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lunes, 29 de junio de 2015

EL POEMA DE HOY




Ágora inmensa

Por Clara Vouillat 



Ágora inmensa,
lo horizontal dispone
 sus estratos
cielo sobre cielo
y allí abajo
la tierra quebrantada
por milenios de vientos
cañadones resecos
que exhiben impiadosos
las vísceras abiertas
de antiguas geologías
cuencas donde se abisman
soles de estrellas
apagadas.


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miércoles, 24 de junio de 2015

LA NOTA DE HOY



ELIAS CHUCAIR, UN POETA DE UMBRAL ADENTRO

Por Jorge Castañeda (*)



Walt Withman, el gran poeta de Long Island y autor de “Las hojas de hierba” supo decir que “quien toca este libro toca a un hombre”. Yo diría quien toca un libro de Elías Chucair, poeta y escritor de Ingeniero Jacobacci, no solo estará tocando a un hombre sino a toda una región, con su paisaje, sus bellezas, sus pobladores, su zona rural, sus vientos, sus lejanías, su olvido, sus personajes, sus leyendas y sus mitos.


Palabras, palabras, palabras, al decir de Hamlet, príncipe de Dinamarca, dando forma y expresión a un lugar en el mundo –su lugar en el mundo: su pueblo, la Región Sur, la Patagonia.

Esa región que “Patagonia se llama y que trae de tiempos lejanos una rica historia larga” y que fuera el imán para atraer aventureros de toda ralea y condición que se afincaron en ella, como también a los inmigrantes venidos de aquellos países del Oriente: libaneses como los padres de Elías, por ejemplo.

Elías Chucair va pintando con mano firme y pluma amena las vivencias y anécdotas de quienes pasaron por estas regiones y dejaron en ellas familias y afectos. En síntesis como el título de uno de sus libros lo dice: “Dejaron improntas”.

Parafraseando al bueno de Baldomero Fernández Moreno podemos afirmar de Elías que “todo lo que tuvo que ser lo ha sido”: padre de familia, periodista, comerciante, político, escritor, historiador, amigo.

Cuando nos encontramos solemos intimar en los menesteres que más nos agradan: las letras y los libros, los poemas y los relatos. Y yo lo escucho recitar con verdadera pasión a los clásicos y a los actuales, porque si algo sabe este poeta con estampa de patriarca es enseñar hablando, así nomás, hablando.

Tengo en el anaquel preferido de mi biblioteca –el de los libros dedicados por sus autores que ya sobrepasan los seiscientos ejemplares- todos los publicados por Elías Chucair, ramillete que supera los treinta y cinco títulos, entre los de poesía, cuentos, relatos, novelas e historias.

En alguno de ellos dice: “Para mi estimado amigo Jorge, con el viejo afecto y los mejores deseos”. Elías – Marzo de 2015.

El primer libro que cayó en mis manos para deslumbrarme y abrirme los ojos al paisaje y al corazón de la gente de nuestra zona fue “Bajo cielo sur”. Y entonces supe entender que no hay grandes o pequeños libros, ni grandes ni pequeños escritores. Supe que cada uno tiene su propio tono, su propia voz y la de mi amigo Elías Chucair es la voz de toda una región que todavía duerme a la intemperie de una sociedad cada vez más injusta a pesar de esa tan mentada “modernidad” que se lleva todo sin dejar dividendos.

Si se toca algún libro de Elías se escuchará como música de fondo el soplo arisco del viento patagónico, se sentirá el gusto a michay en la boca, se andará en las tropas de carros como antes, se bajará para tributar al “Maruchito”, se escucharán los tiros de la bandolera inglesa, se investigarán las matanzas de Lagunitas, se develará el misterio del “Collar del chenque”, se dejarán improntas, se pasará de umbral adentro entre tiempo y distancia, Sur adentro, con grillos y silencios.

Tengo en mis manos su último libro: “Testimonios de antaño” un placentero viaje al pasado que cuenta historias del pago chico. La época de oro de los ferrocarriles, de pionero como el Ingeniero Jacobacci, del destino de sus libros, y de sus amigos de otro tiempo.

