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sábado, 18 de noviembre de 2017

EL CUENTO DE HOY



PERCEPCIONES
por  SUSANA ARCILLA  (*)


I

 Cada día lo veo. Miro especialmente porque sé que se encuentra ahí, como esperándome. Está sentado en una silla de ruedas, con una radio chiquita apoyada en la pared  descascarada de su casa, esa que separa el jardín de la vereda.  Es un hombre mayor, con algo de barba crecida y una gorra visera aplastada en su cabeza cana. Observa –inmutable- a los coches que pasan. Hoy tenía puesta una camisa a cuadros, negros y blancos. Y me decidí a escribir sobre él.

¿Cómo no pensar por qué se encuentra en esa situación? ¿Un accidente tal vez? ¿Alguna enfermedad? No sé nada de él ni de su familia, tampoco conozco a nadie del barrio. Pero cuando recorro su cuadra nos miramos hasta que doy vuelta mi cabeza para dar una ojeada por si viene un auto desde la esquina. Nos observamos fijamente pero no nos saludamos, sólo porque no nos conocemos desde antes. Nos ubicamos por vernos cada día que cruzo por su calle; entonces –creo- deberíamos contactarnos: levantar la mano suavemente y vincularnos a través de una sonrisa o con un movimiento casi imperceptible del rostro. Podría ser –también- con una ceja levantada, algo leve que nos aúne y  que, a la vez, pueda pasar como una señal o imagen que no fue.

¿Quién de los dos debería tomar la iniciativa? Si me animara… ¿qué pensaría de mí? Podría ser que su atención esté fija en el dial de la radio que escucha y que todos los que pasamos frente a él seamos una especie de cortinado de fondo. Esta posibilidad me deja un poco más tranquila en cuanto a mi decisión de iniciar el ritual del saludo, ese rito ancestral que  enlaza a los humanos. Quizás no me registre y al saludarlo lo ponga en una duda: ¿De dónde y desde cuándo conozco a esta mujer?, podría pensar…Ya conocen el dicho… ¡No hay comedido que salga bien!

Me intriga saber qué sucede en el interior de su casa. La puerta de entrada –con la pintura envejecida- aparece siempre cerrada. Pienso, si tuvieras un esposo, hijo o hermano en esas condiciones… ¿no dejarías la puerta entornada? ... Para acercarle un mate, para charlar o para observarlo -desde adentro- y ver si precisa algo… Puede ser que viva solo. O no. También existe la posibilidad de que conviva con alguien que ya no lo considere ni lo registre.   Si viviera solo creo que necesitaría de mi saludo. La radio es una compañera fiel pero el contacto humano es imprescindible en la vida. Además no es muy factible que en sus condiciones físicas pueda vivir en soledad.

II

 La veo todos los días, pero hago como que no la registro. Pasa despacio en su auto y me mira como intentando saludarme, hasta ese momento justo en que dobla la cara porque mira hacia la esquina para ver si viene algún coche. Entonces hago como que escucho radio y que no veo, porque no quiero comprometerla ya que soy un hombre grande y enfermo. ¡Qué podría aportar mi saludo en su vida! Parece ser una señora que tiene todo.

Vivo solo, mi mujer y mis hijos me abandonaron cuando quedé en este estado. Una cruel enfermedad me robó la movilidad para siempre, mi vida cambió en forma brutal. Me jubilaron por invalidez. Me arreglo solo para todo; por suerte tengo teléfono, lo que ayuda mucho. Aprendí con un kinesiólogo amigo todos los movimientos necesarios para avanzar con la fuerza de mis brazos. ¡Vieran cómo me las ingenio para bañarme en la ducha, sentado en un banco de plástico! La radio, el televisor y unos pocos vecinos me hacen la vida más  tolerable. Cobro una pensión miserable que me permite comer. La casa es mía y estoy exceptuado de pagar los impuestos por mi condición. El gas, la luz y el abono del celular son gastos fastuosos que afronto con los ahorros que se van diluyendo de a poco, cada mes. Imagino el futuro como algo oscuro, incierto y silencioso. A veces sueño con ese estado.

Algunos días intento saludarla para ver qué pasa. ¿Cuál será su reacción? Seguro, lo podría interpretar como un atrevimiento de mi parte. Y si se baja a conversar ¡Me muero de vergüenza! ¿Qué podría decirle? Sin embargo, creo que busca algo.

A la que no aguanto es a la vecina de enfrente, esa vieja loca me odia. Como si yo tuviese alguna culpa por mi estado. Se hace la superada, pero yo sé lo que hace detrás de su ventana.


III

¡Qué atorrante el inválido ese! Se la pasa mirando a las mujeres que pasan por la vereda o por la calle. Claro… si está al divino botón todo el tiempo, aprovecha cuando hay algo de solcito y sale por la puerta. Se queda ahí, con su radio, observando fijamente. Se pone lentes oscuros y una gorra, creo que para disimular. ¿Querrá dar lástima? ¡No entiendo a la gente!

