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miércoles, 26 de marzo de 2014

EL POEMA DE HOY



EN  CUARTO  PLANO
                         
                                                  A Paul  Gauguin.
Por Carlos Dante Ferrari





En una isla cálida, distante,
la morena mujer lava un pescado
de carnes blanquecinas
y azulados destellos.
Sobre la orilla,
varios hombres aprestan sus barcazas
para hacerse a la mar.
Entre los juncos,
un joven y una niña se dan el primer beso
mientras despierta en ellos
un fuego cosquilleante
que ha de anidar por siempre
en sus entrañas,
tizón de sus recuerdos.

La tarde huele
a esas flores tempranas, a ventiscas del Sur
(presagios de tormenta).

Unos flamencos
dibujan su rosado vuelo hacia el estero
como si patinaran suavemente
con las alas
sobre el arco celeste
de la tarde.

Desde un cercano promontorio,
tranquilo y a la sombra del sombrero pajizo,
el hombre aspira el hálito dulzón
de su tabaco.
Entre el humo incitante, voluptuoso
y las vagas memorias que palpitan
bajo el nublado ceño
su corazón cansado aún acompasa
sístoles de callado regocijo
y diástoles de muerte.


Casi podemos percibir a nuestro lado
la fuerza creadora que 1o inspira,
su concentrado gesto.

Pero é1 no está en la escena.

Por lo demás, inocentes de todo,
tanto unos como el otro ignoran
los ojos que profanan
desde este insospechado sitio
los tranquilos quehaceres
de la siesta.

¡Estamos tan lejanos en espacios y en épocas!..

Y sin embargo
hénos aquí:
instalados a espaldas del pintor
sin que él lo sepa...
Asomados al puente que nos tienden
la mano magistral
y el policromo
microuniverso potencial
de su paleta.

Transportados por gracia del asombro,
somos mudos testigos
de un óleo atemporal,
frente a los trazos
que acaban de atrapar la magia
del instante
en el color gastado
de su tela.
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viernes, 21 de marzo de 2014

LA NOTA DE HOY






Resurrección de Bandidos: ¿quién fue el  verdadero Sundance Kid? (*)


Por DANIEL BUCK (**)




    El verano pasado el gobernador de Wyoming, Matt Mead, recibió un presente inusual de un hombre de negocios de Arizona, llamado Jerry Nickle: se trataba de un libro recién publicado que promueve la idea de que William Henry Long, el bisabuelo del autor, no era otro que el Sundance Kid del afamado dúo “Butch y Sundance”. Aún más sorprendente que el libro fue su entrega. Nickle y su co-autor habían pedido prestado caballos en Cheyenne y cabalgaron por la acera para salir al encuentro del gobernador.

    Nickle no sólo sustenta la pretensión de que su bisabuelo Long fue el famoso bandido de la “Pandilla salvaje”; también asevera que él y Butch Cassidy no murieron en Bolivia, como muchos creen. Descarta además que su bisabuelo se haya suicidado, según creyó su familia durante largo tiempo, sino que fue asesinado por su compañero Matt Warner, también miembro de la Wild Bunch, después de una discusión acerca de un libro que Warner había planeado escribir, donde Long podría haber sido expuesto públicamente como Sundance. El entusiasmo de Nickle no es empañado por la ausencia de cualquier indicio que vincule a su bisabuelo a la Wild Bunch, o la falta de evidencias de que éste alguna vez dijera ser el famoso forajido. Cuando las pruebas de ADN no lograron establecer un vínculo entre Long y la familia real del Sundance Kid, Nickle ensayó una nueva teoría: su bisabuelo había robado la identidad de Harry Longabaugh, el hombre al que los historiadores del Oeste realmente consideran que fue el Sundance Kid.

   Bienvenido al universo caleidoscópico de la historia del Salvaje Oeste, donde los forajidos regresan de entre los muertos con regularidad vampírica. Long no es una anomalía, en modo alguno, ya que las vivificaciones de bandidos son relativamente comunes; por lo menos entre los más conocidos de la clase criminal. Si bien en algunos casos la identidad de un malhechor muerto se atribuye a otra persona ha fallecido -a menudo por su antecesor- en otros es asumida por una persona viva, un impostor. Estos resurreccionistas constituyen una mezcla variada de bromistas, de aficionados a la genealogía y de teóricos de la conspiración que no puede aceptar que su héroe bandido haya muerto. Y suelen encontrar una audiencia receptiva porque, bueno, ¿quién puede resistirse a una buena historia de fogón campestre?

