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viernes, 21 de noviembre de 2014

EL CUENTO DE HOY



DUDA

Por Rubén Héctor Ferrari (*)




                          Mi amigo Pepe siempre tuvo una manera de ser  poco común. Yo lo conocí cuando iniciamos, al mismo tiempo, la escuela primaria. Tenía una abrumadora facultad imaginativa que disparaba sobre quien quisiera oírlo o, más bien, ante los muy pocos que le prestaban atención. Entre estos últimos, estaba yo. Mi interés por él, a raíz de sus razonamientos tan particulares, se trocó en afecto y se acentuó con el transcurso del tiempo. La verdad es que me caía simpático José Ruiz.

                         Más tarde, en la secundaria, su interés se inclinaba hacia la historia y obtenía las mejores calificaciones. Pero esa predilección cambió en el quinto año del bachillerato. Lo sedujo el desarrollo de la asignatura introductoria al conocimiento de la filosofía. Entonces, sus fantasías afloraron con una intensidad sorprendente.

                         A mí no me atraían para nada las especulaciones presocráticas ni las subsiguientes. Simplemente, sin subestimarlas, no me gustaban. Otros compañeros se burlaban de Pepe con diversas pullas y eso lo estimulaba para buscar mi compañía. Todo lo que me contaba de sus lecturas, que sobrepasaban en mucho las prescripciones del programa, constituían para mí un verdadero fárrago, provocándome cierto rechazo. Entonces simulaba comprensión con ocasionales gestos de entendimiento. No obstante, la primera vez que sus “lecciones” lograron captar mi foco atencional, se produjo cuando habló de la doctrina de “Los Eternos Retornos”.

                         Me explicó que, según ella, el universo nace y perece cíclica y continuamente, que grandes pensadores se habían inspirado en las estaciones del año porque siempre se repetían, tal como le sucedería a uno mismo si caminara en círculo, volviendo indefectiblemente al punto de partida.

                         Por si algo faltara para alimentar sus inagotables digresiones, en el plan de la materia estaba prevista la lectura obligatoria de la obra de Federico Nietzsche “Así habló Zaratustra” y la profesora había adelantado que, en particular, la tercera parte titulada “El Convalescente”, era muy atrayente. Esa misma tarde nos encontramos, tal como lo hacíamos habitualmente, en la plaza del pueblo.

                          Yo estaba sentado en las gradas del monumento a Colón cuando lo vi llegar con pasos acelerados y una cara que denunciaba su excitación.

                         —¡Lo leí, lo leí! —gritaba, mirándome con ojos desorbitados.

                         — ¿Qué leíste Pepe?

                          — ¡La tercera parte, la que más atrapa!  La obtuve en la biblioteca “Sarmiento” y allí es donde afirma que, por el “nudo de las causas”, él será creado de nuevo y que volverá eternamente a una misma e idéntica vida, para enseñar acerca del retorno de todas las cosas.

                          Terminó su comentario, que expresó como si lo estuviera leyendo y respirando con cierta agitación. Nunca supe si el pronombre “él” hacía referencia al autor o a Zaratustra.

                         — ¿Y vos pensás que todo eso es cierto?-— pregunté con miedo a que me diera un patatús.

                         —Por supuesto, sobre todo después de una rarísima experiencia que tuve hace una semana atrás—. Aguardó unos instantes, como esperando una reacción que no llegué a manifestar. Me miraba fijamente cuando dijo: “¿Te acordás del matrimonio de portugueses que tenían una carnicería en la esquina opuesta a la farmacia?”

                          —Sí, los recuerdo; siempre añoraban a su querida Lisboa. Yo era muy chico cuando mi madre solía mandarme con un papelito para comprar allí la carne. ¿Cómo me voy a olvidar de sus muertes por haber dejado un brasero encendido en el dormitorio?

                          —Está bien, eso ocurrió hace ya diez años—, dijo con seguridad.

                         Luego, Pepe extendió su brazo en silencio, para señalar hacia la carpa cercana que el Club Social y Deportivo del Sur, levantaba todos los años para sus famosos bailes de carnaval.

                         “La otra noche" —continuó—, "pasadas  ya las veinticuatro horas, yo me acerqué a la entrada. El ruido de la orquesta 'Alborada' era estruendoso y una gran cantidad de parejas bailaba en la pista de cemento. ¡Entonces los vi danzando!” —exclamó.

                          — ¿A quiénes viste, Pepe? —susurré.

