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viernes, 31 de enero de 2014

EL RELATO DE HOY

            En el puesto de barro, 
el último arreo


Por Jorge Gabriel Robert


   En el puesto, la gente  está impaciente.  Los peones, venidos de la Estancia mayor, se inquietan observando las ovejas que se acercan  al bebedero y es necesario alejarlas. Todos hablan del último arreo.



   El molinero observa que la tarde anterior el viento se ha llevado algunas aletas y será necesario, urgente, reponer. Por ahora, la preocupación es el gran arreo que se acerca. Primitivo Robledo, el gran capataz de arreos, ha logrado reunir dos mil lanares que, previo aviso y permiso de los terratenientes para el cruce, deberá llevar hasta Mancha Blanca, un paraje rionegrino entre San Antonio y Valcheta, para luego ser embarcado en ferrocarril hacia el norte. Se dice que será el último arreo. Estamos frente al puesto de barro, un rancho con dos habitaciones de barro y coirón con techo de chapa, dependiente de la estancia La Maciega en el dpto. Florentino Ameghino. Aquí habita el domador de la estancia, don Olegario Cardoso, su esposa Benicia  (embarazada) y sus siete hijos. Los mayorcitos varones ya están sobre el lomo de los potros. Las damitas ya hacen tortas fritas, cuando hay harina o consiguen galletas y bolsitas con azúcar que dejan los arrieros. Se dice que por ahí, por el puesto de barro, pasará el último arreo porque una flota de camiones estará en la ruta para cambiar la historia y dar un impulso al progreso y el traslado de semientes.  En la estancia, el dueño, don Ricardo Bennewits, ha ordenado el gaño general de hacienda ovina y ha hecho colocar un farol petromax en cada punta del bañadero, actividad que se extiende hasta las 12 de la noche.    


               
   Cardoso ya tiene la primera tropilla de zainos lista a entregar, prepara los gateados, acostumbrado a entablar tropillas de un pelo y le preocupa la llegada del gran arreo, el molino descompuesto, y no sabe si esa noche los chicos tendrán para comer. Para colmo, un potro se ha mancado en la última ensillada corcoveando. Un disgusto más para el patrón que los acumula a fin de  justificar el despido del puestero domador que agrandó mucho su prole. ¿Adónde irá con sus siete  criaturas y otra por llegar?



   La noche se insinúa tranquila. El gran arreo ha llegado descansado, a manos de Primitivo Robledo y sus peones.  Se comienza a preparar el campamento, con techitos de lona, algunos fueguitos para el asado, que serán prolijamente apagados luego, las pavas listas para el mate, la galleta en bolsa colgada de un molle, y en pocas horas comenzará la ronda que consiste en pastoreo con perros adiestrados, que la hacienda se mantenga tranquila, no se desparrame, y permanezca  al abrigo de inoportunos visitantes nocturnos, como zorros, gatos monteses, peludos,  etc.; precaución que el capataz incluye en su profesionalidad para arrear animales lanares, tan lejos de sus lugares de origen.


