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martes, 29 de marzo de 2016

EL POEMA DE HOY



           GENTE QUE ANDA

Por Jorge Castañeda (*)



En la abrigada manta de los quillangos
Cuando la nieve castiga sin piedad,
En la estepa donde duelen los basaltos
Cuando el viento no se cansa de soplar.
Ha de volver el rastro de mis caballos
Como “en antes” era otra vez será.

En los escoriales de piedras partidas
Donde se llora con lágrimas de sal,
En el relincho arisco de los guanacos
Donde clama dolorido el pedregal.
Ha de volver el rastro de mis caballos
Como “en antes” era otra vez será.

En el linaje del bravo Yanquetruz,
Patagonia, ventisqueros, escorial,
En la rastrillada de soles ardidos
Cerros lejanos coirones salitral.
Ha de volver el rastro de mis caballos
Como “en antes” era otra vez será.

En la gloria perdida de los tehuelches
Su camino de pichana y chacayal,
En los viejos rituales de sus misterios
Su casa bonita, su giro ritual.
Ha de volver el rastro de mis caballos
Como “en antes” era otra vez será.


(*) Escritor de Valcheta. Su blog es: http://jorgecastaneda.fullblog.com.ar


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martes, 22 de marzo de 2016

EL CUENTO DE HOY




JUNTOS

Por Martha Perotto (*)



Ella fue a reconocer el cuerpo. En la sala del pequeño hospital, se veían, sobre una camilla, dos bultos cubiertos por un lienzo blanco. Sintió frío, un frío intenso que le llegó a los huesos.
         Los amigos que hicieron el rescate se llevaron sus pertenencias.

***

El clavo siguiente iba a ser más difícil que el anterior. La posición era terriblemente incómoda. Se sentía el “hombre mosca” adherido a un techo de piedra y hielo.
Finalmente logró un buen enganche y sacó la piqueta del cinturón. Lo martilleó un poco de costado, pero quedó firme. Lo probó. Sería el punto de apoyo más importante para el tramo final. Con un gesto indicó a su compañero que podía avanzar.

***

¿La tormenta? La tormenta es una contingencia en la montaña. Habían vivido muchas veces el camino de las cimas. Ella miró por la ventana y no pudo divisar el pico. El cerro estaba cubierto de nubes densas. El viento era muy fuerte y caía aguanieve.
“¡Morir de frío! Dicen que llega un momento en el que el cuerpo pierde sensibilidad y entre en un sueño cada vez más profundo que termina en la muerte”. Revolvió pensativa el hielo en el vaso y al tomar conciencia de su frialdad tuvo que dejarlo sobre la mesa.
Los amigos la acompañaban en la espera. Nada podía hacerse hasta que cesara el temporal.
Se acercó al fuego encendido y deseó poder transmitir a la pequeña carpa lejana su sensación de calor. Más, deseo estar ahí para compartir la misma suerte.

***

¿La tormenta? La tormenta es una contingencia en la montaña. La avalancha fue lo que los separó del resto del grupo, quedaron él y Francisco en una situación comprometida. Francisco estaba malherido. Aferró la carpa a una saliente y quedó suspendida sobre el abismo, golpeada por la fuerza del viento y la nieve.
Por la mañana, Francisco había muerto y él comprendió que pronto lo seguiría. Comenzó a dominarlo la desesperación y se sintió al borde de la locura.
Debía darse coraje de algún modo. Tomó la cámara filmadora que lo acompañaba siempre en su mochila y decidió filmarse a sí mismo en el momento final.

***

Él había sido muy sincero cuando le propuso matrimonio y, mientras hablaba, se recortaba nítida, detrás de él, la silueta del cerro bajo la última luz de la tarde. Esa era la imagen del matrimonio, él y la montaña.
Había aceptado esas condiciones que significaron años sin verano, viajes del hemisferio norte al hemisferio sur para seguir el camino de la nieve. Ese duro mundo fue convirtiéndose también en el de ella. Se hizo común alternar situaciones extremas con la vida lujosa de los centros deportivos.
Vivían entre la gente de la alta sociedad, la atendían, pero no formaban parte de su clan. Los poderosos sólo les daban las posibilidades económicas, ésas que les permitían hacer lo que realmente disfrutaban,
Todas las actividades del grupo implicaban riesgos. Jugaban en los filos montañosos con la divisoria entre la vida y la muerte. La prudencia y la planificación metódica acompañaban esos ejercicios. El atropellado, el que no tenía coraje de arriesgar, debía irse. Se fue formando así un grupo interesante.
Poco a poco, no fue el esquí sino la escalada la actividad más importante a la que se volcaron todas las posibilidades económicas y los esfuerzos. Así, volvieron los veranos, sólo que juntos a las moles más imponentes del planeta. De cada ventana de los hogares temporarios se veía un cerro. Cada trasfondo de una fotografía era montañoso.