                          __ ¿Guardarás este secreto, Raúl? —inquirió ansioso.

                          —Sí! —respondí con firmeza.

                         Recién entonces me confesó mi amigo: “A ellos, los de la carnicería. Se movían en un espacio central y tenían una enorme sonrisa de felicidad. Lo sorprendente fue que, cuando todo indicaba que chocarían contra otros bailarines, ellos directamente los traspasaban y reaparecían al otro lado, como si no advirtieran nada, tal como lo harían cruzando una calle vacía, sin temor a que algún obstáculo lo impidiera. Enseguida noté que su conjunto de movimientos no eran compatibles con ninguna de las piezas que se ejecutaban. Parecían más bien corresponderse con algo similar a 'El Danubio azul' de Strauss”.

                         Me quedé en una línea divisoria entre el asombro y el terror mientras que, sin un saludo de despedida, él se alejaba caminando con marcada lentitud. Esa fue la primera y última vez que hablamos sobre el tema.

                         Hasta finalizar el curso mantuvimos pocos y cortos diálogos. Durante ellos, Pepe se expresaba con manifiesto recato, como dando por supuesta mi situación de no poder aceptar su versión del texto. De ser cierto lo que pienso, su sospecha no estaría desacertada, puesto que siempre consideré increíble el episodio y sólo el resultado de su imaginación creadora.

                          Ni qué contar cómo se lució en el examen oral y último de la asignatura. ¿Casualidad o causalidad? se preguntarían los estudiosos de temas concernientes a cuestiones difíciles de explicar. Pero lo cierto es que para él, brotó del bombo la bolilla V, cuyo contenido refería a la temática nietzscheana.

                         A mí me mandaron a marzo con las primeras preguntas. Siempre recordaré que al salir un poco abrumado del colegio, por el largo pasillo con sus paredes llenas de leyendas escritas con lápiz, yo anoté la siguiente: “Aquí yacen los restos de un estudiante que cayó luchando tras la barricada de un cuatro”.

                          Debe haber resultado muy pintoresca esta suerte de epitafio, ya que varios de mis condiscípulos todavía lo repiten de memoria. José Ruiz nunca la recitó y estoy convencido de que obró así, inducido por el pudor que le producía la abismal diferencia entre las evaluaciones de nuestros exámenes.

                          Pocos años después, aún frescas las vivencias de la adolescencia, llegó para los dos la edad de cumplir con el servicio militar obligatorio, pero ambos quedamos liberados de esta imposición como consecuencia de diferentes franquicias legales.

                          Luego, casi al mismo tiempo, iniciamos nuestros respectivos noviazgos. Él salía con Elena, una amiga íntima de mi amada Margarita. Los cuatro asistíamos juntos a la confitería, al cine y a los bailes.

                          Cuando ellos se casaron, Marga y yo fuimos sus testigos ante el Registro Civil. Él fue el encargado de ofrecernos esta distinción.

                          —Raúl Martínez —me dijo en tono solemne—, vos siempre fuiste y serás mi mejor amigo y lo mismo sucede entre Marga y Elena. Por eso, esperando que acepten, pedimos  sus testimonios.

                          La fiesta celebratoria resultó hermosa y emotiva, con una pareja resplandeciente de alegría que ya había anunciado su partida de viaje de luna de miel. Sería esa misma madrugada, utilizando el viejo Ford A de la familia Ruiz.

                          Después de la trasnochada nos reunimos por la tarde con Marga en la confitería. Los dos confesamos estar contentos pero cansados por los efectos del prolongado festejo. Entonces ella me entregó un sobre.

                          —Dejaron esto para que lo abriéramos cuando ellos ya estuvieran en camino hacia la cordillera.

                         Lo leí en voz alta: “Queridos amigos, nos vamos de viaje y lo hacemos  confiados en que siempre habrá un puente para cada dificultad y que ustedes nos acompañan, porque habitan en nuestras almas. Con afecto. Pepe y Elsa.”

                         Cuando nos llegó la infausta noticia supimos del lugar y las causas del accidente fatal. Todo había sucedido apenas cruzaron el río Neuquén, desde la localidad de Plottier rumbo a Cipolletti (Río Negro).

                         Niebla, asfalto y el conductor dormido de un camión que circulaba en sentido contrario, fueron los factores que, combinados, dieron lugar al choque frontal en el que nuestros amigos perdieron la vida en forma instantánea.

                         Con los años, nuestro dolor por la trágica e inesperada desaparición de dos compañeros tan íntimos, se fue aquietando lentamente.

