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sábado, 14 de noviembre de 2015

EL CUENTO DE HOY



NUDOS

Por Margarita Borsella (*)



    La ventana abierta dejaba pasar el aroma de los tilos -que eran hamacados por una suave brisa de otoño- al departamento de estudiante.
    El ambiente era perfecto.
    Con pinceles en las manos bajaba del cielo un mar de rojos y violetas que en ese momento bañaba a las nubes. Inesperadamente el timbre insistente lo interrumpió.
    En ese instante todos los sueños de su primera muestra en la Facultad de Bellas Artes, se derrumbaron como un alud.
   Tenía solamente dieciocho años; debía alistarse en la Marina y partir hacia el sur.
    Con la furia agazapada entre las manos que saltaron como locas sobre la tela, quedó la última pincelada roja.
    Solo el viento como un fantasma corría de un lado a otro en la inmensidad de ese mar helado que lo llevaba a lo desconocido, a lo inesperado, mientras el miedo enroscando a la garganta lo iba consumiendo.
    Si bien se alistó en un grupo de infantería de la Marina, lejos estaba del duro entrenamiento de los hombres del BIM-5 a quienes acostumbrados al frío y al viento, les era familiar esa costa que comenzaba a verse detrás de un cielo de plomo rayado de lluvia y tormenta.
    A medida que el barco se acercaba entre relámpagos del cielo y los misiles de los Harries que aparecían por todos lados, se encontró con el mismo infierno.
    Desde la enfermería, lugar que le habían asignado como ayudante, vio los primeros muertos que él mismo cubrió con frazadas, mientras otros caían al mar. Entre esa ilusión y desilusión, el frío el hambre y el cansancio no impidieron el seguir ayudando a respirar la última gota de aire a los caídos, sin importar el color de la tela que los abrigara.
    Días tras días, semanas tras semanas, fueron muchas las palabras acompañadas por el último aliento que guardó; pincelando el alma con los colores del dolor y de la incomprensión; del no saber por qué estaba allí. Igual las fuerzas llegaban a él para continuar; para estar.
    Las bombas atravesaron al barco y el mar se apoderó de muchos cuerpos que aún latían. El suyo era uno de esos.
    Con una pierna engangrenada por el congelamiento del pie, lo encontró el sol del mediodía en una playa aferrado al listón de madera que lo mantuviera con vida; solo el océano sabrá por cuánto tiempo.
    En la frontera del delirio, la vigilia y el sueño, súbitamente entre las crestas de las olas, como suplicándole rescate, vio la soga con la que cada nudo recordara a un compañero caído por las ráfagas del enemigo o caído por un abismo interior. Esa soga con la que saltara para escapar del fuego y le mantuviera el impulso vital por sobrevivir.
    Se aprehendió a ella; cada nudo cobró vida. Se arrastraban suplicando, gritando de frío, de hambre, de pena cuando veían caer cuerpos al terminar sus rastros sobre la tierra helada y ensangrentada.
     Despertó en una cama de hospital con la soga junto a él y una pierna menos, dispuesto a continuar el cuadro.
    Aún con los bramidos de la guerra entre las manos que nunca lo abandonaron, pegó la soga en la tela y con un grito de dolor, engrosó la pincelada roja de aquel atardecer de otoño.



(*) Escritora chubutense. Este cuento obtuvo el primer premio en el IV Certamen de Narrativa "Antonio Aliberti 2015" de San Antonio de Padua, provincia de Buenos Aires.
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