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sábado, 31 de enero de 2015

LA NOTA DE HOY




EL POETA QUE VINO DEL VALLE PROFUNDO


Por Jorge Eduardo Lenard Vives





Bajé las mesetas, me adentré en el llano,
quebrando la ausencia tornaba una tarde
de nuevo a mis lares.
Respiré profundo, canturrié contento
y en mis sentimientos,
y en mi alma toda,
se ensanchó la imagen del fecundo valle.

Versos con tanto sentimiento para cantar al Valle del Chubut como éstos, sólo pueden deberse a un hijo de la zona; alguien que haya nacido arraigado a la tierra negra de ese valle chacarero y profundo, que se despliega a medida de que el río se aleja de la costa y se remonta hacia sus nacientes, sorteando las angosturas entre las bardas. Tierra apta para que crezcan los árboles y los cultivos; y también propicia para que surjan los poetas.

Es en Dolavon donde, el 20 de noviembre de 1930, nació el autor del poema; una de las figuras emblemáticas de la Literatura Patagónica: Aurelio Salesky Ulibarri. Segundo hijo de una familia de nueve hermanos, pasó su infancia y adolescencia en un bucólico aunque laborioso ambiente rural. Poco antes de cumplir los diecisiete años, se marchó a Comodoro Rivadavia para trabajar en la empresa Astra. En esta época se afianza su pasión por los libros, que se había despertado muy temprano en su niñez. Se orienta a la temática filosófica. Entre sus autores preferidos se encuentran Lin Yutang, Benjamín Franklyn, Bertrand Russel y Samuel Smile.

Por profesión se dedica a la teneduría de libros, por vocación se inclina a las letras. Esta afición motiva que se lo designe bibliotecario de la localidad que lleva el nombre de la firma en la que trabajaba. Para ese entonces, sus primeros intentos literarios se plasman en una novela que, descontento con el resultado, habría quemado. Incursiona también en el periodismo, en los diarios “El Chubut” y “Noticias”, con notas, ensayos y artículos.

Al poco tiempo escribe “Prisionero”, un poemario de ochenta y cuatro obras sobre el amor, que es publicado en 1958 en Buenos Aires. Es un trabajo subjetivista, cuyo último poema, “In Memorian”, está dedicado a Gabriela Mistral. En 1961 da a luz a su segundo libro, “Trasuntos de la Vida”; ensayo filosófico cuya premisa es que los seres humanos pueden ser mejores, susceptibles de perfeccionarse. Como todos llevan dentro de sí la semilla para concretar ese ideal, debe ser su empeño el esforzarse en ser más útiles y buenos.

Su designación como editorialista de un magacín creado por sus compañeros de labor, llamado “Astra al día”, le permite ejercitarse en pequeños ensayos morales y críticos. También incorpora a la visión intimista de los primeros poemas una postura objetiva, consciente de la inmensa geografía patagónica que lo rodea.

Colabora un tiempo con el periódico “El Rivadavia”. En tanto, sus trabajos se publican en “Trépano Celeste”, órgano de la Peña Literaria de Comodoro Rivadavia fundada por Eduardo Gallegos; y en la reconocida revista “Argentina Austral”. En el año 1960, la empresa periodística propietaria de los periódicos chubutenses “Esquel” y “Jornada” le otorgó por sus méritos literarios la medalla de oro “Gobernador Fontana”.

Se aparta por un tiempo de la rutina diaria para escribir su novela “Rincones de Odio”, de 1963. Es una narración “de ideas”, que habla sobre la libertad, con un fondo costumbrista. Para esta época se inscribe en la Facultad de Idiomas de la Universidad de Córdoba; donde luego terminaría sus estudios como Profesor de Inglés. Colabora luego con la revista especializada “Sur”, fundada también por Eduardo Gallegos. Su apego por la historia lo conduce a realizar una serie de trabajos de investigación con motivo de los 100 años de la llegada de los galeses al Valle del Chubut, para la Asociación San David de Comodoro Rivadavia. Con el tiempo, este interés lo lleva a ser miembro fundador de la Junta de Estudios Históricos del Chubut, miembro de número de la Junta Provincial de Historia de Córdoba y miembro fundador del Instituto de Estudios Históricos Roberto Levillier.

