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martes, 29 de abril de 2014

EL CUENTO DE HOY



ARANCIBIA

Por Ada Ortiz Ochoa (*)



-Debo estar mal yo- pensó Arancibia.
Esa mañana no podía apartar de su cabeza, la mirada de reproche de su mujer.
Últimamente no se dominaba con facilidad. Amanecía nervioso luego de una noche sin pegar los ojos.
-¡La pucha!- por ese tema ahora tenía otro problema más. ¡Cuándo mejor debería ser su relación con ella para apoyarse mutuamente!
Intentaría suavizar el trato... ¡pero tampoco ella era la misma desde hacía un tiempo!
Se detuvo en medio de la calle, miró el final visible del asfalto que se hundía en el horizonte.
Parecía plomo caliente el sol cayendo vertical. Chamuscaba vegetales, hervía la capa asfáltica..., y él tenía el alma inundada de sentimientos de porquería.
Llegó a la casa del gringo, su patrón de tantos años. Allí recibió el pago de la quincena.
Se quedó mirando los billetes roñosos..., pero tan necesarios. No pudo sentir cólera como en otras oportunidades. Solamente una tenaza que le oprimió la garganta y el desánimo pesó en su cuerpo.
Arrastrando los pies emprendió el regreso. Pasó por almacén, compró harina, azúcar y jabón blanco. Un poco más adelante, miró como al pasar una pequeña vidriera. Algo le llamó atención.
-¿Y eso?- preguntó al dueño.
-Son hebillas para el pelo... ¿sabe? ¡Para las mujeres, Don!
Tomó entre sus manazas la frágil y verdirroja prenda. -¡La llevo!- dijo.
Se imaginó a Rosa, su mujer, llevándolo de adorno en su melena.
A la media cuadra de su casa, le recibió el perro saltando y gruñendo amigable.
Rosa alertada, se asomó sonriendo.
A él se le pegaron las palabras en la garganta. Regresaba rumiando disculpas.
-¡Mira, Rosa! Discúlpame, soy un bruto, no quise contestarte mal... Pero pasa que me negaron el aumento pedido... y lo que gano no alcanza para darte, para darnos, una vida mejor...
Pero no. La sonrisa de la joven lo desarmó.
Se detuvo indeciso...
Ella, cariñosa, le tomó de la mano y lo hizo entrar en pequeña pero prolija cocina.
Torpemente, Arancibia le dijo.
-¡Toma, esto es para vos!
Un gritito de alegría y chispitas en los ojos, mientras hábilmente recogía los cabellos con la coqueta hebilla.
Para sus adentros, Arancibia pensó.
-¡Si parece brujería! ¿Cómo hace para estar siempre linda y contenta, a pesar de la pobreza y el trabajo bruto?
Pero ahora..., se pone seria con cara de comentar algo. ¿Qué pasa?
Se acerca a él, le toma las dos manos y se las lleva hasta su vientre.
-¿Sabes? ¡Hicimos un encargo, a París, como dicen las viejas! Quiero que se llame Juan como vos. ¿Qué te parece? Si es varón se llamará Juan Arancibia como vos.
La risa de ella y su ternura, borraron la pena y la desazón de Juan.


                                        
(*) Escritora de Sierra Grande.


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jueves, 24 de abril de 2014

EL ADIÓS A UNA MUJER INOLVIDABLE




                      TEGAI ROBERTS
                                   (Q.E.P.D.)



     Con la partida de Tegai se va -literalmente- un riquísimo segmento de la colectividad galesa chubutense. Y no solo por su conocida y añosa tarea de rescate cultural, de la que da cuenta el Museo Regional de Gaiman. Esa labor tenaz y silenciosa es, desde ya, un mérito inigualable. Nos ha legado un tesoro que nunca terminaremos de agradecer. Ojalá sepamos cuidarlo y enriquecerlo.