                         La unión con Marga nos trajo la alegría de nuestros hijos Marcela y Luis y mientras ellos crecían, mis actividades comerciales nos fueron brindando una moderada prosperidad económica.


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                         Hoy cumplimos diez años de casados. Ha sido Marga quien durante la mañana me propuso que celebremos el acontecimiento, mientras exhibía, agitándolas con su mano, dos entradas para el  baile que esta noche tendrá lugar con motivo del inicio de la primavera.

                         Desde aquel triste acontecimiento que he relatado, descartamos esta particular reunión social que ha sugerido mi esposa. Pero su idea me atrae extrañamente, a partir del momento en que reflexiono que tal vez, en el mismo origen de la palabra que expresa a la estación —primera verdad—, se encuentre escondida una revelación.

                         El pueblo ha crecido y el club deportivo ya tiene su propio salón de fiestas.

                         Llegamos temprano, antes de que la orquesta “Alborada” —ahora con otro director— irrumpiera con las clásicas notas del pasodoble. Ingresamos a su ritmo en la vorágine convocante del movimiento inicial de parejas, sin detenernos hasta el primer intervalo. Y así continuamos a los compases de tangos, milongas, valses y toda variedad de músicas sincopadas.

                         Amanece y ya estamos saliendo. A la luz mortecina del primer farol callejero, Marga, tomándome de la mano, me detiene y expresa:

                    —Raúl, algo en tu cara me indica que estás como decepcionado. Además permaneciste largamente abstraído. ¿Acaso esperabas algo más de esta diversión?

                         Miro sus ojos increíblemente azules y reanudamos la marcha. Yo no respondo…




(*) Escritor de Gaiman (Chubut)
                                         
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2 comentarios:

Olga Starzak dijo...

Rubén, leí con sostenida atención este lindísimo cuento. Te busqué entre sus líneas y no te encontré. Creo que es ese, precisamente, el mejor logro de un escritor.
¡Nos seguís sorprendiendo!
Cariños

Jorge Vives dijo...

Hace rato que no puedo agregar algún comentario a las muy buenas obras que se han publicado en el blog. Era mi intención hacerlo, porque no sólo es una forma de reconocer al autor sino también una manera de contribuir a la difusión de la Literatura (y, en este caso en particular, de la Literatura regional). Parecería que la Literatura crece y se transmite a partir de los lectores. Una forma que adopta esta difusión es cuando quien lee la obra explicita sus opiniones, para que otro lector analice el texto teniendo en cuenta un punto de vista distinto. Y también sirve para el escritor, porque le permite contemplar su obra desde el otro extremo del fenómeno literario.

Por una cosa u otra, no pude cumplir hasta ahora este propósito; pero este cuento de Rubén Ferrari es una buena oportunidad para reiniciar con las pretensiones de crítico literario. En mi opinión, “Duda” reúne dos aspectos que hacen a la buena Literatura: está muy bien escrito y se inspira en un tema de fuste. Rubén ya ha demostrado su calidad artística desarrollando ambas características en sus obras anteriores; y, para placer del lector, las repite en esta narración. Podría mencionar, como puntos positivos, la amenidad y agilidad del texto, el acertado desarrollo de los diálogos, el final justo. Sin embargo ahora preferiría hablar de la trama, que entrelaza fantasía y filosofía, como lo han hecho muchos grandes escritores.

El eterno retorno nietzscheano - en realidad el origen del concepto es más antiguo, como lo muestra el simbólico uroboros -, ha admitido muchas lecturas; y también varias escrituras. Borges, Hermann Hesse y Milan Kundera le dedicaron algunas de sus páginas. La teoría del “big bang”, y su consecuente “big crash”, le da cierto apoyo científico. Mircea Eliade lo analiza como mito, como concepto religioso. En el relato de Rubén, su eterno retorno parecería apuntar a una diversidad de universos sólo visible para los que tienen la sensibilidad necesaria – como era el caso de Pepe pero no el de Raúl, para desilusión de éste. Los espectros que ve Pepe en la pista de baile estaban repitiendo su vida, pero en paralelo. Que es una forma bastante singular de interpretar el eterno retorno de lo mismo; apreciación que puede dar lugar a interesantes disquisiciones, de esas que se hacen entre los diletantes de la filosofía y los amigos. Que, a veces, son las mismas personas. Por eso, podría decirse que “Duda”, más que un cuento fantástico es un cuento filosófico.

Espero que pronto tengamos en el blog otra obra de Rubén. Los lectores de Literasur, sin duda, lo agradecerán.