   Butch Cassidy y el Sundance Kid eran parte de un conglomerado de forajidos de las Montañas Rocosas que merodeaban a comienzos del siglo pasado, llamados "The Wild Bunch" (La Pandilla Salvaje”) por la prensa. Aunque Butch y Sundance cometieron pocos crímenes en común en los Estados Unidos, están indeleblemente ligados como un dúo fuera de la ley en la imaginación del público, ya que huyeron juntos a América del Sur (Sundance llevó consigo a su compañera, Ethel Place), probablemente murieron juntos en Bolivia en 1908 y, lo más destacable, fueron inmortalizados juntos en 1969 en la película de George Roy Hill, “Butch Cassidy y el Sundance Kid”. La contribución principal para su deificación la hicieron Paul Newman como Cassidy y Robert Redford como Sundance.




    La pretensión de ser Butch y/o Sundance (o cualquiera de los muchos otros famosos bandidos del Lejano Oeste) tiene una tradición larga e ilustre. William Henry Long, por ejemplo, no es el primer hombre que se ha identificado como el Sundance Kid. En 1983, un director de escuela secundaria de Connecticut, Edward M. Kirby, publicó “Auge y caída del Sundance Kid”, donde argumentó que el criminal Hiram BeBee era el ladero de Butch Cassidy. BeBee murió en una prisión de Utah en 1955 mientras cumplía una sentencia de cadena perpetua por el homicidio en primer grado de un alguacil de la ciudad, cometido en 1945. Al igual que con Long, no hubo evidencia de que BeBee tuviera ninguna conexión con el Sundance Kid, salvo los dichos de Kirby sobre supuestas declaraciones no especificadas de BeBee que, además, nunca tomaron estado público.

    Estas identidades insinuadas y encubiertas son a menudo absurdas cuando se contrastan con la realidad. Aparte de la falta de cualquier ligazón entre BeBee y Sundance, había una disparidad física importante. BeBee era feo y bajo, poco más de metro y medio de estatura, según el registro tomado en 1919 en San Quintín, donde el curso del tiempo lo fue convirtiendo en un borracho. Sundance era guapo y alto, de más de seis pies. BeBee se veía como Jimmy Durante mientras Sundance, de hecho, se parecía más a Robert Redford, su alter ego en la pantalla.




    Sundance no ha sido el único miembro de Wild Bunch cuya identidad fue robada por algún resucitador. En la década de 1920, años después de que Butch Cassidy había expirado en Bolivia, el propietario de un taller mecánico en el Estado de Washington llamado William T. Phillips, comenzó a visitar guaridas de malhechores en Wyoming en busca de tesoros de bandidos, lanzando indirectas acerca de que él, Phillips, era el auténtico pillo. Algunos de los viejos camaradas de Cassidy lo tomaron en serio, otros se burlaron de la idea. Phillips escribió un libro de memorias, "El Bandido invencible", con la esperanza de venderlo a Hollywood. La crónica era una mezcolanza de realidad y fantasía, escrita más como una novela y redactada casi en su totalidad en tercera persona, como si Phillips apenas se permitiera hacer alusión a su supuesta identidad como Cassidy.

    Sin embargo, la farsa de Phillips seguiría sobre el tapete. Él murió en 1937. Más de tres décadas después, Larry Pointer, un miembro del personal de la Oficina de Administración de Tierras en Wyoming, se encontró con el cuento, y después de una considerable investigación adicional, convenció a la oficina de prensa de la Universidad de Oklahoma para publicar “En busca de Butch Cassidy”, una especie de contrapunto o duelo de venta, la biografía de Cassidy qua Phillips.

   La historia era atractiva, porque Cassidy desapareció en 1908, presuntamente asesinado en Bolivia, y Phillips apareció en escena en Estados Unidos en 1908, como si de la nada. Pero la posibilidad de que Phillips fuera Cassidy no podía prosperar. A finales de 1980, cuando Anne Meadows y yo empezamos a investigar la historia de Cassidy y Sundance en América del Sur, descubrimos que a pesar de que Phillips afirmó que se había escapado del tiroteo en Bolivia y regresó a los Estados Unidos para casarse en Michigan en mayo 1908, en los hechos el tiroteo había ocurrido en noviembre, después de su matrimonio.

    El calendario es el mejor amigo del investigador. Así también lo son los mapas: Phillips había localizado el rancho argentino de los bandidos en la parte equivocada de la Patagonia, les atribuyó asaltos a trenes que aún no se habían construido en la época en que estaban en América del Sur, y los hizo acampar durante varios días en un pueblo en el norte de Argentina, Gaciayo, que resultó no existir. Gaciayo es una entrada cartográfica falsa, también conocida como un Mountweazel, diseñada para atrapar violadores de derechos de autor, competidores que usurpan mapas. Phillips no había estado más cerca de América del Sur que los atlas consultados con descuido.

    Movió el puntero alrededor del problema de la fecha del matrimonio postulando la idea de que había varios Cassidys, antes de tirar finalmente la toalla, cuando resultó que Phillips era en realidad William T. Wilcox, un delincuente de poca monta que había estado en la cárcel con Cassidy en la década de 1890.




