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martes, 25 de febrero de 2014

EL CUENTO DE HOY





EL RELOJ

Por Luis Ferrarassi (*)



El reloj me lo regaló mi abuela. Ella lo heredó de su padre. Él de su tía y a su vez ella de su abuelo que vivía en un rincón desolado de la comuna de Valenza, en Italia, de donde provienen mis raíces. Después de esa generación, nadie sabe precisar de dónde provino aquel reloj.
Mi abuela me dijo que en mi caso, era conveniente saltear una generación porque simplemente, no había nadie más en la familia merecedor de aquel artilugio.
No era gran cosa. Era una baratija oxidada, con su tapa ondulada por algún golpe que no permitía que se cerrara; tenía un cristal grueso, raspado y opaco, la cadena estaba oxidada también y con el paso de los años había perdido varios eslabones. Noté que le faltaba la manivela para darle cuerda y hacerlo andar. Pero mi abuela me dijo que no debía preocuparme por eso, que el reloj no necesitaba que le dieran cuerda. Aún así, la hora la marcaba con exactitud.
-Me voy a dormir, hijo. Nos estamos viendo mañana para unos mates dijo y se fue por el pasillo hacia su habitación.
Como si aquel obsequio fuera una especie de augurio, mi abuela falleció al día siguiente. Como era la única abuela que había podido conocer, ya que los otros habían fallecido en Italia, me dolió mucho su muerte. Teníamos una afinidad única, nos conectábamos muy bien y habíamos pasado muchos años haciéndonos compañía, fumando y jugando a las cartas.
Durante el velorio, no soporté lo morboso que se vuelve la pérdida de un ser tan querido y me fui al baño para poder llorar tranquilo y estar solo. Cuando me calmé, abrí el grifo y me lavé la cara. A través del silencio del lugar, pude escuchar que en el bolsillo de mi camisa vibraba el segundero del reloj. El sonido acompasado y eternamente regular me tranquilizó. Pero luego, noté que los tic-tacs cada vez se espaciaban más uno de otro. Al parecer, después todo, sí debí preocuparme por la manivela faltante de la cuerda.
Lo saqué y lo miré. Mientras pensaba que debía llevarlo al relojero para que lo arreglara, el segundero seguía avanzando lentamente, en sus pequeños engranajes, escuché que el agua que corría del grifo dejó de producir ese sonido susurrante. Desvié la mirada y vi que el agua caía como en cámara lenta.
Me quedé mirando sin poder creer lo que mis ojos evidenciaban. Me froté los ojos, pensando que aquello era una visión de mis ojos lacrimosos o bien una treta de mi mente adormilada. Pero de hecho, el agua caía en cámara lenta. Cuando el reloj se detuvo de golpe, el agua lo hizo también. Aquello parecía una foto.
Los susurros que había escuchado de fondo, ya no se escuchaban. Salí del baño y observé que la sala velatoria parecía el hall de un museo que exponía una dramatización de un velorio. Pero estaban mis seres queridos. Mi mamá estaba a un costado hablando con mi tía, ambas congeladas en sus gestos. Mi papá se frotaba los ojos con sus manos, secándose las lágrimas.
Todos, todos en la sala parecían estatuas de cera.
El tiempo se había detenido. El reloj, de algún modo, había tenido algo que ver con eso. Entonces me pregunté por qué mi abuela me había dicho que el reloj no necesitaba que le dieran cuerda. ¿Qué clase de reloj era? ¿Acaso el reloj se detenía, congelando el tiempo a mi alrededor y volvía a comenzar cuando quería? Miré el reloj en mi mano y sentí que aquel debía ser tanto un tesoro familiar, como un secreto. Me pregunté las cosas que podría hacer con él, con el tiempo detenido.
Entonces, me acerqué al féretro de mi abuela para contemplarla. Pero no estaba ahí.
Contuve la respiración y hasta la sangre que fluía por mis venas parecía también detenerse. La imagen inexplicable del cajón vacío hizo que me corriera un frío helado por mi columna hasta llegar a la base de mi nuca.
-Hola hijo dijo una voz en medio del silencio.
Me giré y era mi abuela. Las piernas me temblaron y la vista se me nubló.
- Antes que arranque de nuevo el reloj, ¿nos tomamos unos amargos?




