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miércoles, 30 de diciembre de 2020

EL RELATO DE HOY

 




EL MACACHÍN (*)


Por Kuqui Sánchez





La tierra esponjosa de fines de noviembre en la meseta era el indicador inequívoco de su presencia.


La nieve persistente del invierno había dados sus frutos, y el suelo, con su memoria de siglos, había hecho eclosionar las semillas dormidas que en su seno habitaban. 


Dejó por un momento el sendero de ovejas que conducía a la vertiente y se adentró en el potrero. Con la mirada atenta la buscó. Desechando los alfilerillos, las cola ´e piche y los quilimbay. Estaba convencido de que encontraría una; y después de esa, otras más. Los años de sequía previos habían decretado su ausencia. Pero este año era distinto.


De pronto, como si una fuerza misteriosa le ordenara, giró su cabeza y la vio. Tres pequeños tallos cubiertos de hojitas verde-grisáceas emergían en la inmensidad de la meseta.


La plantita de macachín estaba allí. ¡Estaba!


No dudó ni un instante. Se arrodilló junto a ella y con la arista filosa de una piedra cavó a su alrededor hasta encontrar su dulce fruto. (Ese fruto saciador en las travesías de los antiguos).


Casi con desesperación se llevó el pequeño y jugoso tubérculo a la boca. No porque tuviera sed o necesidad de comida. Tenía necesidad de traer su niñez al presente. Recordar los sabores de la infancia.


Sentado en el suelo, con los ojos cerrados, saboreó esa delicia y se sintió feliz.


Sonreía… y recordaba.


Y los recuerdos trajeron otros recuerdos. Algunos lindos y otros no tanto. Esos que hablaban de ausencias.


Abrió los ojos y se levantó. Retornó al sendero de las ovejas que conducía a la vertiente y ya no buscó más plantitas. El macachín seguía siendo dulce. Algunos recuerdos, no.





(*) Del volumen titulado “Como piedras para flechas” - Ed. grafico - Trelew - octubre de 2020.

jueves, 12 de marzo de 2020

EL RELATO DE HOY




VIAJE EN TREN A PLAYA UNIÓN

Por Iris Lloyd (*)



Al fin, al fin andaría en tren. La excitación era tan grande que casi no la podía soportar. Tenía trece años y era la primera vez que andaría en tren. Metí con mucho cuidado mi boleto en mi monedero y subí muy tiesa al vagón de primera. Olía a cuero, todos los asientos eran de cuero color beige, reluciente por el uso. Me senté con mucho cuidado en asiento individual y traté de abrir la ventanilla. La estudié con detenimiento tratando de descubrir por dónde se abría. Me sentía perpleja. Sólo tenía una tira de cuero en la parte inferior de la ventanilla, la toqué y luego tiré suavemente pero no pasó nada. Muda por la timidez y desconocimiento del ambiente me quedé observando lo que pasaba a mi alrededor cuando de pronto, “tan, tan”, el sonido de la campana casi me hace saltar del asiento y con un “¡Chuuuuuu, chuuuuuu!”·ruidoso y lleno de humo, el tren comenzó a andar lentamente.

El vagón casi se había llenado y frente a mí se sentó un niño muy desenvuelto que con movimientos seguros tomó la tira de cuero de la ventanilla, tiró hacia arriba, la empujó un poco hacia afuera y la largó de golpe. Con razón yo no podía abrirla, era para abajo y no para arriba que se abría.

El tren fue tomando cada vez mayor velocidad y ya salíamos de Trelew hacia Playa Unión.

Con mucho cuidado intenté los movimientos del niño frente a mí y abrí la ventanilla. El aire que entraba hizo que el pelo se me volara para todos lados y con satisfacción dejé que mis ojos se perdieran en el paisaje.

¡Qué distinto a los Andes! Aquí no había montañas, ni bosques, ni arroyitos claros, las lomas chatas y marrones mostraban verde sólo en los lugares en que el hombre había sembrado y el agua marrón corría lenta, encerrada en zanjas abiertas para regar. Sin embargo era una vista plácida, transmitía paz.

“Boletos, boletos” el guarda entró en el vagón gritando para alertar al pasaje. Todos buscamos en bolsos, carteras, monederos o bolsillos. Tomé nerviosamente mi boleto y cuando la seria se paró frente a mí, se lo pasé (daba miedo así de uniforme, con gorra y tan serio).

“Boletos, pases y abonos”, tomó mi boleto sin una sonrisa, lo perforó y me lo devolvió con un: “- Cuidado con perderlo, es de ida y vuelta”.