    Los Resurreccionistas de Bandidos evitan la Navaja de Occam. Cuando nos enfrentamos a un hecho inconveniente, despliegan un deus ex machina  -uno tras otro si es necesario- hasta que todas las contradicciones están envueltas en una elaborada red de explicaciones absurdas.

    "Brushy Bill" Roberts apareció con su propio conjunto de contradicciones en Nuevo México en 1950, afirmando ser Billy the Kid. Fue patrocinado por un abogado y quería su absolución, aunque no estaba claro el porqué, ya que sus crímenes tenían siete décadas de antigüedad. El Billy real había sido abatido a tiros en 1881 por el sheriff Pat Garrett.

    Roberts tenía buena labia -antes había afirmado ser Jesse James- y obtuvo unos cuantos partidarios, incluyendo a su ciudad natal, Hico, Texas, que abrió una "Billy the Kid Museum y tienda de regalos." Tuvo mucha prensa a lo largo de los años. Los reporteros gustan de las historias de bandidos resucitados; son divertidas de escribir y los lectores las paladean. En la jerga moderna, son “clickbait”. [1]

    Los historiadores serios de Billy the Kid no dan ningún crédito al cuento de Roberts. La Biblia de la familia Roberts registra a 1879 como su año de nacimiento, por lo que él tenía dos años cuando Billy fue baleado. Él era un chico real, pero no “el chico Billy”.




     Antes de la aparición de Roberts estuvo John Miller, quien murió en Arizona en 1937, más de medio siglo antes de que su resurrección se hiciera pública, alimentada el libro de Helen Airy de 1993, “Qué pudo sucederle a Billy The Kid”. Según Airy, lo que sucedió, ni más ni menos, fue que Miller era el idolatrado chico malo. La evidencia en apoyo de que Miller era Billy incluye comentarios privados que había hecho en tal sentido y el hecho de que tenía dientes de conejo, al igual que Billy. (Al igual que Bugs Bunny, si uno lo piensa.)

     En cualquier caso, el verdadero imán para las resurrecciones de bandidos fue Jesse James. No importa que el bandolero fuera asesinado en su propia casa en 1882, y que su esposa y su madre lo habían enterrado. Media docena de hombres reivindicaron más tarde ser el bandido de Missouri o fueron promovidos como tales por sus descendientes.

    J. Frank Dalton es el más conocido de ese rebaño. Su historia fue transmitida por una estación de radio de Oklahoma a finales de 1940, y al día siguiente, el Lawton Constitution tituló "Jesse James está vivo en Lawton." En la primera aparición pública de Dalton en la ciudad, unas 30.000 personas salieron a curiosear. Luego hizo una breve carrera -falleció en 1951- realizando apariciones personales y de trabajo en circuitos del carnaval, y terminó en las Meramec Caverns en Missouri, compartiendo el escenario en una ocasión con el paródico “Brushy Bill” Roberts como Billy the Kid.

     Décadas después de que la controversia de J. Frank Dalton se había desvanecido, Betty Dorsett Duque se lanzó a anunciar que su bisabuelo, James Lafayette Courtney, era Jesse James, habiendo escapado de la muerte en 1882 cuando otro hombre fue asesinado en su lugar, y que vivió hasta 1943. Duke escribió, como parece ser obligatorio, un libro, “La verdad sobre Jesse James, según lo contado por su bisnieta” (2007). A lo largo de 672 páginas - casi 200 páginas más que la biografía definitiva del forajido Jesse James: “El último rebelde de la Guerra Civil” (2002), por TJ Stiles- ella acribilla al lector con argumentos, entre ellos, que su bisabuelo escondió monedas de oro alrededor de su propiedad, y cada vez que alguien se acercaba a su casa de campo en la noche,  apagaba las luces y se parapetaba tras la puerta principal con una pistola cargada.

    Algunas contradicciones desfavorables de Duke: Jesse James era de estatura media, 5' 7" o algo así, y Courtney medía más de seis pies. Más importante aún: la esposa de Jesse James estaba en la habitación contigua cuando fue asesinado en 1882, y ella lo enterró. Duke ni siquiera podía convencer a su propia familia. Los descendientes de Courtney, con enojo, lanzaron un sitio web donde compiten para refutar sus afirmaciones.

    No parece importar si un delincuente muere de muerte en disputa y anónimo, como en el caso de Butch y Sundance, o a la vista de su familia, como sucedió con Jesse James. Las dudas persisten, y tarde o temprano, aparecen pretendientes. "Hasta cierto punto", escribió el historiador inglés Eric Hobsbawm en “Bandits” (2000), la resurrección de los bandidos:

"…expresa el deseo de que el campeón de la gente no puede ser derrotado, el mismo tipo de deseo que producen los mitos perennes del buen rey -y el buen bandido- que en realidad no ha muerto, y va a volver un día para restaurar la justicia. La negativa a creer en la muerte del ladrón implica un cierto criterio de su "nobleza"... Porque la derrota y muerte del bandido es la derrota de su pueblo, y lo que es peor, de la esperanza. Los hombres pueden y, en general, deben, vivir sin justicia, pero no pueden vivir sin esperanza."

