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sábado, 31 de octubre de 2015

LA NOTA DE HOY

Zona de Colonia Alejandra - Santa Fe



GALENCIA

Por Jorge Eduardo Lenard Vives



     Durante mi niñez, varias veces escuché mencionar en la casa de mis abuelos maternos en Gaiman, los nombres de dos lugares que mi imaginación infantil, limitada entonces por el paralelo 42, tornaba comarcas exóticas y lejanas: Sauce Corto y Pájaro Blanco. Eran los sitios del norte del país donde habían marchado sendos grupos de colonos galeses del Valle del Chubut, en pos de su prosperidad. El recuerdo estaba aún presente entre aquellos que mantenían la tradición oral, escuchada por boca de quienes habían vivido los hechos o de sus descendientes.

     Con el correr del tiempo conocí ambos parajes. Primero fue Sauce Corto. Supe así que el punto donde había arribado hacia 1881 el conjunto de inmigrantes procedente de Camwy, estaba en la provincia de Buenos Aires; al pie de la sierra de Cura Malal. Resultado de la visita fue una nota publicada por Literasur en 2008, “Intermezzo Bonaerense”. El tour, además, me permitió conocer a Héctor Dos Santos; un historiador preciso y detallista, que había investigado las peripecias de esos pobladores y las había volcado en su libro “120 años en la historia de Coronel Suárez”. En ese texto hallé también la solución a un problema que había enfrentado durante mi búsqueda iniciada en el pueblo de Sauce Corto, partido de Coronel Suárez. No había hallado allí ningún apellido galés. Todos los lugareños me indicaban que debía inquirir en la cabecera del municipio. En el libro de Dos Santos encontré la explicación: el Sauce Corto de los chubutenses había mutado su nombre por el de Coronel Suárez a principios de siglo XX.

     Encontré esta misma dificultad de “geo-referenciación” al tratar de localizar la otra colonia, la de Pájaro Blanco. La sabía ubicada en Santa Fe. Un rastreo más minucioso me llevó a un paraje que lleva ese nombre, varios kilómetros al sur de la ciudad de Reconquista. A poco de arribado al territorio e iniciadas las primeras averiguaciones, supe que no era ese el rincón exacto del asiento de los galeses exiliados. En realidad, se conocía como Pájaro Blanco a una amplia zona en la cual se había establecido primero la Colonia California, poblada por norteamericanos, en 1866; y luego la Colonia Galesa, “Galense” o “Galencia”, hacia 1868. También supe que el comentario que alguna vez había oído, que los colonos del Valle habían venido para ubicarse en un preexistente emplazamiento inglés, no era cierto. En realidad, ellos fundaron su propio establecimiento luego de que los estadounidenses erigiesen el suyo. A ese asentamiento galés se lo nombraba como “Colonia Inglesa”; pero recién años más tarde, en 1870, se radicó allí una verdadera colonia con inmigrantes provenientes de la remota Albión, la Alexandra Colony.

     Pude obtener toda esa información, y mucha más, gracias a que también aquí un estudioso se había dedicado a dilucidar, con verdadera pasión, la historia local. Guido Abel Tourn Pavillion es un erudito de Alejandra, cuya investigación, amalgamada con su amor por la Literatura, dio lugar a una gran cantidad de textos como “Colonia Alejandra”, “Historia de la Comuna de Alejandra”, “Pioneros en la “Alexandra Colony”, “El Clan Morgan”, “Colonia Alexandra. Un lugar del Pájaro Blanco”, “Galeses de la Patagonia en el Pájaro Blanco”, “Alejandra. Historia Político Institucional”, “Los Galeses de Santa Fe”, “De Rorá al Río de la Plata. Saga de la Familia Tourn”, “Encuentro del Aborigen y el Inmigrante en el Pájaro Blanco”, “Las Iglesias Evangélicas en la Alexandra”, “Las Colonias del Pájaro Blanco”, “Los Galeses en el Pájaro Blanco y su dispersión al norte santafesino”, “Interpretación y análisis de las cartas de David y Richard Morgan”, “Interpretación y análisis de las cartas del Rev. Frederich H. Snow Pendleton a Jean Pierre Baridón”, “Interpretación y análisis de las cartas coleccionadas por Percy Heurtley”, “Pionero del Pájaro Blanco en el norte santafesino”, “Correspondencia y Documentos de la Colonia Alexandra”, “Genealogía de cien familias colonizadoras y pobladoras de Alejandra” e “Historia de una fotografía”. Tal bibliografía revela a las claras el interés del escritor por difundir el acervo local; tributo emotivo a sus ancestros que permite conocer mejor una parte de la epopeya patagónica continuada en el norte del país.

