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miércoles, 29 de junio de 2016

LOS POEMAS DE HOY




FLORES PATAGÓNICAS
(Fragmentos)

Por Raúl A. Entraigas (*)







Arrayán
(Myceurgenella Apiculata)

Sobre el rojizo canela
de su tronco, en la espesura,
se destaca la blancura
cual luz de una candela.

La flor de los arrayanes,
con su candidez de nieve,
es como un respiro breve
en medio de mil afanes.







Michay
(Berberis darwini)

Su faz amarilla mate
lo dijera del Oriente;
y no: el michay es pariente
del ñire y el calafate.

Es flor de criolla prestancia
y su nombre lo proclama
y por eso él embalsama
los montes con su fragancia.






Notro
(Embothrium coccineum)

Salpica sangre bullente
sobre los bosques andinos
y reflejos purpurinos
sobre el gran lago silente.

Cuatro pétalos de grana
dejados como al desgaire
encienden fuego en el aire
y dan luz a la mañana.






Linto o Amancay
(Alstroemeria aurantiaca)

¡Reina de nuestro Tehuel
y “la flor” por excelencia
tu color gualdo evidencia
que eres precioso joyel!

Como el oro es tu color,
como trigal que se agita,
como la cera bendita,
como canario cantor.

La Patagonia te aclama
como “su flor” preferida
y símbolo de su vida
los destellos de tu llama



(*) Escritor rionegrino. Tomado de su libro “Patagonia. Región de la aurora” (Editorial Don Bosco, Buenos Aires, 1959)



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sábado, 25 de junio de 2016

LA NOTA DE HOY



LA PAZ, LOS GALESES, EL COLT Y LAS CONSTRUCCIONES LINGÜÍSTICAS

Por Carlos Dante Ferrari


     Ayer a la mañana caminaba por la calle bajo un frío intenso. El paso fortuito de un patrullero y una aleatoria combinación de factores me indujeron a pensar en temas aparentemente tan inconexos como lo son la paz, la policía y el idioma galés. Quizás el disparador fue recordar que la palabra galesa para denominar a la policía es “heddlu”, en cuya etimología está de manera indudable el término paz (“hedd-”), de modo que, en una versión libre para nuestro idioma, bien podría nominarse al policía como “pacificador” o “custodio de la paz”.

     Los anárquicos hilos de la mente me recordaron entonces la importancia que tiene la paz en la cultura galesa, a punto tal que la ceremonia bárdica central en el Eisteddfod, cuando se entroniza al poeta, consiste en desenfundar a medias una espada sostenida por dos hombres, mientras uno de ellos pregunta con voz estentórea: “¿A oes Heddwch?” (“¿Hay paz?”), a lo que público clama a coro: “¡Heddwch!” El rito se repite tres veces y con la triple ratificación popular, la espada es envainada. No es casual que a partir de 1947, después de la Segunda Guerra Mundial, el Eisteddfod Nacional de Gales adoptara como lema: “Que las voces de los coros hagan enmudecer para siempre los cañones”.



     Los pobladores galeses del Chubut traían esa fuerte vocación por la paz, mas no pudieron librarse de la necesidad de contar con un órgano policial. Al principio esa función fue asignada en forma provisoria a algunos civiles. Poco después, en 1868, se creó un cuerpo de Guardias Nacionales Voluntarios integrado por 37 hombres, comandado por Edwin Roberts con el grado de Teniente (*). La tarea principal de esa milicia consistía en prevenir y eventualmente recuperar animales robados por los indios. Uno de aquellos soldados era Aaron Jenkins. Años más tarde, en 1879, mientras Jenkins desempeñaba el cargo interino de agente de policía, fue brutalmente asesinado a mansalva por un individuo al que trasladaba  en carácter de detenido.