    Tal vez Hobsbawm debería considerarlo. Es igual de probable que los espectros de bandidos surjan de anecdotarios y divertimentos, de las tradiciones folclóricas americanas que nos han dado a Bigfoot y el Jackalope, y de la atracción de larga data de las teorías conspirativas y la genealogía.

     El profesor de la Universidad Estatal de Carolina del Norte Richard W. Slatta examina la tradición narrativa en “El Oeste mítico: una enciclopedia de leyendas, tradiciones y cultura popular” (2001). "El mito es más poderoso, omnipresente y atractivo que la historia", escribe Slatta. De acuerdo con ello, se centra "en la plétora de legendarias, míticas imágenes, acontecimientos, personas y lugares relacionados con el Viejo y el Nuevo Oeste.” Las travesuras son igualmente populares en los Estados Unidos. Muchas leyendas urbanas comienzan como una broma. Una vez lanzada, la broma ondula hacia la leyenda. El hijo de Ray Wallace -el autor original del proponente de Bigfoot-, un trabajador de la construcción el norte de California, declaró a la prensa después de que su padre murió, en 2002, que todo había sido un truco elaborado, que implicaba, entre otras cosas, las enormes patas de madera utilizadas para crear huellas del gigante de los bosques. No obstante, la caza de Bigfoot prosigue sin desmayo.

     Dos de los hermanos de Butch Cassidy lo habrían personificado por puro deporte. Uno de sus doppelgängers, William T. Phillips, se tomó respiro de un matrimonio infeliz en Spokane para visitar los lugares predilectos de los forajidos en Wyoming y ocuparse entretanto de su novia. Ella confió después de su muerte que el burlesque sobre Cassidy era una broma.

     Las teorías de la conspiración a menudo sustentan las historias de resurrección de bandidos. J. Frank Dalton afirmó que él -el verdadero Jesse James- estaba escondido en un establo cerca de su casa, mientras otra persona recibió un disparo en su lugar. “Brushy Bill” Roberts dijo que con la connivencia de Pat Garrett, otro hombre fue asesinado en su reemplazo, permitiendo que él -el verdadero Billy- escapara a México. Las explicaciones acerca de que Butch y Sundance sobrevivieron al tiroteo en Bolivia oscilan desde haber cambiado sus ropas con las de los soldados muertos hasta un rotundo rechazo a creer que los bolivianos podían hacer lo que los americanos no habían logrado: derribar a dos de los forajidos más conocidos del Viejo Oeste. De hecho, la mayoría de los miembros de la Wild Bunch fueron capturados o asesinados por agentes de la ley estadounidenses, y por su parte, soldados bolivianos y perseguidores rurales capturaron a la mayoría de los bandidos que operaban en su país a comienzos de 1900. El bandidaje es una ocupación implacable que ofrece poco margen para el error.

    El fenómeno de la muerte fingida abarca muchas figuras históricas, no sólo a los forajidos. Los ejemplos incluyen Martin Bormann, Adolf Hitler, TE Lawrence, Pancho Villa y Tupac Shakur. "Uno vacila en creer la historia [de Bormann]", escribió Christopher Isherwood, "aunque sólo sea porque se trata de una variante de la leyenda básica de inmortalidad que suele acompañar como una posdata a la aparente muerte de hombres grandes y notorios." En Bariloche, Argentina, un amigo una vez me mostró un mapa del cementerio de la ciudad que indica con precisión dónde fue enterrado Hitler. Me pidió que no lo dijera a nadie. No lo he hecho hasta ahora.




   El interés en la genealogía, impulsado por los sitios web populares como Ancestry.com, también ha jugado un papel importante. James Lafayette Courtney y William Henry Long fueron "descubiertos" en ambos casos por los descendientes hurgando en sus áticos ancestrales. La falta de cualquier evidencia que los vinculara con Jesse James o el Sundance Kid era un inconveniente menor. Un miembro del personal en el Archivo Nacional que recibe muchas consultas genealógicas, me dijo que la gente siempre quiere hallar alguna persona famosa descansando en su árbol genealógico. No importa mucho quién sea, Juana de Arco o Jack el Destripador, con tal de obtener el derecho a presumir.