     Otro autor regional, Edgardo Ronald Minninti Morgan, incursionó en la solera regional con su monografía “Colonia California y Galencia en el Pájaro Blanco”. Como es también literato de ficción (con narraciones largas como “Dicen que fue el último”, “Los Solitarios” y “El Flaco”; y volúmenes de cuentos cortos como “Para Leer en el Tren Bala”, “Para Leer en la Cola del Banco” y “Para Leer Dos Veces”) y de poesía (“Mandato Cumplido”, “Madrugales”, “Una Rosa Roja” “Palabras para Pintar” , “Óleos para Leer” y “Con Acento”); creó una novela ambientada en la zona, “Salvajes Palmeras del Pájaro Blanco”, donde se menciona la presencia galesa.

     Este rescate de las “colonias perdidas” me permitió, entre otros aspectos, comprobar una vez más con qué rapidez el polvo del tiempo cubre el pasado y dificulta su conocimiento. Los hechos quedan sepultados; surgen en su lugar mitos y leyendas y, si nadie se ocupa por buscar la verdad, tiende a mezclarse ficción y realidad. Y, además, pude advertir de nuevo ese oculto entramado que relaciona personas disímiles y lugares distantes, en forma inopinada y sorpresiva, al influjo de los pespuntes azarosos de la musa Clío; que llevan, en esta ocasión, a unir las orillas del manso y sinuoso río Chubut con las riberas feraces del majestuoso Paraná.




Nota: el autor agradece la valiosa colaboración de la señora Mariana Noemí Lovatto, de Colonia Alejandra; sin la cual no hubiera sido posible la redacción de esta nota.
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martes, 27 de octubre de 2015

LA NOTA DE HOY




Cómo obtuvo su sobrenombre “Butch” Cassidy (*)

Por Daniel Buck y Anne Meadows



     ¿"Butch"? La explicación más común es que Cassidy, cuyo verdadero nombre era Robert LeRoy Parker, en una época fue carnicero. En “La historia romántica y notoria del Parque de Brown” (1988), Diana Allen Kouris refiere que Cassidy era proveedor de carne vacuna para los vaqueros durante los rodeos de otoño.

     Lula Parker Betenson, en “Butch Cassidy, Mi Hermano” (1975), y Bill Betenson, en “Butch Cassidy, Mi Tío” (2014), sugirieron que Cassidy había trabajado como carnicero en Rock Springs para W.H. Gottsche, Otto Schnauber o John Maulson, entre otros, quienes comerciaban carne de reses robadas, dándole una nueva connotación a la expresión "productos de origen local."

     En “El último de los Bandidos Montados” (1940), Matt Warner brindaba una explicación completamente diferente: el nombre provendría de un rifle de retroceso muy poderoso conocido como "Butch", con el que un compañero le gastó una broma. Al disparar el arma Cassidy habría caído de espaldas al suelo, lo que le daría su apodo y a Warner el derecho a jactarse de esta absurda versión.

     Más lejos en el tiempo, un  artículo de un periódico de Salt Lake City en 1896 señalaba que Cassidy "es comúnmente conocido entre sus compañeros como "Butch", un título acordado, según se dice, a causa de su instintos asesinos." Muchas cosas se han dicho de Cassidy, pero “instintos asesinos” está muy abajo en la lista.

     Cualquiera que haya sido el origen de su mote, en 1894, cuando fue a prisión en Wyoming por robo de caballos, ya era conocido como Butch Cassidy. Su ficha policial registra su nombre como "G. Cassidy" (George Cassidy era el nombre que él estaba usando en ese entonces), y su alias como "B. Cassidy". Un segundo registro penal, que apareció en “Incidentes en Owl Creek” de Mike Bell (2012), tiene la palabra "Butch" garabateada sobre el nombre "George Cassidy", aunque no está claro cuándo fue escrita.



Fichas policiales de Parker en Wyoming (1894),
indicando que ya por entonces su alias era
"B. Cassidy." (Archivos del Estado de Wyoming)

     Existe un acuerdo general de que Parker tomó prestado el apellido Cassidy de Mike Cassidy, un vaquero más viejo que había sido su mentor en el mundo del delito.

