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martes, 29 de octubre de 2013

EL CUENTO DE HOY




Por Crhistian Porma (*)



             114. Habían allí tres guitarras idénticas hasta en lo más íntimo de su esencia de ser guitarras, iguales en medida, peso, sonoridad, color y acabado. Reunidas contiguamente sobre una misma pared, se las llamaba, para poder diferenciarlas, la guitarra de la izquierda, la guitarra del centro y la guitarra de la derecha, el criterio identitario era simple y efectivo y para evitar que algún amoral las cambiase de lugar furtivamente, se les asignó un guardia que velaba, no por las guitarras en sí, sino por la posición de las mismas, luego, ante la posibilidad de que el guardia traicionara su custodia, se optó por emplear tres guardianes vitalicios, a los que por cuestiones operativas se les asignó también designaciones toponímicas, llamándoselos el guardián de la derecha, el guardián del centro y el guardián de la izquierda, en tal orden. 

            De la topología de las guitarras comenzó pronto a surgir una dimensión ética, que se fue fijando ayudada por la intransigencia posicional de los instrumentos. La guitarra de la derecha era la guitarra permitida, la cual se podía tocar, hablar y ejecutar un número de piezas indeterminadas. La guitarra de la izquierda era la guitarra prohibida, la cual no se podía tocar, no estaba permitido hablar de ella ni ejecutar un número piezas indeterminadas, y la guitarra del centro era simplemente la guitarra, sobre ella no estaba permitido ni prohibido nada explícitamente, se podía y no se podía tocar, se podía y no se podía hablar de ella y ejecutar un número de piezas indeterminadas. Los guardianes de la posición cumplían cabalmente sus deberes y no interferían en las disposiciones morales de las guitarras.

           Velar por la posición de los instrumentos era cuestión vital, ya que al ser idénticas ontológicamente, un cambio de lugar, intencional o no, de cualquiera de los instrumentos, resultaría fatal para el acto identificatorio en sí mismo, lo cual si ocurriese desacomodaría todas las relaciones de causalidad entre las guitarras, de causa y efecto, de universalidad y necesariedad mismas, de ellas, y por extensión, del universo entero, ya que la razón suficiente dependía de la determinación y determinabilidad de todos los entes y de que la relación que mantuvieran entre ellos fuera eminentemente necesaria. El universo, en esencia idéntico a sí mismo, dependía vilmente para serlo de la posición de las guitarras -situación que con el uso de los guardianes se mantenía controlada-.

            Por supuesto la situación moral de las guitarras generaba debate y controversia, se opinaba que sobre la guitarra permitida operaban sinnúmero de interdicciones sutiles, que sobre la prohibida estaba permitido sin embargo no tocarla, estaba permitido no hablar de ella y estaba permitido también no ejecutar un número indeterminado de piezas, exigían los unos que se prohibieran también estas acciones, pues comprendían que una acción por omisión era un acto, los otros a su vez exigían que se mantuvieran tales prohibiciones como estaban, éste era un debate interminable y sutil, estaban por supuesto los aquellos y los cuales, quienes abogaban por poder tocarla y estaban esos que no emitían opiniones al respecto por considerarlas inconfesables. Sobre la guitarra de la izquierda, se exigían prohibiciones, ya que la consideraban inmoral, y de un grado de libertinaje intolerable al respecto de lo que estaba permitido hacer con ella.

            Sobre la guitarra del centro los debates eran desesperados, desesperantes y desesperanzadores. Sobre ella sabemos ya que estaba todo permitido implícitamente y también que estaba todo prohibido con la misma implicitación, su ambigüedad llevaba los términos del debate a pensar en la misma posibilidad de la ambivalencia de la posición de la guitarra, momento único en el que intervenía el guardián del centro a declarar sobre la posición central de la guitarra del centro, reafirmando que su centralidad topográfica y su designación toponímica consecuente eran tales, salvaguardando así el orden causalístico universal.      

            Se argüía en los debates que si la posición central de la guitarra del centro fuera ambigua daría lugar a contradicciones inmanentes topográficas y por ende la legitimidad de la toponimia se encontraría en serios problemas y por extensión la de la izquierda y la de la derecha, ya que sugerían los eruditos que al no haber centro o ser el centro ambiguo o peor aún ambivalente, sería contradictorio que existiesen topografías tales como la izquierda y la derecha que exigían un centro necesario, inmanente y razón suficiente de las otras dos topografías. Al ser las guitarras idénticas, y al ser su toponimia puesta en cuestión, comenzó a surgir una ambivalencia de la identidad, ya que si se infería que la disposición de las guitarras comprendía la parte topográfica del ser, y éste era ambiguo, se supondría entonces que las guitarras podrían ser y no ser al mismo tiempo, el centro ser oscilante, al punto de poder quedar en potencia a la izquierda de la derecha y a la derecha de la izquierda, o peor, a la derecha de la derecha y a la izquierda de la izquierda. 