Lo veo desde mi casa porque vivo enfrente. Lo observo detenidamente detrás del grueso cortinado de mi ventana, para que no me vea. Conozco su historia. La mujer y los hijos huyeron por su mal carácter, cuando quedó imposibilitado de caminar y se puso insoportable. Pienso en la  pobre mujer, y en esos niños tan pequeñitos, soportando a la  bestia libinosa. ¡Qué caradura! Mirando mujeres como si pudiese pasar a mayores… ¡Ja!

Yo también vivo sola. Cuando salgo a hacer las compras, ni lo miro y voy por la otra vereda para no cruzarlo. Lo ignoro, no sea que se crea con algún derecho a dirigirme la palabra. ¡Qué se cree! ¡Inválido atrevido! Si se mudara o se muriera yo podría tener vecinos más agradables, una familia feliz por ejemplo.

Y esa mujer que pasa todas las tardes… No sé qué pretende. Lo mira y lo mira, sin sacarle la vista hasta perderse en la esquina. Él se  hace el tonto, como si no la viera. Es a propósito, yo lo conozco. Se hace el interesante para que ella tome la iniciativa de saludarlo. Es un perverso. La esposa me contó algo antes de irse. Parece que él se puso loco debido a su incapacidad. Me imagino que no solo dejó de caminar, pero ella no me lo dijo. Aunque tan sólo lo dio a entender. Además … ¿quién no sabe que los paralíticos son impotentes?

¿Y de qué vivirá el infeliz éste? Tiene una pensión por invalidez de miseria pura. Debe comer arroz y fideos todos los días. Y bueno… ¿qué pretende?  Si él no colaboraba, su mujer trabajaba y aportaba un ingreso más a la familia. La casa se cae a pedazos, la pintura está toda descascarada y las manchas de humedad suben desde el piso. ¡Un verdadero asco! Cuando se muera nada les servirá a sus hijos… La verdad es que, ahora que lo pienso, se tendría que suicidar este boludo… ¿no les parece?  

IV

Recorro las veredas del barrio cada día, huelo los canteros y tomo agua de los charcos. Me llaman “el gato del vecindario”, soy de todos y de ninguno. Conozco cada casa y a sus habitantes, me gustan los chicos y los viejos. Son los que más me acarician y a veces me dan leche tibia en viejas latitas de paté. A mí  me gusta la libertad y la independencia.

Siempre me acerco al hombre de la silla de ruedas, me acuesto a sus pies –patas para arriba- y lo observo. Es raro, porque mira -con anteojos oscuros- mientras escucha la radio. Nunca me dejó entrar a la casa. Yo no puedo creer que alguien esté tan solo en semejante ciudad. Hay gente por todos lados, yo tengo que evitarlos porque si no me pisarían.

Lo miro fijamente y él se da cuenta, me devuelve la mirada y me dice ¡Minino,  sos el único que me da  bola! Me acaricia y siento su mano cariñosa. Me gustaría preguntarle cómo llegó a esta situación, cómo no previó antes de quedarse así. Se me rompe el corazón y no puedo consolarlo más que con un ronroneo amoroso como acompañamiento a su soledad.
Y la vecina de enfrente está sola como él; hay personas tan enmarañadas que no saben comprenderse y ayudarse entre sí. Igual que la mujer que pasa en el auto cada tarde, podría bajarse y ayudar a este hombre tan solitario… ¿No creen? ¿Será tan difícil para los humanos contactarse?

Este planeta necesita que los gatos le demos algunas lecciones, tienen tantos prejuicios que sus vidas son grandes malentendidos debido a las tontas suposiciones.

V

Hoy pasé, de nuevo, frente a la casa del señor de la silla de ruedas. Esta vez lo vi acompañado por un hombre, estaban los dos conversando. Sentí que el cosmos se había ordenado, al menos un poco.


(Cuento ganador del Certamen Gonzalo Delfino, Gaiman, 2016)





(*) Susana Arcilla es profesora de Historia. Nació y vive en Trelew, Chubut. Argentina. Ganó el primer premio con Percepciones, en la categoría Cuento, en el Certamen Gonzalo Delfino 2016, organizado por la Biblioteca Ricardo Berwyn de Gaiman, Chubut. Se inició en el Taller virtual de escritura narrativa, dirigido por José Valencia Arenas Abreuzze, en Lima, Perú. Participa del Taller del escritor Encuentro, dirigido por Cecilia Glanzmann. Publica mensualmente en el Suplemento Mujeres, Diario El Chubut; en Tela de Rayón, suplemento del diario Jornada, ambos de Trelew y en la revista El Regional de Gaiman. Dirección de correo electrónico: susanabeatrizarcilla@gmail.com


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