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jueves, 19 de mayo de 2016

EL CUENTO DE HOY




LOS TRECE VOTOS

Por Donald Borsella



    Sucedió en mi pueblo, hace ya mucho tiempo. Fue en época de elecciones, las primeras que se hicieron desde que el mundo es mundo... ¡y las primeras también en quebrar para siempre la paz de la Estación, el apacible rincón de mi niñez!
    El pueblo no era más que un campamento ferroviario y contaba con un galpón de máquinas, varias oficinas y hasta una insinuación de calle y diagonales. Algunas familias, provenientes de modestos parajes cercanos absorbidos por el ferrocarril, acrecentaban la población.
   Sobre las faldas boscosas del oeste y en varios cañadones abrigados vivían los mas antiguos vecinos, desde mucho antes de la llegada del "trencito". Uno de ellos era Basilio Cumillanca, apodado también "Cumillanca Rico", quizá por antonomasia de su antiguo linaje, acaso por comparación con otros de su apellido, araucanos como él pero de pobrísima condición.
   Basilio se distinguía netamente, no sólo de sus hermanos de raza sino de todos los vecinos de esa parte. Se ufanaba de ser "hombre de lecturas" y de haber hecho estudios en un colegio primario de "la provincia" –que así se llamaba en aquel tiempo a cualquier lugar del norte del Río Negro – atributo de quienes pertenecieran en las lejanas épocas a familias de holgura económica.
   Quien llegara a la casa de Cumillanca podía observar, en un ángulo de la vasta cocina-comedor, una nutrida biblioteca en la que alternaban folletines de Pérez Escrich y del Val con libros de magia; una vieja edición barcelonesa de la Geografía de Reclús y, junto al Quijote, una Biblia de tapas de cuero graneado. Además celoso coleccionista de Caras y Caretas, conocía de memoria todo el anecdotario político acumulado por décadas en las envejecidas páginas del semanario.
   Como es lógico, esa literatura heterogénea produjo, con el andar del tiempo, una inmensa miscelánea de sabiduría en "tono menor" con sus abundantes, si, pero excusables lagunas...
    Un caluroso día de febrero, en vísperas de los comicios, Basilio Cumillanca recibió la visita de Delmiro Echaurren, el farmacéutico de La Estación.
   Echaurren dejó la camioneta junta a la tranquera y subió a pie, dificultosamente, el resto del trayecto; una cuesta pronunciada en la que menudeaban mosquetas, lauras y michayes. Sintió ladridos cercanos y dijo a su acompañante, el idóneo García: - parece que está. Pueda ser que no nos haga hablar mucho.
   En un recodo, tras un bosquecillo de retamos, apareció la rústica casona de pared francesa y techumbre de tejuelas desparejas. Estaba ubicada en un hermoso sitio, al pie de una empinada ladera por la que trepaba el intenso verde oscuro de las lengas.
—¡Qué lindo es esto! ¿Eh? Hacía tiempo que no veníamos por acá, ¿no es así?
—Desde Septiembre, doctor –apuntó García- Cuando vinimos a buscar los pavos para la velada de...
   Un "!juera!" poderoso dado a los tres perros negros por el dueño de la casa los interrumpió. La voluminosa silueta de Basilio se recortó en el vano de la puerta principal mientras bajaba por el escalón de troncos, exclamando:
—¡Adelante, sin miedo! ¡Tanto tiempo, doctor!
—Qué sorpresa más agradable! ¡Pasen, pasen!
   García miró capciosamente a Echaurren como diciendo: "Ya comenzó a charlar. Mientras no se entusiasme demasiado..."
   El Plan que llevaba el farmacéutico y que según él culminaría con la obtención de los votos para su partido de toda la familia Cumillanca, era el siguiente: abordar el tema de las elecciones sin demostrar vehemencias. Nada de ataques personales a sus adversarios políticos: el comerciante José Raúl y el joven Ingeniero del Ferrocarril, O´brien.