(*) Escritor de Trelew.




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viernes, 25 de octubre de 2013

PRESENTACIÓN DE UNA NUEVA OBRA LITERARIA

"TIEMPO DE ESPERA"(*)

   (Novela)

Olga Starzak




     Conocida hasta hoy por su destreza literaria en el ámbito del cuento –lleva ya publicados tres volúmenes: “En el umbral de los encuentros”, “Estigmas” y “El lenguaje del silencio”–, con la llegada de “Tiempo de espera” Olga Starzak ha iniciado una promisoria incursión en la novelística, género que, como bien sabemos, presenta nuevos desafíos.

     Ya Cortázar  solía decir, haciendo una suerte de metáfora boxística, que mientras la novela podía ganar por puntos, el cuento siempre debe ganar por nocaut. Podríamos agregar que el cuento es algo así como arrojarse a nadar en un río profundo pero angosto, donde tenemos  muy cerca la otra orilla (es decir, el desenlace); acometer la escritura de una novela, en cambio, es como lanzarse al cruce del Canal de la Mancha en aguas agitadas, sin divisar siquiera la costa opuesta; y además, nunca sabemos muy bien qué puede suceder a mitad del cruce.

      Quizás algo así  pudo haberle sucedido a Olga cuando afrontó la decisión de escribir esta historia. Porque no es una trama simple, ni breve, ni lineal. Contiene varias vidas entrecruzadas, y nos narra lo que sucede en la mente y en el corazón de cada uno de los personajes involucrados. Personajes casi siempre ligados por el afecto, a veces también por una misma vocación profesional, y en ciertos casos, tan solo por lazos familiares. Pero lo cierto es que todos ellos tienen una fuerte incidencia en los hechos que se van sucediendo a lo largo de su desarrollo.



     Solemos hablar del “argumento” de una novela en alusión a lo que es su eje central. Si nos atuviéramos a ese esquema tal vez, simplificando, diríamos que “Tiempo de espera” es la historia de una investigación médica. Sin embargo es mucho más que eso. Para comenzar, el título nos revela una circunstancia que signará toda la trama: nos menciona una “espera”. Seguramente todos hemos experimentado muchas esperas en nuestra vida, y por tanto sabemos bien cuáles son las sensaciones que las signan: incertidumbre, impaciencia, ansiedad. No en vano suele decirse: “el que espera, desespera”…

     De manera que ya contamos con dos datos; hay una investigación médica y una espera, que además imaginamos prolongada, porque el título también menciona un “tiempo”. Con esto en claro, podemos deducir sin equivocarnos que lo que se nos va a contar es todo lo que sucederá en ese lapso temporal.

     Y lo que sucede, en rigor, son las peripecias que protagonizan dos investigadores médicos, padre e hija, ambos empeñados en buscar una solución para una nueva enfermedad que provoca graves daños neurológicos en los pacientes.

     Claro está que la historia de esta lucha profesional, con todos sus altibajos, está fuertemente conectada con sus propias historias personales. Las miradas que tienen los protagonistas acerca del mundo y de la vida están teñidas por las marcas que ellos mismos sobrellevan; por lo que les ha sucedido como hijos, como padres, por las frustraciones de pareja, por los miedos y las inseguridades que provocan ciertas situaciones traumáticas. Aquí es donde la autora pone en juego todo su oficio, sus recursos de titiritera, para relatarnos, entre otras cosas, todo el proceso que debe atravesar un joven patagónico para convertirse en un científico de prestigio mundial.

     Es que esta obra, como las cajas chinas, contiene en su interior muchas otras historias donde se ven reflejados aspectos que a nosotros, como argentinos y patagónicos, como descendientes de inmigrantes, nos resultarán muy familiares. Así veremos reflejadas en estas páginas, por ejemplo, las vicisitudes propias de la migración y el desarraigo.

     También encontraremos en ella las oportunas pinceladas que condimentan las vidas de los protagonistas. Porque un médico puede ser, además y al propio tiempo, un padre, un hijo, un forastero desarraigado, un esposo, un amante; con todas las emociones, alegrías y complicaciones que estos roles implican. Empleando su particular manera de narrar, la autora consigue que el lector conozca,  disfrute y, en ciertos momentos, también los “com-padezca” –es decir, padezca a la par de los personajes todas las incidencias de estas vidas tan intensas.