     Pero además, Tegai era en sí misma una encarnación arquetípica, una síntesis representativa de los valores más destacables de la gesta galesa en la Patagonia.  En ella se reflejaban el espíritu y la esencia de los pioneros: la humildad, la fe religiosa, la perseverancia, la vocación comunitaria. Comulgaban en su personalidad los mejores atributos de las dos culturas, que en su caso lograban expresarse en un perfecto galés y en castellano, a través del conocimiento histórico, de la memoria heredada, de la música y el canto.

      Esa versatilidad le permitía desenvolverse en todos los ámbitos, desde el histórico, el académico, el literario, hasta la participación, como una integrante más, en las actividades corales y en los Eisteddfod.

    Aquilató méritos desde muy joven, con ese inquieto afán -conservado  hasta sus últimos días- por rescatar y difundir las tradiciones heredadas. La Asociación San David quiso expresarle su  gratitud hace 35 años, en 1979, a través de un reconocimiento público, ya por entonces largamente merecido. También recibió reconocimientos a nivel nacional e internacional.

        Con el temperamento siempre afable que tanto la caracterizaba, Tegai era hasta hoy la gran fuente de todas las consultas. Acudían a verla desde jóvenes estudiantes y vecinos del valle hasta los más importantes investigadores y especialistas locales y extranjeros. Además de un ser excepcional, también hemos perdido a una de las principales fuentes de sabiduría. 

      Tegai acaba de emprender el viaje hacia la Eternidad, la partida hacia el encuentro con el Señor, que cantó y alabó con profunda fe en sus largos años de vida; en los domingos de culto, en los himnos añejos y en las despedidas a tantos seres queridos que la precedieron.

       Desde esa perspectiva, deberíamos sentir una serena resignación. Sin embargo, por más que lo intentemos, hoy estamos verdaderamente tristes.

       Solo queda expresarle nuestra inmensa gratitud por siempre.

Diolch yn fawr iawn, Tegai annwyl.



ASOCIACIÓN SAN DAVID DE TRELEW
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martes, 22 de abril de 2014

EL POEMA DE HOY



BAR SERRAVALLE


Por Carlos Basave (*)




Llegada la tardecita, bajaba al bar la gringada
reuniendo a los inmigrantes, entre bochas y algazara,
una copita de vino, cervezas y una picada
como si fuera un tributo que las razas se obligaran.

Era el bar de Serravalle, una especie de embajada
frente a la naciente iglesia, confesionario de parias.
Allí todos los domingos, los fieles cruzan la calle
y se entregan a otro culto, el culto de la velada.

Había dos canchas de bochas, juego traído de Italia,
un techo sobre cumbreras, una mesa hecha de tabla,
platos con jamón y pan, y ¡el que pierde es el que paga!
Voces fuertes que animaban la partida a la distancia.

En el interior del bar, cuatro mesas, mucha charla,
unas partidas de murra, un truco, una generala,
y ese tufillo de aromas, como de vinos y grapas,
y el patrón siempre dispuesto, con la bandeja lustrada.

Fue durante muchos años, don Ruggero Serravalle
cónsul de esos inmigrantes, cotejando la palabra
les dio cobijo de amigo, fue su mano compañera,
hasta que Dios dijo “basta”, concluyendo la jugada

¡Qué hermoso que fue mi pueblo! En épocas ya pasadas,
cuánto trabajo costó, solo con pico y con pala.
Vergel del valle sureño, siempre serás mi añoranza,
por eso siempre te nombro, consultando mi guitarra.



(*) Escritor de Villa Regina, radicado en España.




Nota del autor: “Bar Serravalle”, frente a la iglesia, lugar obligado de reuniones domingueras a la salida de la misa cantada por el cura Parolini. Afuera, en la calle de tierra, las chatas con sus caballos esperando regresar a la chacra, adentro, toda la familia, los niños bebiendo “naranjina” o “bolita”, afuera en el patio toda la Europa trasplantada. Desde mi curiosa infancia, hacía acto de presencia para observar los jugadores de bochas y porque nunca faltaba algún alma generosa que me invitaba con un sanguche de mortadela. Para cuando hice mi primera comunión me llevaron con un delantal blanco a la Iglesia para recibir los sacramentos. Había quedado solo y el cura me preguntó: ¿Quién es tu padrino? ¡Yo no sabía de que me hablaba! Pero mi pueblo fue siempre tan generoso que un señor de apellido Crivisich se adelantó y le respondió al cura: ¡Yo soy su padrino! Así tomé mi primera comunión y mi padrino, (hombre buenón y servicial que tenía una chacra) me llevó de la mano para que viéramos como se reunían los inmigrantes y festejaban hablando idiomas extraños para mi infancia. Me compró un sánguche y una bebida, me anotó en un papel su nombre y la dirección de su domicilio para que lo fuera a visitar, cosa que no dejé de hacer.