***

“La montaña cobra sus vidas, pero el nuestro no es un desafío estéril. Es siempre un vencerse a sí mismo llegar a los propios límites. No lo hacemos por conseguir un nuevo récord. Mirar el mundo desde la cima más alta es entrar a formar parte de una confraternidad de iniciados”, decía siempre.

***

Lo enterraron en el cementerio de la montaña, la que finalmente lo había conseguido para sí; descansaba en su seno, no en el de ella.
Entró, luego del entierro, en una preocupante apatía. Nada la distraía de sus pensamientos. No quitaba los ojos del cerro.
Los amigos decidieron, no sin temor, que ella tenía derecho a ver el video que grabara su esposo. Se lo entregaron.

***

La imagen no era demasiado clara y se mantenía fija. El único cambio que se percibía en ella era el de un leve movimiento de los labios en un rostro de barba escarchada, pero la voz se oía nítida.
“Amor: No sé si esta decisión se va a transformar para vos en una tortura: voy a filmar mi muerte. No lo hago con ánimo morboso sino que para mí es el único modo de sentirme cerca. ¿Ves? Te hablo y me serena. Hace un momento temblaba de miedo, no de frío; ahora sé que de algún modo estás conmigo, siento tu presencia, hasta el calor de la chimenea junto a la que seguro debes encontrarte en este momento.
Estoy suspendido sobre la nada, colgando de la pared y con la carpa apenas apoyada en una saliente. Francisco ha muerto y yo soy el que sigue, una avalancha nos separó de los demás, no sé qué habrá sido de ellos. Estoy rezando, después de tantos años estoy rezando.
Al irte transmitiendo este mensaje me invade una gran paz. No es una entrega animal frente a lo inevitable. Es una paz que hace que mi cuerpo parezca flotar, que hace que me sienta más allá del bien y el mal, del dolor y del goce, del terror, de la soledad. ¿Estaré por conocer el último de los secretos de la vida? No le temo, me siento lúcido para descifrarlo, sereno para enfrentarlo. Te amo”.
Y luego, nada. No más sonido, solo una imagen fija en la que era imposible señalar el momento de cruce hacia otra frontera.



(*) Escritora rionegrina. Este relato fue tomado de si libro “Cuentos para un invierno largo” (Imprenta de la loma, El Bolsón, 2da edición, 2006).



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jueves, 17 de marzo de 2016

EL POEMA DE HOY




FAROL DE LUNA

Por Magdalena Pizzio (*)




Hace frío.
La lluvia se ha secado
y un manto de neblina
desde el rocío de la tarde
oculta la noche.
La brisa corta la piel
pero no se siente
pues los pasos escondidos
en la tibieza de un abrazo
nos trasporta.
Y allá arriba
cómplice callada del momento
la luna redonda y roja
murmura una bella danza
entremezclada en la nube
que con un halo de misterio
sus líneas dibuja y ensombra.
Tan quieta, lejana, inalcanzable
y después por un instante
toca con su rostro sonriente
el horizonte lleno de luces…
Y se escapa.



(*) Escritora neuquina. Este poema fue tomado de su libro “Laberinto. Entre la muerte y la vida” (Imprenta La Piedad, Bahía Blanca, 2009).
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lunes, 14 de marzo de 2016

LA NOTA DE HOY



EN BUSCA DE LA COLONIA PERDIDA

Por Jorge Eduardo Lenard Vives



Años atrás se publicó en este blog una nota sobre el marino Edmundo Elsegood, que comenzaba de la siguiente manera: “Una calle de la ciudad de Trelew es denominada Edmundo Elsegood. Según la página web de la Municipalidad se trata de quien intentó fundar una colonia en 1856 en el mismo lugar donde Jones hizo el fuerte en 1854, fracasando”.

Esta explicación genera una duda: ¿a qué colonia alude el homenaje? Se sabe del fallido intento poblador de Simón de Alcazaba allá por 1535; se conoce de la suerte del malhadado fuerte de San José en 1778 y del temporario establecimiento fundado por Henry Libanus Jones en 1854. No se ignora la posibilidad de algunas instalaciones ocasionales de loberos o balleneros en la costa chubutense; y es manifiesto el éxito del asentamiento galés en el Valle del Chubut de 1865. Pero poco figura en los registros sobre el enclave fundado por Elsegood.