     Otro de los visibles méritos de esta obra es la variedad de escenarios donde transcurren las vidas de los protagonistas en distintos momentos de la historia. Desde la etapa juvenil en territorio patagónico, con episodios ambientados en la costa de Madryn, en el interior profundo de la meseta o a orillas de los lagos cordilleranos, hasta los que se desarrollan en la complejidad de los claustros académicos y científicos estadounidenses, donde Octavio Linares, por sus propios méritos, ha llegado para capacitarse en la especialidad médica elegida: la neurología.

     Dijimos ya que “Tiempo de espera” es la historia de una investigación médica compleja. Tras recorrer sus páginas, el lector seguramente habrá de preguntarse además cuánto trabajo de investigación previa hubo en la trastienda de esta obra. Es que la autora logra un efecto sorprendente al exponer, a través de las voces de los profesionales médicos, los aspectos científicos, técnicos y prácticos que deben afrontar los protagonistas.

     Esta reseña no puede sino concluir con lo que  es el punto crucial de la novela, el nudo que nos tendrá en vilo hasta el final. Se trata de un gran dilema ético. ¿Qué sucede cuando un profesional médico encuentra una grave oposición entre las reglas de la ciencia y los mandatos de su corazón? ¿Qué puede ocurrir cuando los sentimientos irrumpen y tratan de imponerse, frente a las exigencias protocolares del acto médico? Este es el verdadero plato fuerte de la historia que Olga ha decidido servirle al lector sobre las últimas páginas, con notable maestría.


     Ya se ha contado lo suficiente. El resto sería revelar detalles apasionantes de una novela que, a no dudarlo, muchos estarán deseando disfrutar en forma personal y completa, en la intimidad de ese acto tan placentero que nos prodiga la lectura.

C.D.F.



(*) Editorial Dunken, Bs. As., 2013 - Esta obra fue presentada el 18 de octubre de 2013 en el auditorio del Museo Paleontológico Egidio Feruglio (MEF) - Trelew, Chubut, ante un nutrido público.
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lunes, 21 de octubre de 2013

EL CUENTO DE HOY



 


                DE PADRE A PADRE


                        Por María Adelina Galíndez Hughes (*)




         La cruz llora lágrimas empolvadas esta tarde en el paraje Los Altares.

         Abajo, un pato solitario, baqueano de la bandada, aletea sobre el río Chubut. La lluvia lava las rocas multicolores horadadas por el viento milenario con mensajes indescifrable.
 
         El rancho, una isla en la meseta.

         De allí sale envuelto en su poncho Don José, descendiente de los mapuches que desde siempre habitan esa región.

         Unas pocas ovejas recorren el erosionado suelo, al compás de las gotas entre neneos y jarillas.

         Arriba del techo, Francisco, su hijo, trata de colocar mejor las chapas, las gotas que se filtran han formado charcos en el piso.

     - ¡M´hijo! Tenga cuidado, se puede caer – grita Don José.

     - Viejo, déjeme de jorobar que tengo que terminar antes que oscurezca más.

     - M´hijo, las chapas están viejas y con este aguacero se ponen “refalosas”, bájese de ahí.

     - Viejo, vaya para adentro y dígale a la Elena que prepare unos mates, ya bajo.

     - M´hijo, hágame caso, tengo miedo de que le pase algo...

     - Mire viejo, váyase y no mire.

     Don José, cabizbajo, entra al rancho. Al rato, sale de la mano del nieto de tres años. Sin hablar lo sube por la escalera y cuando el niño está por la mitad le dice a su hijo:

    - Francisco, dale la mano al Josecito así te ayuda.

    - ¡Viejo, qué hace! ¿No ve que el chico se puede caer y lastimar? ¡Bájelo enseguida!

     - M´hijo, baje usted y yo me llevo al chico, porque ese miedo que siente usted por su hijo es el que siento yo por usted.

      Francisco toma sus herramientas y con una sonrisa comienza a bajar por la escalera.





(*) Escritora nacida en Esquel, radicada actualmente en Buenos Aires. Docente. Es autora de la novela “Cara al Viento”; y coautora de “Rescate: biografías de maestros Patagónicos” y de las antologías “Desde el Chubut I”, “Desde el Chubut II” y “Desde las postas del viento”. Ha recibido premios provinciales, nacionales y latinoamericanos. Coordinó diversos talleres literarios y actuó como jurado de concursos de letras en varias ocasiones. Este cuento pertenece a su libro “Código de Silencio” (Bs As, Abarcar Ediciones, 2013), recientemente publicado.