Elías Chucair es el viejo maestro abriendo generosamente las puertas de su corazón para todos los que amamos las letras.

Por eso yo levanto como Maese Gonzalo de Berceo mi copa de Bon vino y bebo a tu saludo, hermano Elías, ¡Que Dios te siga dando larga vida!!




(*) Escritor de Valcheta. Esta artículo fue publicado por Digital 23, “el diario de la línea sur” (http://www.digital23.com.ar)



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domingo, 21 de junio de 2015

EL POEMA DE HOY




LA TIERRA DE COMODORO

Por Mario Cabezas






Tu marga arcillosa sedienta de vida
acuna esperanzas de seres eternos
reserva el petróleo de generaciones
y el viento te marca senderos modernos.

Tu greda sureña, mi azul Comodoro,
se viste verdosa del buen duraznillo,
y mece a su fiel yuyo moro,
sisea de viento mi austral pasto ovillo.

Estratos plateados recorren tu pueblo,
remecen tus calles vaivenes urbanos,
en tanto sedienta reclama una rosa
su amor germinal de radiantes veranos.

Tu tierra terciaria es fruto de amores,
es fragua de arcilla que templa pasiones,
es noble cubierta de la Patagonia,
es base de gente curtida de dones.




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martes, 16 de junio de 2015

LA NOTA DE HOY




AL PIE DE LA PATAGONIA BLANCA


Por Jorge Eduardo Lenard Vives





     “La Patagonia Blanca” fue el título que eligió Germán Sopeña para el libro en el que describió la comarca donde, rodeados de montañas de vegetación frondosa y lagos coloridos, yacen los glaciares milenarios. Encajonado entre los cerros, el campo de hielos continentales –magnífico y terrible a la vez– relumbra bajo el sol patagónico. A su pie se extiende una feraz tierra, en la que el monte tupido se entrecruza con ríos y arroyos diáfanos; y con la paleta de tonalidades verdes, entre turquesas y esmeraldas, de los extensos espejos de agua del San Martín, el Viedma, el Argentino. En medio de esa muestra apabullante de la Naturaleza, el ser humano, consciente de su poquedad pero a la vez de su maravillosa capacidad para adecuarse al entorno, logró arraigarse al paisaje; y, con el correr del tiempo, de unos asentamientos dispersos fueron creciendo dos centros urbanos: El Calafate y El Chaltén.

       Rodeados de tanto esplendor, los hombres y mujeres que habitan ese ámbito no pueden escapar al influjo creador; que se reflejó, en particular, en la Literatura. Desde mucho tiempo atrás, tanto visitantes como pobladores sintieron la necesidad de transmitir sus impresiones a otras personas que no podían contemplar la belleza inaudita de la región. Una belleza que no es apacible ni bonachona, sino dura y exigente; marcada por las bajas temperaturas, la nieve, las noches largas del invierno, el viento que desciende del ventisquero…

      Uno de los primeros escritores que se interesó por la zona, aunque ajeno a la misma, fue Juan Goyanarte, en su novela “Lago Argentino” de 1955. Pero ya un antiguo poblador asentado en cercanías del Fitz Roy, había descripto la riqueza de los paisajes y la rigurosidad del clima. Reunió sus narraciones en un volumen llamado “La Patagonia Vieja”, editado hacia 1948. No fue lo único que Andreas Madsen escribió. Junto con su amigo el escritor Carlos Bertomeu, publicó la obra “Cazando pumas en la Patagonia”. Años después de su muerte, el investigador Martín Adair reunió los escritores dispersos del colono, muchos de los cuales tradujo del danés; y los dio a conocer con el nombre de “Más relatos de la Patagonia vieja”.

      Estos parajes llamaron la atención de otro escritor santacruceño, Rodolfo Peña, quien situó aquí su novela “Los pájaros del Lago”. Y también de una pluma del norte del país, la de Germán Sopeña; que describió el regio escenario en el libro mencionado al inicio de esta nota.