   La noche, plácida, serena, en el campo presagia algunos misterios;  en los hombres crea supersticiones como el chistido de una lechuza, que nadie ve entre los montes o la cercanía de la luz mala que trae reminiscencias de viejas leyendas. El facón, inmutable en la cintura. El caronero es siempre el revólver. Observemos la luna que intenta filtrarse entre las nubes como ayudando a despejar cualquier duda temerosa en la oscuridad.
La hacienda no ha sentido el estrés del camino, bien alimentada, satisfecha en su sed, comienza a moverse. Un sol rojizo, como desperezándose ante el rol que le toca ejercer, apaga los últimos vestigios de servidumbre que la luna ha prestado y proyecta tomar el mando del día. El último arreo patagónico con destino a Mancha Blanca, parte desde el puesto de barro.  El molino ha sido acondicionado a la perfección de manera que pueda reponer su agua con las primeras brisas de la tarde.  El molinero, hombre cabal y ducho en sus quehaceres, personaje de confianza en la patronal, vuelve a la estancia e informa en la administración las novedades acontecidas que se registrarán en el libro diario. 
   En el puesto de barro, pese a la pobreza y la promiscuidad por la escasez de medios y exenta la parte sanitaria indispensable, un niño o una niña va a nacer. La mamá embarazada, queda al amparo de Dios que esta vez ha enviado un invisible ángel de la guarda para presidir el acto de luz a un ser que impone su diminuta presencia con su llanto, único sonido que logra emitir. Es una niña. Las tres hermanitas mayores rodean el alumbramiento mientras los cuatro varones, observan desde el umbral. Se llamará Juana. Un vetusto almanaque  colgado de un clavo en la pared marcado con lápiz rojo dice que es 24 de noviembre de 1944. En letras mayúsculas dice: CASA FINAT- DE SIMON FINAT – CABO RASO (ramos generales). Un segundo almanaque expresa: Tienda LA CASTELLANA de Manuel Graña, Rawson Chubut. No dice cuándo se quitó la última hoja del día final de diciembre, ni el año  finalizado; queda el cartón de adorno en los muros de barro sin pintar y muestra una publicidad.
   El reloj del tiempo movió sus engranajes llevándose los años como si fueran de juguete. Por el puesto de barro no pasaron más arreos. Primitivo Robledo, el capataz independiente, se fue para el sur en busca de conchabo, y Olegario Cardoso, que había llegado a ese puesto recomendado por amigos de la zona de Azul, con su tropilla entablada y el inicio de su familia, deshizo su patriarcado. Los niños que la pobre madre no pudo llevar, fueron derivados a familias conocidas, de buen pasar.
Sesenta años más tarde, ya en pleno siglo XXI, una hermosa mujer decide volver a visitar el antiguo hogar de sus padres y hermanos donde ella nació. 



Es Juana, la niña del berrinche. Desde su domicilio en Buenos Aires, donde ha formado una excelente familia, viene a volcar sus emociones  e intenta abarcar con sus brazos lo que fue su casa hoy derrumbada y el árbol que sí, resiste los embates del pampero, la desolación y el abandono, aunque ya nadie necesita de su sombra. 


  

                                 




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martes, 28 de enero de 2014

EL POEMA DE HOY




POEMAS DEL LIBRO "SÁBANAS DE VIENTO"

Por Jorge Curinao (*)



NACIMIENTO

Entrar al mundo
por la puerta más pequeña:
cuestión de todas las noches.

SÁBANAS DE VIENTO

La lumbre de dos cuerpos
en un cuerpo.

SEÑALES DE HUMO

Quien cruza esta plaza

espera versos que jamás llegarán.

Por eso San Martín señala el horizonte.


EXILIOS


Arrástrame

hasta el umbral de tus pasos.


Protégeme

hasta el silencio que dejan mis lágrimas.


Bendíceme

hasta el próximo encuentro.


La distancia entre nosotros

sigue siendo el hombre del traje gris.




(*) Escritor nacido en Río Gallegos, en 1979. En el año 2006, su libro Sábanas de viento fue elegido para ser publicado en la selección Mi Primer Libro, organizada por la Municipalidad de Río Gallegos. En 2007 representó a la provincia de Santa Cruz en la XXXIII edición de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. En 2009 publicó Plegarias del humo, en 2010, Cactus y en 2012, Nadando. Algunos de sus poemas han sido incluidos en Peces del desierto, plaqueta literaria que reúne a poetas y artistas de la Patagonia argentina.  Actualmente se desempeña en el Departamento Capacitación Interna del municipio local, coordinando Talleres de ortografía y redacción. Para contactarse con el escritor: jorgecurinao06@yahoo.com.ar , Sitio web:




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viernes, 24 de enero de 2014

EL CUENTO DE HOY




EL PUESTERO

Por Ana Elisa Medina (*)