“Chucu, chucu, chucu” seguía corriendo el tren, pero un silbato largo y estridente nos hizo saber que estábamos llegando a Rawson. Redujo la marcha y anduvo despacio, despacio hasta que se detuvo. Unos pasajeros bajaron y otros subieron y pronto el tren estuvo lleno de gente que iba a disfrutar el día soleado. Otra vez la campana, otra vez el silbato y ahí partimos a Playa Unión.

Ya no había lomas, sólo pampa y unos yuyos secos y achaparrados. Pero también había algo más. Perpleja miré hacia adelante, de donde venía la brisa y entonces me di cuenta; claro, era el olor. Un fuerte olor a sal, a pescado, en fin, olor a mar.

Había ruido en el tren. La gente se conocía y hablaban entre ellos en voz alta pero sus palabras se perdían, pues mi interés estaba en lo que había allá afuera, cuando… sí, ahí estaba. Unas casitas bien alineadas frente a un manchón inmenso color gris azulado, que no era otra cosa que el mar. Eso era Playa Unión, el lugar de vacaciones y los días felices de arena y sol. Todo se sumaba para que fuese algo extraño, el ruido del tren, la gente, el olor a mar. Por un momento me sentí pequeña y sola, pero la figura conocida de mi hermana esperándome en el andén me trajo la seguridad perdida por un segundo. Feliz bajé los escalones corriendo a contar la primera experiencia en tren.




(*) Escritora chubutense. Este relato está tomado de su libro “Patagonia gringa” (Edición de la autora, Buenos Aires, 2004). El texto hace referencia al servicio de tren que llegaba a Playa Unión, activo entre 1921 y 1961. Fue muy usado por la población del Valle para concurrir al balneario. En el espacio entre los dos carriles de la doble trocha Rawson – Playa Unión, existe un monumento recordatorio con trozos de rieles y durmientes sobre  una alcantarilla. Está señalizado con un cartel.


viernes, 6 de diciembre de 2019

EL RELATO DE HOY




HABLAR DE MUERTOS

Por Paulo Neo (*)



¡Ah, si yo hubiera sabido que la muerte es un país donde no se puede vivir!
Oliverio Girondo



Voy a hablar de muertos. No de uno en particular, sino de varios. 
Digo hablar, pero en realidad estoy escribiendo, claro. Como ya sospecharán, se trata del mismo asunto. En la sesgada arbitrariedad de mis facultades, pensar, hablar y escribir, son casi la misma cosa. 
Volviendo al tema: voy a hablar de muertos, dije. De un grupo, en particular. Nada homogéneo, por otro lado, ya que abarca niños, adolescentes y adultos, por igual. Mujeres u hombres, es indistinto.
De los conocidos, sobran nombres, fechas y puntualizaciones. Aunque no es ese el propósito de estas líneas. Que me acuerde de Ignacio, de Chory o del Chino, no es lo relevante, aclaro. También podría citar aquí cifras y estudios realizados, pero las estadísticas no suelen llenar todos los intersticios que necesitan los textos como éste. Apenas si se quedan en la frialdad de los números, en la tibieza de porcentajes más o menos preocupantes. 
Voy a hablar de muertos, dije. Y no vendría al caso que cuente lo que pasó hace unos años en una presentación, allá en el Sur. Con la idea de que el público escribiera lo que se le venía en gana, hice circular unas libretas. La noche terminó en largo jolgorio, pero días después, me ocupé de sentarme a leer las anotaciones. La que más llamó mi atención fue una que decía, literalmente: “Aplacé mi suicidio para venir a esta presentación” y firmaba Silvana. Estuve un largo tiempo dándole vueltas al asunto. Sin saber si alguien me jugaba una broma, si era un retazo de ficción o la dura realidad, sin miramientos. Me pasé la semana cavilando en el asunto, sin llegar a ninguna conclusión. Luego, el tiempo se encargó de que creyera haberlo olvidado, como pasa siempre. 
Hasta hoy. 
Que me enteré que aquella misma persona se cansó de los aplazamientos, que a otra la rescataron a punto de lanzarse de uno de los puentes de la Autovía, que otro más terminó el cigarrillo y volvió al local comercial para dejar de preocuparse por el posible cáncer, por las deudas o por las penas de amor. 
Es decir: hay algo de lo que pocos hablan.
Y es que bien al Sur, la lista de muertos por mano propia –o de suicidios, vamos a decirlo con claridad– es alarmante y mayor que en el resto del país. 
Porque hablar de muertos es un poco, también, hablar de uno mismo.
Porque como Oliverio, olvidamos que la muerte es ese país donde no se puede vivir. Ese páramo desolado y oscuro donde los perros ganan la calle y las sombras, los pliegues del alma.
Voy a hablar de muertos, dije. Creo que lo hice lo mejor posible.