En la “Historia del Chubut”, de Clemente Dumrauf (1992), se consigna que luego de la partida de Libanus Jones en 1855, Al año siguiente Edmundo Elsegood… realizó un nuevo intento de colonizar el Valle del Chubut. La empresa no rendía económicamente y dos años después la abandonó. Y en la “Crónica de la Patagonia y Tierras Australes” de Antonio Álvarez (1978), figuran estas líneas: En 1856 llega (al Chubut) el Capitán Elsegood con algunas familias galesas; también fracasa en el intento y al cabo de dos años se marchan.

Elsegood fue un navegante de origen inglés, nacido en Northumberland en 1802, que desarrolló su carrera naval en Carmen de Patagones. Su actuación fue descollante en el mar austral. Muere en 1870, durante una navegación a bordo de su buque. Algunos datos sobre la colonia en cuestión se encuentran en su biografía “En la estela del Corsario Elsegood” de Luciano Becerra (el título de “corsario” remite a su intervención en la guerra de corso contra Brasil). Allí el cronista reproduce los pocos renglones que Antonio Álvarez dedica al tema.

Pero Becerra agrega más antecedentes, provenientes de otras biografías redactadas por dos descendientes del marino, a quienes no identifica. Uno de los informes afirma que el navegante, con su grupo de galeses, desembarcó en la costa, al parecer del golfo de San José. Desde allí trata de alcanzar el río Chubut a pie; pero fracasa en el intento. Otra narración asegura que el marino se estableció en la desembocadura del río Chubut; y que al cabo de dos años debe abandonar la empresa. Algunas familias galesas regresan a Inglaterra, en tanto otras se asientan en diversos puntos de nuestro país. Ambas memorias coinciden en fijar la fecha de los sucesos entre 1856 y 1858.

A estas relaciones, se agrega una que, por la notoriedad de su divulgador, no puede dejar de llamar la atención: Disponemos de algunos testimonios de un intento de colonización realizada por galeses, también en el Valle inferior del Chubut, en los años 1856 a 1858, que se habrían visto obligados a abandonar su propósito ante la adversidad del ambiente, puntualiza Raúl Rey Balmaceda en su "Geografía histórica de la Patagonia" (1976).

En general, la similitud en las variantes del relato, aunque adornadas de distintos detalles, indicarían un origen común. Siguiendo esta línea de investigación, se llega a una obra del año 1938 que podría ser la madre del resto de las referencias: la “Crónica histórica de Carmen de Patagones entre los años 1852–1855” de Eduardo A. Sánchez Ceschi. El autor, quien fuera Comisionado Municipal en esa ciudad bonaerense desde 1930 a 1931, asevera:

Don Edmundo Elsegood, que se hallaba radicado en El Carmen desde 1833, a cuyas playas había arribado a las órdenes del Comandante Nicolás Descalzi, como piloto de la goleta “Encarnación” de la flotilla que cooperó con la Expedición al Desierto, tomó a su cargo, en 1856, una empresa análoga a la que intentó la Compañía Exploradora y Colonizadora del Chubut. Con familias galenses fundó ese año, en la desembocadura del Río Chubut, una colonia, que hubo de abandonar dos años después, vencido por las penurias y privaciones de todo género.

Tal descripción de la aventura colonizadora de Elsegood, sería la más antigua y también la raíz de las otras versiones. Tanto Dumrauf como Rey Balmaceda incluyen ese texto entre la bibliografía de sus trabajos. No lo hace Álvarez; sin embargo, su volumen está basado en información secundaria, que puede tenerlo entre las fuentes empleadas. Pero quedan algunos puntos por aclarar. Por ejemplo, ¿en que se fundamenta el comentario sobre la “penosa marcha” de los inmigrantes que detalla Becerra, y que no figura en la reseña de Sánchez Ceschi? Y también, ¿de dónde surge, en sí, la minuciosa exposición respecto a la tentativa colonizadora de Elsegood, que Sánchez Ceschi incluye en su libro?

Prima facie, los distintos escritores parecen reiterar, con diferentes palabras, el enunciado original de 1938 acerca del frustrado intento poblador; sin que se haya profundizado el estudio sobre el tema. La colonia perdida es un dilema que incentiva la curiosidad; y ésta es a su vez un gran acicate para la investigación científica. Tal vez pronto algún historiador, muñido de adecuados instrumentos metodológicos, se remonte en el tiempo; a fin de averiguar lo que en realidad sucedió en ese olvidado recodo del pasado.





Nota: el autor agradece el gentil aporte de la Sra Verónica Halliday de Ferrari sobre la nota al pie de página de Raúl Rey Balmaceda, cita que abrió un rumbo investigativo. También agradece atentamente al Sr Jorge Bustos, director del Museo Regional “Emma Nozzi” de Carmen de Patagones, por haberle orientado en el tema y hecho conocer la fundamental obra de Enrique Sánchez Ceschi.
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jueves, 10 de marzo de 2016

EL CUENTO DE HOY



LA ALTERNATIVA

Por Fernando Nelson (*)



Federico Guiguet debió morir, inadvertidamente, el 12 de septiembre de 1956 en el Hospital de Clínicas, a consecuencia de una peritonitis.