   Ahora era preciso (y más tratándose de Cumillanca, poseedor de un buen lote de votos) obrar con suma cautela. Echaurren, cuyo genio extemporáneo era ya clásico, sabría disimular sus arrebatos y procedería con mesura y amabilidad, bien secundado por su ayudante García. Luego del saludo de rigor, al entrar a la cocina su primer comentario fue:
—¡Pero que hacía tiempo que no subía una loma! ¿O será que uno se cansa porque se está volviendo viejo? ¿Y, don Basilio? ¿Terminó la esquila ya? ("¡Vaya con la pregunta que hago!" –reaccionó alarmado– "¡Como si la esquila siguiera más allá de la primera semana del año!...").
La respuesta del indio lo desconcertó:
—¡No me va a decir, doctor! ¿Que no andará de acopiador de frutos del país?— y el tono afectuosamente burlón fue seguido de un comentario que denotaba preocupación y borraba todo signo de suspicacia—. La lana cosechada este año no tiene precio, no hay ofertas, van mal las cosas...
   "Nosotros somos los que estamos empezando mal..." –pensó el idóneo–. "Esto nos va a resultar difícil..." Y en un intento de encaminar la conversación hacia temas que no presentaran escabrosidades, preguntó con fingido interés:
—Hablando de lana, ¿no le quedarían unos kilitos de chiva? ¡Mire que me dio resultado el año pasado! ¿Eh? Ahora quisiera para un regalo... ¡No hay nada mejor para lucir una buena prenda! ¿Verdad? 
—¡Cómo no! —dijo Basilio—. Le guardaré en cuantito termine de hilar la patrona... ¡una enrulada mora de castrón! —y contuvo a tiempo la risa que le pareció prudente transformar en invitación—. Pero vamos a ver: ¿qué les sirvo? ¿Tomamos mate o un guindado casero?
—¡Estoy con el guindado! –dijo rápido Echurren, que momentos antes había recorrido con la vista la dudosa higiene de los rincones.
—¡Dorotea! ¡Rudecinda!— Gritó el dueño de casa llamando simultáneamente a su mujer y a su hija—. ¡A ver, un guindado, que el doctor quiere probarlo!
   Doña Dorotea, en quien los rasgos mapuches eran muy acentuados, apareció sonriente ofreciendo a las visitas un gran botellón de terracota.
   Enorme debía ser la graduación alcohólica del brebaje a juzgar por los esfuerzos de Echaurren para tragarlo. El, enemigo acérrimo de las bebidas fuertes, se obligaba ahora a ingerir eso por elementales razones de diplomacia y caballerosidad...
   La conversación entró en un ritmo monótono. Preguntas y respuestas sobre el estado del campo, el tiempo, los animales, la alfalfa. Pero de política, que era el tema que esperaban inaugurara Cumillanca, ¡nada!
   Los minutos se sucedían pesadamente. Eran las tres de la tarde, de una tarde agobiante de calor y el boticario empezaba a extrañar su siesta. Ahora, en lo alto de los cipreses, los pitíos "anunciaban visitas" con estridencia ya al graznar de los gansos se sumaba el balido de los chivitos guachos. Lejos en el fondo del valle, el Chubut zigzagueaba en su cauce que busca el mar.
   De pronto, la conversación tuvo un giro que Echaurren creyó oportuno, preparándose a incursionar en el tema deseado.
—Los otros días —dijo el indio— estuve leyendo algo sobre la política, porque no sé quién se estuvo acordando la vez pasada, que me preguntaba... Y me viene bien ahora que están ustedes y deben de saber. ¿Cuál fue el primer partido que hubo en el país?
   García miró a su patrón. La pregunta era por demás sugestiva y podría esconder un doble sentido o bien ser motivo de una plática peligrosa para los fines que ellos perseguían.
