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martes, 27 de junio de 2017

EL POEMA DE HOY




19


Por Antonio Vicente Ugo (*)





Sé que vuelves sobre ríos congelados,
sobre arenas de múltiples jornadas,
el pie se aferra a tierras olvidadas,
a árboles de ramos desgajados.

Te agota un viento en rachas hilvanadas,
de rumbos inciertos y mojados.
Tienes los ojos como los soldados
muertos al amanecer entre granadas.

Ilusión que me acecha en un instante,
de paloma fugaz en un arbusto
con pertinaz arrullo cautivante.

Yo sé que vuelves de cualquier manera,
el pie descalzo, descubierto el busto.
(Lo dejo aquí, que el corazón espera).







(*) Poeta chubutense. El poema “19” es de su obra “La tierra que me diste” (Editorial Vinciguerra, Buenos Aires, 1994)

jueves, 22 de junio de 2017

COMENTARIO A UNA OBRA RECIENTEMENTE PUBLICADA

COMENTARIO SOBRE UN LIBRO RECIENTEMENTE PUBLICADO





“DESTELLOS PATAGÓNICOS”, DE SERGIO PELLIZZA (*)






Hay libros que se leen con gusto desde el mismo título. Tal es el caso de “Destellos Patagónicos”, de Sergio Pellizza; cuyo contenido hace honor al nombre que lo identifica. Porque cada uno de los relatos y cuentos del volumen presenta, como dice la definición de la Real Academia Española, “un resplandor vivo y efímero”. Vivos porque están narrados con una prosa clara y descriptiva; y efímeros por su brevedad. Pero no serán para nada pasajeros en la memoria de quien los lea; que largo tiempo los va a atesorar como ejemplos de una buena escritura, amena y reflexiva.

De cuidada manufactura, la obra muestra en su tapa la fotografía - prolongada en la contratapa– de un paisaje bien sureño: el macizo del Monte Fitz Roy, con la mole del cerro Chalten y las Agujas Poincenot, Guillaumet, Saint Exupery, Juarez, Val Biois y Mermoz. Reúne setenta y siete textos. La mayoría de ellos están ambientados en la Patagonia (como “El juicio”, “Orkeke, el cacique amigo”, “La voz no escuchada”), aunque algunos lo hacen en otras latitudes (“El ojo de la cerradura”, “Un día especial”, “El sendero”); y aún hay otros que no presentan un escenario geográfico definido (“El Globo”, “La física del amor”) o son mundos imaginarios (“La rebelión de los mapas”, “Los colores celosos”). Respecto a su temática, varios de ellos se basan en sucesos históricos (“El grumete”, “La gran María”), pero otros tienen argumentos de índole más general (“La hoja de papel en blanco”, “El arcoíris del horizonte”) ; y también los hay con tramas decididamente fantásticas (“El post mortem de don Tito”, “El acelerador de partículas”), incluyendo contenidos de la mitología aonikenk (“Brillantes nacimientos múltiples”, “El idioma de la luna”).

Cabe aclarar que en aquellas narraciones inspiradas en un hecho del pasado, siempre el escritor agrega un toque de ficción o de poesía que las apartan de la simple nota histórica. De todas maneras, es indudable que la Historia es uno de los ejes sobre los cuales Pellizza monta su obra. Otro de los trazos axiales es la ecología; de la cual se muestra férreo defensor. También la geografía de la Patagonia se presenta como uno de sus hilos rectores. Y hay una huella más que atraviesa sus escritos: lo fantástico. El autor gusta introducir el elemento fabuloso en sus creaciones, que le dan a sus palabras un tono imprevisto y variado.

Algunos párrafos entresacados de sus obras muestran su claro estilo. Por ejemplo, en “El oído y la voz del viento” dice: “La misteriosa Patagonia guarda entre sus misterios algunos que son especiales y particularmente bellos, sólo contados a aquellos que saben escuchar con la paciencia infinita de la gente del campo, que se abre a los sonidos, y a veces imágenes, de aconteceres de hace muchos años o no tantos. Como las comadres del vecindario difunden los comentarios; el viento es el portavoz de la meseta y el que traslada de un lugar a otro los recuerdos. Este viento puede soplar muy fuerte y erosionar los montes y los rostros, o suave brisa que roza con ternura y caricia. Puede quedarse quieto inmóvil. Es en este estado cuando toma el perfume de las flores y también escucha lo que dicen los que ya no están.”