    En 1876 se radicó en la zona el primer comisario nacional, Antonio Oneto. Se trataba de un destacamento más que nada simbólico, pues como el propio Oneto le comentaba en una carta a Luis Piedra Buena: “(…) observo que también esta comisaría es completamente sin armas; tiene un solo revólver que es de mi propiedad” (**)



    No deja de ser una paradoja que, para asegurar la paz, hay un punto extremo en el que se torna necesario acudir a un mecanismo potencialmente represor o disuasivo, con la potestad legal de portar armas. Aunque no tenemos datos sobre aquel revólver de Oneto, cabe preguntarse: ¿Sería acaso un Colt 44? Es improbable, pero el interrogante viene a propósito de otro retruécano lingüístico vinculado a la paz y a las armas. En 1873 la fábrica norteamericana Colt comenzó a producir la primera generación de revólveres de acción simple, que pronto adquirieron una enorme popularidad. Se hizo una producción calibre 44 con destino al ejército, la caballería y la artillería. Para el mercado civil se fabricó en los calibres 44–40 y 32–20. ¿Y saben ustedes cómo fue bautizado ese modelo? Nada menos que con el nombre de “Peacemaker”, es decir, “Pacificador” o “Hacedor de la Paz”…



     Algunos revólveres Colt SAA “Peacemaker” llegaron a nuestro país y al valle del Chubut. En mi infancia tuve ocasión de sostener uno de ellos en mis manos: pertenecía a Thomas Daniel Evans, que lo había portado durante su desempeño como agente de la policía de Territorios Nacionales. El querido “Tommy Daniel”, amigo de la familia, era una suerte de abuelo postizo para mí; un hombre de carácter afable, sumamente religioso y con grandes dotes musicales, que solía tocar el armonio en la capilla de Gaiman. Tengo la certeza de que él jamás necesitó servirse del arma para “hacer la paz”. Es que la mejor garantía de paz no está en las armas, sino la elevación espiritual de un pueblo. Y de eso, los colonos galeses –a no dudarlo– sabían mucho.

   Para finalizar, así como esta nota se inició entrecruzando palabras y significados, no está de más mencionar que en islandés –esa lengua tan querida por Borges– “hedd” (derivativo del antiguo hofuð) es una de las variantes del término “cabeza”. Más allá de la grafía coincidente, la diferencia no solo radica en los significados disímiles, sino también en que la verdadera paz –como todos sabemos– no reside en la cabeza, sino en el corazón.

    ¿Llegará el día en que la Humanidad pueda gozar de una paz sin necesidad de armas ni de policías, sostenida por la sola fuerza de la convicción?

     “¿A oes Heddwch?”

     Que las espadas del mundo permanezcan envainadas para siempre.



(*) Conf. Williams, D. – “El valle prometido”, p. 39/40 – Ed. Del Cedro, Gaiman, 2008.

(**) Conf. Zampini, V.  “Chubut – Breve Historia de una provincia argentina”, p. 47 – Ed. El Regional, Gaiman, 1975.
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jueves, 23 de junio de 2016

EL POEMA DE HOY




MIRADAS

Por Pablo Lautaro (*)



Desde el ventanal
oteo el camino
que me regala este amanecer,
llorando sobre la oportunidad
que en vísperas de adolescencia
escapó llevándose tu rostro.
No pudo el olvido
apartar tu imagen de mi delirio
y se vistió de hada.
¡Soledad…!
Soltaré amarras
cruzando brumas
hacia diminutos rayos
que se posan sobre el vidrio
en mi refugio de verano…
Vestigio de dulces luchas.




(*) Escritor neuquino. Mail de contacto: pablolautaroescritor@yahoo.com.ar





viernes, 17 de junio de 2016

EL POEMA DE HOY




LA LUZ

Por Luisa Peluffo (*)

                         I

Allá abajo
ceñidas por líquida transparencia
mansas piedras inmóviles

ajenas
a la mirada exacta y minuciosa
de la luz

a su provocación silenciosa.

Ser el fulgor
por un instante
el destello intolerable

del agua quieta y el aire sosegado.


                       II

Y el silencio era la luz
y la límpida memoria del agua
testimonio de esa luz

Sólo entonces los árboles instauraron
una posible conversación.

Ese pacto del follaje.

Vago temblor
entre la tierra
y lo invisible.



(*) Escritora nacida en CABA, vive en Bariloche desde 1972. Ha publicado, entre otros libros, “Materia Viva” (Poemas. Editorial Schapire, 1976), “Conspiraciones” (Cuentos. Primer premio en el concurso Vitoria Ocampo, 1980. 1ra edición, Fundación Banco de la provincia de Buenos Aires, 1982. 2da edición, Fondo Editorial Rionegrino, 1989) 1988-89. Editorial Emecé, 1989), “Materia de revelaciones” (Poemas. Ediciones Botella al Mar, 1983) y “Todo eso oyes” (Novela. Premio Literario Emecé. Este poema fue tomado de la parte “Orillas” de su libro “La otra orilla” (Ediciones Último Reino, Bs As, 1990); obra que obtuvo el 1er Premio Zona IV del Concurso Premios Regionales de Literatura XXX Aniversario del Fondo de las Artes, 1988.