     La primera mención periodística acerca del nombre "Butch Cassidy" que han hallado los investigadores estaba publicada en el Vernal Express, el 27 de agosto de 1896, no mucho después de que  Parker fuera liberado de la prisión, donde se informaba que un sheriff local estaba tras la pista de "'Butch' Cassiday (sic)... que se supone que es uno de los múltiples ladrones de ganado buscados en Wyoming".


Traducción: Carlos Dante Ferrari


(*) Fragmento de “Wild West Miscellanea”, por Daniel Buck y Anne Meadows – publicado en Wild West History Association On-Line Journal (Agosto 2015)
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sábado, 24 de octubre de 2015

EL CUENTO DE HOY




La Granja (*)

Por Olga Starzak



   Sabía que el lugar no le gustaría. La decisión le pareció poco acertada, pero no había oportunidad para negarse. Mucho menos para opinar. Su actitud lo había llevado a que los abogados que lo defendían tomaran precauciones, lo cuidaran, defendieran sus derechos. Y precisamente aquel lugar había sido creado para eso.
   Mientras recorría el camino de la Seccional hasta la chacra donde quedaría alojado, pensaba en sus amigos. Ellos lo habían incitado a delinquir y, por supuesto, ahora estaban libres. Eran más grandes y con experiencia. Se habían preocupado para que todas las pruebas confirmaran su culpabilidad. Si bien no hizo otra cosa que seguir paso a pasos sus instrucciones, algo quedó librado al azar y fue a él a quien esos “malditos policías” encontraron –tal como ellos decían- con las manos en la masa.
   Muchas veces había escuchado hablar de La Granja, y aunque los medios se empecinaban en describirla como “adecuada para contribuir a recuperar a jóvenes de profana conducta”, siempre dudó de la veracidad de esos datos.
   Pronto pudo corroborarlo. Cuando lo bajaron del patrullero que lo trasladaba tuvo enfrente al edificio que, desde ese momento, sería su hogar. Observó las altas paredes despintadas; le llamó la atención la estrechez de la puerta de ingreso y las dos ventanas de diminutas dimensiones. Advirtió que los dos policías de civil que lo acompañaban lo dejaron caminar libremente, insinuando la dirección que lo llevaría a esa puerta. Allí lo estaban esperando. Entregó su documento, mostró el contenido de su bolso casi vacío y, en forma despectiva, fue “invitado” a pasar. Lo hizo con resignación. Comenzó a caminar por el angosto y largo pasillo que lo conduciría a un salón, que enseguida imaginó común a todos los internos.
   Allí se respiraba un aire mohoso. Todo en el ambiente era deprimente. Rostros sombríos observaban su presencia e intuyó que eran los guardias del albergue. Nadir hablaba y aunque estaba acostumbrado a los silencios, estos le molestaban. Sentía mucha bronca. Apretó fuerte sus dientes e hizo grandes esfuerzos para no demostrar el más leve signo de debilidad.
   Esperó encontrarse con otros chicos pero esa tarde le mostraron las instalaciones y lo encerraron solo en un cuarto tan lúgubre como desaseado, cuyo único mobiliario consistía en una cama de mantas gastadas y un cajón que cumplía la función de mesa de luz. Dejó su bolso en esa mesa y se tiró sobre la cama. Se durmió rápido. No lo hacía desde varios días.
   A la mañana siguiente, muy temprano, un hombre ingresó impetuosamente al cuarto comunicándole que era la hora del desayuno, y lo acompañó hasta el comedor que ya el día anterior había conocido. Allí había unos treinta jóvenes. Algunos devoraban el pan casero y el café con leche, otros ni siquiera atinaban a alimentarse. La mayoría lo hacía con normalidad, sin apuro.
Era común a todos, una actitud hostil en el trato; algunos demasiado tristes. Otros más bien melancólicos. Un grupito pequeño se divertía sin reparos: estaban festejando su último día en el lugar.
   Para su sorpresa nadie reparaba en él. Esta situación lo tranquilizó. Se sentó en la única silla vacía que encontró y apenas olió el café se dispuso a disfrutarlo. No lo había terminado cuando la misma persona que lo despertó le anunció el fin del desayuno y el inicio de las actividades del día: debían limpiar el lugar; algunos el interior, otros el patio. Se integró al primer grupo y recién ahí comenzó a conversar con algunos de los pibes.
­   ‑¿Hace cuánto que estás acá? –le preguntó a un muchachito pelirrojo que parecía ser el líder.
   -No tengo idea… Es mejor que te acostumbres. Al menos comés todos los días.
   La respuesta no lo tranquilizó, sin embargo no quiso seguir indagando.
   Todo cuanto lo rodeaba era tétrico y le costaba aceptarlo. En las puertas de los baños había un sinnúmero de mensajes de un contenido tan agresivo como amenazante. Pensó que estaba más seguro en la calle.
   Pasaron los meses. Solo lo visitaban una asistente social, el abogado que le presentaron en el Juzgado y su secretario.
   Cada día estaba más triste. En el albergue tenía pocas amistades; chicos en condiciones similares a la suya y con el mismo objetivo: recobrar la libertad.
   El celador de su pabellón, un hombre al que llamaban “El Tigre”, asumía una actitud deliberadamente odiosa con todos los internos, sin embargo había comenzado a demostrar cierta consideración al dirigirse a él. En ocasiones le dejaba cigarrillos, chocolates y a veces algunas revistas de pornografía.
   Era muy difícil vivir en aquel ambiente. La hipocresía de los adultos le molestaba y sus compañeros no le interesaban.
   Con frecuencia pensaba en modificar su conducta cuando le permitieran salir, y sabía que para eso debía conseguir un trabajo que le posibilitara comprar un pasaje para alejarse de la zona.
   Como todo era tan desagradable a su alrededor, aceptaba –despreocupado- las deferencias del celador. Este le había prometido mediar ante unos amigos para que pudiera concretar sus aspiraciones.
   -Me gustaría terminar con la primaria. ¿Creés que eso puede ser posible?-le peguntó a El Tigre en una ocasión.
   -Por supuesto, sólo tenés que tener un poco de paciencia y confiar en mí.
   Así se sucedían los días y crecían sus esperanzas. Imaginaba el momento de su partida y proyectaba su vida lejos del hampa. Ahora más que nunca al descubrir que podía vivir sin “el paco”.
Pensaba que tal vez fuera momento para visitar a su madre y conocer a sus hermanos más pequeños. Si conseguía trabajo… ¡hasta podía ayudarla!
   Recordó épocas en las que vivía con su familia, los maltratos físicos, la decisión de irse de su casa sin saber adónde. Se culpaba, aún, por la alegría que había sentido cuando –acusado como partícipe necesario de un crimen que conmovió a todo su pueblo, su padre  había sido condenado a siete años de prisión. Pasados unos años su madre formó pareja con un amigo de aquél y no pudo perdonarla. Ese motivo lo alejó para siempre de su casa y lo llevó a frecuentar grupos delictivos.
   Creía que ya había crecido lo suficiente como para darle a su vida un nuevo rumbo. Quería intentarlo.