Por su parte, en “El observador” describe: “El ojo del observador en lo alto de la meseta, ve muchas cosas que no cambian. El sol poniente sobre la precordillera lejana. El paso de un año que inventamos en nuestra mente y en los calendarios no es nada comparado con las rocas que hace miles de años miran el pasar del agua allá debajo. ¿Cómo puedo decir que en esta especial perspectiva de tiempo distancia, en esta Patagonia de horizontes infinitos, que este hoy de 16 abril de 1850 no es el mismo de hace 10 años, de 100 años, de 1.000 años? Es igual…”

En el prólogo, Silvio Coppola afirma: “Un libro instructivo, interesante y muy fácil de leer. Sus temas son originales, curiosos y siempre con desenlaces inesperados. Quizás este libro sea el principio de otros, ya que el autor está en plena producción e indudablemente se le requerirán nuevas publicaciones”. Y en la introducción, se aclara: “Sumergirse en la presentación de este libro de cuentos inspirados en temas patagónicos, es como ver al autor que observa, mira y escribe sus sentires disparados por el paisaje y sus habitantes. Allí pasan cosas que asombran y a su vez, provocan en la imaginación de quién lee, imágenes únicas e irrepetibles que se convierten luego, en propiedad exclusiva del lector”.

Al intentar resumir la impresión que este texto causa en el lector, surge, asociado con el término “destello”, definido también como una “ráfaga de luz que se enciende y amengua o apaga casi instantáneamente”, la idea de la visión de una estrella fugaz contra el fondo del cielo obscuro de una noche patagónica. Porque la obra de Sergio Pellizza es así: recorrer sus páginas es como observar una de esas lluvias de meteoros cuando la Tierra atraviesa las Acuáridas o las Perseidas; y contra el firmamento austral que cubre la meseta pueden verse miríadas de luces, que se contemplan con un gozo estético que recuerda al que se experimenta leyendo los cuentos de este libro.


J.E.L.V.




(*) “Destellos Patagónicos”. Pellizza, Sergio”. Editorial Dunken, CABA, 2017.


domingo, 18 de junio de 2017

LA NOTA DE HOY




SOY LECTOR


Por Kayra Wicz (*)





Recuerdo que durante las siestas de mi niñez lo único que se sentía en toda mi casa era la máquina de coser de mi madre. En la pared, al lado de la ventana donde cosía había un cartel que decía “Si usted ha sido explotado, no permita que su hijo lo sea”.

Años más tarde en una visita al museo Evita de Chapadmalal, vi el afiche completo. En esas tardes mi madre me ponía a leer cualquier cosa en voz alta. Y siempre mi pregunta era esta: “¿por qué tengo que leer esto?”. Mi madre se levantaba y decía “Para que nadie te explote”. Rotunda era. Y con el dedo marcaba la palabra explotado. Hasta creo que aprendí  leer con esa palabra. 

Hasta los 12 años la lectura fue elegida por mi madre. Obligada. Un día de enero de esos 12 años me paré delante de la biblioteca. Leí todos los lomos. Un título llamo mi atención “La metamorfosis”. No comencé a leerlo, sino a devorarlo. En aquel verano de 87 me convertí en lectora. No antes. A partir de ahí empecé a aprender, a interpretar, a formar opinión, a ser. Al elegir la formación docente como carrera entendí que tenía como función primordial la de ser un mediador que permita el acceso a toda la información posible y que la elección de la lectura debía ser un acto de libertad. La lectura literaria obligatoria sólo es realmente útil para la consecución del objetivo prioritario de desarrollar la competencia lectora, y así ampliar los horizontes de las lecturas personales. La implicación personal es un beneficio común a todos los procesos de aprendizaje, como así también la falta de la implicación personal es la causa más frecuente del fracaso escolar.

El poder como seres lectores es universalmente temido porque se sabe que la lectura puede convertir a dóciles ciudadanos  en seres racionales y capaces de oponerse a la injusticia, a la miseria y a los abusos de poder.

Los lectores de libros amplían o concentran una función que nos es común a todos. Leer letras en una página no es más que una de las muchas formas de leer. El astrónomo lee un mapa de estrellas. El arquitecto lee su plano. La modista sus moldes. El jugador lee sus cartas. El bailarín lee los movimientos del coreógrafo. La música leída en las manos del director es la orquesta que brota. El ciego se deja llevar por sus dedos. El campesino y el pescador leen los signos de la naturaleza. Todos ellos comparten la habilidad de descifrar  y traducir signos.