   El viento barría los coirones. Subía y bajaba las sierras desnudas. Arremolinaba en los valles y se desbocaba en las mesetas.
Una cuadrilla de guanacos corría sin rumbo. Las ovejas pastaban pacíficas. Algún cordero balaba en la distancia en busca de su madre.
El horizonte anunciaba a la morada noche en forma tímida y sonrojada con algunos dejos de amarillos y naranjas en el límpido añil.
Don Barrera había terminado su recorrida por el campo, tarea que hacía cotidianamente, cuidando la hacienda de su patrón.
Después de apearse desensilló y levantó el pelo del lomo de su caballo. Lo largó para que fuera al abrevadero. Preparó unos mates amargos y avivó el fuego arrimando unas leñas.
Siempre estaba rodeado de amigos en esa hora del atardecer.
Sus charlas y cuentos eran amenos y hasta el hijo del patrón se hacía una escapada hasta el puesto para escucharlo. Algunos eran cuentos exagerados para hacer reír a la paisanada.
Uno que estaba en la rueda le dijo:
-A ver, Don Barrera, cuéntese algo para reírnos un poco.
Mientras tanto, el mate corría de mano en mano en forma pausada, saboreando el "yerbeado". El viejo puestero carraspeó como para acomodar las palabras. Salivó a un metro y después de un breve silencio empezó a contar:

-Era una noche de invierno muy cruda, el trabajo fue mucho, y el rodeo era grande. Así que tuve que acampar entre unas rocas que estaban al costado de una loma. Arrimé molle y mata negra para calentarme. El humo sabor a menta despertó mi estómago vacío. Até los dos caballos en una mata grande. A uno le saqué el recado y al otro el "puchero".
Tenía un poco de carne para asado. Busqué un asador de un palo de calafate, justo encontré uno que según parecía lo había usado otro paisano.
El perro estaba acurrucado cerca del fogón. Acomodé la estaca a fuego, mientras, tiré unas jergas para descansar. Preparé un lío y me sentó para fumarlo. Al rato veo que el asador no está. Sigo un rastro.
El perro no lo había tocado porque estaba dormido, eso no me extrañó. Miro más allá y veo a mi asado ondular sobre la tierra. ¡Cosa de mandinga!, me dije. Apechugué y miré bien. Había sido que me equivoqué fiero.
Allá en forma ondulante iba la serpiente ensillada con el asado. Estaba tan escarchada que en la noche oscura me había parecido un palo.
-Pero Don Barrera, aquí en la Patagonia no hay serpientes -le dijo un paisano.
Por razones de dialéctica los paisanos empezaron a barajar denominaciones.
-No, no habrá serpientes pero hay culebra.
-Sí, pero en verano,... y son chiquitas.
-Bueno, m'hijo, querían que les cuente un cuento... ¿No?
Toda la rueda de paisanos rió. Don Barrera siguió contando cosas de campo.





(*) Escritora nacida en Resistencia, Chaco; radicada desde 1979 en Río Gallegos. Socia Fundadora de la SADE Filial Río Gallegos en 1984; a la que luego presidió, entre 1989 y 1995. Ha tenido una destacada actuación en el campo de la cultura, tanto a nivel provincial como nacional e internacional. Es autora, entre otras obras, de los poemarios “Versos del Pueblo”, “Ansiedad” y “Ser con...”; de los volúmenes de cuentos “Cuentos del Norte y del Sur”, “Otros cuentos”, “Ansiedad de hombre” y “Santa Cruz en Llamas” (de donde se tomó el cuento publicado en el blog el día de hoy); la novela “Ana de Resi”; y los ensayos “Vida y obra del Dr Mario Cástulo Paradelo”, “Historia del Poder Judicial de Santa Cruz. Territorio y Provincia” y “Breve Historia del Chaco. También publicó notas en periódicos y revistas. Realizó varios programas radiales y un de televisión de carácter cultural. Obtuvo numerosos premios literarios y participó como jurado en varios concursos. Fue funcionaria provincial en el área de la cultura en dos oportunidades (la última vez, como Secretaria de Cultura).
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lunes, 20 de enero de 2014

EL POEMA DE HOY




ODA A TRES OVEJEROS MUERTOS EN LA NIEVE

Por Luis Gasulla (*)




Eran tres los jinetes distanciados y parcos:
venían del último puesto de la estancia La Estrella
arreando ovejas sobre las mesetas albas de las nieves tempranas.
Tenían que ser muy hombres para venirse al tranco
cuando la vida exigía galopar sin freno bajo el cielo sureño,
con un sol escondido y huraño como único testigo;
pero ellos se miraban a los ojos y callaban sus negros pensamientos
y volvían a empujar el rebaño de espesos y cálidos vellones,
despacio, para no cansarlos, sin saber que la muerte los estaba cansando a ellos.