(*) Escritor de Río Gallegos.


sábado, 6 de julio de 2019

EL RELATO DE HOY




ABSOLUTAMENTE OTRO CANTAR


Por Paulo Neo (*)


A mis mejores amigos no los he visto nunca. Raymond Chandler





Muchos dudan de la veracidad de los espectros que habitan el Castillo de Edimburgo, en Escocia. El histórico edificio es una estructura imponente que corona un volcán milenario ya extinto. Una antigua fortaleza militar devenida en sala de exposiciones y museos, pero que guarda en su interior los orígenes de una particular leyenda: la del Gaitero Solitario. La historia dice que por debajo del castillo se extiende una amplia red de túneles que lo conectan con la ciudad. Los nuevos moradores descubrieron aquello y para cerciorarse de su funcionamiento, decidieron enviar a un joven músico, a investigar. El valiente solitario se adentró en las profundidades para nunca más regresar. Y si bien, varias expediciones recorrieron luego los túneles y pasadizos, el cuerpo del gaitero nunca fue encontrado. Cada tanto, se dice, puede escucharse el sonido de una gaita lejana que ejecuta melodías funestas, acordes sombríos que impregnan el castillo en noches aciagas. De todos modos, hay quien afirma haber visto al espectro ingiriendo alguna bebida caliente en un descanso entre sus respectivas guardias nocturnas. Insinuando que se trataría de un simple muchacho provisto de un buen disfraz de época. Resta decir que estas alusiones echan por tierra siglos enteros de tradición fantasmática. Ahora bien, que casualmente a Usted le ofrezcan un tour de dos horas de duración y que asegura un encuentro con El Gaitero Solitario, por apenas unos 15 euros, es sin duda, absolutamente otro cantar. 




(*) Escritor santacruceño. El relato fue tomado de su web literaria (http://www.pauloneo.com/#!/-opinion/).

miércoles, 5 de diciembre de 2018

EL RELATO DE HOY




SIN FINAL (*)

Por Laura Gallego




Una tarde hablando de la vida con mamá, luego de tomar su medicación, me contó cómo empezó aquella historia de amor entre ella y papá. Me encontraba al pie de su cama con un libro en la mano lista para leerle. Esta vez la que iba a oír atentamente era yo. 

Estando uno del lado opuesto al otro, una voz en nuestro interior nos decía que llegaba algo mejor.

Durante mucho tiempo, cada uno por su lado, sufrimos la desilusión de dar todo sin recibir nada a cambio. Nos enamoramos del ser incorrecto una y otra vez. Muchas veces con ganas de no querer sentir. Sólo con ganas de vivir el momento, sin expectativa alguna, hiriendo gente a nuestro paso, tal como nos habían hecho a nosotros.

Una noche durante un evento, al cual concurrimos ambos, tu padre y yo, siguiendo nuestras rutinas de sólo pasarla bien, cruzamos nuestras miradas e inmediatamente nuestros corazones comenzaron a latir de forma inusual. Una mezcla de sensaciones nos invadió. Lo sé porque al hablar, tiempo después, sobre ese día, él me contó que sintió lo mismo que yo. 

Un lento nos invitó a bailar. Nada ni nadie parecía importar, todo se tornó negro y eran sus ojos los faroles que me guiaban hacia él.  Ninguno entendía qué sucedía, pero, sin dudar nos dejamos llevar.

 El miedo estuvo presente y eso a veces era un obstáculo.

Pero con el pasar del tiempo y de conocernos cada vez más, descubrimos que éramos lo que siempre habíamos buscado, lo que sin dudas cada uno nos merecíamos. Fue ahí cuando decidimos ser nosotros mismos, sin importar cuanto dábamos uno al otro. Juramos amor eterno, ese que va más allá de la vida e incluso de la muerte, un amor sin final.

La mirada de mamá se iluminaba mientras contaba la historia y la pude imaginar en mi mente con todos los detalles que se te puedan cruzar por la cabeza.

--- o ---

Con el pasar de los años, viendo como la enfermedad de mamá avanzaba, al recordar la manera en que papá había dejado este mundo, a raíz de un cáncer fulminante, pude notar que su corazón se iba enfermando de tristeza. Ya no se quería levantar de la cama, no quería comer, no se quería ni bañar.