(*) Escritor de Río Gallegos
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sábado, 22 de febrero de 2014

LA NOTA DE HOY




EL EROTISMO EN LA LITERATURA

Por Olga Starzak





En principio me urge preguntarme si voy a referirme a la Literatura Erótica o al Erotismo en la Literatura. Con cierta reticencia observo con qué vacuidad se suman géneros o subgéneros literarios a los formalmente establecidos. Hay quienes creen que para ello basta con que un determinado tema conlleve suficientes seguidores. ¿Estaría bien hablar, entonces, del género erótico? ¿O es este tópico agible de incorporar dentro del género narrativo? Tal vez esta sea una cuestión de debate o intercambio a suscitarse en este u otros espacios. Ahora  me insta referirme a los textos eróticos y su ascendencia en la sociedad lectora.
Sabido es que desde años remotos, de una y muchas formas, narradores anónimos y bien conocidos, se han expresado sobre esta temática. No es casual: el erotismo y el sexo son asociados indisolubles, como lo es el sexo del placer, el placer del goce, el goce del disfrute, y permítanme decirlo, el disfrute de lo prohibido y por consecuencia del  tabú.
Antes de continuar con esta reflexión quiero dejar resuelta la disimilitud entre erotismo y pornografía. El primero de los términos proviene de la palabra ρως en la lengua griega antigua y está vinculado a la atracción sexual, el placer y la fertilidad; el segundo responde a toda expresión gráfica que incite a las relaciones sexuales y deriva del vocablo pórnē  que significa “prostituta”. Estos escritos son explícitos y encierran, en la mayoría de los casos, lo obsceno y la lascivia; pueden incluir  sumisión y  esclavitud sexual.
Aunque los límites entre una y otra son muchas veces discutibles, volvamos a lo que entiendo como literatura erótica
Los libros que narran acciones eróticas se caracterizan por un lenguaje estético, sugerente y atractivo que, aunque carezcan de giros netamente literarios, poseen una trama envolvente que invita a la imaginación e incita a la fantasía sexual. Aún así, o tal vez por eso, no siempre estuvieron (o están) a la vista en los anaqueles de las bibliotecas, y  hasta hayan permanecido en la clandestinidad o rescatados del fuego. Sin embargo son parte de la Literatura Universal y prueba de ellos es que autores del talento de James Joyce (en Cartas de amor a Nora Barnacle) desnuda un perfil lujurioso del que sus propios descendientes se avergonzaron. O Mark Twain que en el año 1901, en forma anónima, publicó libros considerados pecaminosos. También se le adjudican obras de esta índole a Oscar Wilde: Teleny, con una trama gay, fue objeto de censura durante muchísimos años.
Vladimir Nabokov saltó a la fama con su obra Lolita, Henry Miller se animó con Trópico de Cáncer, John Updike escribió Corre, conejo, Mario Vargas Llosa, Travesuras de la niña mala, Marguerite Duras, El amante...
Fue la francesa Anais Nin la pionera de esta temática literaria, abordando aspectos como el incesto, el lesbianismo y el voyeurismo. Sus trabajos fueron recopilados en Delta del Venus.
No olvidemos Memorias de una princesa rusa, de autor anónimo, Historias de O. de Pauline Réage  y El amante de Lady Chatterley de D.H. Laurence.
Últimamente, y con millonarias ventas, apareció inundando las librerías la trilogía de E.L. James: Cincuentas sombras, también Pídeme lo que quieras de Megan Marwell y No te escondo nada de Sylvia Day.
La lista arriba mencionada es sólo una muestra de que el erotismo es materia fundamental en la literatura y que desnudar los cuerpos a través de las palabras ha sido y es  un desafío de cientos de escritores que buscan plasmar en las hojas el producto de desvelos propios o ajenos, pasiones y fantasías, deseos o placeres.
Si bien es cierto que hoy este tipo de Literatura está al alcance de todos y ocupa espacios privilegiados en las vidrieras de las librerías, aún hay quienes esconden, niegan o se avergüenzan al decir que las leen; o lo que es incomprensible juzgan severamente a quienes lo hacen. La pregunta entonces es… ¿es socialmente correcto gustar de textos eróticos?, ¿dónde está el límite, si lo hay? En lo personal creo que es el propio lector el que debe decidir qué leer, haciendo uso de su libertad, tal como elige qué película ver  o qué programa de televisión sintonizar. Lo que me atrevo a sugerir es que no debemos olvidar de ejercer nuestra responsabilidad de adultos; como lo hacemos (o deberíamos hacer) al optar qué libros poner al alcance de niños y jóvenes, o preocupándonos por conocer el riquísimo material bibliográfico que se produce para las distintas edades, necesidades e intereses educativos o recreativos. Es la formación la mejor manera de preparar a los chicos para  abordar más tarde temáticas eróticas u otras, si deciden adoptarlas.