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jueves, 17 de octubre de 2013

EL POEMA DE HOY



La Lid


Por Jorge Baudés (*)


Languidece la tarde.
El sol declina su reinado y se somete
a la negrura espesa de la noche.
Victoriosa, se yergue ella.
Vasallas de aquél, enhiestas las estrellas se resisten
 encendiendo antorchas titilantes.
La oquedad del infinito las envuelve y amenaza.
En enhebrados destellos
sostienen encarnizada lucha por la luz difume
hasta agotarse  entre sí en eterno duelo.
El alba, deviene entre los contendientes, silencioso.




(*) Escritor chubutense.
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domingo, 13 de octubre de 2013

EL POEMA DE HOY



                                   EL GUARDA


Por Miguel Oyarzábal (*)



La tarde también se deslizaba
por las vías del Ferrocarril Belgrano
y el tren se escapaba de Buenos Aires.

Desde la ventanilla
sentí como el sol
se resistía a alcanzar la noche
como cuando era chico.

El poema
como un mecano
se armó en la cabeza.
Temeroso de perderlo
desenfundé el cuaderno
y una lapicera negra.
Apoyado en el maletín
intentaba escribirlo
con todas las torpezas en contra.

En ese momento
entró el guarda en el vagón,
en aquel tiempo había guardas,
pase, boleto y abono;
abandoné los versos
y preocupado
hurgué
buscando el minúsculo rectángulo de cartón.

Al verme
el hombre de traje y gorra gris
dijo:
Siga escribiendo maestro
siga escribiendo.

Aquel atardecer
y por la gracia
de esa ínfima parte de pueblo
que es un guarda de tren
con pañuelo verde
en el bolsillo superior del saco,
me sentí poeta.



(*) Escritor de Puerto Madryn.




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jueves, 10 de octubre de 2013

EL POEMA DE HOY




Epílogo

                                          Graciela Fernández de Jones



Estiró su vientre la mañana
en la batea del horizonte
y ensillé la vida galopando en la garganta
del aire pardo
con espuelas de sol
orillando el sueño.

Mustias las tapias amordazaron las voces
y éramos un mismo instinto ululando
en el encordado del viento.
                   …sólo un verde esquivo
                            en el aliento seco…

Un escarceo luminoso desprendió la memoria
y el recuerdo me selló la piel
en la boca oscura de los ojos
de aquellos que partieron.

Angosté la mirada en la espera
cuando la hoguera del ocaso destiló cenizas
y se adelgazó  el silbido en las espaldas del coirón
cerrando la tarde en postigotes de silencio.
                   …sólo un aliento esquivo
                            en el verde seco…

Un frío estilete de luna
socavó los torpes rostros del  hombre
y cinceló la escarcha la señal del aullido
en la clausura de un tiempo incierto.
                   viento…
                                      viento
                   verde aliento…
                                          esquivo y seco…



- De “Patagonia palabra y silencio” – Antología – Vinciguerra – Buenos Aires - 2006
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lunes, 7 de octubre de 2013

EL POEMA DE HOY




ALABANZA


Por Alicia Cristina de Volpi




La vacuidad del silencio me lleva 
a la piedra afilada de tu nombre…
…Gaiman… enhebro tus raíces 
en el coloso Matthews, 
en el trigo vital florecido 
del regazo de una tierra virgen, 
perfumada con amoroso afán 
de corales bíblicos y rezos…

Soy de tu pionera estirpe: 
anido en mítica memoria 
el ancestro musical… 
oigo musitar al río sinuoso 
las rogativas de Camarucos, 
los bardos del Eistedvod… 
…indio y galés en las estepas
   habitando la soledad… 
             ...pifilca y armonio, arpa y cultrún… 
y un rechinar de carros y vagones 
enlaza al país inmigrante 
ahondado en mis entrañas…

¡Necesito el regocijo de tu abrigo pueblerino
cuando la esperanza se escurre 
en el vaivén de mi tiempo…! 