       Con el tiempo fue formándose entre los habitantes del territorio un nutrido grupo de literatos. Uno de sus principales representantes es el calafateño Mario Echeverría Baleta; con un largo arraigo en la región pues desciende de una de las familias pioneras. Interesado en la cultura aoni kenk, escribió numerosos libros sobre el particular: “Joiuen Tsoneka”, “Toponimia indígena de Santa Cruz”, “Vidas y leyendas tehuelches”, “Cuentan los chonkes”, “Raíz folklórica de la Patagonia”; y otros. Además incursionó en el cuento y el relato con “Patagonia Sur” y “Anécdotas viales”. En “El Calafate. Humor chacarero” combina algunos apuntes para la historia del pueblo; con un conjunto de anécdotas de los primeros pobladores de la región.

      Otro escritor local radicado en El Calafate, recientemente fallecido, es Carlos Sacamata. Director durante varios años de la revista literaria “Chaltén”, gestor de numerosas actividades culturales y permanente difusor de las manifestaciones artísticas regionales, dejó varios libros; como “De Cuerpo y Alma”, “Recordando el viento”, “El picadero”, “Linaje Sacamata” y el poemario “Aoni Kosten”, prologado por Rodolfo Casamiquela. De allí extraemos unos versos de su “Copla”, que hablan sobre estos pagos:

                     Altivo asoma el Chaltén
                     centinela siempre alerta,
                     malón de llantos es el río,
                     perdido en cada vuelta.

      También una descendiente de familiares colonas de la zona de lago Viedma incursionó en la escritura. Entre otras obras, Patricia Halvorsen ha publicado “Entre el Río de las Vueltas y los Hielos Continentales”, “El vasco de la carretilla, Una historia real”, “Stanhardt. Fotógrafo itinerante” y “La Leona. Historia de balsas, boliches y entreveros”; que dedica a “Los hombres y mujeres de Santa Cruz que me han confiado las experiencias que les tocó vivir y los relatos que recibieron por boca de sus mayores”.

     No son los únicos. Nuevos nombres se han unido en los últimos tiempos a los cultores regionales de las letras; entre los que se puede mencionar en El Calafate a Alberto Chaile, Malena Biccio, Pepe Amarilla y Lucrecia Pejkovic; y en El Chalten, a Tere Torres, Tito Ramírez, Juan Diego Fernández, Mauro Holzmann, Cecilia Facal y María Zulma Amadei. Con seguridad, quedan muchos autores por citar; y muchos otros se unirán a ellos en el futuro. Porque sin dudas, vivir al pie de la Patagonia Blanca, inspira al artista y lo impulsa a la creación.



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sábado, 13 de junio de 2015

LA NOTA DE HOY




COMENTARIO DE DOS LIBROS RECIENTEMENTE APARECIDOS.
“THE PATAGONIAN RIFLEMAN”, DE CARLOS FERRARI (*) Y 
“PATAGONIA. LITTLE HISTORIES”, DE HUGO COVARO (**).


Tiempo atrás, en una nota publicada en este blog, recordando el proverbio italiano “Traduttore, traditore”, se mencionaron los riesgos de volcar de un idioma a otro una composición literaria.

Recientemente, dos escritores patagónicos aceptaron el reto de llevar sus obras al inglés; las que fueron presentadas en sociedad con pocos días de diferencia. Se trata de Carlos Ferrari con “The Patagonian Rifleman”, una versión de “El Riflero de Ffos Halen” en el idioma británico; y de Hugo Covaro, que reunió sus volúmenes “Memorias del viento”, “Luna de los salares”, “Mi Land Rover azul” y “Pequeñas historias marineras”; y los editó en un tomo en habla inglesa con el título “Patagonia. Little histories”.

“The Patagonian Rifleman” fue traducido por  David Morgan. Cabe acotar que hace unos años, esta obra ya había sido llevada al galés y publicada en Gran Bretaña. El interés que generó allí, motivó que fuese considerada “Novela del Mes” en Gales en el año 2004.

Un aspecto a destacar de la presente edición, es que en la tapa se optó por dejar como subtítulo el nombre en castellano; lo que permitirá al lector extranjero advertir la diferencia y lo inducirá, si es curioso, a profundizar sobre el “sitio en el mundo” que eligió Ferrari para el riflero Randall. Otro punto a mencionar es que, por momentos, el escrito se torna cuatrilingüe, ya que debido a su trama, a los vocablos dispersos en castellano se agregan frases en lengua aoni kenk; y también oraciones, e incluso la letra de una canción, en galés.