Una tarde mamá me dijo:

-Hija, te voy a hacer un pedido que aunque sea extraño, quisiera que lo cumplas-. Bebió un vaso de agua y continuó: -pues una promesa hicimos al casarnos y ésta fue estar juntos por siempre. Quiero que me lleves a la casa del campo, donde fuimos tan felices, y junto a mÍ coloques la ropa que llevaba puesta el día que nos conocimos y me tomes una foto, consérvala. 

-Claro que sí mamá, claro que sí.

- Y algo más, nunca olvides cuanto te amamos, hija.

--- o ---

A la mañana siguiente mamá partió. Su último pedido fue respetado.






(*) Relato enviado por el escritor santacruceño Luis Ferrarassi, un frecuente colaborador de LIterasur. Desde el taller de Iniciación a la Narrativa que brinda en el Instituto del Sindicato de Empleados de Comercio de Río Gallegos el escritor Luis Ferrarassi, se propuso como consigna mirar esta imagen durante breves segundos a los cursantes. Como una piedra cayendo en un estanque, esta imagen mueve ondas en el cerebro y hace sentir cosas diversas a quien la observa. Este relato, de Laura Gallego, es el resultado.




miércoles, 26 de septiembre de 2018

EL RELATO DE HOY




EL SUCESO INDETENIBLE


Por Sergio Pellizza (*)




Ramón yacía en su cama aquella mañana de octubre, ensimismado en sus innumerables pensamientos. Sin embargo nunca consideró la posibilidad que aquel día iba a cambiar de manera tan profunda su existencia. Consideraba que había llegado a un punto en su vida que ese tipo de día había quedado atrás y, también una parte de sus pensamientos se centraba en el reconocimiento de que comenzar un nuevo día de esta manera, no sabía cómo hacerlo, y sí, le parecía atractivo no levantarse. ¿Levantarse para intentar impedirlo o, solo dejar que simplemente ocurriera? Esa pregunta recién asomada a su mente le dio un leve toque a su voluntad; pero no alcanzaba. Necesitaba mucho más energía para romper tanta inercia y pasar de este cómodo estado de reposo al de movimiento.

De pronto todo se aclaró. No estaba en la cama, tampoco era octubre, era el 28 de noviembre de 1897. En el paraje de Miraflores, Provincia de Salta. El suceso indetenible era su propia muerte. Ya se había producido. Su espíritu no se había alejado aún y se veía desde una perspectiva extraña tirado sobre un suelo húmedo y fofo con un tiro en la cabeza a merced de cuervos y caranchos que ya estaban merodeando.

Los datos que llegaron en un principio hablaban de suicidio. Más tarde una expedición rescató el cuerpo y lo trasladó a Buenos Aires, estudios posteriores dejaron en claro que el explorador había sido asesinado presumiblemente por un par de baqueanos que lo acompañaban. Estaba en preparación sus intenciones de navegar todo el curso del río Pilcomayo. Se propuso navegar ese río y develar su secreto, como era su costumbre. Comenzó desde la naciente, cerca de Bolivia con la idea de llegar hasta su desembocadura en el río Paraguay. La muerte lo sorprende en este intento a los 41 años, cerca de sus nacientes casi en el límite con Bolivia. Sus restos recibieron cristiana sepultura el 24 de febrero de 1898 dentro del Cementerio de la Recoleta en la bóveda de la familia Andrade.

Sobre su tumba alguien escribió: Aquí yace Ramón Lista. El explorador sin límites. Fue el primer explorador criollo en Tierra del Fuego. Navegó por primera vez con una lancha a vapor el río Santa Cruz. Recorrió las nacientes del río Chico y en 1884 realizó un viaje a caballo de 3500 kilómetros que le permitió relevar las principales vías hidrográficas patagónicas que desembocaban en el Océano Atlántico. Fue el segundo gobernador de Santa Cruz, nombrado en 1887. Don Ramón Lista decide trasladar la capital del territorio, que funcionaba en Puerto Santa Cruz, a Río gallegos en 1888 con el objeto de vigilar mejor las riquezas auríferas de Cabo Vírgenes. El traslado jurídico de la capital sólo se realizó por ley del año 1898 y es ratificado el 19 de mayo de 1904 cuando el Poder Ejecutivo Nacional promulgó el decreto respectivo. Semillas de argentinidad sembradas particularmente en esta bendita Patagonia austral.

Semillas sembradas con la entereza de su espíritu que al fin partió en paz porque le había dado a la planta nacional, el agua para que se produzca el milagro del incipiente florecer argentino en los confines del sur de la patria. 