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miércoles, 16 de abril de 2014

EL POEMA DE HOY



¡Marí, marí!


 Por Pehuén Naranjo (*)





Dale vino a la mapu que va sedienta
y así brinda la vida con tu semilla.
Va a nacer una guagua y el sol te apura
arreando tu regreso que huele a fiesta.

Dale de tu cigarro el humo a este cielo,
Nguenechén lo agradece y bendice el suelo
que al llegar el otoño y en la cosecha,
con lluvia de piñones florece el ruego.

¡ Marí, marí! Ya llegan vadeando el río.
Entre los mahuidaches está el compadre
que a lomo de su mula trae un chulengo,
y un quillango a la cuna que viene el frío.

¡Marí, marí! Lo esperan con yerba buena
de un recién ensillado, manos de hermanos.
¡Marí, marí! Saluda y rompe el silencio
un llanto de guagüita, la vida nueva.





(*) Escritor y compositor nacido en Zapala y radicado actualmente en Tandil.




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viernes, 11 de abril de 2014

LA NOTA DE HOY




COMENTARIO SOBRE UN LIBRO RECIENTEMENTE PUBLICADO

“REGIONES DE LA DESMEMORIA”, DE CARLOS FERRARI (*)




Comentar un libro de cuentos admite dos variantes: o se analizan uno a uno los relatos, en forma aislada, como si fuesen los objetos de una exhibición que se disfrutan como piezas únicas; o se busca el hilo conductor, a veces no tan explícito, con el que el autor hilvanó sus creaciones. Es decir, en esta situación se vuelve a presentar la eterna disputa de lo inductivo versus lo deductivo.

A veces el escritor da pistas respecto a cómo quiere que se considere su obra. El título es una de ellas. En ocasiones, el literato denomina su volumen recurriendo al nombre de uno de los relatos que lo componen; no hay común denominador. Pero, en otras oportunidades, elige un título distinto; que se relaciona de alguna manera con el contenido y da unidad al compendio. Es lo que sucede con “Regiones de la Desmemoria”, de Carlos Ferrari; cuyas narraciones se vinculan con el inconsciente colectivo que Carl Gustav Jung entrevió en las profundidades del ser humano, con las pesadillas que despiertan por la noche a los durmientes de Howard Phillips Lovecraft, con los mitos emparentados que Sir George James Frazer encontró en sus investigaciones a lo largo y ancho del globo. Porque esas son las reminiscencias que se ocultan en esas zonas de nuestra mente donde ni la memoria ni la conciencia llegan.

El hilo conductor de los seis cuentos, las dos nouvelles –¿o son cuentos largos?– y los once microcuentos, es el género fantástico; que oscila desde una pincelada de ensueño trazada en el lienzo de la realidad, hasta la inmersión en un ambiente de omnipresente fantasmagoría, en la cual lo objetivo apenas se perfila como la línea de luz que pasa debajo del dintel de la puerta de un cuarto a obscuras.

El universo de “Regiones de la desmemoria” está poblado de videntes que –a veces– pueden predecir el futuro, como los de “Ese olor fatídico” y “El hombre del Péndulo”; y de transmigrantes condenados a repetir una y otra vez sus vidas y sus errores, según ocurre en “La vida sin Ana” y “La hoguera de los cátaros”. También de entes atemorizantes, vislumbrados en los peores sueños, en nuestros propios peores sueños; que siempre están acechando atentos para pasar, en cuanto se entreabre la puerta, del mundo de duermevela al universo cotidiano. Tal el caso de “Cristales de espera” y “El fantoche de Sonia”.