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jueves, 9 de junio de 2016

LA NOTA DE HOY




EL CAMINO DE LOS RIFLEROS


Por Jorge Eduardo Lenard Vives



   La Colonia Galesa del Chubut se expandió hacia el oeste en forma abrupta. Luego de poblar el Valle Inferior, los colonos fundaron su siguiente establecimiento en la cordillera; a seiscientos kilómetros de la costa. Este “salto cuántico” se explica por la presencia, entre ambos puntos, de la meseta central chubutense; entorno desértico de clima extremo que no alentó, al principio, su ocupación.

   Los primeros viajeros que atravesaron la planicie en el verano de 1883 a 1884, fueron los mártires Richard Davies, John Hughes y John Parry; junto con John Daniel Evans, el cuarto explorador que salvó la vida gracias a su caballo Malacara. Pero quienes allanaron en forma definitiva la vía entre el valle y las cumbres andinas son el Teniente Coronel Luis Jorge Fontana y los Rifleros. Su expedición recorrió gran parte del Territorio del Chubut entre octubre de 1885 y febrero de 1886. La empresa se describe en el “Viaje de exploración en la Patagonia austral”; de Fontana y en el “Diario de viaje de la expedición de los rifleros” de John Murray Thomas. Más tarde, dos escritores recordaron la gesta en sus obras de ficción: Carlos Ferrari con “El riflero de Ffos Halen” y Ángel Uranga en “Diario apócrifo de un riflero”.

   Iniciada a partir de 1888 la colonización del Cwm Hyfryd desde Dyffryn Camwy por el mismo John Murray Thomas, aventura que dio lugar a otro “Diario” suyo, comienza un movimiento continuo de transeúntes entre ambos puntos. El periplo, conocido como “la larga travesía”, fue descripto por Eluned Morgan en su libro “Hacia los Andes”; y luego rememorado por Jorge Alberto Miglioli y Sergio Daniel Sepiurka en el volumen “Rocky Trip”.

   Con el tiempo, la huella de carros marcó un trazado sobre el cual Arthur Hainge, siendo aún gobernador Fontana, construiría el primer camino. Hainge llevó en una libreta su “Diario”. Su publicación en una versión bilingüe inglés–castellano está prevista por su sobrina nieta, Nancy Humphreys; quien donó la libreta original al Museo del Molino Andes, en Trevelin.

   A caballo de la estrada comienzan a establecerse las estancias; y más adelante, las estaciones de servicio y los paradores para el excursionista. Años después, el ripio dejó lugar al pavimento; y se pudo hacer en menos de un día el viaje que en su origen demandaba un mes.

   El itinerario de los rifleros es cada tanto revivido por un grupo de entusiastas que quieren mantener viva una tradición valiosa para el acervo cultural regional; y lo hacen, como sus antecesores, a caballo. Pero en forma diaria, parte de su marcha es realizada por numerosos automovilistas, algunos con fines comerciales, otros familiares y muchos turísticos; que a veces no advierten la historia y la estupenda geografía implícita en la travesía mesetaria.

   El moderno trazado, pavimentado en su totalidad, se desarrolla sobre las rutas nacionales 25, 40 y un tramo de la provincial 259. No respeta en forma exacta la senda de los rifleros ni la de los carros de los pioneros; sin embargo su trayecto permite evocar muchos momentos de esas epopeyas.

   Partiendo de Rawson, atraviesa el valle y sube a la meseta frente a Dolavon. Acompañado por el derruido terraplén del Ferrocarril Central, pasa luego por Campamento Villegas, sitio del fortín de 1883, Las Chapas, el acceso al Dique Florentino Ameghino y Alto Las Plumas, punta de riel del tren. Por un cañadón en el cual se abre la huella hacia el monolito de los mártires de 1884, desciende a Las Plumas y cruza a la margen meridional del Chubut. A poco de andar aparece el Cañadón Carbón, mostrando la veta de perlita motivo de su nombre; y, más tarde, las formaciones rocosas que identifican al próximo pueblo: Los Altares. Continúa el camino entre altos farallones, por un lado; y el Chubut, que en esta zona justificaría la hipótesis de que su topónimo en lengua teushen significa “transparente”, por el otro.