   Mire, la verdad, Don Basilio —respondió titubeante el "doctor"— es que deberíamos remontarnos a la época de la Revolución y aún antes. Pero para satisfacer esa interesante pregunta, digo, de una manera terminante, sería necesario consultar algún tratado, un historiador. Pero a pesar de eso no estoy seguro de que... ¡Aunque ahí a lo mejor se encuentra algo en esas formidables colecciones! —agregó señalando significativamente la biblioteca—. Porque no olvide que algunos autores sostienen un punto de vista y otros. Otro...
   Y poniéndose de pie adoptando un porte trascendental, prosiguió:
—Muchos, muchos años después de Mayo, mi amigo don Basilio, será cuando comienza a aflorar en el espíritu del pueblo la noción del lugar que cada uno ocupa en el ámbito de nuestra sociedad. Lo que ha ocurrido desde ahí hasta hoy día es bien conocido por usted. Ahora bien...
   Un acceso de tos del idóneo le recordó que tuviera cuidado al abordar el asunto que los había llevado a la casa de Cumillanca. Y éste, que al parecer empezaba a entusiasmarse con el discurso, agregó:
—...Ahora son muchos los partidos que hay, ¿no, Doctor? Pero aquí en La Estación, no tantos, Tres parece que tenimos, ¿no?
—Efectivamente, usted lo dijo. Tenemos tres. Y fíjese: precisamente nosotros pertenecemos a uno de ellos. Y... es conveniente eso, la diversidad de opiniones, porque eso habla de un clima de democracia, ¿no es verdad?
—Ah!, sí! ¡Muy bueno eso! Y así que el domingo, primera vez en tantos años. ¡Pucha que va a estar lindo el domingo!
   El interés demostrado por Cumillanca era alentador y las cosas pintaban bien, pero las horas pasaban de una manera alarmante. Y cuando Basilio se acercó al botellón para servir otra vuelta de licor, el farmacéutico dijo por lo bajo a su segundo:
—No podemos perder más tiempo. Al grano y se acabó. ¡Salga lo que salga!
   García repuso temeroso:
—Despacio, doctor, no apure mucho.
   En contra de lo esperado, fue el indio quién, mientras llenaba las copas nuevamente, reanudó la charla:
—Veremos entonces si cambean las cosas. Mire que así no se puede seguir. Lo malo fuera que uno se equivocara en la votación... —Y sus ojos achinados relampaguearon.
—¡De ninguna manera, mi amigo! —casi gritó Echaurren—. Y para demostrarle la confianza que usted nos inspira, le diré: La Estación necesita de gente que le tenga cariño pero que también conozca a fondo sus problemas. Qué haríamos con poseer un gran capital por ejemplo (aludía al "turco Raúl"). Si no nos interesan las dificultades de nuestros semejantes? ¿O soñamos con hacer muchas cosas lindas y apenas conocemos a nuestros vecinos más cercanos? (Se refería a O´Brien, llegado no hacía mucho a la Estación. Es imprescindible, por tanto y entre las otras cosas, por las características específicas de nuestra comarca, el fraccionamiento del valle en una ecuánime repartición, aunque haya que llegar a... a cualquier medida que en un principio pueda ser considerada como... Es decir, imponer nuestros postulados con energía, dentro de los límites que nos imponen la razón y la justicia, ¡porque serán multitudes las que nos acompañarán en nuestra acción! Además, una sucursal bancaria para ayudar a los esforzados productores que como usted... Por eso Don Basilio —y aquí impostó la voz para proseguir en tono solemne, gesticulando misteriosamente: —...Por eso nuestro partido ha estudiado a fondo esos problemas y será el único que velará por los intereses de la clase trabajadora.
   Como empujado por ese brazo extendido que se prolongaba en el índice admonitorio, que avanzaba centímetro a centímetro mientras la voz de su dueño era cada vez mas imperativa, Basilio Cumillanca comenzó a retroceder. Se encontró de repente sentado, sumido en un viejo sofá de alto respaldar y patas recortadas. Desde esa profundidad miraba hacia arriba, absorto, fascinado por la magia de la arenga que seguía zumbando cálida y dulzona.