    Una excursión por el mundo de los avivamientos de forajidos no estaría completa sin mencionar a Robin Hood, el manantial de la mitología del bandido. La idea del buen bandido que roba a los ricos y da a los pobres, que salva a la viuda granjera, y cuya muerte es inaceptable proviene de Robin Hood, escribe Stephen Knight en su “Robin Hood: A Mythic Biography” (2003). "La única película moderna que ha mostrado la muerte del héroe", dice Knight, "Robin y Marian” (1976), es la única que ha perdido dinero en la taquilla."

(Traducción: Carlos Dante Ferrari).


(*) This piece was originally published in English in The Appendix, and can be read here:




(**) DANIEL BUCK es un escritor que vive en Washington, DC. Fue voluntario del Cuerpo de Paz en el Perú y miembro del personal del Cuerpo de Paz en Washington en la década de 1960, y trabajó en la Cámara de Representantes de EE.UU. desde principios del decenio de 1970 a mediados de la década de 1990.
Ha escrito para Américas, South American Explorer, Peruvian Times, True West, y Wild West, en temas tales como Bruce Chatwin en la Patagonia, la fotografía antigua en Bolivia, la controversia sobre el descubrimiento de Machu Picchu, y con Anne Meadows, sobre Butch Cassidy y Sundance Kid en América del Sur. Ambos participaron del IV Simposio sobre Bandoleros Norteamericanos en la Patagonia realizado en Cholila (Chubut) en 2007.






[1] Links incluidos en los sitios web para atraer la atención de los lectores.
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martes, 18 de marzo de 2014

LA NOTA DE HOY




CRONICA DEL LOCUAZ (*)


Por Jorge Castañeda





El locuaz habla hasta por los codos. Cualquier tema es propicio y cualquier ocasión es buena. Cataratas de palabras sin ton ni son: en el clavo, en la herradura; ampliando el tono con las manos en la boca como “Megafón” o gritando al oído. Trivialidades o sandeces, injurias o rumores, disparates o improperios, el locuaz nunca se cansa de hablar.

De sí mismo y de los otros, sobretodo si los otros están ausentes. Habla por metros; botarate de la lengua dilapida el tiempo en gastar saliva hasta que se le seca la boca. Nunca escucha ni piensa. Incluso habla solo. Palabras al viento que entran por un oído y salen por el otro. El locuaz es un necio.

La lengua es su músculo favorito y el que ejercita con mayor perseverancia. Con ella “inflama todo”. Es peligrosa y no sabe ponerle freno. No puede detenerla. Grita, humilla, susurra, zahiere, difama, anatemiza, ausculta podredumbres y sobre todo cansa, cansa…

El locuaz dice: “salid sin duelo palabras corriendo” parafraseando al bueno de Jorge Manrique. Y se olvida que es está haciendo uso de la palabra. Si el tiempo es oro el locuaz está en bancarrota; un rey Midas en el mundo del revés que se empobrece minuto a minuto y empobrece a los demás.

Si acaso tiene contertulios está en su salsa. No se da cuenta cuando disimuladamente  intentan retirarse. Sigue hablando como si nada. Desdeña a Gracián porque para él, lo bueno nunca será breve.

No habla ni ora: perora. Se hace insufrible cuando además de latoso apela al ditirambo más desembozado. Como langosta salta de una idea a otra sin profundizar ninguna ni hacer una pausa o algo que se le parezca. El locuaz no conoce la prudencia y por eso irrita permanentemente. Es un desvergonzado que no sabe decir los silencios.

Verborrágico interrumpe a los demás y sin siquiera ruborizarse controla el monopolio de la conversación que convierte en un monólogo.

Yo prefiero el silencio a la multitud de palabras del timorato. Me alejo de los locuaces, en especial de aquellos precoces que recién te conocen y a los diez minutos ya te cuentan vida y obra. Me molestan mucho y prefiero estar solo.

Porque el locuaz también es inoportuno para cumplir con la general de la ley. Cae en el peor momento y si uno se lo saca de arriba queda después con el complejo de culpa y que Freud nos perdone.

“El que mucho bate la lengua poco piensa” dice el refrán y yo voy dando remate a mi crónica para que no me quepa también el sayo.


(*) De “Crónicas & Crónicas”

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hablar

viernes, 14 de marzo de 2014

EL CUENTO DE HOY




EN LA COCINA

                                     Por Martha Perotto (*)



“Usté, cebolla, váyase derechito a la tabla de picar. Acá mi amigo le dice: «Yo soy el cuchillo, yo mando, y la  voy a trozar hasta dejarla minúscula; a ver si se le baja ese orgullo de Reina de la cocina que suele mostrar» - en este punto Dominga siempre llora, no sabe si es la cebolla o son los recuerdos. Suspira y sigue - En el lago de aceite calentito, usté flotará crepitando y se pondrá dorada. Su aroma hará que el patrón se asome pa' preguntar: «¿Qué hay de comer?» A ver, mi ejército, ¿listo? Platos, a la mesa; ollas, a la pileta; fuentes, en orden. A lucirse, que hay visita.