Las voces criollas, que no admiten traducción o que por motivos de estilo es mejor conservar en su idioma primitivo, son explicadas en inglés mediante llamadas a pie de página. Un ejemplo de ello es este párrafo, que describe los pensamientos de Gladys Lowry Thomas;  sobrina nieta del protagonista y narradora sobre cuyos recuerdos se construye el argumento:
“But in the unknown future, I will return, I will become a part of the bush and the dry pastures, my scent will be mixed with the sun-drawn extracts from the jarillas, fumes, neneos (4) and thyme, fragrances that the wind will spread out over the whole plain, again and again, as it has done since the beginning of time”

Al pie de la página aclara: “(4) local bushes”. Y así con todas las expresiones vernáculas.

Se aprecia la calidad de la transliteración comparando la magnífica frase que cierra el libro:

“There it is, his silohuette etched against the fiery horizon, in the vast and lonesome Patagonian plateau”.

En tanto “Little Patagonian histories” fue traducido por J. B. Harrison. Es un libro bifronte. Por un lado se accede a la versión inglesa; al dorso, con la tapa y el texto impresos en sentido inverso, está el ejemplar en castellano. Es una buena idea para aquel lector inglés que quiera consultar el texto tal cual salió de la pluma del artista; y también hace la obra accesible a quienes tengan el español como único lenguaje.

Con respecto a los regionalismos, no se traducen sobre el pasaje donde se encuentran; sino que al finalizar cada conjunto de relatos se incluyen en un “vocabulario” palabras típicas de la zona, locuciones en dialectos originarios, topónimos y otros términos no usuales, con una descripción de su significado. Por ejemplo “coirón”, en la versión en castellano se explica como “tipo de pajonal muy difundido por la región patagónica, que sirve como alimento al ganado”. En el glosario de la versión inglesa, “coirón” es “type pf plant found in scrub land, and used as animal fodder”.

La plástica y sentida dedicatoria muestra el resultado de la conversión de un idioma a otro:
“A esta tierra patagónica / cruel y hermosa / patria del viento / asilo, refugio y amparo / para todos mis sueños / y la vida”.

“To this Patagonian land / fierce and beautiful / native land of the wind /asylum, refuge and protection / for all my dreams / and the life”.

Con anterioridad, otros escritores sureños habían volcado sus creaciones al inglés, como Nadine Aleman y Cecilia Glanzmann (ésta última con una edición trilingüe –castellano, inglés y galés– de su poemario “Juglares del Silencio”). Parecería que esta es una nueva etapa de la Literatura Patagónica, en la cual los autores no sólo deben editar y promocionar sus libros en el ámbito local, sino que, para tratar de difundirlos más allá de nuestras fronteras, se animan a afrontar por su cuenta y riesgo el desafío de la translación.

J.E.L.V.


(*) “The Patagonian Rifleman”. Ferrari, Carlos Dante. Ed. Dunken, Buenos Aires, 2015.

(**) “Patagonia. Little histories”. Covaro, Hugo. Editorial Universitaria de La Plata, 2014.
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martes, 9 de junio de 2015

EL POEMA DE HOY




POR LAS CALLES DE DESEADO


Por Mario dos Santos Lopes (*)




No sé qué extraño misterio
me tiene atado a tus calles,
no sé por qué me provocan
a caminarlas, y a amarte
aunque haga frío y la escarcha
me esté invitando a quedarme,
aunque haya pasado el tiempo
y el tiempo quiera matarme,
me gusta andarlas de día
como queriendo apurarme,
pero las amo de noche
porque saben ocultarme,
estas son las calles nuestras
las que mil secretos saben,
las que camino en silencio
Aunque a veces no te quiera
y muchas veces me canse.
Aunque nadie lo comprenda
y no sepa qué explicarles
siempre queda otra vueltita…
es tan lindo caminarte.
Aunque ya debo volver
a casa porque es muy tarde,
te seguiré recorriendo
con un andar incansable.
Habrá mil sitios hermosos
pero me gustan tus calles…