   Era una noche de las más frías cuando, quien hasta entonces había sido su protector, ingresó a su cuarto y poniendo llave en la puerta le hizo conocer que era hora de comenzar a pagar sus favores.
   Y lo sometió así a sus más crueles debilidades.
   Luchó con fuerza pero pronto comprobó que eran vanos sus intentos.

   Desde aquel día esperó con mayor ansiedad la visita del abogado de la defensoría de menores que prometía liberarlo de ese encierro; y ahora del anexado tormento que se veía obligado a mantener en secreto.
   En los últimos tiempos no pensaba en otra cosa que en reencontrarse con sus amigos, los mismos que le habían enseñado a manipular el arma con la que lo encontraron los “milicos”.  De esa manera soportaba al celador.
   Esperaba. Y en esa espera se complacía.
   Esperaba…


De “En el umbral de los Encuentros” – Ediciones del Cedro – Gaiman (Chubut) - 2002
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martes, 20 de octubre de 2015

OBRAS DE AUTORES PATAGÓNICOS





COMENTARIO DE UN LIBRO RECIENTEMENTE APARECIDO
“COSTUMBRES DE DUENDES Y MÁS MENTIRAS” DE EZEQUIEL MURPHY (*)




     “Costumbres de duendes y más mentiras” de Ezequiel Murphy es como la paleta de un pintor, sobre la cual los cuentos, en lugar de las manchas de óleo, ofrecen una policroma variedad de temática, estilo y extensión. Los veinticinco textos de variopinta condición se reúnen en cinco partes; que los agrupan con una cierta homogeneidad concordante con sus títulos: “Sobre los recuerdos”, “Anécdotas”, “Silencios”, “Algunas mentiras” y “Oficios”.