***

«Yo soy el cuchillo, yo mando, y te voy a trozar hasta dejarte minúscula, a ver si se te baja ese orgullo de Reina de la cocina que soles mostrar».
- ¿Todo listo, Dominga?
- Sí, Patrona. Ya puede venir la Silvia pa' servir la cena.

***

- Apúrate, nena, que Silvia está por servir la mesa. Veni que te arreglo ese moño. ¿Te pusiste la pulserita nueva?
- Mamá, ¿por qué Dominga no quiere salir nunca de la cocina?
- Tiene miedo - se le escapa sin querer.
- ¿De qué?
- De todo. Déjala, ahí se siente segura.

***

Silvia alisa una arruga imaginaria en el delantal y se acomoda el cabello antes de buscar la bandeja. Dominga le habla a la crema que está batiendo: «Crezca, m'hija, crezca y póngase bonita como la Silvia, pero no sea tan coqueta».
- ¡Dominga!, ¿estás loca?, ¿por qué hablas sola?
- Yo no hablo sola, le converso a la crema que tiene que salir como la gente. Ahí llama la señora, lleva la primera fuente pa' la mesa.

***

La hijita de los dueños, que en mitad de la cena se había escapado a la cocina, se chupa meditativa el dedo después de haberlo pasado por la crema de la torta. Dominga la reta con un gesto cómplice mientras repara el daño.
- Dominga ¿cómo llegaste acá, a mi casa?
- A mí me trajo un milagro. Vaya a la mesa, su mamá la llama.

***

- La comida estuvo muy buena.
- Me alegro, ¿un café?
- Sí, gracias. ¿Tienen cocinero importado?
La mujer cruza su mirada con la del marido, se sonríen.
- No, es de por aquí.
- Increíble. Comida de restaurante francés, con un toque autóctono ¡y un vino... excepcional! En el próximo viaje voy a quedarme unos días más.
- No exageres. La atención es mejor si no se abusa – el dueño simula seriedad.
- Es un chiste, no le hagas caso. Vení cuando quieras. Nos hace bien ver otra gente, conversar. En estas soledades uno se vuelve un poco huraño.
Salen al patio a tomar el café. La casa domina un valle inmenso rodeado de mesetas. Al fondo, una espectacular puesta de sol. El visitante pregunta la hora: "Diez y media".
- La pucha que es largo el día por acá.

***

- Los platos sucios, ¡feos! ¡feos!, a la pileta. Los limpios, ¡ah! ¡qué bonitos!, por allá. Toda la gente que había salido de su casa regresa temprano y limpita. Acá, los platitos del café; acá, las cucharitas ¿qué te pasa a vos? A la pileta de nuevo ¡quedaste sucia!
- La comida estuvo muy buena, Dominga, la felicito.
- Gracias, señora.

***

- Usté, blusa, se me acomoda en la silla, y usté, catre, no chille cuando me acuesto.
Dominga separa el biombo y da una última ojeada a la amplia cocina de la estancia. Después se acuesta y apaga la luz. Sabe que debe callar para poder dormir. Se tapa hasta la cabeza.

***

Ollas colgando, sartenes. Una cocina económica con seis hornallas, negra, un horno enorme.
- Acá la traigo pa' ver si aprende algo. Es tan bruta que no sabe cocinar más que carne al fuego - le dijo él a la cocinera.
Dominga tenía quince años, él, treinta. La había arrancado de su rancho perdido cambiándola, a su padre, por dos ovejas y una damajuana. Después, vida de perros.
Ella miraba extasiada la cocina inmensa. Él tenía que irse por unos meses, por un arreo largo, todo el verano. La movida era buena, la dejaba a resguardo y mientras, ella se podía empezar a ganar unos pesos.
Recuerda la primera impresión del agua tibia que corría por su piel, la ropa suave, los olores de los condimentos. Era libre, feliz.

***

Pero siempre había regresos.
- ¿Cortinas en la casa? ¿Quién sos, una reina? ¿Y esta comida? Yo quiero carne, pa' eso tengo mi facón de plata - y jugaba con él en la mano - Mate y asado. ¡Ah! ¡Y vino!... ¿Te pagaron? ¡Dame!

***

Los años pasaron, seis o siete, no puede precisarlo. El mismo ritmo: primavera y verano en la estancia; otoño e invierno, en el rancho. Un tajo profundo en la vida; de un lado, luz, aroma, alegría; del otro, soledad y miedo.
Ese último año no quiso regresar al rancho. La llevó a la rastra. Ella se empacó con la tozudez campesina. El quiso abrazarla y el olor a vino la ahogó. Lo empujó con fuerza.