(*) Escritor de Puerto Deseado. Nació en Buenos Aires en 1959; veinte años después se radicó en Puerto Deseado, para ejercer como maestro de escuela primaria. En 1984 publicó su libro “Un vuelo de cien años”, sobre la historia local. Sus trabajos han sido incluidos en varias antologías y ha obtenido diversos reconocimientos. Es también autor de temas musicales y periodista. Desde 1988 dirige el semanario “El Orden” y desde 1985 conduce el programa radial “Deseado Revista”. Ha colaborado con diversas publicaciones, como “Cono Sur”, “El Patagónico”, “Esquiú”, “Tiempo Sur”, “Crónica” de Comodoro Rivadavia y otros medios periodísticos. Entre 1984 y 1987 fue Director de Cultura de Puerto Deseado; y en 1996 organizó la “Primera antología de escritores deseadenses”. El poema que se publica está incluido en la antología “Santa Cruz. Sus escritores de Fin de Siglo” (Subsecretaría de Cultura de la Provincia de Santa Cruz, Río Gallegos,2005)

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viernes, 5 de junio de 2015

EL CUENTO DE HOY





        Tinieblas impenetrables
                                  
           Por Olga Starzak 




Siempre  estaba sola;  parecía ignorar al resto del grupo. Su mirada perdida hacia el inalcanzable cielo azul... los ojos  inmóviles como queriendo atrapar, en un intento, todo el misterio del universo. Quién sabe qué pensamientos ocupaban, ahora, su mente.  Aun conociéndola, como creía, no me animaba a presumir las razones que  hacían de esta mujer joven e inteligente una persona tan singular. No era casual que estuviera allí, yacente, en una jornada  programada para el descanso, pero no para la  impasibilidad.
 Todos teníamos alguna tarea asignada  y éstas habían sido detalladas, varios días antes, cuando el ascenso al Aconcagua era un sueño impostergable.
 De haber sido para ella la primera vez,  hubiese pensado que estaba sufriendo el Mal Agudo de Montaña o algo similar; dos razones me hacían descartar esta hipótesis: primero,  habíamos ascendido  hasta el Refugio “Las Leñas” en sólo siete horas y sin ninguna dificultad para aclimatarnos, segundo, para Luisina esto era sólo un juego.
 La observé durante largo tiempo hasta que la voz de Paulo atrajo mi atención.
-Agu, necesito de tu ayuda.
-¿Qué sucede? –pregunté. Ya sé, no me digas nada, otra vez problemas con tu mochila.
-Es el cierre. No puedo creer que vuelva a trabarse. Lo mandé a arreglar antes de la expedición.
No era nada importante y pronto resolvimos el problema. Admiraba a Paulo. Había estudiado geología y le encantaba reconocer que había perdido el tiempo. Su vocación era el alpinismo. Lo había practicado en varias partes del mundo y era la tercera vez que lo hacía en este lugar.  Era responsable, seguro y audaz; conocía, como ninguno de nosotros, las diferentes técnicas de escalada. Me gustaba, pero sabía cuales eran sus prioridades; él mismo me había comentado su decisión de interrumpir su matrimonio al no sentirse comprendido por su mujer. Las razones eran, a su entender, muy simples: su presente y futuro estaban  en las alturas; era aquel el único sitio donde se sentía completamente libre, donde se ponía en contacto con dimensiones insospechadas de su propio ser. No estaba dispuesto a cambiar esa vida. Y yo soñaba con dejar alguna vez el deporte  y dedicarme a cuidar niños.