—...Que estos momentos históricos de los cuales somos protagonistas deben incluir la participación de quienes como usted, por su alta capacidad e intelecto, por su hombría de bien, por su caballerosidad, servirán de ejemplo a las generaciones venideras. La gran oportunidad ha llegado... Ahora o nunca... ¡Porque somos nosotros, don Basilio, quienes tenemos en nuestras manos esa posibilidad de producir el cambio total, inmediato y profundo, de sacudir, bien digo, de borrar para siempre la injusticia reinante, la desproporción, el tiempo perdido. ¡Y lo maravilloso es que no nos esforzaremos solamente para el futuro, porque también seremos espectadores de esa esplendente realidad que alcanzará a todos por igual y que ya tenemos al alcance de la mano! Bienestar, justicia, igualdad...
—Me gusta... Sí... Que me gusta... Nunca así... lo hubiera imaginado... —subrayó en un hilo de voz y como en éxtasis Cumillanca.
   Se produjo un dorado silencio, un paréntesis de gozosa expectación que iluminó el rostro de García. ¡En un santiamén se había logrado lo que momentos antes pareciera imposible! Y el "doctor" eufórico por el triunfo que ya veía en sus manos, de un trago vacío la copa que conservara intacta durante su disertación.
—Dígame, Doctor, una pregunta... —recomenzó Basilio pausadamente con leve gesto de duda—. Así que de ganar ustedes, se entregaría el título a los que ocupamos un retazo denantes?
—Por supuesto! ¡Y no sólo eso! ¡Se harán de inmediato nuevas ordenanzas para satisfacer ampliamente a los que quieran trabajar la tierra de verdad!
—Así que las casi cien hitáreas que ocupo... Y como yo los demás... ¡Ah! ¿Y usté también doctor, con el campito que tiene en el Rincón donde el alfa?
—Y claro... Yo también... —repuso éste reticente.
—¡Ahjá! Y hablando del alfa, ¿ya estará para el segundo corte?
—Así es. Sólo que por tanto trabajo en estos días, no he tenido tiempo. Ya está que florece. Y no he podido buscar a nadie...
—Mañana sábado... —Calculó el otro pensativo—. Mañana yo con mis hijos, ¡le liquidamos las ocho hitáreas! Claro... Si es que no tiene apalabrado a nadies...
   Echaurren, ni lerdo ni perezoso, vio la gran oportunidad, pero dejó hablar primero a García: —¡Me parece muy, pero muy bien! ¡Don Basilio y sus cinco hijos se lo devoran al alfalfar en un solo día!
—Eso mismo iba a decir yo. ¡Ah! y habrá que ponerle precio al corte, ¿no, don Basilio?
—Usted dirá, doctor. Yo, con seis toneladitas me conformaría... ("Seis toneladas!"—pensó angustiado el boticario. ¡Cuándo hubiera pensado pagar algo semejante por un corte! ¡Y nada menos que del segundo, que es cuando más pareja sale la alfalfa!). Pero, rehaciéndose, dijo con desenvoltura:
—Qué don Basilio este! ¡Claro, hombre! Lo que usted diga está bien!
   García miró a Echaurren sonriente y acercó su portafolios:
—¡Cuánto me alegra esta feliz solución! ¿Adónde encontrar más suerte? ¿Eh, doctor? Y ahora, ¡qué lástima! Debo recordarle lo que me dijo, que le avisara por lo de la entrevista que teníamos para las cinco. Es decir, que lamentablemente debemos irnos... Ah! Y como suponemos que le podrá interesar al señor Cumillanca, le podríamos dejar...
—Qué son? ¿Papeletas? —dijo el indio acercándose interesado—. Y, aquí habimos una buena majada. Cinco varones casados, que hacen diez. La hija de dieciocho, once. La patrona y un servidor, trece en total.