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martes, 18 de febrero de 2014

LA NOTA DE HOY




DIVAGACIÓN I



Por Juan Roldán (*)



   Odio escribir. Odio porque siento que las palabras son fugitivas que nunca alcanzo. Tramposas que insinúan sentidos que no poseen, falaces. Aves que se vuelan cuando intento atraparlas. Odio, porque casi nunca dicen lo que yo quiero que digan y me traicionan a la vuelta de un verso o en una próxima oración, obligándome a caminar por senderos que no pensaba. Son salvajes, aun aquellas que parecen dulces, como: cielo, cariño, nube, beso. Engañosamente inocentes.

   Odio escribir cuando paralizado frente a una última línea no me dicen nada, y leo y releo; y lo escrito se cierra como las puertas de roca de la cueva de los ladrones, sin saber yo, el conjuro. Ábrete, ábrete... 

   Odio escribir porque en la furia repentina de una idea que avanza, todo se vuelve en contra y me denuncian como un fraude, un loco, un asesino o una víctima. Desnudando el carácter transitorio y volátil de mi alma, sacando a la luz lo que tengo de demonio y farsante. 

   Lo dicho: odio escribir, y pienso que mi solitaria creación solo ocupara un par de carillas inentendibles, que intentaran un absurdo equilibrio, una imperfecta armonía. 

   Amo escribir. Amo escribir cuando repentinamente las palabras brillan como portales estelares a otro universo. Y suenan tan parecido a como suenan las galaxias y las estrellas en una noche clara. Casi como estallidos de luz y sonido, como gotas suaves cayendo en los follajes de los árboles, como aquella brisa marina que trae el olor de puertos lejanos. 

   Amo escribir. Porque, a veces, solo a veces, las palabras dejan de serlo y se vuelven lo dicho. Entonces, crecen alrededor de mi solitaria actividad: árboles, caminos, mares, vientos, y rió y lloró como si en vez de escribir estuviera viendo. Estuviera viendo. 

   Amo escribir, odio escribir. 

   Amo...



(*) Escritor santacruceño.

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viernes, 14 de febrero de 2014

EL POEMA DE HOY



VELERO MIMOSA


Por Poly Barletta (*)



Surcaste el Atlántico trayendo a tu bordo,
 -¡Quién sabe qué sueños de paz y riqueza!-
en aquel puñado de seres valientes,
plenos de esperanzas, de Fe, de grandeza.

Partiste, dejando en la playa
un mundo de dicha ilusoria;
y sobre las aguas,
una estela de adiós para aquellos
que con luchas y miserias conquistaron la tierra y la historia...

Tierras desoladas les dieron abrigo,
Tierras desoladas, vestidas de gris y de frío.

Peregrinos por "tierras de nadie",
anduvieron caminos de espinas,
huecos de esperanzas,
que ocultaban riquezas dormidas.

