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martes, 18 de marzo de 2014

LA NOTA DE HOY




CRONICA DEL LOCUAZ (*)


Por Jorge Castañeda





El locuaz habla hasta por los codos. Cualquier tema es propicio y cualquier ocasión es buena. Cataratas de palabras sin ton ni son: en el clavo, en la herradura; ampliando el tono con las manos en la boca como “Megafón” o gritando al oído. Trivialidades o sandeces, injurias o rumores, disparates o improperios, el locuaz nunca se cansa de hablar.

De sí mismo y de los otros, sobretodo si los otros están ausentes. Habla por metros; botarate de la lengua dilapida el tiempo en gastar saliva hasta que se le seca la boca. Nunca escucha ni piensa. Incluso habla solo. Palabras al viento que entran por un oído y salen por el otro. El locuaz es un necio.

La lengua es su músculo favorito y el que ejercita con mayor perseverancia. Con ella “inflama todo”. Es peligrosa y no sabe ponerle freno. No puede detenerla. Grita, humilla, susurra, zahiere, difama, anatemiza, ausculta podredumbres y sobre todo cansa, cansa…

El locuaz dice: “salid sin duelo palabras corriendo” parafraseando al bueno de Jorge Manrique. Y se olvida que es está haciendo uso de la palabra. Si el tiempo es oro el locuaz está en bancarrota; un rey Midas en el mundo del revés que se empobrece minuto a minuto y empobrece a los demás.

Si acaso tiene contertulios está en su salsa. No se da cuenta cuando disimuladamente  intentan retirarse. Sigue hablando como si nada. Desdeña a Gracián porque para él, lo bueno nunca será breve.

No habla ni ora: perora. Se hace insufrible cuando además de latoso apela al ditirambo más desembozado. Como langosta salta de una idea a otra sin profundizar ninguna ni hacer una pausa o algo que se le parezca. El locuaz no conoce la prudencia y por eso irrita permanentemente. Es un desvergonzado que no sabe decir los silencios.

Verborrágico interrumpe a los demás y sin siquiera ruborizarse controla el monopolio de la conversación que convierte en un monólogo.

Yo prefiero el silencio a la multitud de palabras del timorato. Me alejo de los locuaces, en especial de aquellos precoces que recién te conocen y a los diez minutos ya te cuentan vida y obra. Me molestan mucho y prefiero estar solo.

Porque el locuaz también es inoportuno para cumplir con la general de la ley. Cae en el peor momento y si uno se lo saca de arriba queda después con el complejo de culpa y que Freud nos perdone.

“El que mucho bate la lengua poco piensa” dice el refrán y yo voy dando remate a mi crónica para que no me quepa también el sayo.


(*) De “Crónicas & Crónicas”

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hablar

1 comentario:

sherezade dijo...

Muy buen texto! Las palabras son para el locuaz lo que el lago para Narciso. Un espejo. Una cosa es el verborrágico eventual y otra muy diferente es el narcisista egocéntrico y patológico. Ese es el que nunca escucha a nadie, porque no registra la otredad. Habla de sí mismo y para sí mismo.Uno opta por mantenerse lo más lejos posible...