Nos habíamos propuesto continuar el viaje antes del mediodía. Allí dejaríamos una carpa armada y  un par de bolsos que no necesitaríamos; el clima se aventuraba  favorable  y no queríamos subir con mucha carga.  Juan Manuel, el veterano del grupo,  se disponía a preparar lo que sería nuestro primer almuerzo en la montaña. Él había comenzado a practicar alpinismo unos pocos años atrás. Tenía  cuarenta años y dos matrimonios. Era profesor de educación física. Sus dos hijos varones, dedicados al deporte en alta montaña, lo habían estimulado  para que concretara el anhelo largamente relegado.
Nos  ofrecimos como ayudantes de cocina y ante su negación nos sentamos a contemplar el panorama que se nos presentaba como una imagen paradisíaca. Aún podíamos apreciar la senda recorrida. A pocos metros y bordeando la quebrada admirábamos el río “De las vacas”. Nuestro refugio, para cualquiera que lo observara de un punto más o menos distante, se mimetizaba  con el paisaje y no era tan fácil, para un inexperto, acceder a él. Por momentos  el ambiente sería desolado y  los vientos soplarían sin tregua. Nos expondríamos a posibles aludes, caídas de piedras o bruscos cambios climáticos. Sin embargo,  ninguno de nosotros estaría allí si no  fuera precisamente por el desafío de esa  aventura  que  confería el Aconcagua.
Mientras reflexionábamos sobre los próximos pasos de nuestra travesía y la necesidad de  llegar antes del anochecer a  nuestro destino inmediato, el  refugio “Casa de Piedras” donde pasaríamos la noche, recordamos a  Luisina.
-¿Qué le pasa a esta chica? –pregunté.
-No se movió de ese lugar desde que llegamos, ni siquiera desplegó su bolsa.  Durante la escalada no dijo ni una sola palabra, pero no me sorprende. Sé el grado de concentración que asume frente a la ascensión, pero ahora comienzo a inquietarme –acotó Paulo.
-No te preocupes.
Minimicé la situación, entendiendo que el hecho poco tenía que ver con la actividad que habíamos emprendido.
Paulo opinaba que ella estaba manifestando síntomas de agotamiento;  y que su excesiva postración podían ser consecuencia de un entrenamiento insuficiente. Si esto era real,  la situación se complicaba. No  podría continuar el camino y tendría que esperarnos allí hasta nuestro regreso, no menos de cuatro o cinco días. Nos preguntábamos si estaría en condiciones de afrontarlo. Íbamos a averiguarlo.
 Nos acercamos a ella y confirmamos que dormía profundamente; debíamos despertarla y comprobar qué le sucedía. Alertamos a Juan Manuel de esta circunstancia y pronto preparó un jarro de té caliente muy azucarado para prevenir una posible deshidratación.
Luisina se despertó rápido y sin signos de malestar. Pidió disculpas por haberse dormido y sacando su máquina de la mochila,  que hasta entonces había sido  su almohada,  comenzó a tomar fotografías desde ángulos diversos. Decía que debía  dejar testimonio de  este  escenario de historias compartidas y de actos de coraje. Le otorgaba  a cada imagen un comentario propicio para el espectacular goce que el paisaje producía.
-¿Me  parece o es hora de comer? –se interesó.
Anonadados por su actitud y sin realizar comentarios, nos dirigimos  hasta el lugar donde el cocinero de turno ultimaba los  detalles del almuerzo. Disfrutamos de la comida en un clima muy ameno, mientras compartíamos anécdotas de otras escaladas.

Media hora después, con los arneses dispuestos en nuestras cinturas y las sogas aseguradas,  reiniciamos la escalada. Paulo en primera línea, lo seguía Luisina, detrás de ella iba  yo, y más abajo Juan Manuel. La pared presentaba todo tipo de dificultades y no era para nosotros una novedad. Yo sentía  cómo la emoción invadía  todo mi ser, la adrenalina corría deliberadamente por mi sangre. Cada momento era una  amenaza. El hielo a punto de desprenderse, la apretada  nieve que, ahora, se manifestaba cada vez más dura y resbaladiza, la roca  irregular  burlándose de nuestro calzado engrampado. Cada paso realizado era una meta lograda. Los pies  se pegaban al piso, por momentos en pendiente, muchos otros casi en vertical. Eran nuestra herramienta privilegiada. Nadie miraba  para atrás; no hablábamos, sólo en raras situaciones donde la peligrosidad del terreno obligaba a anticipar.