¿Qué pesar no sufrieron?
¿Qué infructuoso trabajo evitaron
por aquel bienestar anhelado?
¿Qué temor no vencieron?

Pero eran "cruzados" de una Fe siempre airosa,
y, perdida la patria lejana
detrás de tu estela, velero Mimosa,
revivieron de sus sueños muertos
-esos sueños de gloria o riqueza-
y vencieron los campos desiertos.

En su nueva, quimérica Gales,
bajo el cielo de nuestra bandera,
abrieron el surco, sembraron el trigo,
trazaron canales que el Chubut recorrió con sus aguas.

Y ese hilo de savia bendita
besando regiones sedientas;
Y el suspiro de alivio de la tierra cansada,
de la "tierra maldita" que se dio, doblegada,
fue la espada de aquella victoria
que grabó, en la paz del trabajo,
una página hermosa de historia.




(*) Ana Poly Barletta: Destacada docente chubutense, nacida en Cabo Raso. A pesar de su breve existencia dejó una fecunda obra poética, obteniendo en el año 1953 el primer premio en un concurso nacional de poesías. Este poema es del año 1982; fue presentado en la celebración del Gwyl y Glaniad del año 2013 en la Asociación de Residentes Chubutenses en Buenos Aires. Agradecemos a la señora Nancy Humphreys habernos permitido su publicación.




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domingo, 9 de febrero de 2014

EL POEMA DE HOY




RETAZOS


Por Miguel Oyarzábal (*)




En los días lluviosos
aparecen los recortes de la noche.
Este es rojo sangre
tal vez
un poco más claro.
Viene de un horizonte extraviado
huele a arena y resurrecciones
donde la penumbra puede inclinarse
pero no se cae.
El boleto
es hasta un salón desprovisto de adornos
y con algunas luces minúsculas.
El pedazo de tela
se transforma en todo un vestido,
una mujer
cuyo nombre abandonó la madrugada
por no marcar cicatrices.
Ella,
obrera de lo oscuro,
me ayudó a ver de cerca
las primeras piedritas
para que aprenda
cómo encender los fuegos.



(*) Escritor de Puerto Madryn.


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miércoles, 5 de febrero de 2014

LA NOTA DE HOY




METÁFORAS

Por Jorge Eduardo Lenard Vives




Puestos a pensar en la metafísica que debería subyacer en la Literatura Patagónica para acreditar su identidad, al decir del escritor santacruceño Juan Roldán, no es ocioso indagar respecto a la visión externa sobre la región. Con esta óptica, para esa gran metáfora de la vida que es la Literatura, la Patagonia parece ser otra metáfora.

Cuando Darwin afirma que en nuestro suelo “pesa la maldición de la esterilidad”, no sugiere realmente que sea objeto de un anatema. Su exabrupto, más bien, es producto de juzgar a la Patagonia como una metáfora de la aridez. Por eso agrega: “Sin embargo, al pasar por regiones tan yermas y solitarias, (...), se apodera del ánimo un sentimiento mal definido, pero de íntimo gozo espiritual”. Hasta ese momento, Darwin no había conocido el desierto. Al enfrentarlo, debe haberlo percibido como la suma de lo infértil; máxime considerando que ya sabía de la existencia del verde Brasil y, sólo unos kilómetros más al norte, de la feraz pampa húmeda.

Años más tarde Julio Verne, buscando escenarios románticos para sus ficciones, los encuentra en esta tierra; y con sus obras la trasforma para sus lectores en una metáfora de la aventura. Además, la muestra como un sitio apto para llevar adelante los utópicos proyectos sociales de aquella época; lo cual comparte Juan Bautista Alberdi cuando en su novela “Peregrinación de Luz del Día” la llama “aquel mundo favorito de los ensayos temerarios, de los experimentos fantásticos, donde todas las utopías se ponen a prueba...”. Es decir, la Patagonia es valorada también como una metáfora de la utopía.

