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jueves, 9 de junio de 2016

LA NOTA DE HOY




EL CAMINO DE LOS RIFLEROS


Por Jorge Eduardo Lenard Vives



   La Colonia Galesa del Chubut se expandió hacia el oeste en forma abrupta. Luego de poblar el Valle Inferior, los colonos fundaron su siguiente establecimiento en la cordillera; a seiscientos kilómetros de la costa. Este “salto cuántico” se explica por la presencia, entre ambos puntos, de la meseta central chubutense; entorno desértico de clima extremo que no alentó, al principio, su ocupación.

   Los primeros viajeros que atravesaron la planicie en el verano de 1883 a 1884, fueron los mártires Richard Davies, John Hughes y John Parry; junto con John Daniel Evans, el cuarto explorador que salvó la vida gracias a su caballo Malacara. Pero quienes allanaron en forma definitiva la vía entre el valle y las cumbres andinas son el Teniente Coronel Luis Jorge Fontana y los Rifleros. Su expedición recorrió gran parte del Territorio del Chubut entre octubre de 1885 y febrero de 1886. La empresa se describe en el “Viaje de exploración en la Patagonia austral”; de Fontana y en el “Diario de viaje de la expedición de los rifleros” de John Murray Thomas. Más tarde, dos escritores recordaron la gesta en sus obras de ficción: Carlos Ferrari con “El riflero de Ffos Halen” y Ángel Uranga en “Diario apócrifo de un riflero”.

   Iniciada a partir de 1888 la colonización del Cwm Hyfryd desde Dyffryn Camwy por el mismo John Murray Thomas, aventura que dio lugar a otro “Diario” suyo, comienza un movimiento continuo de transeúntes entre ambos puntos. El periplo, conocido como “la larga travesía”, fue descripto por Eluned Morgan en su libro “Hacia los Andes”; y luego rememorado por Jorge Alberto Miglioli y Sergio Daniel Sepiurka en el volumen “Rocky Trip”.

   Con el tiempo, la huella de carros marcó un trazado sobre el cual Arthur Hainge, siendo aún gobernador Fontana, construiría el primer camino. Hainge llevó en una libreta su “Diario”. Su publicación en una versión bilingüe inglés–castellano está prevista por su sobrina nieta, Nancy Humphreys; quien donó la libreta original al Museo del Molino Andes, en Trevelin.

   A caballo de la estrada comienzan a establecerse las estancias; y más adelante, las estaciones de servicio y los paradores para el excursionista. Años después, el ripio dejó lugar al pavimento; y se pudo hacer en menos de un día el viaje que en su origen demandaba un mes.

   El itinerario de los rifleros es cada tanto revivido por un grupo de entusiastas que quieren mantener viva una tradición valiosa para el acervo cultural regional; y lo hacen, como sus antecesores, a caballo. Pero en forma diaria, parte de su marcha es realizada por numerosos automovilistas, algunos con fines comerciales, otros familiares y muchos turísticos; que a veces no advierten la historia y la estupenda geografía implícita en la travesía mesetaria.

   El moderno trazado, pavimentado en su totalidad, se desarrolla sobre las rutas nacionales 25, 40 y un tramo de la provincial 259. No respeta en forma exacta la senda de los rifleros ni la de los carros de los pioneros; sin embargo su trayecto permite evocar muchos momentos de esas epopeyas.

   Partiendo de Rawson, atraviesa el valle y sube a la meseta frente a Dolavon. Acompañado por el derruido terraplén del Ferrocarril Central, pasa luego por Campamento Villegas, sitio del fortín de 1883, Las Chapas, el acceso al Dique Florentino Ameghino y Alto Las Plumas, punta de riel del tren. Por un cañadón en el cual se abre la huella hacia el monolito de los mártires de 1884, desciende a Las Plumas y cruza a la margen meridional del Chubut. A poco de andar aparece el Cañadón Carbón, mostrando la veta de perlita motivo de su nombre; y, más tarde, las formaciones rocosas que identifican al próximo pueblo: Los Altares. Continúa el camino entre altos farallones, por un lado; y el Chubut, que en esta zona justificaría la hipótesis de que su topónimo en lengua teushen significa “transparente”, por el otro.

   Luego de ascender a la meseta, no por la ardua “subida rocosa” de los galeses sino por una fácil pendiente pavimentada, la carretera se interna en un paisaje mineral de tierras verdes, blancas y amarillas; y bloques de basalto negro. Llega así a Paso de Indios, en cercanías de donde se aparta la ruta 12 hacia Gorro Frigio y Piedra Parada; el rumbo original de los rifleros. Siguiendo por el asfalto vienen El Pajarito, Cajón de Ginebra Grande, Cajón de Ginebra Chico y Pampa de Agnia. Aquí la “ruta vieja” se separa, y continúa su viaje hacia Colán Conhué y Arroyo Pescado; donde los bandidos Evans y Wilson asesinaron en 1909 a Llwyd Ap Iwan, quien dirigía la sucursal local de La Mercantil.

   Continuando en cambio, según el criterio de esta nota, por la “ruta nueva” (algunos aún la recuerdan así), se pasa por el paraje El Jume. Después de un tramo entre lomas, el panorama se abre; y a lo lejos se distinguen las primeras nieves. Unos kilómetros más y se arriba a Tecka. Este lugar, donde no hace mucho se instaló el mausoleo del cacique Inacayal, señala el ingreso a la precordillera. Los cerros se van haciendo más altos y cambia la vegetación. Pronto el trayecto se acerca al río Tecka, cuyas arboledas presagian la abundante fronda andina. De súbito, un cartel anuncia que empieza “la huella de los rifleros”. Se abre allí la ruta 17, que, tras el derrotero aproximado de la caravana en 1885, discurre por la laguna Cronómetro, la ladera sur del cerro Nahuel Pan y las rocas desde donde se avistó el Valle 16 de Octubre. Luego, dejando atrás la tumba del Malacara y la histórica Escuela 18, arriba a Trevelin.