     Si bien resultaría provechoso el análisis de cada uno de los relatos, queda ese placentero ejercicio en manos del lector. A efectos de concebir este comentario, bastará con elegir algunos textos para dar ejemplo de la creatividad del autor. Sin embargo, a fuer de que resulte más exhaustivo el muestrario, convendrá tomar sendas muestras de las diferentes partes enunciadas; selección un tanto caprichosa, ya que cualquiera de los relatos que componen el volumen, por lo parejo de su calidad, brindaría un buen ejemplo de sus méritos.

    En “Alguien y los recuerdos”, un Diógenes criollo ilumina con su lámpara la verdad subyacente detrás del temor a los “aparecidos”; y enseña a unos chicos cuál es el más temible de los fantasmas: ... el recuerdo es un arma terrible y útil, por eso los espectros persiguen a sus asesinos, persiguen las cosas inconclusas, no descansan mientras la memoria les de energía.

     “Pronombres” es un gran juego de palabras, una apología y a la vez un reproche a la deixis, con sus virtudes y defectos; una muestra de la vaguedad de los pronombres que pueden obscurecer un discurso al pretender aclararlo o darle, incluso, una amenazante ambigüedad. Un recurso también interesante es el de dar nombres de números a los personajes, así como en una de las novelas de la “Trilogía de Nueva York”, Paul Auster da nombres de colores a los suyos.

     “Sobre perros y poesía”, a caballo de un argumento desolador, describe en forma clara y precisa las posibilidades del lenguaje para el poeta; arbitrio del intelecto que le permite crear, a partir del mundo convencional que el resto de los mortales puede ver, un universo metafórico de mayor belleza. Porque, como dice Murphy, Cuando uno camina por la calle, puede que pase un perro, pero para el poeta:

Pasa cabizbajo en silencio mojado
triste cuerpo hambriento
ausente de cucha y collar
sordo de llamado
insensible de caricias.

     “Mundo feérico” es sorprendente. Ningún adjetivo puede serle mejor impuesto que éste. Y queda ahí la apostilla. El cronista estaría ansioso por ampliar el concepto y avanzar sobre la inopinada trama; pero el eventual lector va a agradecer esta brevedad, que busca incentivar la curiosidad por conocer la historia y su desenlace.

    “Sobre el caso N° 12”  introduce plenamente la temática fantástica, aunque de un modo natural e inesperado, ya que aguarda, agazapada hasta último momento, para desconcertar al lector.Describe, por añadidura, esa esperanza optimista que anida en el fondo del ser humano, de poder enfrentar, y alguna vez vencer, a su adversario más extremo.

     La obra que motiva el presente artículo fue presentada poco tiempo atrás en Rada Tilly; pero ya había sido expuesta con anterioridad durante la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, en el otoño del corriente año. Esa exhibición inicial en la capital del país, fue la que originó la redacción de este comentario; y, a través de él, por carácter transitivo, tal vez genere que una cierta cantidad de lectores de este blog, aquellos que no conocieron el trabajo en otros ámbitos, puedan enterarse de la existencia de una relevante producción de la Literatura Patagónica. Esta situación ofrece un motivo más para impulsar la realización de tales eventos, en los que las provincias pueden mostrar a sus autores, hacerlos trascender más allá de los límites regionales y lograr que se incorporen al panorama literario nacional.

     Esta no es la primera obra del autor, quién, según nos informa la solapa del libro, ya había publicado algunos cuentos y poemas bajo el título de “Boceto de un Prisma”. Sin dudas, después de leer “Costumbres de duendes y más mentiras”, se sienten deseos de obtener ese primer volumen, para disfrutar de más frutos de la viva y multifacética imaginación del artista comodorense. Y también, deseos de esperar que el escritor pronto dé a luz alguna nueva creación, para que se sume a las anteriores y, como ellas, permita deleitarse con su lectura.

J. E. L.V.



(*) “De duendes y más mentiras”, de Ezequiel Murphy. Secretaría de Cultura de la Provincia del Chubut, sin lugar de edición, 2014.

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sábado, 17 de octubre de 2015

EL POEMA DE HOY





NO ES EL AURA DE KANT


Por Cristian Aliaga (*)



El resultado es el silencio.
Ocultos en los ranchos
emparejados con la hacienda
los peones carcomen la filosofía.
No es el aura de Kant
ni el primer motor de Tomás de Aquino:
es una bola de lento fuego
que se revuelca en el alma.
El sueño es un largo cuchillo en el vientre
de los blancos dioses
y un incendio de alpataco
que todo lo destruya.