Pero es en las postrimerías del siglo XX e inicios del XXI, cuando, a través de algunos pensadores y escritores, encontramos que la partitura posmoderna de la región sigue interpretándose en clave de metáfora. Así lo dice Enrique Vila - Matas en su novela “Doctor Pasavento”, al reflexionar el protagonista respecto a su inusitado deseo de desaparecer:

Pensé en todo esto y me pregunté si no sería que, detrás de mi cada vez más recurrente deseo de conocer ese sanatorio, no estaría escondido, aparte de mi locura, el mito de la desaparición. Hasta entonces había pensado mucho en la desaparición, pero no en el mito. ¿Había realmente un mito de la desaparición? ¿Y cómo no iba a haberlo? Para muchas personas, ese mito se encontraba, por ejemplo, detrás de la fantasía poética de la Patagonia, es decir, detrás de la idea de hundirse en la desolación del fin del mundo, en ese lugar, la Patagonia, donde uno es muy consciente de que la belleza puede conducirte a la desolación (...) ...finalmente vino a mi memoria una frase que no recordaba quien había dicho: “Viajar a la Patagonia debe ser, por lo que imagino, como ir hasta el límite de un concepto, como llegar hasta el fin de las cosas.

        Quien la había dicho era Jean Baudrillard, en una entrevista que le hicieron para el diario Clarín los periodistas Pablo Chacón y Jorge Fondebrider, con el título de “Una metáfora de la desolación”. Dice allí el filósofo:

      Detrás de la fantasía de la Patagonia está el mito de la desaparición, hundirse en la desolación del fin del mundo. Por supuesto que se trata de una metáfora. Viajar a la Patagonia, por lo que imagino, es como ir hasta el límite de un concepto, como llegar al fin de las cosas. Conozco Australia y el desierto norteamericano, pero presiento que la Patagonia es la desolación de las desolaciones. De todos modos no se trata de una fantasía estrictamente personal. Sé de mucha gente en Europa que piensa como yo sobre la Patagonia: una región de exilio, un lugar de desterritorialización, una especie de Triángulo de las Bermudas.

Para Baudrillard, la Patagonia es, precisamente, una metáfora de la desolación; concepto que ya Borges había relacionado con la zona. “Es un lugar desolado. Un lugar muy desolador”, le dijo a Paul Theroux en la entrevista que éste publicó en su libro “El viejo expreso de la Patagonia”. Pero Vila – Matas le suma un nuevo significado:

      Me dije que la Patagonia o el manicomio de Herisau eran, por supuesto, metáforas. Desde hacía unos minutos, el manicomio de Herisau era mi metáfora personal del fin del mundo. La Patagonia, en cambio, una metáfora que era propiedad del mundo entero.

Otro escritor que entendió a la Patagonia como una gran metáfora es Claude Lanzmann, en su obra “La liebre de la Patagonia”. En los últimos párrafos, Lanzmann declara:

      ¿Por qué, de pronto, he decidido ponerle a mi libro este título insólito, “La liebre de la Patagonia? (...) Cada día, durante la redacción de este libro, he pensado en las liebres, en las del campo de exterminio de Birkenau, que se escurrían bajo las alambradas infranqueables para los hombres, en las que abundaban en los grandes bosques de Serbia mientras conducía de noche, cuidándome mucho de no matar a ninguna, y también en la que, como un animalito mítico, surgió ante el haz luminoso de mis faros después del pueblo patagón de El Calafate, clavándome literalmente en el corazón la evidencia de que estaba en la Patagonia, de que en aquel preciso instante la Patagonia y yo estábamos de verdad juntos. (...) Tenía casi setenta años, pero todo mi ser saltaba de una alegría salvaje, como a los veinte.

Según el autor, la Patagonia es una metáfora de la libertad.

Tácita representación de la utopía, de la aventura, de la aridez, de la desolación, del “fin del mundo”, de la libertad... Para la Literatura, la Patagonia tiene todos esos significados; y mucho más, que será menester seguir dilucidando.




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