google5b980c9aeebc919d.html

miércoles, 23 de noviembre de 2016

EL POEMA DE HOY




INFANCIA EN SAN JOSÉ


Por Miriam Tame



Nada es fácil en la Patagonia, entre vientos constantes y hielos eternos, vamos abriendo camino en una tierra hostil a fuerza de garra y coraje.
Mi niñez en San José marcó a fuego este espíritu libre sin horizontes ni límites, páramos extensos que se  funden en la retina y el corazón.
Loquitos aventureros cubiertos de potrero y estiércol de oveja, rodillas gastadas de tantas caídas en tierra reseca.
Boca violeta sabor a calafate, manos lastimadas
Espinas cobrando su fruto sagrado.
Huevo de avestruz para torta espumada.
Noche de petromax
Baño a pura palangana
Puchero caliente de espinazo de capón.
Tierra fuerte que da y quita.
Hombres rudos callados a fuerza de tanta soledad, rostros agrietados por el tiempo y el viento ensordecedor que nunca cesa.
Heredé de estos viajes a la meseta la imperiosa necesidad de conectar mi interior en la roca hecha fuego bajo el sol abrasador.
De impregnarme en sus noches consteladas, en esos cielos que solo existen en el fin del mundo.
Infierno y paraíso las personas valen por lo que son, sabios analfabetos, en perpetua comunión con la tierra madre y sus dioses ancestrales.
Sin corazas vestidas de etiqueta nos enseñan la verdadera esencia.





(*) Del volumen “Universo de silencio” – Miriam Tame – Pato Nazar – Ed. Remitente Patagonia, Trelew, 2015.

martes, 15 de noviembre de 2016

LA NOTA DE HOY




ONELLI, ESCRITOR


Por Jorge Eduardo Lenard Vives





    A fines del siglo XIX surgió en la Argentina una generación de individuos talentosos que reunían marcadas aptitudes políticas con una profunda curiosidad científica y arrestos para el Arte, especialmente para la Literatura; lo cual les permitía exponer sus ideas y describir sus logros en forma amena y fluida. En sus espíritus marchaban de la mano pensamiento y acción; y se sentían tan cómodos escribiendo detrás de un escritorio como explorando un territorio desconocido. La joven república, plena de espacios vacíos, no sólo en su geografía sino en la administración pública, en las ciencias y en las disciplinas artísticas, era terreno fértil para que criollos e inmigrantes desarrollasen tales cualidades.

    Uno de estos personajes es Clemente Onelli. Nacido en Roma en 1864, llegó al país en 1888; impulsado, según cuenta en su bosquejo autobiográfico “35 años de América”, por el deseo de conocer la Patagonia; anhelo que siendo niño había despertado en él la lectura de las libros de Julio Verne. Por sus conocimientos en el campo de las ciencias naturales, a poco de su arribo Francisco Pascasio Moreno lo incorpora al Museo de La Plata; y lo manda por primera vez al sur a buscar piezas arqueológicas y fósiles.

    De regreso en el norte, y mientras catalogaba en el Museo la colección reunida, Onelli colaboró en el periódico “El Diario”. Con el auspicio de este medio, realizó una expedición al lago Argentino; movido, entre otros motivos, por la pretensión de hallar oro. A su regreso, el mismo diario lo envió al Neuquén como corresponsal; para informar sobre el tendido de las vías que unirían esa zona con Bahía Blanca.

     Más tarde, el perito Moreno convoca a Onelli y le encarga colaborar en el trazado de la frontera en la región patagónica. Es entonces cuando realiza el célebre desvío del río Fénix. Tiempo después, desafectado de su puesto por cuestiones económicas, el ministro de agricultura Wenceslao Escalante le encomienda reconocer el territorio de Chubut. Estando allí, llega al país el árbitro inglés, Thomas Holdich, quien lo cita para integrar la comisión de límites. Al finalizar la tarea retorna a Buenos Aires; donde, desde el cargo de Director de Tierras, promueve el poblamiento del territorio austral.

    En 1904, el presidente Julio Argentino Roca lo nombra Director del Jardín Zoológico de Buenos Aires, en reemplazo de Eduardo Ladislao Holmberg. El multifacético hombre permanece al frente de esta institución hasta su muerte, el 20 de octubre de 1924.