La luna amontonada en los galpones
y el regreso de un interminable viaje
a caballo por las estrellas.

Los perros huelen el alma de los peones
y encuentran seres desconocidos.




(*) Poeta comodorense. Nació en la provincia de Buenos Aires y vive actualmente en Comodoro Rivadavia. Es periodista y profesor de la Universidad Nacional de la Patagonia. Fue miembro fundador de la Editorial de la Universidad Nacional de la Patagonia, San Juan Bosco e integró el consejo de redacción de la revista Ultimo Reino. Compiló las obras "Sur del mundo" (Narradores de la Patagonia/1992) y "Comodoro Rivadavia 1900/1940, Años de Imagen" en 1994.
Obtuvo el Primer Premio Regional del Fondo Nacional de las Artes por su libro "Lejía" en 1988, el Tercer Premio Regional de Literatura de la Secretaría de Cultura de la Nación por "No es el aura de Kant" en 1992, el Primer Premio Nacional de Poesía del Fondo Nacional de las Artes (2006) y el Primer Premio “Raúl González Tuñón” del Fondo Nacional de las Artes y el Centro Cultural de la Cooperación “Floreal Gorini” (2005). Otras obras: "Viaje interior por los márgenes de la Patagonia Austral" en el libro "Patagonia: terrain vague de l'utopie" (Autrement Editions, Francia, 1996); El pasto azul (1996); "Estancia La Adivinación" (1998) Música desconocida para viajes (Deldragón, 2002), “Estrellas en el vidrio” (selección de Jorge Boccanera, Colihue, 2003) y La sombra de todo (Bajo la luna, 2007).
Editó la obra de Juan Carlos Bustriazo Ortiz. Una selección de su obra, traducida por Ben Bollig, fue publicada en Gran Bretaña y EE.UU. Realizó lecturas y conferencias en Ecuador, España, Gran Bretaña y México. Durante varios años coordinó talleres de creación poética en distintas ciudades, con el patrocinio de la Fundación Antorchas.


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martes, 13 de octubre de 2015

LA NOTA DE HOY




ACERCA DE LAS LECTURAS DE POESÍA


Por Elpidio Isla (*)





    Muchas veces nos preguntamos por qué la poesía no tiene, como en otros países del mundo, el prestigio social o la inserción popular de Chile o Perú por ejemplo. Podríamos hablar de cuestiones políticas o sociales o meramente poéticas. Pero me voy a tomar la libertad de creer que parte de la responsabilidad la tienen las “lecturas de poesía” en bares o lugares ad hoc. Esta costumbre viejísima, anacrónica, decadente, insoportable a esta altura de la historia, deberá ser erradicada en beneficio de la poesía misma. Quisiera que los poetas y los músicos trabajaran juntos, pero no para ponerle música a poemas escritos hace años.  Trabajar juntos (de acuerdo a mi criterio) es crear en conjunto poesía y música, como si fuera un género nuevo. Esto crearía ámbitos nuevos de trabajo y tal vez se podría recuperar ese ámbito de transmisión de la poesía que languidece entre el tedio y la pobreza imaginativa.

    Bruno se hace algunas preguntas para las que los poetas no tienen respuesta, lo que no está mal, partiendo de que ningún poeta tiene respuestas para nada, sólo preguntas. No se lee poesía, es cierto pero Bruno se queda algo corto: en nuestro país NUNCA SE LEYÓ POESIA al menos con la intensidad de otros lugares donde la poesía Y LOS POETAS gozan de un gran prestigio social. Por estas tierras argentinas hay lugares donde los poetas gozan de “algún prestigio” me refiero al NOA y esto debido a que por aquellos lados los poetas se han juntado a los músicos logrando una asociación más o menos ilícita que les permite compartir peñas, fogones y festivales. Esto no ocurre en Patagonia por ejemplo y voy a cometer una infidencia que no es tal pues se trató de un hecho público; en el último Encuentro de escritores patagónicos de Pto. Madryn en algún momento hubo un chisporroteo pues los músicos se quejaron de que una vez que los poetas agarraban el micrófono preferían morir electrocutados antes que largarlo. 