—¡Oh, qué bueno! —festejó el idóneo—. ¡Trece habían sido!
   (¡Si lo sabría! ¡Las veces que, al consultar el padrón comunal, considerara que con esos trece votos podrían volcar las elecciones a favor de su partido!)
   Contó despaciosamente trece boletas y dijo:
—De usted, Don Basilio, sabemos que no necesita consejos sobre la forma de sufragar. Eso sí, explíquele a su gente como hay que hacer; es la primera vez y no sea que no se equivoquen.
   Cálidos apretones de mano constituyeron el colofón de una visita de tres horas que a Echaurren le parecieron tres siglos. Desde la tranquera, exclamó alegremente:
—¡Mañana la alfalfa, y el domingo, temprano, ¿eh?
—¡Descuide, Doctor! ¡Descuide! —y un ¡juera! final a los tres perros negros terminó con la entrevista.
   Ya en la camioneta, García comentaba gozoso: ¡La aseguramos, doctor! ¡La aseguramos!
—Mire che: —bostezaba satisfecho su patrón—. Yo siempre lo dije. Con esta gente, sabiendo proceder y no mintiéndoles ni cargoséandolos se consigue lo que uno quiera. Actuando con honestidad siempre los triunfos estarán cercanos. A todo esto... ¿Habrán andado por acá O´Brien o Raúl? ¡Qué sueño que me dio. ¡Era alcohol puro ese guindado!
   Su compañero no escuchaba: —¡Ahora sí! ¡Ahora sí que la tenemos segura! —–repetía maquinalmente ignorando al parecer las piedras y los baches del camino.
   En la noche del sábado, después de regresar del cuadro del Rincón dónde con sus hijos realizara el corte prometido. Cumillanca presidía una reunión extraordinaria, junto al fuego que doraba dos corderos.
   Toda la familia, incluso los numerosos nietos que correteaban alegres presintiendo un suculento banquete, se aprestaba a escuchar a quién, antes de la primera tajada de rigor, se dispuso a hablar:
— Hijos —comenzó—. Mañana temprano estamos obligados a bajar al pueblo por algo muy importante. Tenemos que elegir nuestras autoridades por la pura voluntad de nosotros. Ayer vino el doctor Echaurren y nos dejó esto. (Mostró los trece votos). Antiayer me cruzó don Amado Raúl (mostró otro grupo igual de papeles) y el miércoles me atajó en el martillo el ingeniero O´Brien (aquí, el último manojo de boletas). Los tres partidos de la Estación nos tienen confianza y nos piden ayuda. Nosotros somos amigos de todos y ellos también son amigos de nosotros. Sí, amigos de nosotros... Si no, el doctor no me hubiera dado seis toneladas por el corte de hoy! ¡Y José Raúl no me hubiera pagado los cueros, al barrer, sesenta, de carniados y mortecinos!... ¡Y el ingeniero no me hubiera aceptado las vigas de coihue a doce el pie, puesto en cargadero! Un "Ohhh" verdaderamente admirativo subrayó las sorprendentes noticias.
—Por eso, porque son buenos amigos todos, tenemos que saber agradecer. Mañana los mayores iremos a la votación. Entonces, a ver: vayan guardando esto, que no se ensucien. Inocencio y Romilio —dijo señalando a sus dos hijos mayores que asentían con rítmicos movimientos de cabeza— votarán por el partido del doctor. Ustedes, Benicio y Sandalio, por el de don Raúl: otros cuatro. Basilio chico —indicó al menor, junto a su pareja— la patrona y Rudecinda, cuatro para el ingeniero. Total, doce papeletas.
   E irguiéndose un poco más y acaso teniendo en cuenta el equitativo valor de la alfalfa, los cueros y las maderas, agregó:
—¡Con los amigos el agradecimiento debe ser parejo! ¡El último voto, que es el mío, irá en blanco! —para terminar, enarbolando el cuchillo:
—¡Ahora el asado! ¡Que se está pasando!



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