***

Se habló mucho del caso. Golpeada hasta el cansancio, Dominga se debatió muchos días entre la vida y la muerte. A él no le había alcanzado con golpearla una y otra vez, cuando sacó el facón para hacerla trizas, vacilante por la bebida, tropezó y cayó sobre el cuerpo desvanecido de ella clavándose el cuchillo en el vientre.
Dominga dice que fue un milagro, pero lo dice temblando.

***

Espía apenas por entre la manta que la cubre. "Yo soy el cuchillo, yo mando, y te voy a trozar hasta dejarte minúscula".



(*) Escritora rionegrina.

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lunes, 10 de marzo de 2014

LA NOTA DE HOY




AULAS SIN POESÍA


Por Jorge Carrasco





     Octavio Paz decía: Un pueblo sin poesía es un pueblo sin alma. Hoy en día existe un rechazo directo y una total indiferencia hacia el hecho poético. Cada año, al iniciar el tema frente a los alumnos, recibo menos la desidia que la resistencia. Los varones me dicen que es cosa de mujeres. Todos tienden a creer, antes de leerla en profundidad, que su lenguaje es falsamente rebuscado u oscuramente abstracto. Quien la lee o escribe es considerado un afeminado, una persona susceptible de desconfianza, o directamente alguien que no ha madurado.

     Los lectores más vilipendiados son los lectores de poesía. Cuenta Neruda que su padre, un maquinista de tren, se enfurecía cuando veía al muchacho poeta leer o escribir poesía. Le pedía estudiar para conseguir una profesión decente, es decir nada relacionado con la poesía.

     Los profesores no leen poesía y tampoco les leen poesía a sus alumnos. En muchos casos, cuando el tiempo para dar el programa de contenidos no es suficiente, tienen como prioridad en la lista de los prescindibles el tema poesía. No tienen entusiasmo y no contagian el interés y la ilusión a los chicos. No se trata sólo de una falta de entusiasmo de los niños, sino una apatía que nace en los profesores mismos. No hay seguimiento de autor o de movimiento. No se logra poner los textos en la generalidad de la obra de un autor. Se desconocen los alcances de los movimientos vanguardistas, tema capital para entender la poesía actual.

     Tanto en primaria como en secundaria el cultivo de la poesía en el aula es casi inexistente. La indiferencia y el rechazo van de la familia a la institución escolar. En el aula no se lee ni se escribe poesía con la misma intensidad y consideración curricular que se lee y escribe narrativa. Los profesores menosprecian el texto poético y como saber específico y procedimental lo relegan a un lugar secundario. La educación literaria está invadida de falsos estereotipos.

     Podemos relacionar la actitud distante del alumno con la presentación del fenómeno poético como lejano e inexpugnable, centrado en sus aspectos formales, sin relacionarlo con las grandes verdades del ser humano. La poesía, para ser absorbida necesita de un íntimo encuentro entre autor y lector. La poesía nunca es literal, siempre tiene una carga connotativa en la palabra que supera la interpretación directa. De ahí su riqueza y su multiplicidad semántica. No se trata entonces de un aprendizaje formal solamente, unidireccional desde el profesor al alumno. La poesía requiere cultivar la sensibilidad, como paso previo a la lectura. Al alumno se le debe predisponer para entender la poesía. ¿Cómo guiar al alumno si el profesor abomina de la poesía?

     El problema es que la poesía no es bien vista socialmente. ¿Para qué sirve el discurso poético? Se tiene la creencia de que su subjetividad agusana la voluntad,  predispone el ánimo a la bohemia y el abandono. Actitud que encontramos en Don Quijote de La Mancha, cuando la Sobrina considera los libros de poesía tan dañinos como los de caballería, y por lo tanto dignos de quemarse, diciendo: leyendo éstos (Don Quijote) se le antoje de hacerse pastor y andarse por los bosques y prados cantando y tañendo, y lo que sería peor, hacerse poeta, que, según dicen, es enfermedad incurable y pegadiza. Todos preconceptos de una sociedad que antepone la utilidad a toda acción humana, la seguridad a la incertidumbre.

     Albert Beguin en El alma romántica y el sueño dice que no se lee poesía porque se le tiene miedo. Porque la gran poesía desnuda las cosas. Es la búsqueda de lo abierto, no de una realidad cercada, estrecha, confortable que ya conocemos, sino un territorio que a veces el hombre ignora de sí mismo y en donde surgen, a veces, sus más ricos instantes. Algo parecido dice Roberto Juarroz cuando expresa que en ella se juega lo que el hombre es y arranca lo que no sabíamos que estaba y que sin embargo el poeta demuestra que estaba.

     Wittgenstein escribió: los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo. Extendamos los límites, aunque no sepamos qué hay más allá de esos límites. Abracemos la incertidumbre y adentrémonos en terreno incierto. Detrás de la vacilación, la otra parte de nuestra humanidad espera.