No se siente el frío de la montaña; se huele a aire puro. El silencio en la inmensidad profundiza el misterio. Los colores se intensifican;  se  percibe el horizonte que vamos dejando atrás. El alma queda al descubierto y  es imposible hacer algo por evitarlo. Por eso sabía que la mujer caminando adelante escondía  una preocupación que la sentenciaba.
De los tres era yo quien más conocía a Luisina. Ambas vivíamos en Rosario y durante muchos fines de semana nos encontrábamos entrenando en palestra en el Club del Campo. Tenía unos veintitrés años. Era del sur del país y estaba realizando, sin demasiada convicción, la carrera de psicología. Alguna vez me comentó que, debido a su inconstancia,  su familia se sentía defraudada. Recordaba, con tristeza, el motivo de la primera visita, después de años, realizada a su casa: su madre había muerto y llegó minutos antes del entierro. Años después volvió ante similares circunstancias: su única hermana había sufrido un accidente automovilístico. Contaba  que, en ambas ocasiones y durante los días previos a esos acontecimientos, sensaciones inusitadas y pensamientos adversos se apropiaban  de su mente. Sentía  profunda tristeza y una  angustia fuerte e inexplicable que -tiempo después entendió-  anunciaban la tragedia.

 Cerca de las ocho de la noche, con la incipiente luz de la luna llena que se nos regalaba, armamos nuestro refugio en “La Casa de Piedras”. Una amplia y confortable carpa nos albergaría a todos. Luisina era  la encargada de armarla y disponer las mochilas con toda  la ropa y artículos imprescindibles para una larga noche que se exponía demasiado fría y con unos imprevistos nubarrones sobre el firmamento, único testigo de nuestros actos. Paulo y yo debíamos recomponer los equipos;  Juan Manuel prepararía la cena, esta vez nada elaborado, unas latas de jardinera con atún, té de frutas para beber y de postre almendras y pasas de uva.
 De no presentarse inconvenientes,  al día siguiente llegaríamos  a la cima.
Mientras realizábamos nuestras respectivas actividades intercambiábamos ideas. Otra vez  me llamó la atención la conducta de nuestra compañera. Se mantenía callada, su rostro preocupado, el entrecejo oprimido, absorta la mirada...  Realizó su trabajo con desmedido esfuerzo utilizando tres veces más del tiempo que la tarea requería.  Estaba ensimismada en sus pensamientos y anteponía una barrera difícil de traspasar. Era una joven con mucha sensibilidad. Utilizaba con frecuencia métodos de control mental, creía en el destino del hombre y en  la inmensa capacidad del ser humano para anticipar situaciones o dominar circunstancias diversas,  y entrenaba en técnicas de relajación y traspaso de energía. Respetábamos sus creencias, muchas de las cuales,   compartíamos.

Por muchos intentos que realizara no lograría saber lo que le sucedía.
Fue Juan Manuel quien indagó:
-¿Te sentís bien? ¿Cómo está tu cabeza?,  ¿hay mareos?
-Despreocupate. Está todo okey. –respondió continuando lentamente con el piso de la carpa. -Si en verdad algo me pasa,  les aseguro que hasta yo misma lo desconozco.
Allí cesó la conversación sobre el tema. Nos dispusimos a  comer y luego a descansar. Al día siguiente nos esperaba una larga  y riesgosa jornada. El pico más alto del Aconcagua sería nuestro; sentiríamos apropiarnos de cada espacio, besaríamos su tierra, nos deleitaríamos ante su presencia. El Centinela de Piedra, tal como era conocido en el mundo entero,  sería testigo de nuestras emociones.

Paulo y Juan Manuel se durmieron al instante; yo también estaba realmente cansada. Luisina tenía encendida su tenue luz de noche y la escuché susurrar. Me di cuenta que oraba. Entre sus manos descansaba un librito; pronto comprendí que se trataba de una Biblia. Quise entablar una conversación más íntima,  pero la evité con el único objetivo de no molestar a los demás. No sé en qué momento me dormí y qué habrá pasado luego con ella.