Los tres eran distintos, como los colores de una bandera.
Jesús García no pudo borrar nunca de sus labios la suave languidez gallega,
ni Diego Solórzano y Hurtado su displicente cántico chileno
que crispaba los nervios ariscos del correntino Damián Vallejos.
Eran sólo tres hombres y un viento blanco levantándose a lo lejos, 
hasta que la nieve volada fue tapando cañadones y cerros.
Entonces fueron una sola angustia redondeada en secreto,
porque el miedo en las mesetas es una sustancia blanda
que besa a flor de piel hasta meterse en los huesos.


Pero el viento blanco no quiso que llegaran
y les birló la Cruz del Sur, les quitó la picada y los caballos
y la nieve traicionera hizo el resto...
Se quedaron solos y el frío les fue acortando el resuello,
hasta que aprendieron a avanzar de rodillas, con el codo, con el pecho,
y morder la nieve para ganar un paso y esconderse del viento.
Jesús García se durmió temprano.... No vio llegar la muerte pues estaba ciego
y se acostó sobre un manto blanco soñando que celebraba unas bodas bien extrañas.
Los copos de nieve lo engañaron y él estaba enamorado...
No fue su muerte ligera
como la que llega en la punta de una bala perdida.
Fue una muerte dilatada, llena de caricias trémulas y fieras...


Después Diego Solórzano y Damián Vallejos se alejaron.
Solórzano era “leído” – las mujeres lo habían expatriado –
y antes de morir dijo un largo discurso a su rudo compañero...
Pero sus palabras se perdieron en pampas de silencio.
– Yo conozco la nieve y les digo como aprieta, compañeros,
hiela las palabras, congela la sangre
y fragua sus estatuas en armazón de huesos de y nervios – 
Ellos fueron sin duda sus estatuas bajo el cielo sureño.
¿Qué desesperado mensaje tejían sus pasos en la nieve?
En esa larga espera ¿qué cosas se dijeron?
Tal vez riendo Damián reclamó una deuda o le hizo una apuesta
o el otro lo invitó a correr para alcanzar un cerro.
Quizás tuvieron una maldición para su última hora
o una queja avergonzada y trémula de heroísmo,
o pensaron que el hombre es débil y el coraje eterno.
Más... ¿Quién puede decir lo que pensaron ellos?
Sólo sabemos una cosa, ¡ah..., esta sí la sabemos...!
Que no hubo pájaros en su muerte,
ni un pecho rojo, ni una calandria... ni siquiera un chingolo;
apenas si un desnudo calafate, como un presentimiento,
alzó en el centro de la meseta su tejido de nervios descarnados
esperando la llegada de los caranchos hambrientos...
Tenían que ser muy hombres para venirse al tranco
cuando la vida exigía galopar sin freno bajo el cielo sureño,
porque la muerte estaba acortándoles el tiempo.




(*) Escritor argentino, Premio Nadal del año 1974 por su novela “Culminación de Montoya”, de temática patagónica. También es autor de “Conquista Salvaje”, otra novela de tema regional. Este poema es de su volumen de cuentos “Los frutos agrios” (Editorial Rueda, Buenos Aires, 1976).