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jueves, 6 de marzo de 2014

LA NOTA DE HOY





LA MESETA DE SOMUNCURÁ


Por Jorge Eduardo Lenard Vives




      Escuché hablar por primera vez de la meseta de Somuncurá en mi niñez. Su eufónico nombre evocaba la imagen de una región inexplorada, aislada y solitaria, en la que aún se podía avistar alguna tropilla de caballos salvajes. Es decir, un lugar misterioso, apto para la aventura y el ensueño. Ya adolescente le dediqué algún cuento y unos versos, de esos que es mejor olvidar:

     Tan sólo la huella de una tropa de caballos salvajes
     sobre la nieve que amontona el crudo invierno.
     Perdida meseta, apenas un nombre
     para nombrar un pedazo de desierto.

    Buscando las citas sobre la meseta en la Literatura en serio, leí “Viaje al río Chubut”, el diario de Georges Claraz, de quien se decía que la había atravesado hacia 1865. Sin embargo, no hallé el término “Somuncurá” en su obra. Supe de su marcha sobre el erial, gracias al estudio preliminar de Rodolfo Casamiquela, que permite seguir el derrotero del sabio suizo cuando encara “La subida”, pasa cerca de “La vieja” y arriba a “Yamnago”. El propio Claraz da un indicio preciso, ya que advierte que la “sierra” a la que asciende se denomina, en la armoniosa lengua guenenaken, Tesche Huelusch (“piedra sonora”).

      Repasé luego el libro de George Musters, otro del que se comentaba que, en 1869, había recorrido la planada. Tampoco nomina ”Somuncurá” al lugar; colegimos que ronda sus cercanías pues menciona los parajes de Maquinchao, Treneta y Valcheta. Por último, conocedor de que el Perito Moreno tomó tales rumbos a fines del siglo XIX, consulté las “Reminiscencias” recopiladas por su hijo, sus “Apuntes preliminares” y el “Viaje a la Patagonia Austral”. No encontré señal de que el erudito designase a la meseta de tal manera. Pero se advierten de nuevo los sitios próximos que jalonan su presencia: Maquinchao, Treneta...

     Quien sí la llama Somuncurá es Rodolfo Casamiquela, topónimo que traduce del mapuche como “piedra que suena”. Posiblemente también usa ese nombre el maestro Tomás Harrington; si bien no me consta, ya que accedí a una mínima parte de su bibliografía. Ambos investigaron el tema a partir de la primera mitad del siglo XX; sus informantes fueron más modernos.

      En todos esos casos, la meseta fue objeto de la escritura documental. Cuando la Literatura comienza a tomar vuelo en la región, la poesía y la narrativa empiezan a interesarse por la recóndita zona. Por ejemplo, ese gran poeta que fue Julio Sodero le dedicó unas estrofas en su obra “Somuncurá”:

Aquí yace la libertad inconclusa.
La página que el tiempo inmola
con sus vestidos de mariposa.
...
Aquí en Somuncurá.
Yacen las primeras fundaciones  del olvido
de la muerte.

     Pero, sin dudas, quien le ha cantado en toda su magnitud, es el reconocido escritor valchetense Jorge Castañeda, indiscutible “bardo de Somuncurá”; que desde su ciudad al pie de la planicie, la invoca en su prosa y en su lírica. Tal el caso de la crónica “El reino mesetario”:

    “Alturas de la meseta de Somuncurá.  Horizonte sin mengua donde hasta la confianza se arruta como el trote desconfiado del caballo. Los viejos hábitos de bajar los cueros, de hablar poco, de escuchar la voz de uno mismo y de conversar con el silencio en los corrales de pirca, en la hilacha de la chivada, en el filo cortante del cuchillo, en la piel del colorado recién estaqueado. (...). Meseta de Somuncurá. Alta, fuerte, dilatada, agreste, tutelar. Tan vieja como la edad del continente. Tan nuestra como el aire que respiramos.”

      ¡Excelente descripción del escenario cuya esencia el autor, con su habitual sensibilidad artística, supo captar! La refleja de igual manera en su poema “La meseta de Somuncurá”:

     Arriba todo es silencio
     Azulando las lagunas.
     Toda de coirón y charcao
     Meseta de Somuncura.


     Mentar la meseta de Somuncurá, sugiere la atractiva posibilidad de que existan enigmas aún por develar en nuestro prosaico mundo. Pese a que actualmente una aplicación de internet, que se empeña en vulnerar todo arcano, permite verla en su amplia extensión; queda la esperanza de que oculte todavía algún secreto que el indiscreto satélite no pueda develar. Como sea, la tecnología –invención humana– no superará nunca la imaginación, incorporada ab origene a nuestra naturaleza. Y menos podrá aventajar a la inspiración y a la fantasía del artista.
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