En todos los casos es el lector quien interpreta el significado. Todos nos leemos a nosotros mismos  y al mundo para vislumbrar qué somos y dónde estamos.

El objetivo de la formación literaria es el de potenciar  y guiar la necesaria libertad que se debe tener como lector literario según su competencia lingüística, su sensibilidad y su capacidad recreadora.

La literatura tiene sus componentes de subjetividad, de individualidad que no podemos cuantificar, pero si destacar. La literatura es una “experiencia”, es decir, algo que implica la propia vida  y se inscribe en el ámbito personal, puede ser comunicada, pero no transmitida. Y aún en caso de ser comunicada lo será por una decisión, libre y sujeta a restricciones que cada uno impone.

La competencia literaria permite interpretar la plurisignificación del texto literario que es inherente a su esencia, como lo muestran las diferentes lecturas que aporta cada lector. Desde Roland Barthes se sabe que el texto literario no está acabado en sí mismo hasta que el lector lo convierte en un objeto de significado, el cual será necesariamente plural. Penetrar en un texto literario es abrir un puente desde la propia realidad – una existencia singular, en un momento preciso, desde una cultura determinada, en una encrucijada histórica precisa, con una cotidianeidad y en un contexto definido – hasta la realidad del autor. A diferencia de la escritura, la lectura no se puede escapar de su condición dialéctica: la lectura siempre es diálogo. 

Leer es como respirar, es una función primordial. En el acto de lectura se encuentra el principio social. Aprender a leer es un rito de paso, durante toda nuestra vida la experiencia es acumulativa y avanza por progresión geométrica. 

Los lectores somos capaces de milagros. Resucitamos mensajes del pasado. Entre un lector y un libro se engendran pensamientos, ideas, sueños, se redefine el universo. Cuando leemos nunca estamos solos.



(*) Colaboradora del blog.




Bibliografía:
Barthes, Roland, El susurro del lenguaje, Barcelona: Paidós, 1994.
Bovo, Ana María, Narrar, oficio trémulo. Conversaciones con Jorge Dubatti. Editorial Athuel, 2002.
Manguel Alberto, Una historia de la lectura, Emecé,2005.
Montes, Graciela, La gran ocasión, Argentina, Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología, 2006.
Montes, Graciela La frontera Indómita. En torno a la construcción y defensa del espacio poético, Fondo de cultura económica, 1999
Petit, Michele: Lecturas del espacio íntimo al espacio público. Material fotocopiado, sin datos de edición).




miércoles, 14 de junio de 2017

LA NOTA DE HOY




PATORUZITO


Por Jorge Eduardo Lenard Vives




En oportunidad de recordar en estas páginas al cacique Patoruzú, se dijo que para rastrear más su “prosapia sureña” era necesario estudiar a Patoruzito; esa otra creación de Dante Quinterno. Que es el mismo personaje, por supuesto, pero en su infancia. Ambos son hijos de Patoruzek y descendientes de Patora “La Tuerta”; cuyos recuerdos guardan en el templo cerrado con la proverbial llave anhelada por muchos malhechores. Así reza el testamento paterno, que se conoce en el primer episodio de las correrías del caciquito, “Chiquizuel, el brujo diabólico”: “Yo Patoruzek designo a mi hijo Patoruzito, mi sucesor como cacique y dueño de estas, mis tierras…”

Sin embargo, algunos analistas dicen que en realidad no se trata del Patoruzú niño. Afirman que son dos figuras distintas que coexisten; dado que sus aventuras son contemporáneas. Pero no es cuestión de transformar este artículo en un estudio filosófico: la tira no es un compendio de ontología; se trata sólo de una historieta para chicos. Y tampoco es un estudio de sociología o ciencia política, como aducen otras interpretaciones. 

Es paradójico, pero Patoruzito nació después que Patoruzú. La primera aparición de Patoruzú fue el 19 de octubre de 1928. La de Patoruzito diecisiete años después, el 11 de octubre de 1945. Su principal dibujante fue Tulio Lovato, uno de los más cercanos colaboradores de Quinterno; en tanto los argumentos eran de Marco Repetto, Mariano Juliá o Laura Quinterno. Desde el primer número, Patoruzito estuvo acompañado por Isidorito.

