7 Escala Richter”. Algunos indagan en la psicología humana, por ejemplo “Autobiografía de una esponja”; unos más, como “Con sabor a Mar” y “El enigma del NAUT”, recuerdan al mar – ambiente que ejerce una fascinación particular en la autora, según señala Chaktoura en su introito. Los hay que discurren sobre ecología: “¿Por qué lloran los pájaros?” o “La agonía de un gigante”. Y varios, en fin, que se refieren a esas historias vitales protagonizadas por las personas, que pueden ser verdaderas odiseas o tragicomedias mínimas; pero que, para quien las sufre o las disfruta, siempre tienen un significado profundo. Esta visión intimista se percibe en “Fecha Inolvidable”, “Veterano de Guerra”, “La huella del vigía”, “El Doradillo”,“La niña parió una niña” y “Nemesio, el esclavo y la ceiba”.
Esther trata todos esos temas con sumo respeto; un respeto que también muestra hacia sus lectores, los que no se van a ver sorprendidos por situaciones chocantes o desmesuras lingüísticas. Por el contrario, la lectura lo llevará por caminos donde se resalta el sentido positivo de la existencia, expresados con un estilo cuidado y preciso; del cual es ejemplo el párrafo inicial de una de sus creaciones:
Viernes. Diez de la noche. Recostada en mi cama veo, a través de un amplio y generoso ventanal, las luces que alumbran la calle. Más atrás se vislumbran los contornos de algunas casas de altura, y de fondo un oscuro manto salpicado de luces titilantes y ansiosas por resaltar. Es el Universo en todo su esplendor. Algunas sombras atraviesan fugaces por sobre los faroles de la calle. Y de pronto... una voz surge del interior de mis recuerdos...”
Un párrafo aparte merece el último de los relatos, “Los ciudadanos olvidados”, que también es el subtítulo de la obra. Aquí la escritora recurre a la técnica de hilvanar tres episodios de vida y muerte, por medio del tiento sutil del vuelo de un pájaro que, desde las alturas y tan implacable como la naturaleza misma de la cual es símbolo e imagen, contempla el drama de los moradores de la Patagonia; hombres y mujeres cuyos sacrificios cotidianos suelen ser ignorados.
Además de prologar el libro, Julia Chaktoura actuó como correctora. En tanto, las imágenes de la portada y la contratapa son de la propia autora; una nueva muestra de que la escritura y la fotografía se tocan en algún punto, con similares bases creativas.
“Cruzando el puente” es un libro ameno, ágil; ideal para quien quiera pasar momentos de agradable lectura, recorriendo el arco iris de los sentimientos humanos, con algunas situaciones alegres, otras tristes. Y si el lector es de esos que no tienen un minuto libre debido a sus tareas cotidianas durante el año laboral, la propuesta es que lo obtenga y lo guarde para el verano; y en una de esas tardes en las que seguramente podrá ir a disfrutar de Playa Unión, se siente frente al mar, lo abra y comience a leerlo, dejando que Esther lo guíe por su laberinto de sensaciones y pensamientos. Lo va a disfrutar.

J.E.L.V.


(*) “Cruzando el Puente (Los ciudadanos olvidados)”. Esther Edith Gutiérrez. Ediciones del Cedro, Gaiman, 2012.

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jueves, 8 de agosto de 2013

LA NOTA DE HOY





A LA SOMBRA DE LAS ERGÁSTULAS SUREÑAS



Por Jorge Eduardo Lenard Vives






En 1896 se estableció en la Isla de los Estados el penal de San Juan del Salvamento; luego, trasladado al cercano Puerto Cook. Las dificultades para habitarlo, hicieron que a principios del siglo XX sus ocupantes fueran transferidos a la nueva cárcel de Ushuaia; en cuya construcción ellos mismos participaron a partir de 1902. En 1947 el instituto penitenciario fueguino cerró sus portones; pero no para evitar que saliesen los penados, sino para abandonar definitivamente su función carcelaria. Hasta ahí la historia; ahora, la Literatura. Como señala Ricardo Horacio Caletti en obra “La literatura de Tierra del Fuego”, muchos escritos surgieron al influjo de estas prisiones; tanto de los muros hacia adentro como hacia fuera.

Intramuros, una de las creaciones más conocidas es “Archipiélago”; crónica escrita por Ricardo Rojas durante el período que pasó como confinado político en Ushuaia, en 1934. Más allá de sus recuerdos del presidio, el autor de “El santo de la espada” y “Ollantay” avanza en una descripción de la historia y geografía de Tierra del Fuego; e incluso rescata leyendas de los pueblos originarios de la región. La intención de aprovechar su forzosa estadía para dar a conocer al resto del país los secretos de esa tierra entonces misteriosa, es enunciada por el autor desde las primeras líneas de su texto:

“No hallará el lector en esta obra desahogos personales, porque ella no es un diario íntimo ni una crónica partidaria. Por eso he omitido no sólo el nombre de los que a Ushuaia me llevaron, sino hasta el de mis compañeros en el involuntario viaje. Trátase, pues, de un libro inspirado en el más sereno ideal patriótico”.




Siguiendo los datos que nos proporciona el trabajo de Caletti, encontramos “Ushuaia, el presidio siniestro”, de Aníbal del Rié; un libro escrito en 1933, que amén de reseñar la vida del establecimiento presidiario, rescata algunas manifestaciones literarias de los propios internos. Asimismo, Caletti menciona la obra “Del Plata a Ushuaia, historia de un confinado” (Montevideo, 1931), de Salvador de Amenara; y “Tribulaciones de Aniceto”, escrita por Germán García; mientras cumplía una condena por robo en 1925.