A los libros ya publicados, agrega con los años sus otras obras: “Patagonia poética” (poesía, 1965), “Los frustrados” (novela, 1968), “Génesis de la sociedad chubutense” (historia, 1983), “El período hispánico en la Patagonia” (historia, 1984) y “Grandeza y miseria de la condición humana” (novela, 1995). Durante su feraz vida intervino en congresos, dictó conferencias y participó en diversas publicaciones, mayormente sobre la Patagonia y su historia. Obtuvo gran cantidad de premios literarios, entre ellos en el Eisteddfod del Chubut, en 1968 y 1984.



Este Escritor, con mayúscula, falleció en la ciudad de Córdoba el 25 de agosto de 1999. El título de la nota recuerda su faz de poeta; pero su figura se agiganta como novelista y ensayista. Y ensayista de filosofía, que no es poca cosa. Filosofía y Literatura van hermanadas por los caminos de la cultura; y allá las habrá encontrado nuestro poeta en su juventud; cuando transitaba por esas calles que trazan el damero colorido del valle, a las que cantó, añorando el regreso:

¡Son grandes las ansias!
¡Me llevan los ojos!
¡Mil sueños me acunan por las tierras buenas!
Blanquean los caminos,
los quietos caminos que cruzan el valle
u orillan su falda entre jarillales.




Nota: El autor agradece al escritor Gonzalo Salesky, hijo del poeta a quien dedicamos esta nota, los datos biográficos tan gentilmente aportados. Gonzalo es un escritor con una gran trayectoria y variados reconocimientos nacionales e internacionales, que honra la figura de su padre. Otra información proviene del literato comodorense Eduardo Gallegos, quien fuera prologuista y amigo de Aurelio Salesky Ulibarri.. Los versos reproducidos son del poema “Valle del Chubut”, que integra su libro “Patagonia Poética”.



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domingo, 25 de enero de 2015

NUEVAS OBRAS RECIBIDAS




RESCATANDO MATICES”, DE MARGARITA BORSELLA (*)




       La mejor manera de valorar la Literatura Patagónica es conociéndola. Sin embargo, aun es “Terra Incognita”; su descubrimiento es una deuda que las letras regionales se deben a sí mismas. Por eso el camino que recorre Margarita Borsella en su último libro, “Rescatando Matices”, traza una huella que tal vez otros transiten pronto. Buscando los hacedores de la cultura austral, la autora toma la figura de uno de sus principales escritores y lleva adelante su rescate. Es así que Donald Borsella, el inspirado creador de “El zorro Cifuentes”, “Las torres altas”, “La avutarda” y muchos otros títulos ya integrados al corpus literario regional, toma forma en las páginas de su nueva obra, prologada por Donald Thomas.

        Es difícil reconstruir la historia, aún la más reciente. El tiempo, muy pronto, pone una pátina que enmaraña la lectura del pasado. Margarita Borsella ya había experimentado ese inconveniente al escribir su propia autobiografía; que conocimos bajo el nombre de “Buenos Aires Chico. Despertar de Imágenes”. Si seguir los trazos de la propia infancia es intricado, ¡cuánto más arduo será buscar las huellas de la vida de otra persona! Aun cuando, como en este caso, sea un familiar directo. Donald no sólo es el sujeto del estudio de Margarita Borsella; es también su tío paterno.

       Incluso el parentesco, lejos de allanar la tarea, podría embrollarla aún más. Para la autora no son datos fríos los que obtiene; están llenos del afecto lógico que suscita el entorno familiar. Más aún cuando, además der lazos de consanguinidad, Donald contribuye a despertar la vocación de escribir en su sobrina; una razón más para sesgar la visión imparcial que permite la veraz recuperación del personaje. Sin embargo, Margarita logra superar el escollo; y, con un estilo ágil y ameno retrata de manera objetiva al escritor.

        Pero no sólo pinta al literato. En estas páginas vive Donald Borsella el hombre; con sus dudas, sus inquietudes, sus ilusiones, sus certezas… Un ser humano que brindó su vida a la sociedad, en los campos de la enseñanza, la cultura y la política; múltiple entrega que habla de un espíritu solidario y desinteresado. Presente en sus pensamientos y en sus expresiones más hondas e íntimas, se encuentra la percepción del verdadero artista; para quien la realidad no es un escenario en blanco y negro donde se dirimen cuestiones doctrinarias, sino una paleta multicolor que va adquiriendo sentido a medida que la vida fluye a través de ella.