    Su campo de interés literario era amplio, como lo demuestran algunas de sus varios escritos, con el nombre de “La muerte del tarro de leche”, “El norte y el sur del continente”, “Automovilismo sin caminos”, “Arquitectura de la Atlántida sumergida”, “El cultivo del algodón”, “Árboles: no fiesta del árbol”, “Cartilla de la tejedora provinciana”, “Alfombras, tapices y tejidos criollos”, “La filosofía de la avicultura práctica”, “Cartilla del criador de gallinas a campo”, “Limpia, fija y ¿da esplendor?”, “Las glorias de San Isidro: conferencia de poca pulpa”, “Ensayo de hagiografía argentina”, “Las pequeñas industrias o El huevo de Colón”, “Atlas del cerebro de los mamíferos de la República Argentina” (con el científico Christofredo Jakob), “La evolución en el patriotismo”, “Biblioteca medicina del alma”, “Pequeño manual de mineralogía”, “Geología”, “Dos opiniones imparciales sobre la propaganda protestante”, “El Chaco que pasa” y “Conversación familiar a las madres”, entre otros.

    También es importante la obra derivada de sus experiencias al frente del Zoológico, que incluye títulos como “El animal compañero del hombre: algunas de sus costumbres”, “Un pobre gato y otros ensayos”, “Aguafuertes del zoológico”; y los artículos “Idiosincrasias de los pensionistas del Jardín Zoológico”, publicados entre 1905 y 1910.

     Sin embargo, su mayor lucimiento como escritor se produce cuando habla de la Patagonia; en especial en el libro “Trepando los Andes”, de 1903. No es la única pieza literaria que dedica a la región. En sus numerosas conferencias, artículos relatos y ensayos breves, figuran muchos textos sobre la zona, como “Impresiones patagónicas: Neuquén, Limay y Santa Cruz”, “Un entierro tehuelche” y “Verano (Penumbras del Sur. El destilar de los hielos)”; del cual se toma este párrafo:

“Veo Nahuel Huapi, el lago divino, de aguas azules, de islas de esmeralda, de fijorsd misteriosos, donde los árboles reflejan tranquilos su corteza gris, y las montañas se desploman a pique, pronas sobre las aguas, con las mil cúspides del gótico cerro catedral, con las aristas de silueta elegante, que detienen los vapores, que allá arriba, algodonosos se desprenden de las eternas nieves.”

    Onetti no volvió a las comarcas sureñas luego de asumir al frente del zoológico. Pero su alma tiene que haber quedado allí, entre los bosques y los lagos, sobre las montañas y la meseta; en esa tierra que lo atrapó y para la cual auguraba un futuro promisorio, según dice al introducir “Trepando los Andes”:

“Y porque las manifestaciones imponentes de la naturaleza se despliegan en un conjunto grandioso y variado en los dos mil kilómetros de la cordillera andina que he recorrido, y porque, con excepción de algunas descripciones de puntos determinados, no se han abarcado en una reseña los paisajes inolvidables de esas regiones desiertas, ricas y desconocidas, guardadas por bosques impenetrables, coronadas por nieves eternas e inaccesibles, por precipicios lóbregos y pavorosos, entre los cuales están engarzados como joyas alpestres miles de lagos que han bebido todo el azul del cielo, que reflejan fantásticos templos góticos, ruinas de monumentos romanos, sombras siniestras de gigantes negros…; y porque creía mi deber dar una idea de esas maravillas a sus legítimos dueños los señores de la tierra, pensé en publicar estas impresiones.”

    Incluso uno de los momentos culminantes de su vida, el envío de la expedición del ingeniero Frey en búsqueda del plesiosauro que decía Martín Sheffield haber visto en la zona del Epuyén hacia el año 1922, no sería más que una excusa para que el mundo fijase la vista en esas latitudes, aun poco conocidas.

    El signo distintivo de su vida parece ser esa pasión por la Patagonia; que lo llevó una y otra vez a la región donde obtuvo fama de explorador. Pero su figura también se invoca como la de un investigador apasionado por la naturaleza; en especial, por la fauna. Y no es menor su destacada actuación como funcionario público, sirviendo al país durante muchos años. Todas esas vertientes de su personalidad ya han sido evocadas. Por eso esta nota intenta rememorar una de sus facetas menos conocidas, pero a la altura de su relevante desempeño en otras disciplinas. Lo recuerda, simplemente, como Onelli, escritor.