(*) Escritor de Río Gallegos. Este relato pertenece a su libro “Destellos Patagónicos” (Editorial Dunken, Buenos Aires, 2017)


sábado, 8 de septiembre de 2018

LOS RELATOS DE HOY





FRAGMENTOS DEL LIBRO “RECUERDOS DEL PRESENTE”

Por Mario dos Santos Lopes (*)





ASESORES AD HONOREM

La escena es de pueblo. Divertida, tierna y recordable. Uno pregunta cómo se pueden cocinar los espárragos que vio en la góndola. Y ahí nomás se arma un bello debate donde la señora presenta una receta tradicional y otro cliente que anda cerca propone aceite y vinagre, tipo ensalada. Uno anhela, entonces, que nunca se pierda esta esencia de pueblo, donde todavía hay tiempo para asesorar ad-honorem, al que anda desorientado en pequeños o grandes temas de la vida, al que anda arrastrando una pena y necesita un cafecito o una "vuelta del perro" en el auto del amigo que lo vuelve a reconciliar con su esperanza.


EN ESTO TENEMOS QUE SER MUY SINCEROS

Somos dueños de las palabras que callamos, es cierto. Escucho a una mujer de la política - como a tantos hombres - que "en este tema tenemos que ser muy sinceros". Esto es bueno, dice el optimista que me habita. El pesimista que también convive dentro de mi mente no cree en la sinceridad. Y el otro, el realista, el que tiene los pies sobre la tierra, se pregunta si "en este tema" pretenden ser sinceros, tal vez en los otros no. ¿Porqué en este tema, específicamente? ¿No será otra frase hecha?
¿No será como el que nos da "su palabra de honor" con respecto a algo? ¿O existe, para la gente decente, otra palabra que no sea la de honor?
Qué sé yo.


CUANDO SALIMOS

Decir que Deseado es un paraíso resulta una exageración y una mentira, ya que tal cosa no existe en la tierra, salvo por contados segundos parecidos a la felicidad. Sin embargo, cuando la vida nos lleva a tener que hacer trámites y gestiones en otras ciudades, valoramos cosas que estando aquí no nos parecen importantes.
En las grandes ciudades, especialmente en Buenos Aires, me recuerdan a cada rato que somos un número, que esperar un turno en una oficina pública puede implicar desde varias horas a "vuelva la semana que viene", que cuando un expediente se pierde no hay a quien responsabilizar, que comprar medicamentos a través de una reja es algo habitual, que nadie tiene tiempo para nada y al mismo tiempo, todo parece al alcance de todos, aunque la mayoría no pueda comprarlo ni disfrutarlo. Y entonces, uno disfruta doblemente la vuelta a casa, y por unos días, evita criticar las cosas y los servicios que le faltan todavía a Deseado.


FECHAS DE VENCIMIENTO

Los que tienen más de treinta o cuarenta años deben recordar aquellas galletitas con paquetes desteñidos por el sol que comprábamos en los viejos kioscos de Puerto Deseado. Tenían fecha de elaboración de uno o dos años atrás, y sabían riquísimas. Tal vez estaban un poco más duras que en sus momentos de gloria, pero las comíamos y no me hacían mal. Lo mismo ocurría con alfajores, mermeladas, mayonesas. y tantos otros artículos.
Hoy encontramos un producto que "vence mañana" y tememos que caigan sobre nosotros todos los males del planeta. Es más: hasta la lavandina y el shampoo traen fechas de vencimiento. ¿Se nos caería el cabello si lo usamos al día siguiente?
Es cierto que son necesarios controles, y que en esto vamos avanzando, se supone. Pero nos queda la duda sobre nuestra vida anterior, menos complicada y, tal vez, quizá, probablemente, más sana.






(*) Mario dos Santos López, el reconocido escritor de Puerto Deseado que colaboró con Literasur en varias oportunidades, falleció en la ciudad donde vivía el 30 de abril del 2017. Sirvan estos fragmentos de una de sus últimas obras para recordar su figura, a más de un año de su fallecimiento; como un sencillo homenaje por parte de nuestro blog.




martes, 7 de agosto de 2018

EL RELATO DE HOY










AJO Y AGUA


Por Paulo Neo (*)




Toda la historia del mundo es la historia de la libertad. 
Albert Camus 





Muchas mañanas me quedo pensando un buen rato frente al armario. Sucede que nunca alcanzo a saber si este pantalón de aquí combina bien con aquella camisa de allá. O si este suéter verde agua va bien con los zapatos con cordones. O si la corbata roja es demasiado estridente, demasiado llamativa. Y así.

Por suerte la cosa se diluye pronto, como el azúcar del primer café. Son apenas unos minutos, claro, pero de una pesadez abrumadora. Y si bien podría disponer las prendas la noche anterior, lo cierto es que siempre hay algo que logra distraerme: alguna lectura apasionante, algún texto que pide corrección, alguna película recomendada, etc. Nada que hacer entonces. Ajo y agua, como dicen por ahí.