        Sin dudas, la presencia de Donald Borsella en el ámbito cultural sureño, es de una enorme importancia, que trascendió su Chubut natal. También superó esa intangible barrera constituida por el río Colorado, porque fue uno de los primeros escritores del sur difundidos a nivel nacional. 

       Pertenece a una época pionera de la escritura austral, los años 70 y 80 del siglo pasado. Cuando Donald comenzó a escribir, no eran muchas las plumas que lo hacían en estos parajes; y menos aun las que tenían ciertas posibilidades de ser conocidas allende el ámbito local. Recién comenzaban a surgir en el ambiente cultural, en forma aislada y súbita, como las marcas de las primeras gotas de lluvia que resaltan sobre el suelo reseco de la meseta. Cierto es que ya existían algunas presencias anteriores; pero eran escasas, solitarias.

        Una de las características de ese grupo de escritores es la plena introducción de la narrativa de ficción en la zona. Hasta entonces, la Patagonia había entusiasmado por su historia y su geografía al género didáctico. También la poesía mostraba su preeminencia, ya que parecía adecuarse a la belleza indómita que irradiaba la región. Pero estos artistas toman el paisaje humano y natural de la zona; y lo utilizan para desarrollar argumentos imaginarios en tono de relato. Incluso ensayan un subgénero poco usual hasta entonces en estos lares: el cuento. De allí que la mayor parte de la obra de Donald Borsella se ubique en esta variante.

       Otra característica de estos literatos, es el hecho de haber sido numen para muchos jóvenes que recién se iniciaban en el arte de la palabra escrita; quienes hallaron en sus mentores la guía para seguir adelante. Su legado sigue dando frutos en la actualidad.

        “No se quiere lo que no se conoce”. Este trillado dicho, como todas las máximas surgidas del sentido común conservadas en el acervo cultural de la sociedad, muestra una verdad a veces no tan obvia. La Literatura Patagónica no goza aun del reconocimiento merecido. Mucho se está haciendo últimamente por difundirla; y mucho queda por hacer. Conocer a los escritores que contribuyeron a conformar un conjunto de obras que pueden fundamentar la real existencia de una Literatura regional, con sus rasgos específicos y diferenciados respecto a otras zonas del país, permite profundizar en el estudio de nuestra cultura sureña. Ese es uno de los méritos del libro y su autora.

       Pero otra de sus virtudes es el hecho de constituir un justo homenaje a una de las figuras señeras de la historia provincial reciente. Es cierto que, como dije antes, el tiempo pone una pátina sobre el pasado. Pero también es verdad que actúa como un cedazo, que separa lo permanente de lo efímero, lo banal de lo trascendente. Cuando el paso de los años use su tamiz, con seguridad el nombre de Donald Borsella quedará retenido entre el de los escritores patagónicos clásicos; cuyas creaciones serán siempre objeto de atención por parte de las futuras generaciones de lectores.


J.E.L.V.



(*) “Rescatando Matices”, Margarita Borsella, Umbrales Ediciones, CABA, 2014.

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jueves, 22 de enero de 2015

EL POEMA DE HOY




LA MAÑANA


Por Nadine Aleman (*)




Nació la mañana sin ti.

Abrí las ventanas.

Esperé de la brisa fresca
tu aroma profundo.
Y tan lejano.

Nadie llega.
No hay sorpresa no hay abrazos.

Cumplo las horas
negando la melancolía
que de preferencia no habita
en días luminosos.

Yo te espero siempre.

Con los ojos puestos
en la calle.






(*) Escritora de Esquel. Esta poesía fue tomada de su libro “Letal Intensidad”. (Editorial Pol, San Martin, 2009)





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viernes, 16 de enero de 2015

LA NOTA DE HOY



EDMUNDO DANIEL JÍOS


Por Margarita Borsella (*)



El 17 de febrero del año 1938, en un ranchito de adobe de Río Chico, un pintoresco pueblo rionegrino atravesado por las vías de La Trochita, venía al mundo Edmundo Daniel Jíos. Hijo de Lía —nativa— y de Aristocles —un griego a quien la devastada Europa después de la primera guerra mundial no había logrado vencer sus sueños y cruzó el océano para transformarse en pionero de la  construcción de ese trencito patagónico—.