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jueves, 16 de enero de 2014

EL POEMA DE HOY



TRES POEMAS

Por Elena Paso (*)

              I

Se esconden de mí
palabras
hurgo en el Limay  
en espejos  bardas     
pero
  
como dijo Prévert
“de dos cosas luna
la otra el sol”
de dos cosas memoria
la otra locura
aunque no la desee
ni  prediga
ni    

si  me  acecha
la ignoro y
silbo por lo bajo
(a veces)
las otras veces
monstruos
que arrastran sombras
y gritan como animales salvajes
pidiendo perdón

no sé por qué

                     II

Descreo en los días de lluvia
(y los sapos que la escoltan)

azules hondos    
reverbero de vacío

eco imperceptible que continúa
aún
si ella dimite

celebro el viento cuando cruza de  Chile
dejando su humedad del otro lado
Selva Valdiviana  la retiene

me gusta acá
con sol     fuerte
y cierto dejo de araucarias
mas

anhelo ser meridiano
gris ma non tropo
suma de blanco y negro
mejor dicho  mezcla
o el intento

un cubo que abre sus lados
o la cinta de moebius
que se acepta


             III

Yace
en agua quieta
rama
sombra de pájaros
la sobrevuelan

hendida el alma
ya ni savia 
ni obstinado sol
cuando  chasquea




(*) Escritora de General Roca. Nació en Trenque Lauquen (Bs As). Se traslada con su familia a la Patagonia en 1966. Desde 1978 vive y produce en General Roca, Río Negro. Publica  “Tiempo” (Editorial Vinciguerra, 1998), “El Hombre de traje blanco” (Publifadecs, 2002) y sin editar, “Juanito”, “Serás Dos”, “Viento”, “Chocolate” (Poesía para niños),”Biconte tosta” (Poesía para niños). Participa en numerosas antologías y  ha colaborado en las Revistas “Propiedad Horizontal” y “Desde el Andén” del CEGR. Recibe premios y menciones en concursos internacionales de poesía.  Miembro activa del Centro de Escritores de General Roca.



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lunes, 13 de enero de 2014

LA NOTA DE HOY




EL POETA DEL SOCAVÓN

Por Jorge Eduardo Lenard Vives





     A veces los buenos escritores patagónicos pasan por la tierra como un soplo de viento, de esos que se perciben apenas en el ondular de un coirón o el agitar de las ramas de una jarilla; una volátil brisa que después se difumina sobre la meseta. Su obra a veces permanece en la memoria de algún lector, hasta que se pierde entre los claroscuros del tiempo. Pero en otras oportunidades, un mecenas acude al rescate del literato, para mantener viva su creación. Gracias a gente como esa podemos hablar hoy de Julio Sodero, el poeta del socavón.

    La escueta biografía menciona que Sodero nació el 15 de julio de 1950 en Ausonia, Córdoba. Abandonó su terruño a los diecisiete años, y marchó a Santiago del Estero en pos de un trabajo. Su arribo a la Patagonia ocurre tres años más tarde, cuando acepta una oferta laboral en Mina Gonzalito. Allí conoce a Norma Páez, con quien se casa. Ya radicado en Sierra Grande, en cuyo yacimiento trabajó como minero arriba de veinte años, llegan los hijos: César, Paula y Jorge. El 28 de mayo de 2005 la muerte sale a su encuentro en la provincia de La Pampa, cuando regresaba del norte.

    Algunos datos rescatados aquí y allá, nos indican que entre 1968 y 1970 se despertó su vocación de escritor. Hacia 1998 empieza a frecuentar concursos y encuentros literarios. Pese a que la Literatura fue una pasión en su vida, rehusó a publicar sus textos: dejó una obra inédita que supera los 300 poemas. Quienes lo conocieron, dicen que definía al poeta como “aquél que nunca dejaba de asombrarse de “ser” en este mundo”. Esa sempiterna admiración ontológica se refleja en su poesía, la que, además de mostrar una variada temática, sigue el itinerario de su vida, de su “ser”; desde esta alusión a su origen, plasmada en los versos de “Ausonia”:

    Sucede que comienzas cada vez que me alejo.
    Aun sé recordar tus tardes campesinas
    cuando el guadal de tu calle corría con nosotros;

    Pasa luego por la evocación del lugar donde se asentó y formó su familia, descripto en “Sierra Grande”:

    Esta ciudad de redes marinas y cascos amarillos
    volverá entre dársenas y galerías de olvido con una vigilia
    detrás de los presagios y un árbol de auroras surcando entre sus hojas
    los frutos tupidos en el metal preñado de su sierra;

Y finaliza resumiendo sus sentimientos, con un canto a la profesión que eligió, en las palabras de “Minero”:

    Dice el minero / que en el abanico / de sus anchas galerías
    Está su sombra / su martillo / su pupila.