Al momento de elegir una próxima lectura, experimento algo bastante similar. Por más que confecciono listas, que apilo ejemplares a un lado del escritorio, siempre tengo momentos de indefinición, de absoluta ambigüedad. No sé si ir por un ensayo, una novela o una colección de cuentos. Es que el abanico de posibilidades, tan ilimitado, me resulta agotador. Aun así, quiero creer, esto es siempre preferible a su opuesto. Lo cierto es que bendigo entonces, mi gran fortuna. Pues si este pequeño aturdimiento es el precio, lo pago con infinito gusto.

Ahora bien, la imagen que nos ocupa fue tomada en el interior de la nueva biblioteca de Tianjin, en China. Se trata del Paraíso con el que cualquier lector sueña: más de un millón de libros al alcance de la mano. 

Cierto es que hay quien solo aprovecha para sacarse selfies, como el hombre de abajo a la izquierda. O el que está de espaldas en el pasillo, oteando el horizonte, buscando el baño o algo parecido, al lado de la mujer que limpia uno de los estantes con el paño azul. O la mujer de joggins y zapatillas que se pasea con las manos en los bolsillos. Pero coño, que de las excepciones no se salva nadie nunca.

En fin, que mientras me abrazo a mi pequeña y querida biblioteca, le pregunto a Ud. querido lector: ¿cuánta libertad está dispuesto a soportar?




(*) Este texto ha sido tomado del sitio web del autor: www.pauloneo.com

miércoles, 25 de julio de 2018

LOS RELATOS DE HOY





FRAGMENTOS DEL LIBRO “RECUERDOS DEL PRESENTE”

Por Mario dos Santos Lopes (*)






ASESORES AD HONOREM

La escena es de pueblo. Divertida, tierna y recordable. Uno pregunta cómo se pueden cocinar los espárragos que vio en la góndola. Y ahí nomás se arma un bello debate donde la señora presenta una receta tradicional y otro cliente que anda cerca propone aceite y vinagre, tipo ensalada. Uno anhela, entonces, que nunca se pierda esta esencia de pueblo, donde todavía hay tiempo para asesorar ad-honorem, al que anda desorientado en pequeños o grandes temas de la vida, al que anda arrastrando una pena y necesita un cafecito o una "vuelta del perro" en el auto del amigo que lo vuelve a reconciliar con su esperanza.



EN ESTO TENEMOS QUE SER MUY SINCEROS

Somos dueños de las palabras que callamos, es cierto. Escucho a una mujer de la política - como a tantos hombres - que "en este tema tenemos que ser muy sinceros". Esto es bueno, dice el optimista que me habita. El pesimista que también convive dentro de mi mente no cree en la sinceridad. Y el otro, el realista, el que tiene los pies sobre la tierra, se pregunta si "en este tema" pretenden ser sinceros, tal vez en los otros no. ¿Porqué en este tema, específicamente? ¿No será otra frase hecha?
¿No será como el que nos da "su palabra de honor" con respecto a algo? ¿O existe, para la gente decente, otra palabra que no sea la de honor?
Qué sé yo.




CUANDO SALIMOS

Decir que Deseado es un paraíso resulta una exageración y una mentira, ya que tal cosa no existe en la tierra, salvo por contados segundos parecidos a la felicidad. Sin embargo, cuando la vida nos lleva a tener que hacer trámites y gestiones en otras ciudades, valoramos cosas que estando aquí no nos parecen importantes.
En las grandes ciudades, especialmente en Buenos Aires, me recuerdan a cada rato que somos un número, que esperar un turro en una oficina pública puede implicar desde varias horas a "vuelva la semana que viene", que cuando un expediente se pierde no hay a quien responsabilizar, que comprar medicamentos a través de una reja es algo habitual, que nadie tiene tiempo para nada y al mismo tiempo, todo parece al alcance de todos, aunque la mayoría no pueda comprarlo ni disfrutarlo. Y entonces, uno disfruta doblemente la vuelta a casa, y por unos días, evita criticar las cosas y los servicios que le faltan todavía a Deseado.