Siendo Edmundo muy pequeño, la familia se trasladó a El Maitén para continuar trabajando en el ferrocarril. Es allí donde cursa sus estudios primarios en la Escuela N° 149 y despierta su interés por la lectura, alentado por el maestro Donald Borsella. Ya en su adolescencia, el escritor Don Elías Chucair —de sangre árabe pero que supo fraternizar con el indio y el criollo que poblaba la zona de Jacobacci—, impulsó a su pasión por la escritura, la cual se caracteriza por romper el mito de la monotonía de un interior silenciado al cual resignifica a través de la voz de sus habitantes que se eternizan en los escritos; lo que hace que las historias de su pueblo transformen a El Maitén en un pueblo de historias.

Desde los 14 años Edmundo supo del yugo del trabajo. Fue transportista de áridos en un carro tirado por bueyes, peón de ladrillero en donde pisaba barro con caballos, peón de carneador en un matadero, peón de albañil, hasta que en 1959 ingresó al ferrocarril como fogonista en La Trochita y a partir de 1970 comienza su profesión, que ejerce por 22 años, como conductor de las locomotoras. Luego de ello abrió una Pizzería en el centro de El Maitén, que por más de 20 años fue un lugar de encuentro de amigos que daban paso a las diferentes manifestaciones culturales de la región.

El Ministerio de Gobierno de la Provincia del Chubut lo convocó como Director de Asuntos Poblacionales, en donde tuvo la responsabilidad de afianzar vínculos con los pobladores originarios de las comunas rurales de Gan Gan, Gastre y Aldea Epulef. En El Maitén durante seis años fue animador de las primeras Fiestas del Tren a Vapor, y administrativo de la agencia PAMI, donde ejerció una importante labor social teniendo en cuenta las necesidades de las comunidades aborígenes de la región, estrechando lazos culturales entre ellos; la que ahondó su incursión en la escritura.

Y así es como Edmundo, heredero de esa sangre que surge de mixturar en un crisol la sabiduría griega con la picardía criolla, se convierte en “un apasionado por las historias de la gente común, de anécdotas cotidianas y recuerdos a que a veces tocan el límite de lo inverosímil”, como diría su hija Mariela al escribirle en la contratapa de “El Baúl de los Recuerdos”, su primer libro. Uno de sus primeros trabajos literarios fue “Un amor de tiempo adentro” —historia testimonial de una familia araucana—, presentado a un certamen literario organizado por PAMI Nación, en donde obtuvo una mención especial.



Su cuento “La Francisca”, ya publicado en esta página, obtuvo el Primer Premio Comarcal y Segundo Premio en el Certamen “Gonzalo Delfino” de la localidad de Gaiman. Posteriormente escribió la obra “Desalojo en la Vuelta del Río”, que por sus connotaciones sociales tuvo un fuerte impacto en la comunidad maitenense. Y en el 2012 aparece su libro “El Baúl de los Recuerdos”; que el Honorable Concejo Deliberante de la Municipalidad de Epuyén, mediante Declaración N° 24/2012, declara de Interés Cultural, Educativo y Social, en tanto el Honorable Concejo Deliberante de la Municipalidad de El Maitén, por Declaración N° 06/ 2013, declara de Interés Cultural, Social y Legislativo,

 “... este trabajo literario nació con la finalidad de rescatar en él lo acontecido en El Maitén y sus alrededores, para que no se diluya en el tiempo el recuerdo de aquellos pioneros que con su sacrificio hicieron posible este presente pleno de comodidades que ellos no tuvieron. Un escritor con oficio, exhibiría en un trabajo como este la organización y las correcciones que una buena obra literaria debe tener. Yo, además de ser autodidacta sin formación académica, soy un rebelde de la literatura. No logro escribir más de dos páginas seguidas siguiendo un orden cronológico de lugares, hechos o acontecimientos. Me excuso de no poder llevar un orden preciso, pero el contenido tan disímil de todo lo que expreso me lo dificulta, ya a veces me lo imposibilita. Reseñas biográficas y pequeñas historias de tiempos dispares conviven dentro de este baúl. Pero así es como los vientos cordilleranos me acercaron los recuerdos, y así es como dejo que los mismos vientos los lleven hasta ustedes, amigos lectores...”, decía este hombre apasionado por la vida y por las historias de la gente común, en quienes supo bucear en el fondo de sus almas para llenar este baúl de emociones de todo un pueblo; este baúl que si bien fue su primer libro presentado, por esas cosas de la vida también ha sido el último ya que hace sólo unos días se ha encontrado con la muerte.