   Luego de ascender a la meseta, no por la ardua “subida rocosa” de los galeses sino por una fácil pendiente pavimentada, la carretera se interna en un paisaje mineral de tierras verdes, blancas y amarillas; y bloques de basalto negro. Llega así a Paso de Indios, en cercanías de donde se aparta la ruta 12 hacia Gorro Frigio y Piedra Parada; el rumbo original de los rifleros. Siguiendo por el asfalto vienen El Pajarito, Cajón de Ginebra Grande, Cajón de Ginebra Chico y Pampa de Agnia. Aquí la “ruta vieja” se separa, y continúa su viaje hacia Colán Conhué y Arroyo Pescado; donde los bandidos Evans y Wilson asesinaron en 1909 a Llwyd Ap Iwan, quien dirigía la sucursal local de La Mercantil.

   Continuando en cambio, según el criterio de esta nota, por la “ruta nueva” (algunos aún la recuerdan así), se pasa por el paraje El Jume. Después de un tramo entre lomas, el panorama se abre; y a lo lejos se distinguen las primeras nieves. Unos kilómetros más y se arriba a Tecka. Este lugar, donde no hace mucho se instaló el mausoleo del cacique Inacayal, señala el ingreso a la precordillera. Los cerros se van haciendo más altos y cambia la vegetación. Pronto el trayecto se acerca al río Tecka, cuyas arboledas presagian la abundante fronda andina. De súbito, un cartel anuncia que empieza “la huella de los rifleros”. Se abre allí la ruta 17, que, tras el derrotero aproximado de la caravana en 1885, discurre por la laguna Cronómetro, la ladera sur del cerro Nahuel Pan y las rocas desde donde se avistó el Valle 16 de Octubre. Luego, dejando atrás la tumba del Malacara y la histórica Escuela 18, arriba a Trevelin.

   Pero este artículo sigue por la ruta 40; por lo que, alejándose del Tecka, encara la cuesta del Arbolito. A unos kilómetros se ve la mole del Nahuel Pan, con su casquete blanco; en tanto los rieles del “Trochita” se acercan a la calzada y no la abandonan hasta el final. Y, poco después, enmarcada por los cerros Nahuel Pan y “21”, y el Cordón Asunción como telón de fondo, surge la ciudad de Esquel.

   La rutina de un viaje habitual del mar a las montañas, hace perder de vista el paisaje circundante. Bueno estaría realizar este itinerario previa lectura de los libros citados al inicio de la nota; que agregarán valor al paseo. El camino de los rifleros reúne belleza natural, tradición histórica y referencias literarias. Así como lo transitaron los jinetes de Fontana, descubriendo paso a paso sus secretos, merece también una recorrida atenta por parte del viajero moderno; que de tal manera disfrutaría de muchos aspectos que, a causa de la celeridad abrumadora de la posmodernidad, permanecen ocultos a la vera de la ruta.

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sábado, 4 de junio de 2016

EL POEMA DE HOY




Nacimos a la intemperie

Por Clara Vouillat (*)



Nacimos a la intemperie
al  angustiante vacío de la nada
Nacimos a la pura verticalidad del cielo
a la no sombra del mediodía
que raja las piedras en el verano                            
Nacimos al pleno  de la luna
sobre la naciente claridad de las heladas
justo en el instante del cristal
que va quemando las yemas prematuras
Nacimos
para escaldarnos en hielos y en infiernos
nada de medias luces
                                     nada de medias lunas
a puro destello bajo la esfera del cielo
sin contemplaciones
                                    sin caridad
atormentados por los resplandores
sin atenuantes
                           sin miramientos
Nacimos
llevados por vientos impiadosos
mares de arena que nublan las mañanas
desmañando la cuidada arquitectura de los árboles
vientos que arrasan la verde promesa de los pastos
que burlan la vigilante muralla de las puertas
sacudidos
                  sobresaltados
pero sin permiso para la fragilidad
permeables
                     inseguros
aunque con el designio intacto
de soportar erguidos
los desacatos de nuestras latitudes.



(*) Escritora de General Roca.


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