FECHAS DE VENCIMIENTO

Los que tienen más de treinta o cuarenta años deben recordar aquellas galletitas con paquetes desteñidos por el sol que comprábamos en los viejos kioscos de Puerto Deseado. Tenían fecha de elaboración de uno o dos años atrás, y sabían riquísimas. Tal vez estaban un poco más duras que en sus momentos de gloria, pero las comíamos y no me hacían mal. Lo mismo ocurría con alfajores, mermeladas, mayonesas. y tantos otros artículos.
Hoy encontramos un producto que "vence mañana" y tememos que caigan sobre nosotros todos los males del planeta. Es más: hasta la lavandina y el shampoo traen fechas de vencimiento. ¿Se nos caería el cabello si lo usamos al día siguiente?
Es cierto que son necesarios controles, y que en esto vamos avanzando, se supone. Pero nos queda la duda sobre nuestra vida anterior, menos complicada y, tal vez, quizá, probablemente, más sana.







(*) Mario dos Santos López, el reconocido escritor de Puerto Deseado que colaboró con Literasur en varias oportunidades, falleció en la ciudad donde vivía el 30 de abril del 2017. Sirvan estos fragmentos de una de sus últimas obras para recordar su figura, a más de un año de su fallecimiento; como un sencillo homenaje por parte de nuestro blog.





miércoles, 18 de julio de 2018

EL RELATO DE HOY




HUMO

Por Luis Ferrarassi (*)




Aspiro, siento el ardor en mi garganta, el dolor del placer, trago, soplo y el humo sale despedido por mi boca. La nube oscura, densa que se va llevando en cada aspiración un nuevo segundo de mi vida, como si el humo fueran unas garras que al entrar acuchillan mi vitalidad y al salir se llevan consigo un trozo de mi interior. Cuando esa opaca niebla se alza, toma altura, cobra vida y cuerpo, forma una figura que he imaginado. Al principio tenía que pensarla de antemano y luego hacerla realidad. Ahora ya manejo mejor este asunto. Mientras la nube se disipa en el aire de mi habitación, pienso en un caballo y eso es lo que el humo dibuja antes de evaporarse.

No sé cómo llamar a esto que hago. No lo considero habilidad porque no tiene ningún fin. No creo que sea talento, porque no es ninguna habilidad. No es un poder porque no requiere de talento ni demuestra habilidad porque no tiene ningún fin.

Recuerdo que comenzó cuando fumé mi primer cigarro, allá por 2007. Desde entonces, a lo largo de estos siete años, sólo me ha servido para divertirme y entretener a mis amigos cuando nos emborrachamos.

Sin embargo, fui muy estúpido como para no darme cuenta que el “hecho” de poder crear figuras con el humo (y no con otra cosa, como el vapor, el vaho de la respiración en las noches gélidas o la neblina), fue creciendo y manejándose por sí mismo.

La primera vez que no pude controlarlo, sucedió de repente. Yo solté el humo y pensé en una mujer con un niño, tomados de las manos. Pero no se formó aquella imagen, sino el rostro de una persona. Luego, se disolvió y volvió a formarse otra imagen: un corazón, que luego se disolvió también.

No logré identificar el rostro. Pero aquella duda se resolvió cuando una hora y media después, me enteré del fallecimiento de mi abuelo por un ataque al corazón.

Traté de no atribuirlo a lo que hacía con el humo. Podría ser coincidencia. Pero mi propio abuelo siempre me decía que no había que mentirse a uno mismo. Volví a fumar y en cada expiración se formaban figuras de personas muriendo de diversas formas. Sólo a veces, pocas veces, reconocía a alguien y luego me enteraba de su muerte. Las otras, no había nada que hacer al respecto. Entonces, surgió la pregunta: “¿Podré hacer algo por las personas que conozco? ¿Sus muertes estarán premeditadas de tal modo que sea un acto irreversible del destino? En ese caso, ¿por qué razón se me ha dado de evidenciar estas cosas si no puedo interceder?”

A medida que seguía pasando el tiempo, me fui acostumbrando a esto y ya no me hice más preguntas retóricas, sino que comencé a intentar interceder en las muertes de personas conocidas. Pero no había mucho tiempo entre la visión y la consumación.

En una sola ocasión pude evitarlo y fue cuando estaba junto a la persona cuya muerte fue anunciada por el humo.

Luego de eso, ya no pude hacerlo nuevamente.

Nunca pensé en alguna divinidad malvada manipulándome para su entretenimiento al darme esta visión, que bien podría ser un poder salvador, hasta que vi morir a mi madre y el hecho se llevó a cabo sin que pudiera hacer nada.

Entonces sí lo pensé.

Y tuve dos opciones.

Elegí la primera que se me ocurrió y dejé la segunda como Plan B: dejé de fumar, aunque fuera muy difícil.

Durante dos semanas tuve las peores pesadillas de mi vida. Sufría terribles dolores en todo el cuerpo. De noche soñaba y de día veía toda clase de cosas horripilantes. Sea como fuere, aquello era peor que fumar. Así que, volví a hacerlo.