Imprevistamente un fuerte viento  comenzó a sacudir nuestra carpa. Luisina nos despertó. Era necesario ajustar los tirantes y  agregar un sobretecho. Con esfuerzo intentamos hacerlo. Al abrir el cierre comprobamos que nos azotaba una tormenta; estábamos en medio de una gran nube de nieve; el viento era tan intenso que no  podíamos mantenernos  parados. Nos reequipamos con la ropa adecuada para estos avatares y decidimos esperar dentro de la carpa. La aseguramos y -hasta cuando aguantara-  nos quedaríamos allí.

-Tengo que salir y proteger el techo –anunció Luisina,  esta vez inquieta por los acontecimientos.
-Ni se te ocurra –le dijo Juan Manuel,  advirtiendo que estaba a punto de fracasar su primer intento de arribo a la cumbre.
-No se desesperen, esto ya va a pasar –tranquilizó Paulo. E invitó a tomar mate con algunas galletas. Aportaría los chocolates y las barras de cereal. -Agua no nos faltará; y aun cuando tengamos que quedarnos todo el día acá,  el refugio es lo suficientemente seguro para albergarnos. Apenas aminore el temporal volveremos a reforzar la carpa y sólo nos quedará esperar que el tiempo se apiade de nosotros. ¿Se olvidaron que estamos a tres mil doscientos  metros sobre el nivel del mar? ¿Qué esperaban?, ¿un sol radiante?

  La suerte nos ayudó; el agua de uno de los termos estaba bastante caliente como para disfrutar de los mates que Juan Manuel cebaría. El era el más inexperto del grupo y quería saber las posibles adversidades que podían presentarse.
Ninguno de nosotros contó todas las que conocíamos.

El viento pegaba cada vez más fuerte, el lateral izquierdo de la carpa había comenzado a rajarse y se movía de una manera impresionante. Entre todos la volvimos a sujetar; nos tranquilizaba saber que el piso estaba muy bien anclado. La nube que ahora nos tapaba destilaba nieve dura; se sentían los golpes sobre la lona. sabíamos que si intentábamos salir,  ni siquiera sería posible respirar. Calculábamos que el viento corría a más de ciento veinte kilómetros y la temperatura era inferior a doce grados bajo cero. La única posibilidad era esperar que amainara la tempestad. Para entonces habíamos comprendido que nos quedaríamos sin lograr nuestro objetivo: la bandera argentina de este lado sur de la montaña no flamearía ante  nosotros; quién sabe si aún se mantenía en pie la inmensa cruz que allá arriba nos esperaba.

Fuera de control y con evidentes signos de miedo, Luisina continuaba insistiendo en salir, mientras  cubría su rostro con un par de  pasamontañas, se ponía  las gafas,  los guantes y adhería grampas a su calzado.
-Estás loca –le dije. -Vos sabes mejor que yo de qué se trata esto. Dejate de hacer boludeces y no hagas más difíciles  las cosas. Si sos tan inmadura como para no bancártela te hubieras dedicado a otra cosa –Traté  de provocarla.

Utilizando toda la fuerza de sus manos, abrió el cierre de la carpa, e impetuosamente,  salió.
- Ayúdenme, hijos de puta.
Se escuchó un bramido y, de pronto, un grito desgarrador se perdió en la madrugada de aquel día.

La calma que devino poco más tarde nos encontró reuniendo nuestras pertenencias para iniciar el descenso más lastimoso que hubiéramos imaginado jamás.



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martes, 2 de junio de 2015

EL POEMA DE HOY




Tardes de ritmo lento

Por Carlos Ruiz




Ritmo lento el de mi pueblo
Avenida Tello a la hora de la siesta.
Todavía hay ripio
y los rosales del Bulevar se opacan con el polvo constante
hasta que una tormenta los lava y vuelven a brillar.

Ritmo lento el de mi pueblo
Y junto al río nos sentamos con el tarrito de lombrices
la línea con tanza nueva y los anzuelos azulados recién comprados.

Ritmo lento el de mi pueblo
El corchito se mueve, señal que un pejerrey se ha enganchado
Una trucha sería mejor para premiar la competencia de los pescadores.

Tarde veraniega y somnolienta
Las risas de mis amigos rompen la quietud de las torcazas.
A ellas también les gusta el ritmo lento de mi pueblo
Como a nosotros.


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