    Los poetas (duchos en estas lides) respondieron con rapidez en los mismos términos, afirmando que los músicos se atornillaban a las sillas y los poetas terminaban la noche al borde del colapso atragantados con sus poemas y el vino NO APTO para seres humanos normales. La cosa, por supuesto, no pasó a la categoría de conflicto armado pero marca una cuestión como para tener en cuenta: a los poetas les seduce la idea de leer sus poemas, no importa donde, ni cuantos lo están escuchando, si están en medio del desierto, o pataleando en la boca de cocodrilo del Nilo y sólo hay una ambición mayor: mueren por leer sus poemas A OTROS POETAS los que normalmente no los escuchan, pues están palpitando el momento en sean ellos los que ocupen el sitial del lector. Me atrevo a decir que no hay un poeta EN EL MUNDO que SOPORTE a otro poeta leyendo sin que:

1) Comente lo mal que lee el otro.
2) Manifieste que: “este cuando empieza a leer no termina más”
3) Diga al de al lado: “Esto de las lectura de poemas ya no va más, es un anacronismo”
4) “Debe haber unas treinta personas”
5) Yo vine porque es mi amigo pero yo dejé de ir a lecturas hace bastante tiempo.
6) Siempre vienen los mismos
7) Debieran fijar no más de 10 minutos por poeta. Yo estuve en una lectura en México o  Uruguay o Colombia o Katmandú (nadie podrá probar nunca la veracidad de la  afirmación) donde había un coordinador y te cortaban el micrófono si te pasabas los diez minutos que te habían asignado.
8) Son diez para leer. Este ya lleva 25 minutos y no afloja.
9) 25 minutos por diez son más de cuatro horas, así no se puede
10) Esto va  a terminar a las cuatro de la mañana
11) Neruda leía para el carajo.

    Pero en el momento en que le toca leer a él, se abalanza sobre el micrófono y lee de corrido, tartamudea y se ahoga durante 50 minutos (son las tres y media de la mañana) pela un manojo de hojas A4 que siempre se calcula en más de 25 páginas y deletrea hasta que los mozos le sacan la silla porque se quedó solo y necesitan barrer. Después de que le cortaron el micrófono lee otros veinte minutos sin advertirlo y cuando no tiene espacio para un sólo segundo más, pide que le dejen leer el último poema, pero la intuición poética no le falla esta vez, como ha quedado solo, descubre que los mozos pueden asesinarlo y tirarlo en un zanjón sin que nadie se interese por él. Recién entonces se va dejando claro que por ese lugar no vuelve ni loco.

    Un capítulo aparte merecen “los poetas que se escabullen cuando ya han leído”. Si uno es observador los ve cuando comienzan a analizar el campo por cual planean huir: hacen un mapa del salón, ubican las mesas y las sillas y trazan un mapa mental de la situación y se agazapan esperando el momento en que el otro: respire, de vuelta una página, tome agua (o lo que tenga) o muestre alguna vacilación que les permita arrancar sin mirar al de la mesa de lectura y pasar raudamente hacia la puerta de salida. Establecen las coordenadas y desaparecen. Si son sorprendidos en mitad del camino dirán:

a) Salgo a fumar un pucho
b) Es que el calor aquí te mata
c) Estoy muerta de frío
d) Es que mañana tengo un día…
e) AQUÍ PUEDEN AGREGAR OTRAS EXCUSAS PARA ESCAPAR DE UNA LECTURA DE POEMAS CUANDO HEMOS LEÍDO NOSOTROS.

    Después de una hora cualquiera puede encontrarlos cenando a una o dos calles del lugar de los acontecimientos o dándose en un bar hasta quedar saludablemente borrachos esperando la próxima lectura. Juro que una vez vi a un poeta que se había escapado con dos compinches, leyéndoles poesía a otros resignados parroquianos en un bar a tres cuadras de donde ellos (los prófugos) no habían soportado la lectura de sus colegas.

    Una última reflexión, yo creo que a las lecturas de poemas asisten: poetas, poetas en formación, poetas en deformación permanente, niñas poetas en la edad justa en que sus calidades poéticas no suelen ser lo más importante, siguen las poetas no tan niñas, a las que ya se empieza a juzgar sus valores literarios y poetas a las que se juzga únicamente por sus valores literarios y sólo se las acepta si son grandes poetas. En este último caso, si no son poetas geniales, no existe la piedad para ellas; serán apartadas hacia los rincones más alejados y abandonadas a su suerte. Como si fueran ancianos esquimales de “El País de las sombras largas” de Hans Ruesch, serán olvidados en el desierto ártico porque sus dientes ya no sirven para sobar el cuero que abrigará a la familia en el invierno. Esta es sólo una parte del duro mundo poético en el que sobreviven sólo las especies más adaptadas a la dura lucha. Hay una cadena alimenticia en la cima se encuentran los grandes popes a los que nadie intentaría comerse, de allí hacia abajo todos sirven de alimento al inmediatamente superior. Esta norma se repite invariable a lo largo del mundo poético.