Los siguientes tres meses volví a lo anterior: visiones dibujadas por el humo. Más personas conocidas muriendo bajo el martillo dictador de alguien que se reía de mí.

Era momento de poner en práctica el Plan B y hacerlo rápido.

Encendí un cigarrillo, rodeé mi cuello con una soga, lancé una nubecilla de humo y salté de la silla. Antes de desvanecerme, vi mi propia imagen dibujándose en el aire y difuminándose con la misma rapidez con que emergió de mi garganta. Seguida a la imagen de mi rostro, apareció la de una munición que fue quien destruyó la de mi cara.

Me salvaron en el momento justo antes que se me acabara el aire.

Desde entonces, van doscientos días que no salgo de mi casa ni he vuelto a fumar y no puedo evitar vislumbrar a esta vida como un camino infinito lleno de humo y rostros difusos que nunca terminan de formarse.







(*) Escritor riogalleguense.

miércoles, 27 de junio de 2018

EL RELATO DE HOY




RINCONADA

Por Hugo Covaro (*)




Todo era viejo, desgastado por ese viento arenoso puliendo los perfiles de casas abandonadas hace tanto tiempo.

La iglesia sin cura, amontonaba un médano bajo frente a sus gruesas puertas cerradas, en un silencio macizo sólo roto por alguna campanada fuera de hora, cada vez que una ráfaga de viento norte movía y golpeaba el negro badajo, colgante como testículo de toro.

Por el callejón principal de Rinconada suele pasar la historia como una anciana ciega sin detenerse. Fue obligado descanso de las tropas revolucionarias en su tránsito al norte y parada de mercaderes, bandoleros y contrabandistas de frontera.

Algunos aseguran que el mismísimo Brigadier General Don Estanislao Lezcano, hizo noche en la víspera de la batalla de El Quemado, velando las armas antes de aquel sangriento combate que sembrara de muertos el valle y signara para siempre la suerte de la gesta emancipadora.

Y hasta se dijo que el Coronel Robustiano Campos, caído en esa pelea, fue enterrado por sus soldados en el cementerio, pero no se sabe dónde, pues nunca se conoció el lugar de su tumba. ¡Pero eso fue hace un siglo!

De aquellas cincuenta familias, hoy quedan algunos viejos con los ojos grises de ver por siempre tanto desamparo. Y la Cándida Moraga con su hijo enfermo, en esa casona blanca delataba por un humo sin forma que repta un cielo ceniciento, como el último pulso de la vida en aquellas desolaciones.

En horas que el viento para, en el erial que cobija a los muertos entre picas bajas, las cruces tapadas ocultan el nombre de alguna historia familiar ajada de olvidos largos. Pero el mismo viento sabe escarbar los arenales y entonces las cruces muestran los apellidos de aquellos huesos tristes: Amaranta Solís (q.e.p.d.), Alejandrino Quenao (q.e.p.d.), Domitila Soca (q.e.p.d.), Porfidio Curinao (q.e.p.d.)...

Por la entrada despareja, seguida por la mula que sin esfuerzo cargaba al pequeño jinete, Laifil caminaba con la vista fija en ese humito parado en el aire, que le señalaba el final de aquel largo viaje.

Un zaguán estrecho terminaba en el patio de baldosones rústicos desde donde una galería espaciosa daba sombra a las habitaciones que en hileras, conformaban aquella construcción que fuera almacén y fonda en tiempos mejores.

 Cuando sus anteriores ocupantes la abandonaron, Cándida escondió la peste de su hijo entre esos muros de tres jemes de anchura. En esa penumbra de socavón, un niño con rostro de viejo miraba deslumbrado el chorro de luz que le acuchillaba los sentidos, iluminando esa carcoma oscura que le masticaba las entrañas.

Laifil lo contemplaba callada, como quien se asoma luego de un derrumbe. Al fin dijo:

Me llamaron tarde. Esta criatura no tiene remedio... ya huele a podrido el pensamiento –murmuró la machi como un rezo–. No creo que pase de esta noche...

Unas manos piadosas le cerraron los ojitos para devolverlo a las tinieblas.

 Al otro día, con el sol pintando de fuego las crestas de las serranías, la machi seguida de la mula y el pequeño Payún montado, le daban la espalda al caserío, mientras un viento nuevo, recién venido, amontonaba arena junto a la cruz del angelito.





(*) Escritor de Comodoro Rivadavia. Este relato fue tomado de su libro “El chamán y la lluvia” (Editorial Universitaria de La Plata, La Plata, 1996).