Si bien una gran amistad lo unía a mi padre y a mi tío, recién después de 48 años lo he vuelto a ver, teniendo dos largas charlas; una en El Maitén y otra en Trelew. En una de ellas, presagiando tal vez que sus largas enfermedades le jugarían una mala pasada, y diciéndome que al hacer un balance de su vida debía reconocer que lo que tenía en su haber superaba ampliamente a lo que sus actitudes le hicieran merecedor, me entregó un poema pidiéndome que lo diera a conocer... Lo había escrito una tarde de julio de 1979 sobre una mesa de la pizzería El Obelisco de Esquel, y me lo dio en el otoño del 2013...

Dios
Yo sentía que existías,
no sabía en qué forma ni en qué espacios.
No intentaba encontrarte
porque hacerlo
era comprometer mi vida, mi existencia,
mi libertad, (o libertinaje).
Y a pesar de los vicios y placeres
en que se revolcaba mi locura,
mi enfermedad de sexo, de inmundicia,
mi tortura en tu imagen se calmaba.
Te encontraba en mis hijos, en la luna
reflejándose pura en un arroyo
y en la nieve que cubre las montañas.
Te veía en el rostro de mi esposa
descansando feliz sobra la almohada
después de haberme dado el fruto de la vida,
recibiendo de mí ¿solo la nada?...
Te encontraba... y negaba tu existencia
de mi nada hacia afuera.
Porque cuando el dolor me atormentaba,
¡con qué fervor a solas te rezaba!...
Y no era hipocresía. Tú lo sabes;
aunque al siguiente instante te olvidara.
Y descendí al infierno, a sus entrañas.
Encontré a Lucifer, Satanás, ¿cómo se llama?...
En fin, jugué lo poco de valor que me quedaba.
Y no sé si gané, o fue una aflojada,
que me hizo el diablo para destrozarme
definitivamente el Alma.
No importa DIOS... yo te sigo buscando,
con desesperación, como se aferra
a una madera el náufrago cuando además del mar, no tiene nada.
Ayúdame Señor, Dios infinito,
por mi esposa, por mis hijos, por mi mismo.
Hoy te grito desde el fondo de este abismo
¡Ayúdame Señor... Te necesito!

Seguramente ya estará con Él, junto a otros escritores patagónicos.



(*) Escritora de Trelew.



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martes, 13 de enero de 2015

EL POEMA DE HOY




UN NUEVO AÑO


                                          Por Ester Faride Matar (*)





Alguien se quedó en la orilla del mar
ofreciendo recuerdos.
Pintando con rouge las palabras dispersas,
símbolo sin fuego con aroma a madrugadas.
Entonces intenté…
Intenté regalarte un verano
con sueños de poeta y un concierto
que me devuelve la vida milagrosa.
Tú te encuentras ahí y yo me encuentro.
Hemos bebido con sudores los pasos del ayer
y nuestra piel sedienta se despoja de las lágrimas.
Estamos envolviendo los dolores
para arrojarlos a las aguas que se marchan.
Nadie hace ruido y se estremecen tus manos
y las mías se enlazan sin piedad.
Esta felicidad es tan distinta
que se disfraza con colores diferentes
y motivos desiguales.
Se diluye el calendario en su último día
y la esperanza extiende sus brazos al poniente
y no hay penas que se aniden en la mente
ni desconsuelos en busca de consuelos.
Gritar nuestro amor es la variante por donde pasa el silencio
en pos de un futuro con futuro
que lo atrape…
Lo atrape…




(*) Escritora nacida en Sierra Grande, radicada en Viedma.

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viernes, 9 de enero de 2015

EL CUENTO DE HOY




SYLVANUS GROT


Por Carlos Dante Ferrari





       Recuerdo que llegó un día a nuestra granja para pedir trabajo. Era la época de la cosecha y a pesar de su aspecto algo extravagante, mi padre lo contrató enseguida. 

       Como era costumbre en aquellos tiempos, le asignaron un catre en la cuadra de los peones, donde se acomodó sin chistar. Traía como único equipaje una mochila color caqui, con un emblema bordado en hilo rojo.