Como fue analizado por algunos aficionados al tema, una diferencia entre las andanzas de Patoruzú y las de Patoruzito, es que las primeras transcurren en forma usual en un ambiente urbano, en tanto las otras se desarrollan en un entorno rural. Ergo, en las páginas de Patoruzito se pueden encontrar más referencias a la Patagonia. Desde su presentación inicial se aclara que es “tehuelche” y también “patagón”; y se introducen elementos regionales. Sin dudas, se hace sin excesivo rigor científico; pero sí presentando rasgos suficientes para caracterizar la zona: los inviernos nevadores, la presencia de fósiles y paleontólogos, la existencia de tribus, como los Gargantúa, que evocan las fábulas de los gigantes patagones. El paisaje, en general, recuerda a la precordillera. Se ven en forma permanente las siluetas de las lejanas montaña; en las cuales también a veces suceden lances.

Más allá de imprecisiones lógicas, los cuadros de la historieta no puede dejar de traer recuerdos a quienes de chico hayan pasado algún verano, en carácter de puebleros invitados, en alguna estancia del sur. Las mateadas y los cuentos de aparecidos en la cocina de los peones, el vislumbrar a lo lejos los jinetes de alguna columna militar montada de maniobras, como las que podría conducir el tío de Isidorito, los paseos a caballo acompañando alguna faena rural y algún que otro galope desbocado… Muchas veces en las peripecias se introducen componentes típicos del folklore argentino. Por ejemplo, el episodio “El Rey de la Pradera”, en el cual Patoruzito recibe a su potrillo Pamperito, se inicia con una serie de referencias a mitos criollos, como la mula ánima, el hombre tigre o la muerte de blanco; y en su transcurso Isidorito narra completa la leyenda del Bragado.

Con el tiempo, el pequeño gran cacique también tiene sus aventuras en Buenos Aires e incluso viaja al extranjero; como cuando en “Ludovico Rey” va al “Reino de Limburgo”. A veces lo hace acompañado por Isidorito –que entre la década de los sesenta a los setenta cambió su característico vestuario infantil con moño y pantalones cortos, por campera, polera y pantalón largo– y otras veces sólo. Esta referencia a su compañero de correrías, lleva a presentar otra característica de la historieta: el grupo de personajes secundarios que forman el marco de las andanzas del caciquito y que también hacen cuadro a las del cacique. Además de Isidorito están la Chacha Mama, famosa por sus empanadas, Ñancul, el capataz con nombre de resonancias regionales, el malvado brujo Chiquizuel y su nieto Chupamiel, permanentes conspiradores que quieren quedarse con la estancia del protagonista, el capitán Cañones, quién con los años llegaría al grado de coronel, Pierre, el administrador francés del hotel porteño. A esas figuras constantes se agregan otras, buenas y malas, que van y viene por sus páginas. Ciertas veces se introducen personalidades de la vida real, como Martín Karadagián y Juan José Pizzuti.

Es de notar que cada tanto, como para dar fuerza al acierto de que indagando en las páginas de Patoruzito se encontrarán las claves de Patoruzú, aparece algún dato sobre los atributos familiares. Por ejemplo, en “Magnate pero bandolero”, uno de los habituales truhanes pregunta por qué los dedos gordos de los pies de los Patoruzek apuntan al cielo. “La fuerza de su raza nacía en la raíz de su cabello, corría por sus arterias y se concentraba en sus dedos gordos para de ahí irradiar al cielo”, explica con seriedad el joven mandamás.

Patoruzito tiene los rasgos que va a mantener cuando sea grande y se transforme en Patoruzú: honradez, valentía física y moral, nobleza, bondad, humildad, sobriedad, caridad, modestia, seguridad en sí mismo; un muestrario de aquellas buenas cualidades que Dante Quinterno intuyó en los pobladores de la Patagonia. No es poco homenaje el que el genial artista hizo a la región.