Pero algún mecanismo del destino falló porque el hombre soportó la fiebre atroz y pudo, al cabo de varios días de pesadilla, recuperar su alicaída salud. Dado de alta, vagó por la ciudad antes de volver a su tierra. Quería saborear el simple pero impensado hecho de saberse aún con vida. Finalmente inició su largo viaje en tren, un viaje cansador que lo dejó en el corazón de la Patagonia. En la estación ventosa y olvidada estaba aún su carretón y su caballo. Federico Guiguet pagó al hombre que los había cuidado y enfiló con ansiedad hacia su campo.


En el camino pensó. Pensó sin olvidar ni un solo día de agonizante fiebre. Atrás quedaba la ciudad infame con su hospital de las noches de insomnio y de labios resecos.
Tres días viajó, y tres noches, y en la culminación del tercer día avistó los límites de su campo. Cuando pudo distinguir el techo de su estancia presintió que ya no se repetiría la abominable experiencia y ahora, sólo el recuerdo de su esposa muerta podía entristecerlo.
Apenas llegado mató de un tiro a su caballo, y silenciando el eco del estampido letal, el hombre percibió (saboreó) la total soledad y recién entonces entró en la casa.
Los días pasaron y transcurrieron los meses y en su voluntario aislamiento trabajó la tierra, caminó los senderos y leyó cada uno de los libros que pudo hallar. Alguna vez notó que releía, y también que muchas veces había sembrado y cosechado.
De a poco la meditación ocupó sus horas y reparó entonces en detalles que antes había ignorado: su barba y su pelo que no crecían desde la operación, ni sus uñas… Pensativo se dirigió al espejo y se observó detenidamente. En los varios años que calculaba transcurridos, su cuerpo y su rostro en nada habían cambiado.
En un principio, la expectativa por su inmutabilidad despertó su imaginación. Luego, la idea de verse excluido de los planes de Dios cruzó por su mente, y cuando nuevos pormenores convirtieron la suposición en certeza, el hombre comenzó a inquietarse.
Pensó, entonces, en la repetición futura de cada acto. Pensó en cada libro que debía irremediablemente volver a leer. Pensó en la continuidad cíclica de los días y las noches, de las siembras y las cosechas, las que se convertirían en una sucesión infinita de actos no compartidos. Pensó, ostensiblemente nervioso, en la prolongación eterna de esa soledad que ya no soportaba, y del recuerdo tristísimo de su amada, la difunta. Por último pensó, y tembló al hacerlo, en su caballo muerto; sin él, el escape de esa soledad era sencillamente inconcebible. No sin horror aceptó la amarga verdad y con ella la única, la ineludible alternativa.



(*) Escritor chubutense, actualmente radicado en Puán (Buenos Aires). Este cuento fue tomado de su libro “El Retorno” (Editorial El Regional, Rawson, 1984).



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domingo, 6 de marzo de 2016

EL POEMA DE HOY




ABUELO

Por Ada “Negrita” Ortiz Ochoa (*)



Me gustan por su inocente colorido,
los manteles y los platos en la mesa cotidiana.
Me gusta tu noble presencia, abuelo querido,
junto a la alegre algarabía de tus nietos.
Me inspiran respeto tus manos temblorosas,
la mancha de caldo que desluce mi mantel,
tu sonrisa de disculpa, tu mirada temerosa,
tu corazón anciano se vuelve de papel.

Cierro los ojos para evocarte en mi memoria
y esta realidad se hace lejanía,
te veo nuevamente, gallardo y decidido,
trabajo, amor y nido,
todo eso, era entonces poesía.
El sol a sol de tu jornada te alegraba,
el torrente caliente de tu sangre se imponía,
cuando el instante del abrazo se acercaba
y el amor junto a tu pecho sonreía.

Hoy la nostalgia pone silencios en el alma
y opaca tu mirada de sueños ya vividos.
¡Es tan sabia tu palabra cariñosa y calma,
cuando repites incansable
tus historias más queridas!
Quiero decirte gracias y no sé,
hacerlo…, ¡cómo!
Atino a ofrecerte reverente mi silencio,
ser partícula pequeñísima del humo…,
de un cigarrillo olvidado
que esfuma tu presencia.




(*) Escritora rionegrina. Este poema fue tomado de su libro “Espera que te cuento II. Sueño Patagónico” (Edición del autor, Sierra Grande, 2006).



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