Hay, además, fantasmas que vuelven del pasado en forma de melancólica evocación, como el que muestra “En bajante”; espantajos que para estremecer no necesitan arrastrar cadenas ni ensabanarse; ni lucir esos efectos especiales tan caros a las modernas películas de terror, que de tan explícitos no resultan terroríficos sino grotescos. Son apariciones que estremecen, porque son los recuerdos de nuestras propias acciones que quisiéramos olvidar, sepultar bajo tierra, guardar en un baúl con cerrojo y candado... pero que, al igual que los objetos que se arrojan al océano, tarde o temprano terminan volviendo. Y también se esconden en el libro simples seres humanos, pobres seres humanos, que intentan modificar el futuro; es decir, ser artífices de su propia existencia, como en “Vivencias contenidas”. Pero la vida es independiente; y puede ensimismarse o desplegarse a su gusto, imitando el diseño fractal de las cajas chinas del cuento. Aquí el autor aprovecha para ensayar una técnica literaria novedosa, al estilo de la construcción de una matrioska, que permite seguir en forma gráfica el desarrollo del argumento.

Luego vienen los pequeños orbes, los brevísimos relatos, cada uno de los cuales encierra su propio cosmos. Cosmos de ciencia–ficción, de tecnología desbocada y puntos de vista equívocos, en “Reproductores Robóticos” y “Vida extragaláctica”; de milagros imperceptibles en “El prodigioso don de André Reuil” y “Episodio en Gorro Frigio”; de viajes temporales en “Tránsitos dimensionales” y “Memorias de humo”, de desesperanza en “Identidad” y “Volver a esa playa”. “Aristóbulo en la ergástula de Clípolis”, por otro lado, es un ensayo de orfebrería literaria, un “divertimento” para honrar la magia de la palabra escrita; aun cuando su lectura deja un gusto acerbo por la crueldad que sugiere el texto.

“Regiones de la desmemoria” es, con su hincapié en la ficción y su apelación a la inventiva artística,  una brisa de aire puro en nuestra época de hiperrealismo, de Literatura de “no ficción”; de advertencias de que “la obra se basa en hechos reales”, como si tal aseveración fuera garantía de éxito. Es uno de esos libros con los que uno puede sentarse una quieta y apacible tarde, en confortable asiento, quizás en el hogar o tal vez al aire libre, enfrentando un paisaje motivador –de montañas inmóviles, de mar agitado, de río rumoroso que discurre manso entre las chacras y los álamos–; y alejarse del sitio adentrándose  en las creaciones fantasmagóricas de Ferrari, sin miedo a perderse, porque siempre está a mano la posibilidad de retornar voluntariamente del viaje y recalar de nuevo en el ambiente familiar, conocido...

Porque esa es la magia de este volumen. Abriendo sus tapas, en pocos minutos se ingresa a un territorio poblado de inquietantes entelequias, tan perturbador como el que visitaba la protagonista de “Los seres blancos”, aterradora novela corta del galés Arthur Machen. Pero basta cerrarlo para retornar al amable mundo real, donde reina lo tangible y las cosas responden a la vieja y aburrida, pero tranquilizadora, ley de causa y efecto.

J. E. L.V.



(*) “Regiones de la Desmemoria”, Carlos Dante Ferrari, Literasur, Buenos Aires, 2013. 
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martes, 8 de abril de 2014

EL POEMA DE HOY




ALMA ANTIGUA DEL NIÑO

Por Fieda Owens de Medina (*)



Luna, lunasur
amarrada al horizonte,
riela tu idílica proa,
hasta refugiar en las calizas bardas
tachonadas de jume y quilimbay,
tu revestida eternidad.

Ni el eco intermitente de las olas,
ni el silencio, ni todos los vientos,
borrarán luna, lunasur
los ancestrales latidos que vienen a ocuparme.

Los trozos de la infancia
       sonríen en el sol de cada día,
más allá de esas bardas,
más allá de ese horizonte,
mar de rumorosa dentellada,
en cada avance de tu empeño
buscaré el silencio de la tierra.
............
Voy a ocultarme en el alma antigua del niño
                                            que aún me habita.