Comentario: los dos principales biógrafos de Onelli, de cuyos estudios se tomaron los datos de esta nota, parecen haber sido Julián Cáceres Freyre, prologuista de la edición de “trepando los Andes” de Marymar en 1977; y el innominado editor de la Editorial Huarpes que publica, y prologa, en 1944 “Un pobre gato y otros ensayos”. Ambos recurren al bosquejo autobiográfico de Onelli “35 Años de América”. Al igual que en anteriores artículos, por razones de espacio dejé afuera parte de su bibliografía; que aquí completo. A las obras mencionadas en la nota, se deben agregar los trabajos “Árbol”, “Obstetricia agreste y vislumbres treponémicas”, “Psicología estética: de indígenas sudamericanos”, “Una reliquia venerable: cráneo de un español muerto en La Plata en el Siglo XVI”, “Los microbios del corazón” y “Entre bosques y parques”. Y probablemente otros más; porque su labor como escritor fue realmente prolífica. No quieren ser estas listas de títulos meros enunciados “enciclopedistas”, fáciles de hallar en internet. Su objetivo es mostrar la labor de esos escritores que sin computadoras, ni “red”, ni procesadores de texto, y en condiciones seguramente más precarias que en la actualidad, tuvieron una producción literaria de significación; que a veces no es conocida.


viernes, 11 de noviembre de 2016

EL POEMA DE HOY




LOS ÁNGELES DEL CANTO

Por Griselda Jones Redondo (*)




En la luz de la risa de mis nietos
encontré las rayuelas de mi infancia.
Y estallaron los tiempos en fragancias
despertando los cielos que muy quietos

navegaban por los ríos de mi alma.
Fue un instante de paz, de magia y juego,
de caricias azules… Pero luego
se alejaron las voces y la calma

me cubrió nuevamente de orfandades.
Fue un instante de lunas sin edades
que trajeron mis huellas florecidas.

¿Serán ellos los ángeles del canto?
Hay aroma a jazmines en mi llanto
¡y una alondra en mis manos encendidas!




(*) Poema ganador de la Corona del Eisteddfod del Chubut – año 2012

lunes, 7 de noviembre de 2016

EL POEMA DE HOY




ARTE Y PARTE


Por Juan Carlos Moisés (*)




Vemos a esos patos nadar
corriente abajo, sin esfuerzo,
y a esos teros, rasantes, revolotear sobre peces escurridizos
y decimos: los patos son cómicos,
y algo salta en el agua durando
un instante en los ojos,
y todo el río parece hablar
en voz baja, y observamos,
en la pausa, cómo llega el atardecer
y los movimientos comienzan
a confundirse como un teatro de sombras
chinescas dibujadas por el sol
tras la hilera de sauces enmarañados,
-y decimos: los patos son cómicos, lo son-
y hay que ver a esos patos silvestres
perseguirse sin que se les rasgue
un pluma, erguidos, las patitas
escondidas bajo el agua,
y pensamos: el vuelo de esos teros
no tiene una pizca de comicidad,
aunque hagan el último esfuerzo
por despertar a gritos
el lugar que se adormece, y vemos
una silueta muda de caballo que baja
su cabeza a beber donde se hace playa
la corriente –y no nos ha visto,
o si nos vio poco le importamos-,
y ya no vuelven los patos
que perdimos de vista mucho antes
de que se los llevara el codo del río
donde se oye algún que otro
chapuzón perdido,
y ahora, en el frescor,
con leve alboroto, como los teros
o los patos nuestras miradas
a su modo buscan sostenerse
en el día que se angosta,
hasta que de a poco se hace la noche
de arriba abajo y quedamos a solas,
ínfimos bajo el cielo estrellado,
sin movernos de la orilla del agua,
lejos de la gente y de las ciudades,
de todo y de nada.







(*) Poema incluido en su obra “Animal teórico” – Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2004.

jueves, 3 de noviembre de 2016

OBRAS DE AUTORES PATAGÓNICOS




COMENTARIO DE UN LIBRO RECIENTEMENTE APARECIDO
“FUEGO DE LEÑA MENUDA” DE HUGO COVARO (*)



Los relatos de “Fuego de leña menuda”, la última creación del escritor comodorense Hugo Covaro, son, precisamente, como esos trozos de leñita que se arriman al fogón para mantenerlo encendido mientras se calienta una pava tiznada de hollín que preludia el mate; o por tenerlo prendido, nomás, entibiando e iluminando en una noche obscura y fría, una conversación de amigos o aparceros. O, tal vez, conservar su lumbre tan sólo para contemplarlo; y adivinar entre sus llamas las escenas de recuerdos del pasado o proyectos del futuro, entretanto las astillas y las ramas pequeñas que lo alimentan recorren su camino irreversible hasta transformarse en cenizas y confundirse con el polvo de la meseta.