    ¿Quiénes recobraron su figura? En primer lugar, su familia, que quiso dar a conocer su obra poética en el año 2006. Aparece así su poemario póstumo, “Un Hombre Canta” (1), publicado por “El Camarote”. La edición estuvo a cargo de Raúl Artola; quien, junto con Iris Giménez, seleccionó los 73 poemas que componen el volumen. El prólogo es de Mónica Larrañaga, en tanto Víctor Hugo Sodero Nievas, hermano del poeta, realizó un comentario en la contratapa. Hizo el diseño Ignacio Artola; y dos Fundaciones se sumaron al desafío: la Peter Walas y la Ricardo Carpani (autorizando la reproducción una obra del pintor en la tapa).

    En lo personal, conocí al vate gracias a Ada Ortiz Ochoa, que, como siempre, se mostró generosa al momento de difundir la obra de un colega. Ella era una de las personas que, habiendo leído los poemas, conocía la valía del escritor. Fue así que me acercó primero el libro y luego unos preciados datos sobre el poeta; que ahora enriquecen esta nota.

    El hermano del bardo, en su paráfrasis, deja una clave para entenderlo mejor. "A él" - dice - "le gustaba escuchar un poema anónimo medieval que yo solía recitar... no me mueve, mi Dios, para quererte, el cielo que me tienes prometido... con una sonrisa consustancial". "Ni me mueve el infierno tan temido por dejar por eso de ofenderte", continúa el soneto con su impecable métrica y rima. El comentario llamó mi atención, porque muchas veces había reflexionado sobre la paradoja contenida en el hecho de que tan sublime poesía fuese de autor desconocido. Al leer lo escrito por Sodero Nievas, pensé que podía dar cierta interpretación a la renuncia de Julio a mostrar su obra. ¿Para qué conservar el nombre del autor, si la belleza de su creación, que es lo importante, se mantiene incólume ante el paso de los años?

    Pero también es cierto que, siendo el Arte una de las expresiones más excelsas del ser humano, es justo que sus cultores sean recordados por la posteridad y obtengan el reconocimiento que, quizás, no tuvieron  en vida. Por otro lado, en el caso de los autores regionales, la suma de esos recuerdos será la que nos va a permitir, poco a poco, ir cimentando el corpus de la Literatura Patagónica.



(1) Sodero, Julio. “Un hombre canta”. El Camarote Ediciones, Viedma, 2006.



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jueves, 9 de enero de 2014

EL POEMA DE HOY




Hilito de agua


Por Pehuén Naranjo (*)




Nace y se esconde, nunca se sabe, sólo que llega
sorteando lerdo cantos rodados, desierto y piedra.
Rasga y dibuja sobre mi tierra que bebe y calla.
Trazo de vida, viene de lejos, hilito de agua.

Sangra de noche la ñuque mapu tajeada en luna
Y hay un quillango de estrellas frías sobre su cuna.
Viene de lejos, hilito de agua,
sobre mi tierra que bebe y sangra.

Pichón de mara se apresta al juego de la mañana
y entre las garras de un negro jote se aleja el alba.
Viene de lejos, hilito de agua,
sobre mi tierra que bebe y calla.

Un remolino desde el oeste lo abraza y baila
hasta que al borde chenque del viento se desbarranca.
Viene de lejos, hilito de agua,
sobre mi tierra que bebe y baila.
Viene de lejos, hilito de agua,
sobre mi tierra que bebe y canta.


(*) Escritor y compositor nacido en Zapala; actualmente radicado en Tandil.