(*) Nació y vive en Trelew, Chubut. Es socia fundadora y Secretaria del Grupo Literario Encuentro. Miembro de la Comisión Directiva de la SADE, Filial Chubut. Integra el Taller del Escritor de Cecilia Glanzmann. Desde el 2007 forma parte del Círculo Bárdico, Gorsedd del Chubut. Este poema está incluido en el volumen titulado "Sintonía de amarras" - 1er. Premio Poesía - Editorial Algazul, 2009.
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viernes, 4 de abril de 2014

LA NOTA DE HOY

1963 - Presentación de "El médico nuevo en la aldea" 
El autor conversa con Borges


UN MEDICO ESCRITOR Y UN PRÓLOGO DE BORGES


Por Jorge Eduardo Lenard Vives



Inútil será buscar en los “Prólogos, con un prólogo de prólogos”, de Jorge Luis Borges, el proemio al que esta nota hace referencia. Es que esa escueta selección, reunida hacia 1975 por Torres Agüero Editor, sólo muestra algunas de las introducciones escritas por el maestro entre los años 1924 y 1974. Pero quien prologó a Adolfo Bioy Casares y Ray Bradbury, a José Hernández y William Shakespeare, a María Esther Vázquez y Walt Whitman, también dedicó su pluma a un meritorio, aunque no tan conocido, libro. Se trata de “El médico nuevo en la aldea”, de Ernesto Serigos. Borges inicia el exordio diciendo:

     El médico nuevo en la aldea –tal el modesto y casi invisible título de este libro–, refiere con evidente sinceridad hechos verdaderos, que unen a su valor narrativo el de ser rasgos o atributos de un alma noble.

Y lo finaliza con estas palabras:

Me honra estampar mi nombre en esta página inicial, junto al de un argentino que en nuestro siglo XX se ha consagrado a mitigar o a sanar los males humanos y a la preciosa y denodada tarea de seguir explorando y descubriendo un confín de la patria.

Cruzando el río Ñiriguau (circa 1920)


La sorpresa es que la obra transcurre en la Patagonia, más precisamente en Bariloche. El autor cuenta sus vivencias como facultativo en esa entonces “aldea” de mil habitantes, en las primeras décadas del siglo XX. Su radicación en el lugar se produce en forma inopinada, al término de una excursión “de fin de curso” por la zona, en compañía de algunos de sus compañeros de estudios de la Facultad de Medicina:

En San Carlos (de Bariloche) pondríamos fin a este fascinante viaje que había dejado en nuestro espíritu huellas profundas, hasta hacerme olvidar nuestro reciente título de doctor en medicina, que aún al recordarlo no lo era con el fausto con que lo recibiéramos. Nos sentíamos impregnados a algo nuevo, era una nueva belleza en nuestro propio país que nada tenía que ver con la de los chatos paisajes de la pampa: raro equilibrio entre árboles imponentes, cerros monumentales y lagos que parecían mares. Y todo esto se nos había metido muy adentro...

También comenta en sus hojas una breve estadía en Maquinchao. Pero no fue la única obra que este médico escritor dedicó a la región. En 1969 publicó una novela ambientada en el sur, “La ciudad de los Césares”. En el preámbulo, Oscar Bietti advierte que, luego de su volumen de memorias sureñas, “El autor... nos sorprende ahora con una novela urdida con unos pocos hilos de historia mezclados de leyendas y un montón de fantasías”. El mismo Serigos aclara: “Se trata aquí de una ficción. Ciertos personajes son reales, pero el rigor histórico me ha interesado menos que la posibilidad imaginativa”.

