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jueves, 30 de julio de 2015

EL CUENTO DE HOY




EL VIEJO QUE VINO DEL MAR

Por Hugo Covaro (*)




El viejo que vino del mar bebía en silencio.
Su rostro curtido modelaba en sombras el perfil bíblico de un Moisés despatriado, contra la claridad hiriente del mediodía.
Sin que nadie lo viera, aprovechando la pleamar, apareció una tarde por la ría y con poco esfuerzo desembarcó en la solitaria playa de pedregullo ayudado por la marea. La larga barba y los harapos que le daban apariencia de náufrago Y su hablar extraño y pausado acaparaban la atención de aquellos marineros.
—Diga don... ¿Es usté español? —se animó a interrogarlo uno de los pescadores, intuyendo una pista en el acento del desconocido.
—De Jaén, Andalucía... —respondió el viejo, luego de un breve silencio. Aunque anduve los mares como segundo piloto del Batchelor's Delight, un barco inglés de 40 cañones que apresara en la costa de Guinea y comandaba el pirata William Ambrose Cowley.
—¿Y de ahí se vino a Deseado?
—No. Por desobedecer órdenes impropias de un capitán, me desterraron en la Isla Pepys.
—¿Cómo dijo?
—Isla Pepys...
—¿Dónde queda esa isla?
—A esta altura… unas 40 leguas al naciente.
—Oiga ñor... nosotros recorremos pescando esa zona y no hemos dao con ninguna isla.
—¿Acaso dudáis de mis palabras? ¡O también hasta aquí llegaron las afirmaciones embusteras de Byron, o las insidiosas murmuraciones de Cook y de Bougainville!
—¿Dónde dice que está la isla?
—A 47° de latitud sur... si os fijáis en el mapa, veréis que figura a 80 leguas desde Cabo Blanco.
—¿Es grande?
—Una legua de ancho por tres de largo, calculo. Tiene puertos naturales que pueden recibir a centenares de buques, con costas de piedra y arena donde se puede anclar con 7 brazas de agua lama... pesca abundante... parte de la isla es montañosa y parte es llana... tiene árboles y arroyos y en ella anidan numerosas aves...
—¿Vive gente ahí?
—Estaba deshabitada. Es buen sitio para hacer leña y aguada. En la parte sur de la isla hay una colonia de lobos marinos, que aprovechamos para hacer aceite...
—¿Dónde dormía?
—¿Qué comía?
—En una cueva, al principio... comía porotos, bizcochos, harina que me dejaron. Cuando se acabaron cacé liebres... algún venado... perdices... y pescar pejerreyes, solías, bacalao... algunos mariscos... así... de ese modo...
—¿Cuánto tiempo estuvo solo en esa isla?
—¡Dieciséis largos años!
—¡Laaaaaammmm!!!
—De diciembre de 1683 hasta octubre del pasado año, si no cuento mal.
—¡Tremenda lesera!!
—¡Cómo puede ser! Si ahora estamos a principio del siglo XX, amigo!
—Por ahí estuvo en Las Malvinas y se confunde...
—No creo que se confunda... en Malvinas vive gente...
—¡Bellacos! ¿ Vais a dudar otra vez de lo que digo?
—No... disculpe la interrupción... por favor siga contando.
—Pepys está fuera de las rutas de corsarios y piratas. La mayoría de las embarcaciones salen del Río de la Plata o Montevideo y ponen velas al sur teniendo a estribor las costas de la Patagonia. Por esa razón, son pocos los que pueden encontrarla. En mi largo destierro jamás un barco apareció en el horizonte... Es un lugar acogedor, aunque lleno de soledades que angustian, de noches donde siempre es invierno, hay fríos que parecieran salir de la propia roca para alojar sus espinas en tus huesos... hasta la salida del sol, con el que vuelve un repetido verano. El clima es algo riguroso... con días bonancibles y jornadas con turbonadas de vientos cercanas al huracán... La he recorrido palmo a palmo...y de suerte pude dar con unas piedras que sueltan chispas como el pedernal... fue una gran mejora poder cocinar el alimento y encender hogueras en la playa esperando que las viesen alguna nao memoraba, al tiempo que buscaba y extraía de su raída vestimenta un extraño dinero con el que pretendía pagar lo bebido.
—Nosotros salimos de pesca a la madrugada. Nos gustaría que nos acompañara en la faena y de paso nos mostrara la misteriosa isla que no se deja ver —lo convidó con un dejo de ironía el que parecía ser el capataz del grupo.
—Agradezco vuestra invitación, caballero, pero me han llegado noticias de pronto arribo a este tenedero para hacer aguada del HMS Roebuck al mando de Don Guillermo Dampierre de regreso a Inglaterra y deseo embarcarme. Una vez allí, retornar a mi patria será sólo un paso —se excusó el viejo que vino del mar.
—¿Y piensa volver por aquí?
—¡Seguramente! Es mi intención persuadir a su Majestad el Rey de España de la necesidad de seguir poblando estas latitudes, protegiéndolas al mismo tiempo de la codicia sin límites de los ingleses.
Una fuerte marejada sacudía la embarcación anclada a poca distancia de la rompiente. Con un cielo sin estrellas los pescadores se hicieron a la mar. Silbos y graznidos insinuaban la presencia de aves marineras en esa oscuridad que parecía salir del agua para teñir el firmamento. A poco de andar, un sol amarillo se asomó en el horizonte. Gaviotas y cormoranes acompañaban el rumbo inseguro del bote, igual que lazarillos guiando la ceguera del amo. Grandes olas con la exactitud de un metrónomo, hacían subir y bajar a la frágil barcaza como si el océano estirara desdoblando su portentoso género de agua.
Al atardecer, con la proa retinta de infinito, regresaba la barca de los pescadores.
La tierra firme era una delgada línea que aparecía y desaparecía en las pupilas saturadas de sal de aquellos marineros. Algunos creyeron ver un antiguo galeón del siglo XVIII abandonando precipitadamente la ría. Otros, más incrédulos, simplemente nubes que más allá de la costa, imitaban con cierto arte la figura de un barco yéndose.
Terminadas las tareas de bajar los cajones con la pesca, acomodar las redes para la siguiente jornada y asegurar el bote en la playa, el capataz y sus hombres marcharon al encuentro de unos tragos para alejar de sus cuerpos fatigados a los fantasmas de olvidados naufragios.





(*) Escritor comodorense. Este cuento fue extraído de su libro “Pequeñas Historias del Frío”.
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1 comentario:

Juanjo dijo...

maravilloso tu blog
me ha dejado anonadada