       Sylvanus era un tipo callado y respondía en forma amable cuando se le hablaba, empleando frases cortas, con un leve acento extranjero. Un día me atreví a preguntarle dónde había nacido y contestó: “en Albuquerque”. Como yo no tenía la menor idea acerca de dónde quedaba ese sitio, la conversación finalizó allí.

        Mestizo, su piel mate contrastaba con unos ojos azules, de mirada serena. Aparentaba tener alrededor de cuarenta años. Otra vez quise saber el origen de su apellido y me dijo que su padre era francés. Eso fue todo.

        Como si honrara aquel nombre tan singular, Sylvanus vivía silbando entre dientes. Era una melodía triste, fácil de memorizar; tanto que hoy mismo puedo reproducirla, a pesar de que han transcurrido más de cuarenta años desde que la escuché por última vez.

       Los cosechadores trabajaban desde el amanecer. Hacían una pausa para el almuerzo, descansaban poco más de una hora y después retomaban la tarea hasta la caída del sol. Me gustaba ir a la cuadra con la excusa de ayudarlos. Matizaban sus conversaciones con bromas toscas e ingenuas que provocaban mucho jolgorio. Sylvanus escuchaba y reía a la par de los demás, pero no era de hacer chistes.

        El primer domingo de franco, a diferencia de los demás, que fueron hasta el pueblo a pasear o a emborracharse, Sylvanus se quedó en la cuadra. Cerca del mediodía lo vi aproximarse a la casa y merodear por el jardín. Allí anduvo largo rato observando las plantas. En cierto momento se arrodilló al pie de los rosales y los miró con expresión crítica. Mi madre advirtió su actitud a través de la ventana y sintió curiosidad. Salió a la galería, un tanto indecisa; finalmente caminó hacia el jardín, donde el hombre continuaba su inspección.

        —Buen día. ¿Le gustan las rosas? Son mis preferidas —dijo ella.

        —Buen día, patrona. Sí, son muy lindas. Pero las plantas se le están yendo en vicio. Parece que este invierno van a necesitar una buena poda.

        —Es cierto. Hace tiempo que no tenemos a nadie que se encargue del jardín. ¿Usted es del oficio?

        Sylvanus asintió con la cabeza, sin mirarla.

        —Bueno, le voy a decir a mi marido. Gracias —agregó mi madre con tono amable, y se volvió hacia la casa.

        Él examinó el pequeño huerto durante unos minutos más, se agachó para acomodar las piedras de uno de los canteros y después regresó a la cuadra, silbando entre dientes su acostumbrada melodía.

       Mi padre estuvo de acuerdo en contratarlo como una tarea extra para los fines de semana. Sylvanus asumió el rol con todo entusiasmo. Pronto el jardín lució como nunca antes. Dio vuelta la tierra, desenterró y reubicó las plantas para distribuirlas de una manera más adecuada y armó varios canteros, bordeándolos con piedras del lugar.

      Encantada por los resultados, mamá le pidió a mi padre que trajera una variedad de semillas en su próximo viaje al pueblo.

      —No es época para sembrar nada, Isabel: ya estamos a comienzos del otoño —objetó él.

      —No importa. Será bueno tenerlas ya compradas para la primavera.

     Aquella respuesta parecía llevar implícita la idea de que Sylvanus estaba contratado de manera fija. Mi padre no dijo nada.

      Días más tarde, al volver del pueblo, papá dejó sobre la mesa de la cocina una caja llena de sobres etiquetados con flores de diversas clases. Mi madre le sonrió, agradecida. Esa misma tarde, cuando los cosechadores regresaron de sus tareas, ella me envió a la cuadra para llamar al jardinero.

     Recuerdo que mientras caminábamos juntos hacia la casa, no pude resistir la tentación y le conté a Sylvanus que mi padre había traído semillas. Él no contestó. Se limitó a devolverme la mirada, silbando, y pude ver en su rostro el asomo de una sonrisa.