Don Juan Jones, su hijo y don Diego Neil


Ambientada alrededor de 1860, relata la historia de los años finales de la Ciudad de los Césares, capital del Imperio de Araucanía y Patagonia. Allí rige Orllie Antoine I, por mandato de la reina araucana Huanguelén, luego del fracaso del aventurero francés en sus anteriores intentos monárquicos. El tartarinesco galo gobierna la magnífica metrópoli situada en el Valle Encantado, a orillas del río Limay, con su emperatriz consorte; y tiene incluso progenie: Orllie Caupolican, que lo sucede en el trono. Hasta que un ejército heterogéneo, proveniente del Oeste, conquista y reduce a ruinas la ciudad. Por eso, el literato cierra su texto con esta admonición:

Si un día, en alguna época / un caminante se detiene desaprensivo/ en las solitarias playas del valle encantado / en busca de la Ciudad de los Césares / le bastará llevar la mirada / a la cumbre de la  montaña / pasearla por su falda poblada de ruinas / y antes de llegar al azul del legendario río, / habrá encontrado la respuesta.

El creador de estas páginas nació en Rauch, en 1895. Hijo de Santigo Serigos y Zoila Comte, tenía descendencia francesa por ambas ramas. Quedó huérfano de joven, junto con sus hermanos, siete varones y una mujer. Estudió, como pupilo, en el Colegio del Salvador en Buenos Aires; ciudad donde luego se gradúa, a los 23 años, de médico. Llega entonces su etapa barilochense. Cinco años después vuelve a Buenos Aires a perfeccionarse. A raíz de participar en el pedido por la creación del Parque Nacional Nahuel Huapi, en 1934 vuelve al sur para buscar una ubicación al Hotel Llao Llao. Compra entonces una chacra en la península San Pedro. En 1942, se casa con Susana Popolizio. Según lo recuerda su hija María, fue un hombre activo y amante de los deportes. Practicó rugby, remo, golf. Nadaba y andaba a caballo hasta poco antes de fallecer, a los 81 años. Apasionado de la naturaleza, su hobby fue la jardinería. Era afable, valiente y emprendedor. Con frecuencia Borges almorzaba en su casa.

     Al igual que en el caso del “cirujano poeta” Vicente Ugo y el galeno etnólogo Federico Escalada, se da en su persona el maridaje entre medicina y Literatura habitual en la zona austral. Tal vez la explicación sea que, siendo una profesión que facilita el contacto personal con los seres humanos que pueblan la región y permite conocerlos con profundidad, inspira la necesidad de preservar en textos las experiencias vividas. O quizás la carrera sea una simple coincidencia; y lo que en realidad unió a estos autores es la impresión que la Patagonia causó en sus espíritus –como la causa en todos aquellos que perciben en plenitud el alma de esta geografía– y los llevó a volcar sus reflexiones por escrito. Que de eso se trata la Literatura.




Nota: el autor agradece con especial atención a la señora María Serigos, hija del artista, quien muy amablemente brindó la información biográfica que permitió recordar en la nota los rasgos principales de la vida del autor; ya que éste, con la modestia de los grandes, no dejó en sus obras referencia alguna sobre su persona. El testimonio de la Sra. Serigos, que también nos proporcionó material fotográfico, posibilita mantener el recuerdo de uno de los hacedores de la Literatura.
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martes, 1 de abril de 2014

LA NOTA DE HOY



PLAGIO EN LA LITERATURA


Por Jorge Carrasco



     En el secundario, cuando doy trabajos de investigación literaria, descubro cada vez con mayor frecuencia trabajos copiados. Hoy en día la tecnología digital facilita esta trampa y hay páginas, como El rincón del vago, que le ofrecen al alumno una amplia oferta de contenidos orientados al engaño. En muchos casos el alumno, fiel a la ley del menor esfuerzo y a una laxa moralidad, sale del paso copiando trabajos ajenos sin hacerles la menor modificación. El asunto se complica para el profesor cuando ve que esa costumbre ilícita de los alumnos se convierte en una actividad normal de los adultos, e incluso de los escritores que los adolescentes están obligados a leer. 

     El diccionario dice que plagio es copia de una obra ajena que se presenta como propia, o una copia no declarada pero literal, según Gerard Genette. No es, por lo tanto, una relación textual común y corriente entre autores, como quieren explicar los plagiadores. Julia Kristeva, siguiendo la línea de Mijail Bajtín sobre dialogismo literario, afirma que “todo texto es la absorción o transformación de otro texto”. Genette, por su parte, dice que intertextualidad es la presencia efectiva de un texto en otro. Hay relación intertextual entonces cuando se alude, se comenta, se cita, se parodia otro texto. En todos estos casos, el escritor nombra o deja entrever el texto que le sirve de fuente. Es una mención explícita de una obra ajena.