Nota: los datos para esta nota fueron tomados del tomo número 13, “Patoruzito. Dante Quinterno” de la Nueva Biblioteca Clarín de la Historieta (Arte Gráfica Editorial, Buenos Aires, 2007). En el año 2004 se estrenó la película "Patoruzito"; y en el 2006 "Patoruzito: la gran aventura". Por referencias, se sabe que en estos filmes se cuenta una historia del personaje; que no coincide con algunos datos que surgen de la lectura de sus historietas. El autor de estas líneas prefiere basarse en lo que revelan esas tiras; que describen al Patoruzito que conoció en su infancia.

viernes, 9 de junio de 2017

EL RELATO DE HOY



UN DESIERTO POR OTRO


Por Jorge Castañeda (*)





Los taureg supieron trajinar el laberinto del desierto a su antojo. Con sus dromedarios soportaron el sol ardiente y la sed implacable. Dejaron las huellas de sus caballos –los mejores del mundo- que el viento y la arena con formas más cambiantes que las de Proteo desdibujaban con persistencia y tenacidad.

Sólo el verde espejismo de los oasis les permitía descansar del trajín de sus vidas errantes donde los días y las noches se repetían iguales y recurrentes.

Las caravanas, el comercio de animales, la libertad de sus vidas nómades, las noches frías contrastando con el calor opresivo del sol calcinante, los dátiles, la leche de cabra, el redondo pan relleno al rescoldo, el filo cortante de sus dagas engastados sus mangos de piedras preciosas y sus hojas de fina filigrana.

El desierto fue el protagonista de estos pueblos. Su razón de ser. Su ámbito reservado. Conservando una cultura varias veces milenaria pudiendo llegar a decir que allende fue formada la placenta del mundo y de la civilización. El cuño precioso de la vida.

Pueblos y pueblos pasaron por sus arenas ardientes, señores ya del arte de la guerra o del comercio, protegidos sus rostros y sus cuerpos por la túnica blanca como el color de las raras nubes que nunca supieron traer el milagro del agua.

Sólo la sed y la fatiga, la búsqueda del sol a campo traviesa, la libertad de vivir sin arraigo, sólo el desierto “inconmensurable y abierto” su lugar en el mundo. Y el pie en el estribo partiendo siempre de ningún lugar para arribar a otra nada toda de arena y de sol.

Por eso tal vez la estirpe nueva de esos atrevidos hombres del desierto supo elegir después de los barcos temibles un paisaje similar, pero esta vez para echar raíces y formar familias que habrían de perpetuar el exótico apelativo de su linaje.

Y cambiaron un desierto por otro, éste nuestro y cercano, que está aquí al alcance de la mano y también cerca de las estrellas de un hemisferio diferente: la región sur de Río Negro, en pleno corazón de la Patagonia, madre tierra de todos los desahuciados.

Y como allá también trajinaron el nuestro para ejercer el viejo oficio que traían en su sangre: el comercio.

Con su castellano a destiempo, algunos con el Corán debajo del brazo (Hay un solo Dios y Mahoma su Profeta), con sus comidas típicas, con la delicadeza gris del narguile con su persistencia ante los obstáculos, con la obstinada paciencia de saber que todo se puede.

Cambiaron un desierto por otro. Tuvieron hijos, familias con apellidos orientales y siempre el recuerdo de aquel desierto más grande que dejaron en Arabia.

Ese desierto que dejó las cicatrices de su ámbito en el alma de esos inmigrantes y el viento la música permanente que aquí no sólo suele levantar la arenisca de las dunas como allá, sino también las piedras y doblar la copa de los árboles a su antojo.

Porque el desierto es la circunstancia de estos pueblos: su forma de ser, la matriz que los ha moldeado desde tiempos pretéritos.

El desierto allá y el desierto acá. ¿Importa algo?

De esa sangre, de esa herencia, de esa prosapia yo también he venido al mundo. Amed Ardín, abuelo legendario: mi crónica te recuerda.




(*) Escritor de Valcheta. Este relato es de su libro “Crónica & Crónicas” (Imprenta de la Legislatura de Río Negro, Viedma, 2015).

domingo, 4 de junio de 2017

EL POEMA DE HOY


Dos poemas de Margarita Borsella (*)









SILENCIO

Silencio,
silencio ineludible
en el que se tejen penas
desovillando ausencias,
me arrojo al laberinto
donde me calcino
en mis propios sueños
con migajas de sol.


BRISAS

Brisas,
brisas de primavera
insisten en mis sueños,
airean recovecos
olvidados del alma.
Pero sólo finos hilos
agridulces
escapan de mis ojos.

Son el eco de palabras
que caminan
por la vereda de enfrente.




(*) Escritora chubutense. Los poemas fueron tomados de su libro “Silencio” (Remitente Patagonia, Trelew, 2016)