      Mamá lo esperaba con alegría. Lo hizo pasar a la cocina y lo invitó a sentarse a la mesa, donde reposaba la caja de cartón. Él ingresó quitándose la gorra y accedió a inspeccionar los sobres de semillas. Los miraba sin decir palabra, con expresión concentrada. Mi madre lo dejaba hacer, aunque se la veía impaciente por conocer su opinión. Para nuestra sorpresa, de pronto Sylvanus se largó a hablar como nunca antes lo había hecho. Hizo comentarios sobre las distintas plantas, sus características, la conveniencia de ubicarlas en espacios soleados o resguardados, agrupándolas según su mayor o menor necesidad de riego y muchos otros detalles que ya no recuerdo. Ella lo escuchaba, embelesada, seguramente imaginando su futuro jardín, grande y embellecido con todas aquellas especies en flor.

      En ese momento llegó mi padre. Volvía de visitar una granja vecina donde ofrecían en venta un lote de animales en los que estaba interesado. Mamá lo vio entrar y exclamó:

      —¡Ignacio, no te imaginás cuánto sabe Sylvanus de plantas! ¡Nos estuvo explicando un montón de cosas!

      Para entonces nuestro visitante se había puesto de pie y mantenía la vista baja, ante la expresión adusta de su patrón.

      —Bien, Grot. Puede retirarse, gracias —fue la única respuesta.

      Sylvanus musitó alguna palabra —no sé si de agradecimiento o disculpa— y se retiró en forma presurosa. Papá caminó hacia el dormitorio a cambiarse sin agregar ningún comentario. Mi madre y yo quedamos perplejos. Por último ella tomó la caja con semillas y fue a guardarla a la despensa.



      Esa misma semana finalizó la temporada de cosecha. Del galpón atiborrado de bolsas emergía una agradable mezcla de olores a cebollas y a papas. Mi padre y el capataz habían instalado una mesa en la entrada de la cuadra y estuvieron casi todo el día liquidando la paga final a los peones. También Sylvanus recibió su salario. Me sorprendió verlo cambiado, con una camisa nueva y un pañuelo al cuello. Se había mojado el pelo para peinarlo hacia atrás.

      En la explanada del patio estaba estacionado el camión que transportaría a los peones. Los que ya habían cobrado iban acarreando sus efectos para colocarlos en la caja, donde se acomodarían para el viaje de casi 50 kilómetros que separaba la estancia del pueblo.

      De repente advertí que Sylvanus también sería de la partida. Lo vi caminar hacia el camión con su mochila al hombro. Al llegar la colocó sobre la caja y, tomándose de la barandilla, subió con un ágil salto.

     Dudé si correr hasta él o ir a avisarle a mi madre. Opté por lo último, quizás creyendo que ella podía hacer algo para evitarlo. Corrí hasta la casa, entré a la cocina y grité:

      —¡Mamá, Sylvanus se va!

      Ella estaba sentada zurciendo unas medias. Me miró y no dijo nada.

      Aquella primavera tuvimos una gran variedad de flores. Las sembró mamá. Fue el jardín más bello y melancólico que recuerdo haber visto en mi vida.

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lunes, 5 de enero de 2015

EL POEMA DE HOY



RESONANCIAS


Por Carmen Nora Gutiérrez de Castellano (*)





Futalaufquen, resuena en mis oídos
la voz inmemorial de aquella raza,
la dueña de tus aguas y que hoy pasa
sumergida en el lago del olvido.

¿Es tu silencio un grito que se clava
como una lanza en descubierto pecho,
o es lamento de un pasado en acecho
que en tus aguas se purifica y lava?

Futalaufquen, me entrego a tu silencio
y a la voz mágica de tus ancestros,
soy una piedra más, tal vez el eco

de la roca y el árbol que te abraza,
soy sangre y sentimiento de la raza
que pronunció tu nombre en canto y rezo.




(*) Escritora de Puerto Madryn, donde vivió 27 años; radicada en Buenos Aires. De larga trayectoria en la docencia secundaria y terciaria, en actividades culturales y de promoción de la lectura y escritura en la provincia del Chubut. Actualmente coordina el Taller de Lectura y Escritura "Buen Ayre del Sur", en el Museo Roca de la CABA. Obtuvo varios premios literarios en Chubut (Certámenes Literarios Provinciales 1982; 1984; Escritores Inéditos -1987. Cuadernillo Ministerio Educación de la Nación 2006). Publicó el libro "Entre Escalones y Zapatos"; Chiviricocó (Lit. Infantil). El poema “Resonancias” obtuvo un premio del Certamen Literario Provincial - Chubut-1984.



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