     El lado oscuro de la historia literaria consigna diversos casos de plagio. Voy a nombrar algunos.

     Se han detectado sospechosas semejanzas entre los textos Idilio en el desierto de William Faulkner y la obra de Onetti Los adioses. Leí ambas obras y es un hecho que cuando escribió Onetti Los adioses su estilo se encontraba bajo el influjo excesivo de Faulkner, su maestro declarado. Personajes, ambientes y argumentos tienen extrañas afinidades. Eso sí, el desarrollo de la obra de Onetti me parece superior al de la obra del extraordinario escritor norteamericano.

     Otro caso famoso es el poema 16 de Pablo Neruda, cuyo contenido guarda varias, quizás demasiadas, coincidencias con el poema El jardinero, de Rabindranath Tagore. En ese tiempo (hablamos de la década del veinte del siglo pasado cuando su estilo estaba en formación) un Neruda adolescente se nutría de una poesía sentimental de tinte modernista y romántico. El poeta chileno sale del enredo en que lo había metido su enconado rival poético, Pablo de Rokha, señalando desde la tercera edición del libroVeinte poemas de amor que su poema era una paráfrasis del poema del hindú. Esta salida, la reescritura de otros textos, la única posible para mantener cierta dignidad, la tomarán en adelante muchos plagiadores.

     Jack London  también debió recorrer los tribunales por el mismo delito. Este año, en la reunión del Área de Lengua y Literatura en un secundario de mi localidad, saltó la idea de proponer a los alumnos de primer año la lectura del libro El llamado de la selva. Otro escritor, Egerton R. Young, afirmó alguna vez que el contenido de ese libro se basó en su obra My dogs in the northland, hecho que no fue desmentido por London, quien incluso señaló que le envió a Young una carta de agradecimiento por el aporte.

      Hace poco, en España, el escritor peruano Bryce Echenique dijo que el plagio “es el más grande homenaje que se le puede hacer a un autor”. Dijo también que para él plagio y contagio son palabras sinónimas. Por eso le encantaría plagiar a Cervantes y a Stendhal. Si a tales afirmaciones no las precediera el escándalo, no dejarían de ser meros juegos del intelecto de un escritor laureado y reconocido, autor de una obra no menos extensa que importante. El asunto no cobraría resonancia si Bryce Echenique no tuviera, como las tiene, veintisiete demandas por plagio, llevadas adelante por sus colegas, tanto peruanos como de otras nacionalidades.

     El escritor español Pérez Álvarez, que se hace llamar Chesi en sus escritos, escribió un cuento que tituló Las esquinas dobladas en la revista literaria Jano, de España. El contenido de esa narración apareció tiempo después en un texto publicado en el diario El comercio, de Perú, con el título La tierra prometida, cuyo autor pretendía ser Bryce Echenique.

     Otro caso. En el año 2002 Paulina Wendt, narradora chilena, ganó el concurso de cuentos de la revista Paula con su obra El cazador. En Chile es uno de los concursos de más prestigio y da un premio relativamente importante en dinero (en ese tiempo cuatro mil dólares). El jurado lo conformaban los escritores Juan Villoro, Rodrigo Fresán y Andrea Palet. El asunto no quedó ahí. Tiempo después el sello Planeta descubrió que el relato ganador guardaba sospechosas semejanzas con el cuento El fin del viaje, del argentino Ricardo Piglia, autor que difundía su obra por ese sello editorial. Luego, por las “excesivas similitudes”, el premio le fue retirado a la escritora.

     En fin: hay plagios para todos los gustos. Hecho el texto literario, hecha la trampa. Los profesores tenemos hoy el reto de impedir la copia del trabajo intelectual ajeno. Nos vemos obligados a elaborar actividades cuyas respuestas no se encuentren en Internet. ¿El rincón del vago estará cambiando nuestra práctica docente?


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