   Pero este artículo sigue por la ruta 40; por lo que, alejándose del Tecka, encara la cuesta del Arbolito. A unos kilómetros se ve la mole del Nahuel Pan, con su casquete blanco; en tanto los rieles del “Trochita” se acercan a la calzada y no la abandonan hasta el final. Y, poco después, enmarcada por los cerros Nahuel Pan y “21”, y el Cordón Asunción como telón de fondo, surge la ciudad de Esquel.

   La rutina de un viaje habitual del mar a las montañas, hace perder de vista el paisaje circundante. Bueno estaría realizar este itinerario previa lectura de los libros citados al inicio de la nota; que agregarán valor al paseo. El camino de los rifleros reúne belleza natural, tradición histórica y referencias literarias. Así como lo transitaron los jinetes de Fontana, descubriendo paso a paso sus secretos, merece también una recorrida atenta por parte del viajero moderno; que de tal manera disfrutaría de muchos aspectos que, a causa de la celeridad abrumadora de la posmodernidad, permanecen ocultos a la vera de la ruta.

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4 comentarios:

Ada Ortiz Ochoa dijo...

¡Qué nota interesante! Es nuestro país y muchos no saben lo importante que fue y será para la historia la lucha y colonización Galesa. Vine a radicarme en la Patagonia en 1978, pero desde mucho antes que me interesaba este tema y me sigue despertando admiración y deseos de conocer más sobre esta increíble aventura. Jorge Lenard Vives con su impecable cualidad de narrador-historiador cuenta con importante documentación que le provee la capacidad y conocimientos de las distintas obras que documentan esta gesta. ¡Me encantó! Menciona lugares que conocí cuando estaba recién llegada a estas tierras. Dolavon, Dique Ameghino, Gaiman, el museo de Trelew donde encontré documentación que solo podía aumentar mi interés. Gracias Jorge Vives, espero que alguna vez todos estos trabajos se conviertan en un libro. Felicitaciones Literasur por la perseverancia en "hacer" cultura. Saludos de Negrita (la de Sierra Grande)

Jorge Vives dijo...

Aprovecho el espacio de comentarios para agregar unos puntos que se relacionan con el tema del artículo. Para el caso del turista que probablemente no tenga tiempo para leer las obras mencionadas en esta nota, no estaría mal disponer de algún folleto explicativo sobre el camino; y también de algunos de esos carteles azules con letras blancas, con referencias históricas, tan comunes en las rutas del norte. Y, quizás, de un pequeño museo a mitad de camino que recuerde la “larga travesía”. Tal museo permitiría, incluso, amenizar alguna imprevista espera en la ruta.

Los lectores se darán cuenta que el artículo es muy escueto y no hace justicia a la riqueza cultural y natural del camino. Quedaron por describir las localidades que atraviesa durante su discurrir por el Valle. Faltó hacer referencia a todas las estaciones de tren, caseríos hoy desaparecidos, que crecían al borde de las vías del Ferrocarril Central. No pudo mencionarse el curioso corral de “durmiente a pique” de Alto Las Plumas, ni el colorido del cañadón que desciende a Las Plumas. Tampoco se habló de las numerosas geoformas que pueden observarse en la marcha, como el “Cavanagh”, en Cañadón Carbón, o “La Vieja” y “El Barco” en Los Altares; ni de las tumbas galesas que se encuentran al subir a la meseta más allá de este último pueblo. Tampoco de las rocas grabadas en Las Plumas o de las pictografías en Los Altares; ni de los nombres antiguos de los poblados, rastros de tiempo idos: La Herrería (Paso de Indios), Gin Box (Cajón de Ginebra Grande), Deryn Bach (El Pajarito). Menos aún del cerro de varios colores, que en este último lugar, el viajero atento puede ver un par de kilómetros al sur; que recuerda al famoso cerro de la quebrada de Humahuaca (pero aquel es atracción turística; éste, simplemente, un accidente más del terreno). No se avanzó sobre la descripción de las numerosas rutas que, como las ramas de un árbol, salen del tronco principal para llegar hasta los cuatro puntos cardinales de la provincia; uniendo el Chubut profundo, esencial. Y también falto citar la muestra de flora y fauna patagónica que se ve al costado de la ruta; como las lagunas rosadas de flamencos, las maras, guanacos, ñandúes y zorros; y la meseta espinosa y achaparrada, interrumpida por súbitos oasis de álamos y sauces.

Aprovecho este extenso comentario para agradecer a la Sra Nancy Humphreys la información sobre Arthur Hainge. Aclaro que también trabajó en la construcción de la ruta entre el Valle y Esquel el abuelo de Nancy, John Humphreys, quien se desempeñó como administrador de los recursos para pagar materiales y sueldos. Cumplió esta tarea, designado por Fontana, cuando tenía 17 años.

Carlos dijo...

Jorge, si tu nota es en sí misma una pieza invalorable, la nota ampliatoria, lejos de ir a la zaga, la enriquece notablemente y nos deja con ganas de seguir leyendo acerca de este tema tan apasionante con el que elegiste deleitarnos. Muchas gracias, un abrazo!

Jorge Vives dijo...

Negrita y Carlos, muchas gracias por sus comentarios. Me alegra saber que les agradó la nota. Como siempre aclaro, la intención de estos textos es hacer hincapié en aquellos detalles de la historia o la geografía regional que se reflejan en la Literatura Patagónica; y le dan riqueza y variedad temática.