En veintitrés narraciones, casi todas ambientadas en la Patagonia profunda de la estepa, el autor persigue las huellas de jinetes que se quedan a pie en medio de la nevada, escucha las conversaciones sobre bueyes perdidos entre solitarios que matan el tedio en un boliche, atisba las visiones oníricas que invocan aparecidos e intuye la presencia de sombras transitando los pedregales, las sendas y los rieles abandonados. Algunos de esos cuentos, de tono más ligero, incluyendo los dos que no están ambientados en la región, hablan de chicos que quieren volar, de tragicómicos vividores, de pícaros gorrones, de contadores y cuenteros.

No se detendrá este comentario en cada una de las historias, para que el placer del lector al descubrirlos por sus propios ojos sea mayor. Tan sólo, a modo de ejemplo, expondrá la amenidad y calidad literaria del estilo de Covaro presentando algunos párrafos entresacados de los diversos escritos del volumen. Como este, que pertenece a “Alero de los pilquines”: “El camino –por donde pasa el apuro de la gente– no está lejos. Cañadón arriba se intuye una región oculta a la mirada del viajero delimitado por extrañas formaciones de rocas sedimentarias, areniscas de impensados colores. Entre dos lagos, el escarpado sendero viborea hacia la cima del promontorio despertando el letargo del guijarral dormido”.

O este otro, tomado de “Iájau Kaptúen”: “En las casas, sencillas personas de ingenua presencia, ven trepar un humo lacio de lana cardada de la cocina, que desaparecerá apenas las altas serranías levanten al firmamento del atardecer un dorado pelaje de puma. En el patio, domesticado solar, una vieja herradura de caballo anunciará la buenaventura para los recién llegados, con los siete agujeros de la buena suerte, sujeta por siete clavos de luz a la esperanza de los crédulos.”

Y aún un tercero, proveniente de “La zorra de Escalante”: “Ayer, sin ir más lejos, apenas se arremangaron las sombras para dejar parir al día un sol enorme y amarillo, una zorra con dos ferroviarios pasó silenciosa por el andén aun dormido. Iban ocupados en el vigoroso subibaja que los transportaba. Dos obscuras siluetas que parecían cantar y reír de cara a la brisa fresca del amanecer, hasta que al llegar a la primera curva que hacen las vías, la sombra bruna de la barranca se las tragó enteras.”

Un prólogo del autor explicando el sentido y el “por qué” de este conjunto de sucedidos, y trayendo la imagen patética de la horda humana de los tiempos primitivos refugiándose del terror y la gelidez nocturna en torno de una fogata, nos introduce en la obra; la que culmina, como es habitual, en un vocabulario para facilitar la comprensión del texto. El léxico siempre agrega unos términos que contribuyen a conocer más la región. En el caso del glosario que corresponde a este libro, hay una definición cuyo significado podrá tal vez sorprender a un lector futuro; para bien o para mal: “Colhue Huapi: lago actualmente seco, que servía de desaguadero al Lago Muster.”

El tomo fue publicado por la Editorial Universitaria de La Plata. La excelente fotografía de la tapa, que refleja en forma precisa el sentido del rótulo del ejemplar, es de Miguel Escobar Ruiz; en tanto la correctora fue Marisa Fernández.

Al recorrer su vasta creación, se puede concluir que Covaro presenta en los títulos de sus libros una visión alquímica de la Patagonia. La zona se vislumbra a través del prisma de los cuatro elementos esenciales de la crisopeya: el Aire, en “Memorias del viento” y “Nada ocurre antes que el viento”; el Agua, con “Pequeñas historias marineras”; la Tierra, en “Episodios de las Arenas” y “Luna de los salares”; y el Fuego, con “Los dueños del Fuego” y ahora este nuevo volumen que refiere a la ígnea substancia. Esta visión multidimensional, que permite inferir la diversidad cultural y geográfica del territorio, transforma al autor en un profundo intérprete de la región y en un referente ineludible al hablar de la Literatura Patagónica.

Es de desear que su pluma continúe rebuscando en los rincones de la memoria y la imaginación; y pronto dé a luz nuevos libros que sigan engrosando el corpus literario sureño con sus letras plásticas y sentidas. Mientras tanto, los lectores tendrán el placer de arrimarse al rescoldo, y al calor y la luz del fuego que crepita y aromatiza el ambiente con el acogedor olor de la leña quemada, podrán sumergirse en estos relatos; escritos para ser disfrutados por quienes gustan de las buenas letras.

J.E.L.V.



(*) “Fuego de Leña Menuda”. Hugo Covaro. La Plata. Editorial Universitaria de La Plata, 2016.