 1er. Premio Concurso 110° Aniversario Municipio de Gaiman, 1995 
(Desde el Chubut II, Ed.Vinciguerra, 1998)

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miércoles, 2 de octubre de 2013

LA NOTA DE HOY




PUEBLOS FANTASMAS


Por Jorge Eduardo Lenard Vives



Contemplar una tapera, como las mencionadas por Jorge Gabriel Robert en su relato “Taperas y su magia”, o una de las estaciones de ferrocarril abandonadas que nos recuerda Cristian Aliaga en su prosa poética “Las estaciones se repiten”, de la “Música desconocida para viajes”, causa una sensación de desasosiego, de melancolía sorda, apagada; que surge de imaginar las ilusiones malogradas tras esas paredes, de suponer lo que pudo ser y no fue. ¡Qué de sueños se habrán desvanecido en los límites de esos muros, qué de esperanzas truncas! Pero si una construcción aislada motiva tal sentimiento, cuál no causará un pueblo abandonado. Porque a la pérdida de la vida familiar o individual, se suma la pérdida de la vida social, de los anhelos compartidos, de las empresas comunes.

La sensación de nostalgia se potencia aún más en la extensión de la meseta, donde la súbita irrupción de un caserío derruido en medio de la nada, resalta el contraste entre la vasta naturaleza agreste y los rastros de la civilización. Además, está el viento; que susurra por las calles vacías, silba en las esquinas de las casas derrumbadas, arrastra los cardos rusos por las veredas y, a veces, arranca algún sonido inesperado y anómalo, como el golpear de una chapa o el chirrido de las aspas de un molino desvencijado.

Sin dudas, estos pueblos olvidados son numen para el literato. Ese maestro de las letras patagónicas que es Elías Chucair, dedica una de sus obras, “Quetrequile, el pueblo que fue...”, a recordar el poblado del sur rionegrino que, con veinte años de historia a cuestas, desapareció cuando la Línea Sur estableció su traza y llevó a sus habitantes a formar un incipiente caserío más cerca de los rieles. El tren no le trajo el progreso, sino el declive.

Por el contrario, el poblado del que habla Alejandro Aguado en Cañadón Lagarto. 1911- 1935. Un pueblo patagónico de leyenda, sacrificio y muerte, nació como estación del ferrocarril sobre la vía entre Comodoro Rivadavia y Sarmiento. Permaneció habitado hasta 1945; luego comenzó a declinar, para desaparecer definitivamente hacia la década del 50.
Cabo Blanco. Historia de un pueblo desaparecido”, de Carlos Roberto Santos, narra la historia de ese villorrio, que nació en 1902 a partir de una estafeta del Correo. Su crecimiento se potenció por la explotación de las salinas existentes en la zona. Al dejar de ser rentable, en los años 30, la población partió en busca de su sustento en otras latitudes. La estafeta permaneció hasta 1973, fecha en que fue cerrada; desde entonces quedó sólo la dotación del faro.

Un párrafo aparte merece “Falsa calma. Un recorrido por los pueblos fantasma de la Patagonia”, de María Sonia Cristoff. No se trata aquí de estos lugares donde la población migró por algún motivo, dejando el sitio vacío; sino de localidades habitadas, en las que su población sufre el aislamiento propio de la región. Para la autora se convierten así en pueblos cuya aparente calma los transforma en “fantasmas”; aunque bullan bajo la superficie los remolinos de la vida.

Desde la poesía, Jorge Castañeda, nos trae una visión lírica de un pueblo que se diluyó en el pasado, con su poema “A Mina Gonzalito”.

Quisiera volver a verte
Si me llevara el camino
Paraje de mi provincia
Vieja Mina Gonzalito.
...................................


                          Hoy todo se hizo tapera                          
Es muy triste tu destino
Hay un silencio cansado
Bajo el manto del olvido. 
Ya no hay fiestas escolares
Ni el bullicio de los niños.
Solo ha quedado el paraje
Sobre la estepa dormido.

Pero más allá de la añoranza que genera el pensar en los tiempos idos, estas paredes abandonadas – sean taperas o pueblos fantasmas – provocan estremecimientos al sospecharlas habitadas por los espectros de sus ex moradores o de otras almas en pena que, vagando por la meseta, las toman por refugio; apariciones como la que en el cuento “El puesto del diablo”, de Mario Echeverría Baleta, sorprende al incauto que fue a dormir en un puesto deshabitado. Las casas encantadas y las ciudades malditas han sido siempre objeto de la Literatura universal. También la Literatura Patagónica, ya sea como ensayo, poesía o narración, alberga entre sus páginas las sombras taciturnas de los muros de lo que fue acogedora morada o pujante villa; y que el tiempo y los vaivenes de la historia transformaron en ruinas.




Nota: el poema completo de Jorge Castañeda puede ser visto en http://www.valchetanet.com.ar/2013/07/a-mina-gonzalito-por-jorge-castaneda.html

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