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domingo, 5 de enero de 2014

LA NOTA DE HOY




Alice Munro

Premio Nobel de Literatura




    Las vicisitudes de los años no han podido opacar los ojos de Alice Munro. Tal vez se deba a su intensa valoración por la vida, la historia que guarda y se complace en compartir, o las imágenes de aquella granja en la comunidad de Ontario que la vio crecer y acuden ahora a su mente, intactas y veneradas.

    En el octubre reciente, aún con la mirada más iluminada, festeja la existencia y con ella su carrera literaria; no es casual: la Academia Sueca la distinguió con el máximo galardón, el Premio Nobel.

    Ha forjado su ser al lado de las letras, y lo ha hecho desde el lugar que pocos se animan, desde el cuento, el relato corto. Ese género no muy estimado (especialmente por el mundo editorial) y que, sin embargo encierra a mi criterio lo más intrínseco de la literatura toda: la facultad de inmiscuirse, en páginas acotadas, en el universo y escenarios de personajes que construyen y deconstruyen sus emociones mostrándonos bien poco, dejándole al lector la posibilidad ineludible de urdir las hebras que los sostienen.

    Alice ha dicho, en varias oportunidades, que en principio escribía cuentos como bocetos para futuras novelas, hasta que deliciosamente comprendió que las historias cortas eran el modo en el que no sólo se sentía cómoda, sino a través de las cuales quería comunicarse. Quizás intuyó que con ellas trascendería.

    Sobre  su propia obra Munro dijo: Un cuento no es como un camino que uno sigue es más como una casa. Entras allí y te quedas un rato, yendo de un lado a otro y quedándote donde te gusta, descubriendo cómo los pasillos y las habitaciones se relacionan entre sí, cómo el mundo de afuera se altera por cómo uno mira por las ventanas. Y vos, el visitante, el lector, estás alterado por estar en este lugar cerrado Podés volver y volver y la casa; el cuento siempre contiene más de lo que viste la última vez.

    Me conmueve escucharla cuando relata que apenas con 21 años escribía acotada por los breves espacios en los que su pequeña hija dormía una siesta. O cuando se manifestó molesta, en medio de la ceremonia en la que se la agasajó por su primera colección de cuentos (La danza de las sombras felices), al ser juzgada como “un ama de casa tímida”. Fue entonces cuando se empecinó en demostrar cuán desacertado era ese concepto y puso al servicio del mundo, sus letras. Es que Munro, con sesenta años de trayectoria, fue en principio una escritora secreta, conocida por unos pocos. A partir de allí han sido innumerables los premios y distinciones con los que se reconoció su obra.

    Su sensibilidad y visión del mundo la han hecho pronunciarse a favor de los derechos de la mujer y las consecuencias de la ignominia sobre el género.

    Su libro Mi vida querida sea quizás, por su corte autobiográfico, el que más nos revele de esta mujer amable y sincera. Sus relatos, tan profundos e intensos como ella misma, están signados por escenarios de su niñez en Wingham, y el amor y la generosidad con la que la escritora es honrada en el mundo.

    La crítica, afanosa en buscar similitudes, la nombra como la Chejov americana. En lo personal su narrativa me recuerda a la distinguida Carson McCullers.

    Con voz cálida y armoniosa, apenas después de que resonara en los oídos del mundo literario el Premio de Estocolmo,  Munro expresaba que sólo pretendía que la distinción le otorgara al cuento el lugar que se merecía. Confesó que nunca pudo imaginar su vida alejada de la literatura, que ha sido atravesada por ella. Yo me animaría a decir que ha sido la Literatura la que ha tenido el privilegio de ser atravesada por Alice Munro.


 Olga Starzak




Alice Munro (Alice Anne Laidlaw) nació en el año 1931, en la Provincia de Ontorio, Canadá.Es autora de las obras Danza de las penumbras felices, Secretos a voces, El amor de una mujer generosa, Escapada, La vista desde Castle Rock, entre otras. 



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miércoles, 1 de enero de 2014