De particular interés son las creaciones poéticas de dos reclusos, incluidas en el volumen “Ushuaia 1884 – 1894. Cien años de una ciudad”; recopilación de antecedentes históricos dirigida por Arnoldo Canclini. De Octavio Fernández Pico (penado 91) y su poema “A Ushuaia”, rescatamos los siguientes versos: “Yo también soy poeta de tus cumbres nevadas, / de tus claros arroyos que se cubren de escarchas, / de tu mar muy pequeño, sin rumores ni alas / que circundas y oprimes con boscosas montañas”. En tanto, de Enrique V. Arnold (penado 165), cuya obra fue citada por el mismo Borges, tomamos unas líneas de su poesía “El mascarón de proa en el museo”: “Estás ahí, colgada, prisionera,/ sirena que cambiaste / tu barco y tu morada / por el lecho callado / de la casa del puerto”.

También la Literatura relacionada con los penales se cimentó extramuros. Una de tales obras es “Ushuaia. La ergástula del sur” de Manuel Ramírez, diputado nacional hacia 1935. Hecha al calor de las luchas político-partidarias, su título es una hipérbole; utilizada para el nombre de esta nota en tono de mero tropo. Si bien el autor aclara que escribe “despreocupado en absoluto de las formas literarias”, sucumbe a la tentación de iniciar su relato con un bosquejo colorido y plástico del lugar al que arriba:

Desde a bordo y entrando a la bahía, Ushuaia presenta una vista panorámica interesante. Con sus casitas de madera y zinc, algunas de dos pisos, pero en su mayoría pintadas de colores vivos; la desolación de sus calles que se arrojan en violenta pendiente hacia el mar; el musgo de sus veredas avanzando hasta cubrir parte de las calzadas; y el silencio que adormece la naturaleza que rodea el cuadro; todo ese conjunto pintoresco y raro a la vez, da la impresión de encontrarnos ante una pequeña ciudad de juguetería, enclavada allí caprichosamente.



Hacia esa época, Lobodón Garra (Liborio Justo) publica su volumen de cuentos “La Tierra Maldita”. Allí incluye “La sublevación”, relato basado en el motín del penal de Puerto Cook protagonizado por los presos que no todavía habían sido evacuados a Ushuaia. En el intento de escape en pequeños navíos, mueren siete fugitivos y son capturados los restantes.

Muchos ensayos se han escrito sobre el tema; por ejemplo: “El presidio de Ushuaia”, de Carlos Pedro Vairo, y “La colonización penal de Tierra del Fuego”, de J. Carlos García Basalo. Por otra parte, varios son los artículos publicados en revistas como “Argentina Austral”, “Caras y Caretas” y “Karukinká”; firmados por plumas ilustres del calibre de Armando Braun Menéndez y el padre Juan Belza. Lógicamente, Arnoldo Canclini, célebre historiador del Onaisín, le dedicó sus correspondientes páginas.


Hoy en día, de los establecimientos de Isla de los Estados sólo quedan ruinas. Por su parte, el edificio del penal de Ushuaia es una atracción turística; complementada con los paseos en el tren construido para llevar los prisioneros a explotar la madera de los bosques cercanos. Los presidios del sur son cosa del pasado, cuyas murallas podemos contemplar mediante la lectura de las páginas escritas a su sombra.
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martes, 6 de agosto de 2013

EL POEMA DE HOY



A la memoria de Andrés Eloy Blanco


Por Alicia Esther Cristina Volpi (*)




Alma peregrina
                                           Espíritu sin sogas
                                                                             Bravura mansa de tu pluma




Ni la Rotunda ni el Castillo
 hendieron la cepa de tu libertad
no hubo afrentas ni cárceles absurdas
         que enjaularan tus huellas 
¿quién podría  acallar las dolientes venas
en el mártir de un pueblo esclavo?
Desde la Espiga y el arado,
Tierras que me oyeron  y Canto a España
inauguraste un puerto de letras
para navegar bien lejos del exilio
Podría decidir  pintar en tu memoria
         angelitos negros, blancos, rojos, amarillos, indios,
borrar la monótona prisión del odio
y las tinieblas de noviembre
que desgajaron tus pasos
sollozando paz a borbotones…
Giraluna  cruza  el trampolín eterno
habita un muro de voces
y ya ciegas van tus quimeras …
se desaguan en las uvas del tiempo
…y solo en la ría de la gloria, el poeta cascabelea.


           

(*) Escritora de Trelew (Chubut)
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sábado, 3 de agosto de 2013

EL POEMA DE HOY



Encuentro en Praga


Por Sandra Pien (*)



Soñé a Ana soñando Praga
plácido amanecer
callejuelas adoquinadas de bruma.
Ana camina
reflejo de luz de farolas
amarillopálidas
invierno gótico en los gestos.
Los pies cruzan el puente de Carlos
la fatiga del alma
ansía desandar
la angostura del tiempo verosímil.
Transgrede entonces
la distancia hacia la ciudad vieja
los ojos sueñan celebrando
el encuentro
las manos reciben incrédulas
el manuscrito
los dedos reconocen las palabras
Die Verwandlung¹, abajo 1912.

El joven Kafka cree

en un sueño llamado Felice
Ana le sonríe
y permanece también ella atrapada
en el límite juego
de su difícil amor.
En mi sueño
Ana se sueña
eterna insomne
de dolor y quimera
permitiéndose siempre
encadenadamente volver.


¹  Die Verwandlung, nombre en alemán de La Metamorfosis de F. Kafka



(*) Escritora de Buenos Aires que vivió en El Calafate, donde escribió parte de su obra. Este poema es de su libro “Mascarón de Proa”.

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