     En sus praderas veremos a suaves y poéticas gacelas huir de los leones devoradores de frescas carnes trémulas. Las grandes manadas poéticas, hoy en extinción, pastan inocentes, de su destino de viejos poetas solos y arruinados, lejos del reconocimiento que llegará a unos pocos, no siempre con méritos para ocupar ese lugar. En los peores charcos rezuman algunos cocodrilos, ellos parecen editores siempre al acecho de algún distraído, es que la poesía no se vende nada les dirán y se los devorarán implacables y certeros. Las jirafas con sus largos cuellos poéticos miran el mundo desde muy alto y todo parece serles ajeno, aseguran que su poesía hermética no es para cualquiera y tal vez tengan razón, pero no olvidemos: existen víboras poéticas, roedores de la poesía ajena y también hienas y otros carroñeros que viven de los cadáveres insepultos que la poesía suele arrojar a un lado del camino.




(*) Escritor que vivió durante muchos años en Caleta Olivia. Ejerció el periodismo y dirigió las revistas literarias “La Loca Poesía” y “Recienvenido”. Publicó las novelas “Mogambo”, “La Ciudad de los Sueños Tristes” y el volumen de cuentos “Las Lluvias Cortas”. Textos suyos se encuentran en las antologías “Sur del Mundo. Narradores de la Patagonia”, “De Julio Verne a Osvaldo Bayer: los Mejores Relatos Patagónicos”, “Relatos Patagónicos” y “Relatos de Patagonia”. Entre otras de sus obras figuran las novelas “La mano del final”, “Y no es que un hombre no esté triste”, “Viaje conjetural de Simón de Alcazaba a la Tierra Leve”, “El bar de las putas pobres” y “Reciclados”; y el volumen de cuentos “Un mar de penas”. Nacido en 1948, murió el 27 de agosto del presente año, en la CABA. 
Tomado de http://alpialdelapalabra.blogspot.com.ar/. Agradecemos a Esteban Moore su autorización para reproducirlo.


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sábado, 10 de octubre de 2015

EL POEMA DE HOY



Sobre su bastón blanco


Por Carlos Ruiz



Lo vi en aquella  esquina sobre su bastón blanco
Y recordé su drama cuando el amor perdido
Le disparó en la sien y le robó la luz
Intentando el olvido.

Se internó en otro mundo
Para encontrar la estrella
Que trazara el camino
Por las oscuras huellas.

El túnel de la vida
De gris melancolía
Transita recordando
La voz de la paloma
Volando al ser esquiva

Los ojos se han cerrado
Pero en su alma brillan
Aquellos dos luceros
Que huyeron de su noche
Y lo dejaron solo
Con una arma maldita.

Lo vi en aquella esquina
Y le ofrecí mi mano para cruzar la calle
Pero quedó esperando

Quién sabe si algún día
Oiría aquella voz
Diciendo que volvía.


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domingo, 4 de octubre de 2015

EL POEMA DE HOY




CUCHARA DE MADERA

Por Julio Leite (*)




Desde tu origen vienes
preocupando al caldero
de la madre tierra.
Fue a tu encuentro
un artesano blando
y con gubias de pájaros y sueños
ahuecó tu vientre / lengua,
tu caricia por siempre,
y te reencontró
con tu fino cuello,
-cuchara de madera.

Eres vara mágica
de brillantes cenicientas,
garrote eres
contra el hambre y el frío,
en sota o rey de bastos
se convierte la madre
que te empuña
para magias de guisos,
y el campesino solo
que agarrota sus manos revolviendo ese caldo
para matar olvidos,
hace de ti una rama
que espanta por ratitos
todos los martirios,
todas las injusticias,
hechizos que tú sola,
-cuchara de madera
sabes por tu savia,
hechizos que seguro
te los enseñó la tierra.

Luego, cuando bailes
con fideos y aromas
esa zamba cilantro
en el fondo de una olla,
permíteme ser tu pañuelo
y al palmoteo
de pancitas llenas
bailemos los justos
todos juntos,
-cuchara de madera.



(*) Poeta fueguino. Tomado de su obra “Piedrapalabra” (El ReyTuerto, Buenos Aires, 2003).


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